domingo, 29 de julio de 2007

¡EPA! La película de los Simpson

(atención, destripamos chistes y el final)

Hay un viejo relato de Arthur C. Clarke en el que unos alienígenas visitan la Tierra, desierta y destruida, y el único resto de su cultura que consiguen rescatar son unas películas de Mickey Mouse; sin duda hoy día Clarke habría reemplazado con ventaja al ratón castrato por la familia de Homer Simpson...

En los primeros episodios nos chocaban su piel amarilla, sus ojos bulbosos, sus ocho dedos, sus colores saturados, sus insólito vocabulario (mosquis, multiplícate por cero, creaciones en su mayoría del director de doblaje y voz española de Homer hasta su muerte, Carlos Revilla) y su acritud e insólito realismo en comparación con antepasados como los Picapiedra (al principio nos parecía una serie de imagen real solo accidentalmente animada, cercana a lo que después ha sido El rey de la colina de Mike Judge); el anti Show de Bill Cosby, con un padre estúpido, borracho e iracundo, la madre maruja y neurótica, el monstruito pelo pincho nacido de penalti y repetidamente informado al respecto, la redicha de su hermana, el bebé genio ignorado y el abuelo abandonado en el asilo. Por entonces los dibujos animados estaban asociados inevitablemente al concepto“para críos” y otra cosa era inconcebible; parece mentira, vistos hoy, que estos demonios amarillos causaran semejante escándalo entre los adultos bienpensantes; eran tiempos anteriores a South Park o Padre de Familia, cuando Bart Simpson era el anticristo y Homer el epítome de la destrucción del modelo paterno y la familia tradicional...

Eran también un riesgo controlado para una nueva cadena de televisión, la Fox, que había llegado tarde al reparto del mercado y en 1989 competía agresivamente intentando atraer público con productos diferentes (o simplemente patéticos); un momento de cambio de paradigma, justo antes del cable, lo digital e internet. Con un pie en el mundo clásico de la tele generalista y otro en el fracturado mundo de las audiencias a la carta y el mínimo común denominador, los Simpson eran rebeldes que rompían las reglas y los formatos, se burlaban de las convenciones del medio, de los dibujos animados (Rasca y Pica, serie dentro de la serie mil veces más salvaje que ella), de las telecomedias familiares, de la censura y de las presiones comerciales de la cadena; hablaban de un mundo del que habían mamado y sus burlas, más irónicas que despectivas, no tenían intención de matar al padre sino, como mucho, reirse de él un poco antes de la hora de la cena. Nacidos de la tradición del comic underground, los hijos de Matt Groening y James L. Brooks acabaron paradójicamente convertidos en los últimos clásicos, depositarios de lo mejor de la tradición popular norteamericana a la que aplicaban una mirada postmoderna e irreverente pero casi siempre afectuosa: una escuela de animación, una escuela de comedia y hasta una escuela de cine (ya desde el mismo inicio con sus parodias de Patton, En busca del arca perdida, Frank Capra y un millón de veces Ciudadano Kane).

Dieciocho años y cuatrocientos episodios después, cuando muchos de sus guionistas actuales han crecido viendo la serie, convertida en toda una institución del mainstream de esas que ella solía parodiar, es inevitable que haya perdido frescura y relevancia, que sus aristas se hayan ido suavizando y sea menos sorprendente y más autorreferencial; quizá no termine de explicar el tremendo bache de calidad en años recientes durante los que dolía verla arrastrándose y balbuceando en plena demencia (¡Homer contra el hijo de Frank Grimes! ¡El retorno de las esposas de Las Vegas!), prácticamente suplicando a la Fox que soltara una presa tan rentable y la dejara morir con dignidad (la cadena, en su lugar, escogió matar Futurama, ahora mismo, por cierto, a punto de volver de la tumba). Los Simpson, poco a poco, dejaron de ser cool, internet consensuó que se habían vuelto una mierda y herederos más modernos y energúmenos acudieron presurosos a pescar a unos desertores que ya no volvieron cuando, trabajosamente, se puso otra vez en pie y comenzó a remontar: un episodio decente cada cuatro semanas, luego cada tres…

No creo que el cambio de tendencia coincida por casualidad con la época en la que once de los mejores escritores de la época clásica se sentaron alrededor de una mesa para parir el primer borrador de esta película. Un momento para la recapitulación, de dar un paso atrás para mirar el conjunto y desandar el camino hasta el punto en el que la magia se perdió…

Pero esto es 2007 y no 1992; hace quince años una película de Los Simpson quizá se habría parecido más a Pequeña miss Sunshine, una comedia independiente con muy mala leche sobre una familia que se odia pero que al final se quiere, no a un blockbuster sobre cómo el gobierno de EEUU intenta destruir Springfield. La escala y el género escogidos son un tributo al status actual de Los Simpson y del más reciente cine comercial, una manera de demostrar que “esto es una película y no un episodio alargado”. Como Green Day en su concierto de 3 horas y media en el lago Springfield, los productores quieren complacer a su público…

Por eso mismo no es, ni lo pretende, ni tampoco podía serlo después de dieciocho años de episodios, tan sorprendente, experimental y subversiva como South Park, bigger, longer & uncut… Esa guerra ya la hicieron los Simpson en la tele, forzando los límites del medio hasta consolidar las fronteras de un territorio de su gusto, un lenguaje, estilo y caracteres dentro de los cuales se han movido cómodamente desde entonces. Más que una reinvención de su criatura para el cine, lo que se pedía a Groening y Brooks era un retorno a la forma, una película inteligente, llena de chistes brillantes, bien dirigida y con algo de alma en estos seres de aspecto grotesco que en sus mejores momentos se muestran conmovedoramente humanos.

La película alcanza esas marcas y las sobrepasa sin esfuerzo aparente, como si los malos tiempos jamás hubiesen existido: magníficamente dirigida por David Silverman (director de Monstruos S.A. y veterano de los primeros Simpson), llena de momentos visualmente inspirados de cosecha propia (es decir, evitando, salvo cuando ese es precisamente el chiste, los homenajes o plagios directos tan característicos de los momentos cinematográficos de la serie). El mayor impacto visual de la cinta no son precisamente los genitales de Bart sino haber resistido la tentación de depurar el estilo televisivo, limitándose a ampliar la escala, el movimiento y la fluidez de la cámara… Feos, simples, chillones y orgullosos de ello, el resultado en pantalla grande es glorioso.

Es, además, increíblemente divertida, un chiste cada treinta segundos, casi todos excelentes, varios ya clásicos instantáneos y de toda la gama posible de humores, desde el slapstick a la sátira política, la parodia, el humor negro, el surrealista o el escatológico…También hay, por supuesto, aunque sin afectar a la estructura, numerosos chistes metatextuales, como la queja de Homer por tener que pagar en el cine por ver algo que puede ver por la tele, la cuña televisiva de la Fox, el cartel de “continuará” en mitad de la película, las referencias a éxitos del verano de la competencia (spider-cerdo y harry popoter), los créditos finales…

E hilando los chistes tenemos un clásico argumento estructurado en zigzag al estilo Simpson: una crisis ecológica provocada por la estupidez de Homer y agravada por la intervención del gobierno, que pone a prueba la unión de la familia y sus vínculos con la comunidad en la que viven. ¿Otra aventura en la que Homer tiene que recuperar el respeto y el amor de su mujer y sus hijos después de hacer una locura? Sí, pero esta vez la escala es distinta, la locura es más grave, y el drama doméstico y la crisis ciudadana se integran de una manera tan natural (incluso tan necesaria) que se hace difícil imaginar ahora una historia más apropiada y más cercana al viejo corazón contracultural, ecologista, antiestablishment y un poco hippy de la serie...

Realmente (y ahora sí que entro en terreno de spoilers) la película es un poco más política y menos frívola de lo que aparenta su tono ligero (porque seguramente, al igual que Green Day, Groening y Brooks tampoco quieren que les apedreen por moralistas). En caso de duda, analizar siempre el corto de Rasca y Pica, que invariablemente dará una variante sobre del tema del episodio; en este caso, además de gatos en la luna a los que matan repetidamente, tenemos un presidente criminal, abuso de poder, mentiras del gobierno y ciertas escandalosas maniobras para ocultarlas…

No es otra pulla contra Richard Nixon, némesis personal de Matt Groening; en el mundo real de los Simpson el villano no es realmente el actual presidente de los Estados Unidos -un pelele puesto ahí para hacer el papel de duro, cretino ignorante que proyecta la imagen de un hombre de acción aunque apenas controle el inglés hablado, un presidente tipo Schwartzenneger (y no tipo Rainer McBain Wolfcastle: utilizar al equivalente del austriaco en el mundo de los Simpson sólo habría distraído del verdadero objeto de la burla) sino el avieso y manipulador director de la agencia de protección del medio ambiente (EPA) un multimillonario desaprensivo y borracho de poder (que casualmente fabrica cúpulas y que en inglés interpreta Albert Brooks, habitual estrella invitada a quien se recuerda especialmente por su papel de Hank Scorpio)...


Y al otro lado de la cadena de acontecimientos tenemos al segundo villano de la función: Homer J. Simpson, mal esposo, mal padre y pésimo ciudadano, el típico americano medio (u hombre medio occidental) egoísta, irresponsable y comodón con mentalidad de gorrón, amante de los atajos, que no ve más allá de la próxima rosquilla que se va a comer, uno de los tipos más peligrosos del mundo… Que además trabaja de encargado de la seguridad en una central nuclear siempre al borde del desastre medioambiental, dato en este caso irrelevante porque, cuando finalmente (casi) destruye la ciudad, no es por dormirse durante una fusión del núcleo sino a causa de su propio estilo de vida. Tras condenar a la extinción a su ciudad natal por llegar antes a coger donuts defectuosos (Springfield, ciudad de ubicación incierta que tiene de todo, un superpoblado microcosmos de los Estados Unidos donde celebridades locales como Krusty el payaso son inexplicablemente famosas a nivel nacional), el gran plan de Homer para un caso semejante es huir aún más lejos (él que siempre anda evadiéndose, distraido con cualquier cosa, perdido en sus locuras), hasta Alaska, el último territorio virgen del país ya amenazado por las petroleras (el verdadero gobierno en la sombra), allí donde un depredador irresponsable tiene todavía ocasión de seguir depredando...

El egoísmo de Homer es el nexo de unión entre la crisis colectiva y la doméstica. Es su egoísmo el que desintegra los lazos con su hijo, quien necesita un padre que se preocupe por él y no uno que escurra el bulto a cada instante y le deje sin pantalones; con su esposa, mujer chapada a la antigua, de principios y compasión ilimitada por todo el universo, que no puede creer que su marido llegue a ser tan mezquino, que no sea capaz de entender que no pueden vivir en una burbuja idílica allí en el norte ignorando el destino de sus amigos de Springfield; con su hija la ecologista a quien el núcleo familiar ya no le basta (a punto como estaba de echarse un novio irlandés), que le llama a la cara monstruo y jura que nunca le perdonará...

La antitesis de Homer Simpson es, por supuesto, su vecino Ned Flanders, caritativo y generoso, padre ejemplar y reencarnación del santo Job; pero, lo mismo que Flanders nunca hubiese puesto en peligro la ciudad, tampoco intentaría jamas alguna última locura para salvarla (ni siquiera una fuga como Lenny, Carl o el dr. Hibbert con la ayuda del inesperadamente heróico Cletus). Mientras Flanders es un tipo razonable que se resigna cristianamente a esperar el final, las hazañas descabelladas son también cosa de Homer Simpson, un niño grande capaz de lo peor y lo mejor, un hedonista con una desbordante pasión por la vida que necesita que le expliquen muy despacio cosas como que no hay que frenar la moto cuando se llega al techo, o que es absurdo salvarse uno mismo si no le queda nadie más con quien estar. Es la cadena naturaleza-comunidad-familia-individuo que Homer tiene que recomponer con la ayuda de la chamán pechugona (más contracultural que eso no se puede); el parásito consumista y abúlico es en realidad un héroe de Frank Capra en estado latente, que sólo necesita una idea clara y una meta aparte de la de llenarse el buche para transformarse en el sujeto más hiperactivo y asombroso del mundo, un temerario y quijotesco aventurero al que ni todos los golpes del mundo apartarán de su objetivo. Pero antes tendrá que pedir disculpas a su hijo, y éste aceptar que su viejo le quiere pero nunca será consecuente porque él es así, defectuoso, genial y contradictorio; y después ya pueden ir juntos a frustrar los maléficos planes del gobierno, que es algo que siempre estrecha mucho los lazos paternofiliales...

Y es ridículamente emocionante cuando juntos saltan en moto la garganta de Springfield, quince años después de que Homer se escoñara allí mismo con un monopatín para demostrar a su hijo qué se sentía al preocuparse por un familiar irresponsable (sobre todo por la manera en que no acaba igual): en esta serie permanentemente inmóvil donde el paso del tiempo apenas deja huella, cualquiera juraría que se trata de un momento trascendental, de que algo que a partir de entonces tendrá por fuerza que ser diferente; como lo son las últimas escenas de ambos trabajando, o la del paseo romántico bajo los árboles de Homer y Marge, o Lisa yendo a tomar un helado con el chaval que no es hijo de Bono, aguantándose las ganas de correr inmediatamente a limpiar el lago... Promesas de tiempos mejores, aunque los progresos aparentes y las lecciones aprendidas no tiendan a durar mucho en Los Simpson (y sería una lástima perder para siempre al doctor Nick). ¿Cuánto recordarán de todo esto la próxima vez que regresen a la tele?
Porque, para los que nos hemos quedado con las ganas de más Monty Burns, de Krusty, Apu o Willy, hay que recordar que esto no es un final, que todos ellos vuelven en formato de episodio y que Los Simpson, la película, no es más que la mejor aventura de los mamarrachos amarillos en los últimos diez años... de momento.



viernes, 27 de julio de 2007

Comic-Con 2007: el cielo de los geek

Todos los años se celebra en San Diego, California, USA, una gran convención nominalmente dedicada al comic pero que en realidad abarca todo un amplio surtido de intereses extramundanos (coleccionables, juegos, películas, tv…). La Comic-con es siempre un hervidero de noticias y primicias sobre futuros estrenos cinematográficos de fantasia y ciencia ficción que las productoras presentan en sus stands con la intención de poner los dientes largos a los enteradillos... A continuación, para quienes les interesen estas cosas pero sean demasiado vagos para buscar por sí mismos en la red, un breve resumen de lo acontecido hasta ahora:

Beowulf
Decepcionante presentación de lo nuevo de Robert Zemeckis (emperrado en seguir utilizando la técnica de captura de movimientos de Polar Express, supuestamente ahora más perfeccionada pero que salta a la vista que aún sigue en fase experimental; dicen que el guión adaptado de Neil Gaiman y Roger Avery es brillante, oscuro, adulto y salvaje, y el diseño de producción tiene buena pinta...)

http://www.apple.com/trailers/paramount/beowulf/


The Dark Knight

Primer teaser-trailer de la secuela de Batman Begins; se ve poca cosa, básicamente es Michael Caine/Alfred hablando en inglés sobre el logo de Batman y unas palabritas finales más risa diabólica del Joker para cerrar). Se mostró en vivo en la convención y por ahora en internet solo aparece en una versión capturada con el móvil en youtube...

(ACTUALIZACIÓN: aquí está la versión oficial en quicktime)


Sweeny Todd

El poster de Sweeny Todd: el musical adaptado por Tim Burton con Johnny Depp como el barbero asesino londinense…


¡Véalo en grande!






Watchmen

Se anunció finalmente el casting para la próxima película del director de 300 Zack Snyder, basada en la obra maestra de David Gibbons y el Dios del cómic Alan Moore...

casting con fotos




"¡No mentarás a Alan Moore en vano!"


Los continuos rumores de diversas superestrellas interesadas en interpretar a los superhéroes retirados (Tom Cruise, Jude Law…) al final se han quedado en nada, al parecer por falta de respaldo financiero del estudio; de aquí puede salir cualquier cosa, posiblemente un trabajo mediocre muy bonito de ver que vuelva a sacar de quicio a Mr. Moore.


Cloverfield/ Perdidos/ Star Trek

J. J. Abrams y su socio Damon Lindelof (el cerebro de Perdidos) tenían muchos temas en cartera pero, contar contar, poco más que lo imprescindible:


Cloverfield/ 1-18-08: o como quiera que se llame finalmente, va a ser una película con monstruo original y autóctono, la respuesta americana a Godzilla (“King Kong no vale porque es demasiado mono”).





Perdidos: los seguidores de la serie pegamos un salto al enterarnos del regreso en la cuarta temporada, de nuevo como personaje fijo, del más apestado superviviente del vuelo 815 de Oceanic.












Star Trek: Zachary Quinto, el psicópata comecerebros de Heroes, es, como se rumoreaba desde hace días, el joven y nuevo Mr. Spock. El nuevo y viejo Mr. Spock sigue siendo Leonard Nimoy, que sale del retiro por un guión “fantástico”. Abrams (un temerario que se declara más bien fan de Star Wars) aún anda buscando al nuevo capitán Kirk, sin que descarte del todo encontrarle algo que hacer al viejo (Hum, con todos los respetos por los servicios prestados, mejor no…). Ni palabra del argumento (falta más de un año para el estreno) pero el nuevo teaser-poster que utiliza la tipografía original de la serie sesentera emite fuertes vibraciones retro...


Indiana Jones IV

Aparición en video de Steven Spielberg junto a Harrison Ford, Shia LaBeouf (el supuesto hijo de Indy) y Ray Winstone (su nuevo socio) para presentar a otro miembro del reparto de quien se venía hablando mucho, hasta el momento sin confirmación oficial: Karen Allen como Marion Ravenwood. Que sigue fantástica 26 años después de En busca del arca perdida


martes, 24 de julio de 2007

Majaras imaginarios y auténticos chiflados

Tras una semana de sequía, me reengancho al ciclo de Golem Verano con una jornada intensiva de cine gafapasta. ¡Un día es un día!

Time (Shi gan)
Dir. Kim Ki-duk (Corea del Sur, 2006
)

Kim Ki-duk es el más prestigioso director de Corea del Sur, ganador de festivales, ojito derecho de la crítica internacional, y para mí, hasta ayer, tan solo un nombre difícil de recordar de quien no tenía ni idea de qué podía esperarse. El poco cine coreano que he visto (todo reciente y muy comercial) muestra como nexo de unión más destacado un indudable componente marciano: el costumbrismo en una película de monstruos como The Host, un thriller psicológico tan desquiciadamente perturbado como Oldboy… Entretenidas, de ritmo ágil, técnicamente perfectas (es el país de la animación a destajo) y a la vez desconcertantes, mensajes de una cultura desaforadamente occidentalizada en la superficie pero con misteriosas corrientes subterráneas que acaban filtrándose por las grietas.

Por eso, de entrada, lo más sorprendente de Time es lo normal que es la gente que aparece; los protagonistas son una pareja joven que podría ser de cualquier parte; normalísimos hasta que los accesos de celos irracionales de la chica (convencida de que su novio se está cansando de ella) le llevan a operarse la cara y cambiar de identidad para empezar otra vez desde cero con él. Drama extremo y en crescendo, prácticamente de ciencia ficción, sobre el amor y el deseo, sus fundamentos, sus fechas de caducidad y la pulsión de recuperar la pasión inicial de cuando todo era nuevo; Time es una película fascinante que me ha recordado un montón al Almodóvar de la última época (ej. Hable con ella) en versión oriental y con puntazos de humor algo más suaves.


El diablo y Daniel Johnston

Dir. Jeff Feurzeig (USA, 2005)


Documental ganador del premio al mejor director en el festival de Sundance de 2005, trata, como su título indica, de la vida y carrera del cantautor norteamericano Daniel Johnston, artista de culto e ilustre majara del que jamás había oido hablar, admirado por (copio lista de la wikipedia) David Bowie, Yo La Tengo, Sonic Youth, Eddie Vedder, Beck, Spiritualized, The Flaming Lips y Matt Groening y del que todo cristo ha hecho versiones; que además de cantar es un cotizado dibujante (ver cartel de la película) y un tremendo maniaco-depresivo y fanático religioso, obsesionado con el diablo hasta el punto de que una vez rechazó un fabuloso contrato con una multinacional que él entendía satánica porque también tenía en cartera a Metallica.

Daniel Johnston es un genio perturbado de vida tan inverosímil que sólo la aplastante evidencia material del documental (filmaciones domésticas, cintas de casette que enviaba a sus amigos, entrevistas) disipa la duda de que se trate de una criatura de ficción. Podemos ver en directo una progresión estremecedora, desde las películas domésticas que rodaba él mismo en su adolescencia (un chaval brillante, bromista y artista multidisciplinar lleno de potencial) hasta las escenas en las que se le ve empezando a perder la chaveta, los primeros indicios de su manía religiosa agravada por el LSD, sus espantadas y fugas, sus sermones y lloreras desde el escenario, la obsesión por la fama por la que él mismo se fustiga, el deterioro físico y mental, el tratamiento psiquiátrico que lo deja sonado durante un año y sus posteriores recuperaciones parciales en tanto que crecía su fama y Kurt Cobain le hacía promoción en la MTV con un dibujo suyo en la camiseta; y luego están los personajes novelescos con los que se cruza su historia, como esa primera medio novia que se casa con un enterrador y se convierte en su musa distante, el fiel representante al que comparan con el incansable perdedor de Broadway Danny Rose de Woody Allen o sus padres, un par de ancianos que lo siguen cuidando ahora que él también se ha convertido en un gordo viejo prematuro y sufren pensando en qué será de él cuando falten…

Las canciones de Johnston, lo mismo que sus dibujos, son desmañadas y naif, llenas de luchas con Satán y recurrentes referencias pop (Casper el fantasma, el Capitán América…) pero tienen una magia especial, una autenticidad, humor y sensibilidad muy particulares que habrá que investigar. Otro para la lista.

domingo, 22 de julio de 2007

28 semanas después


¿Mataron Michael Jackson y John Landis las películas de zombis con los muertos bailones del video de Thriller?

Fueran o no ellos los culpables, el género de los muertos vivientes llevaba años de capa caída cuando en 2003 Danny Boyle y Alex Garland lo remezclaron combinándolo con terrores más contemporáneos en 28 días después. Que no era técnicamente una película de zombis pero que a todos los efectos lo mismo daba (supervivientes en un escenario apocalíptico causado por una epidemia de laboratorio, especie de ultra-rabia mutante que convertía sin remedio a los infectados en descerebrados asesinos caníbales que a continuación transmitían la enfermedad al morder). Horror clásico con un nuevo baño de verosimilitud (amplificado por un estilo semidocumental en video digital por parte del tío que dirigió Trainspotting, y el empleo de escenarios reales de Londres en vez de los típicos de Los Ángeles o Nueva York) en donde los verdaderos villanos resultaban ser los militares que tomaban el control de la situación, con un último tramo muy discutido por deslizarse al género “John Rambo contraataca” (ah, pero es que las películas de zombis, históricamente, siempre han dado cancha a lecturas alegóricas con muy mala leche).

La secuela la dirige Juan Carlos Fresnadillo, multipremiado cortometrajista canario que debutó en el largo con Intacto (2001), interesante trabajo de género, mezcla de El protegido y relato de Borges, que aquí pasó sin pena ni gloria y que en cambio en el extranjero ha sido lo bastante reconocido como para servirle el encargo de 28 semanas después.

Tras un breve prólogo ambientado en los peores tiempos de la pandemia para refrescar lo básico y presentar a los nuevos protagonistas (el reparto anglo-norteamericano es totalmente distinto, formado por actores de carácter y jóvenes en ascenso como Robert Carlyle, Rose Byrne, Catherine McCormak...), la película retoma el relato pretendida y felizmente cerrado de la infección de una manera a la vez lógica y brillante, solapándose sin fisuras con el original de Boyle (quien figura aquí como productor), expandiendo y redondeando sus hallazgos. Fresnadillo firma con Rowen Joffe un guión de hierro con el que da gusto pasarlo mal, un inexorable mecanismo trágico casi determinista disparado por unos personajes arquetípicos pero eficaces que no pueden evitar dejarse llevar por sus impulsos (casi siempre para mal); el horror, básicamente, proviene aquí del factor humano: instinto de supervivencia, amor, compasión, culpabilidad…

No hay villanos en esta segunda parte; lo más cercano, el personaje de Carlyle, es un hombre corriente, marido y padre completamente ordinario, más condenable por sus mentiras que por unas acciones que dejan al espectador barruntando sobre cómo habría actuado él en su caso. Podría ser una idea para un nuevo concurso de tv: “¿Tienes lo que hay que tener para defender a tu esposa de los zombis?”

jueves, 19 de julio de 2007

¿Crisis? ¿Qué crisis?


Ramón Trecet, al que quizá recuerden de anteriores mundiales de baloncesto como el comentarista más histriónico de la era previa al advenimiento de Andrés Montes, tiene desde hace años un entretenido programa diario de música new age, folk celta y cantantes griegas (¿?) en Radio 3 de Radio Nacional de España. Últimamente, en su habitual tono cascado de abuelo cebolleta (no por nada lo llamaban el ayatola) pontifica desde el ojo del huracán sobre la necesidad de que le pongan internet en el estudio, de que los programas musicales traten con más frecuencia el candente tema de los incendios forestales y de cómo él, desde luego, no ha oído hablar de ninguna crisis en la emisora. Asombra que trabaje en el mismo sitio que Diego A. Manrique, quien, tres horas más tarde, levanta cada día y desde 1992 la persiana de El ambigú, muy posiblemente el mejor programa de música que puedan ustedes encontrar ahora mismo en ninguna parte (eclecticismo total de estilos y tendencias, criterio insobornable, conocimiento enciclopédico y la pasión del explorador ansioso de compartir sus hallazgos), quien últimamente no deja de abrir con algún comentario lapidario sobre resistencias numantinas y emisoras en asedio en la peor crisis de su historia...

FLASHBACK
Érase una vez un ente público llamado RTVE que ya desde tiempos del finado caudillo se dedicaba alegremente a derrochar dinero a manos llenas en tonterías tales como matar a Chanquete, los apartamentos en Torrevieja del Un, dos, tres, galas de Jose Luís Moreno, centros territoriales, su propia orquesta y coro o corresponsalías en el extranjero. Llegaron las televisiones privadas y, para no quedarse atrás (porque era muy importante conservar el liderazgo y la máxima atención de la audiencia para lo que era la versión gubernamental de lo real) se siguió gastando con más ganas hasta redondear en 2005 una fabulosa deuda de 7.500 millones de euros (que simplemente, ni aun subiendo al doble las tarifas del último y primer anuncio del año, tenía perspectivas de cobrarse).

Y al final, en 2007, el Estado acabó haciendo borrón y cuenta nueva pero poniendo por delante un plan de viabilidad diseñado los clásicos tecnócratas del Ministerio de Economía. Lo primero, la imaginación al poder, era reducir a la mitad ese dispendio de plantilla (9.800 trabajadores, frente a unos 20.000 de la BBC), primero con prejubilaciones voluntarias y, si no, por las bravas. Los sindicatos llevaron a votación el plan y salió sí; al menos los mayores de 52 se irían por la puerta con el riñón cubierto…

Y la cosa es que los locutores históricos de Radio 3, que son la mayoría (porque esta emisora olvidada de la mano de dios apenas ha tenido presupuesto para contratar becarios, no digamos ya para renovar plantilla), son mayores de 52, incluidos Trecet y Manrique…

En la primera oleada cayó Carlos Faraco, el chiflado de la emisora, voz corporativa en todas las cuñas, el proverbial espíritu en la máquina. Y también Xavier Moreno, y después Antonio Fernández (Area reservada), Jorge Muñoz (Tren 3), e Iñaki Peña (Trébede), quien durante semanas tuvo tiempo de sobra para despacharse a gusto en antena con lo que pensaba de la dirección. La semana pasada, Jose María Rey (Bulevar) celebraba su próxima despedida con un concierto homenaje con sus amigos de Deluxe, Pereza, Sidonie, Cycle o Tulsa. Entre las incorporaciones tenemos, de momento, un programa nuevo con Paco Clavel.

“Aquí no se está echando a nadie”, le explicó amablemente Trecet a una oyente, como si fuera idiota. “Los que se han ido se van voluntariamente. Ya ves que otros no nos vamos”. Y sin embargo, se ha oído comentar a Jose Miguel López (Discópolis) que si él se queda es porque es un kamikaze; el que era director de Radio 3 hasta el mes de mayo es uno de los prejubilados y su sustituto también se ha apuntado a la lista. La sensación es, literalmente, la del pollo corriendo sin cabeza, un herido desangrándose lentamente en la sala de espera. Entre tanto, otro al que también le gustan las metáforas médicas, el nuevo presidente de la Corporación RTVE, Luis Fernández (un profesional de consenso muy gracioso que se entretiene rodando videos domésticos para fomentar el buen rollo dentro de la empresa... http://youtube.com/watch?v=URQ58T-pyb0

...ha dicho que la Primera necesita “cirugía fina” y la 2, en cambio, un “cambio radical”. De Radio 3 concretamente no ha dicho nada pero quizá los interesados hayan observado que el tratamiento para la 2 ha empezado por hundir los programas culturales más todavía en la madrugada para dejar sitio a Mujeres desesperadas y reposiciones de A dos metros bajo tierra (aunque no todo va a ser malo: también han prometido fichar al equipo de La Hora Chanante.)

Al final, imagino, todo se reduce al concepto de servicio público que se supone que debe cumplir un medio de comunicación de titularidad pública financiado por el Estado (RNE, a diferencia de TVE, no emite publicidad). ¿Tiene que copiar el modelo de la empresa privada, plegarse al gusto de la mayoría y ofrecer lo mismo que el resto solo que una variante un poco más decente, con desinfectante y aromas para toda la familia?
Si el señor Fernández, por poner un ejemplo descabellado, pretendiera reconstruir de arriba a abajo Radio 3 para lanzarla a correr contra las las radiofórmulas, ¿no sería a costa de convertirla en superflua e irrelevante?

Los datos del Estudio General de Medios dejan convenientemente de lado factores como la influencia,
la credibilidad y la capacidad de crear tendencia. No dicen nada de la fundamental relación simbiótica entre Radio 3 y la industria músical española en tanto que única puerta de presentación para los artistas y grupos desconocidos que se niegan a pasar por embudos de triunfos y factorex (¡como si eso tuviera algo de malo!), esos que tiempo después, como surgidos de la nada, acaban copando las portadas de los suplementos juveniles y las revistas que marcan la pauta de lo genuino y lo cool. Que es la emisora que va a currarse todos los festivales de verano allí donde actúan sus artistas, los que ellos, y casi exclusivamente ellos, se parten el pecho para defender durante el resto del año: Primavera Sound, Sónar, Festimad, Summecase, FIB, pero también al Womad, Pirineo Sur, y los festivales de Jazz. Que es una reserva para las músicas minoritarias y que gracias a ella algunas lo van siendo menos. Que es una emisora de servicio público y no un hilo musical encubierto ni un publireportaje de 24 horas al día con lo último en el catálogo de las multinacionales; que no es una altavoz para ofrecer lo que la gente quiere escuchar sino lo que no aún sabe que quiere y no tiene otro medio de saber si quiere.

Tipos que sepan de esto, comunicadores con experiencia y conocimiento para extraer el oro de entre la mierda, con credibilidad y coherencia demostrada durante años firmando con su propio nombre lo que pinchan y lo que no, especialistas con perspectiva histórica que nos sepan contar de dónde venimos y a dónde vamos, esa clase de profesionales no se improvisa, ni se compra en el mercado, ni se cría en invernaderos como las bonitas voces con cuerpo de holograma de los 40 Principales. Nadie podría confundir a los viejos comunicadores incontrolados de Radio 3 con uno de esos: iluminados y analíticos, cínicos o profetas, veteranos de la movida luchando por mantenerse al día, ex hippies zumbados que leen en antena tratados zen, antiguos locutores deportivos llenos de tics delatores, ecologistas vascos campechanos y tocapelotas, pioneros de las nuevas músicas dando mil veces la murga con la misma batallita... Los nuevos dueños los venden baratos pero cada una de estas voces que se apaga es otra ventana a un mundo que desaparece; se quema una biblioteca y nace una leyenda.


Radio 3: 93.0 FM en Pamplona
Diálogos 3: Lunes a viernes, 15.00
El Ambigú: Lunes a viernes, 18.00.

lunes, 16 de julio de 2007

Palíndromos

Pasada la parálisis sanferminera, nuestra pequeña ciudad de provincias levanta la suspensión de actividades y los cines Golem comienzan su habitual ciclo veraniego de películas raras, impresentables o demasiado extranjeras, de esas para las que no ha habido hueco a lo largo del año en la cartelera de la gente normal y de bien. Se agradece la ocasión después de tanta decepcionante superproducción veraniega (¡y solo estamos a mediados de julio!).


Palíndromos, de Todd Solondz (2004)









Todd Solondz, alias la alegría de la huerta

Desde Bienvenidos a la casa de muñecas (1995), Solondz se ha especializado en un tipo de tragicomedia negrísimo, con historias de seres marginales, frikis, inadaptados o directamente sociópatas, personajes esencialmente antipáticos que hasta acaban despertando ternura por las inenarrables humillaciones y desgracias a las que su creador les somete, además de por cierta dignidad absurda con la que, pese a todo, mal que bien, se recomponen para seguir arrastrando su sórdida vida sin esperanza.

No precisamente el tipo de historias que el público esté pidiendo a gritos (en cambio, el año pasado Pequeña Miss Sunshine, ambientada en una especie de versión diluida y digerible del universo de Todd Solondz, pasó arramblando con premios y recaudaciones), lo que puede explicar esos tres años que el director y guionista deja pasar entre película y película y concretamente los tres años de demora para el estreno en España de Palíndromos.

Que es, prácticamente, cine gore emocional de ese que es imposible de recomendar por miedo a que después te partan la cara: ofensiva, escandalosa, terrible, y además muy divertida gracias a la naturalidad distraída con que la heroína, una adolescente de 13 años con nombre capicúa obsesionada con quedarse embarazada, va superando situaciones que a cualquier otra le causarían un trauma de por vida. Y menuda fauna: padres e hijos que definen la felicidad como cosas para tener (muchos bebés para quererlos o dinero de sobra para helados), antiabortistas asesinos, un fantástico grupo musical de huérfanos minusválidos fundamentalistas cristianos, pederastas reincidentes con cargo de conciencia…

A lo que añadir que Aviva, la protagonista, es interpretada en cada episodio por una actriz diferente, desde una chica judía algo pasada de kilos a otra con pinta de animadora, una muchacha negra tremenda de gorda y así hasta séis distintas, para acabar con la misma niñita que aparecía en la primera escena (como un palíndromo que se escribe igual hacia delante que hacia atrás). “Las personas nunca cambian” afirma un personaje que sólo cree en el más ciego determinismo: “no puedes escapar de ti mismo; al final de tu vida acabas siempre siendo el mismo que eras al principio”; quizá una reelaboración más siniestra del viejo tópico de “uno es siempre el niño que fue”, con todas sus luces y sombras: a lo largo de su odisea, la cáscara de la heroína cambia constantemente, reacciona y se adapta gracias a la fuerza que le otorga su ansia primigenia de maternidad; indestructible, de acuerdo, pero no por eso menos idiota.

viernes, 13 de julio de 2007

Harry Potter y el principio del fin


Las aventuras de Harry Potter habrían hecho una fantástica serie de televisión: siete temporadas, una por libro, con los chavales creciendo a su ritmo, con tiempo para desarrollar y hasta ampliar cada línea argumental y personaje secundario y todos esos divertidos apuntes costumbristas y excéntricas ocurrencias fantásticas que aliviaban la estructura repetitiva de las primeras novelas (tan sujetas al curso escolar y la vida de internado) y esa exasperante lentitud con la que avanzaba la lucha contra el elusivo Señor Tenebroso.

Y quizá aún lo hagan en el futuro para mantener con vida la franquicia, ahora que ya se ve la luz al final del túnel, que J.K. Rowling publica el supuesto final de la saga el próximo 21 de julio (para la traducción al castellano, al menos 6 meses más) y quedan tan solo dos películas por delante. Pero, desde luego, dicha presunta serie televisiva jamás podría contar con semejante selección all-stars de la escena británica (actorazos de la talla de Ralph Fiennes, Gary Oldman, Michael Gambon, Alan Rickman, Maggie Smith, Helena Bonham Carter, Richard Griffiths, Emma Thompson o Brendan Gleeson, algunos aquí prácticamente de extras con frase), ni con un presupuesto comparable para efectos especiales, ni publicidad gratuita en todas las televisiones semanas antes del estreno...

Entre tanto, las películas de Harry Potter, elefantiásicas y descompensadas (y ya van cinco) van cayendo en un misterioso limbo entre el cine real y el audiolibro ilustrado para perezosos, condenadas a tropezar una y otra vez en los mismos errores por culpa de un pecado original básico, haber empezado a adaptar aplicadamente desde el primer tomo (pero cómo esperar a empezar a hacerse de oro en pleno auge de la pottermanía) un denso arco narrativo impuesto desde fuera, cuyo final se ignora (pero que cada vez pinta más negro y menos infantil) y sobre el que las pobres adaptaciones no tienen la menor ocasión de influir. La inevitable condensación de los mamotretos de Rowling, desechando peripecias, tramas secundarias y todo lo que no sea fundamental para contar la aventura concreta (y aun así sin bajar nunca de 2 horas 20) se viene haciendo a ciegas, sin la menor idea de qué elementos (o incluso temas) serán importantes y cuáles no en un plan general que solo existe en la cabeza de la autora, por muy dispuesta que esté ella a ofrecer sugerencias. El pobre adaptador avanza a tientas tratando de abarcar cuanto puede del conjunto, y de ahí estos guiones tan escasos de elegancia, plagados de cabos sueltos, situaciones inexplicables y hordas de personajes esquemáticos, innecesarios o que simplemente están ahí aguardando su turno como el ambiguo profesor Snape de Alan Rickman, amagando constantemente con pasar al centro del relato (como aquel yakuza pequeñito al que un expectante Homer Simpson no quería perder de vista hasta que empezara a repartir leña) y que al menos esta vez tiene oportunidad de lucirse en algo más que en el arte de dar collejas a los alumnos.

Compartiendo esas mismas limitaciones, es difícil decir si Harry Potter y la orden del Fénix es o no una buena película, pero al menos, como película de Harry Potter, es espectacular, emocionante y como poco la segunda mejor de la serie (En el recuerdo El prisionero de Azkaban conserva el primer puesto en agradecimiento a la inteligencia, energía y atención al detalle que le inyectó Alfonso Cuarón en comparación con la blandenguería fofa de las dos primeras dirigidas por Chris Columbus). David Yates, un tipo que básicamente ha dirigido televisión y al que ya le han encargado también la sexta entrega, sigue los pasos de Cuarón en cuanto al empleo de texturas realistas (la ropa que llevan, la música que escuchan) y hasta un par de escenas en localizaciones para hacernos creer en estos magos adolescentes que viven en alguna parte de nuestro mundo aunque después estudien algo apartados. Los elementos fantásticos, por contraste, ganan una cualidad si cabe aún más sobrenatural, destilando alguno de los momentos de mayor belleza de la serie; Yates dirige bien la acción, emplea con talento las elipsis y saca buen partido a la mayor experiencia de sus jóvenes actores, en especial de un Daniel Radcliffe al que le toca crecer a marchas forzadas en una historia en la que, en vez de ser feliz y comer perdices, su personaje recibe más balonazos que el propio Charlie Brown.

En realidad, con aislados destellos de luz y calor tanto más agradecidos en medio de la aspereza del conjunto, La orden del Fénix es hasta el momento la aventura más oscura de Harry Potter; ni en los suburbios de Surrey ni tras los muros de Hogwarts ni en su propia mente encuentra ahora refugio contra el poder ascendente del mal en este mundo imaginario cada vez más empapado de la locura del mundo real (el bando de los magos buenos resulta estar dirigido por un puñado de estúpidos y cobardes que, en lugar de unirse contra el enemigo común, embisten absurdamente contra los suyos); una película sobre el aislamiento, el miedo y sus contrarios, sobre la paranoia, la negación de la evidencia y cómo resistirse a una caza de brujas comandada por el peor de los villanos al que se ha enfrentado el joven Potter, una profesora diminuta de voz ridícula y suaves ademanes llegada para convertir el colegio Hogwarts en un campo de concentración. Como la vida misma.


miércoles, 11 de julio de 2007

El padre de los monstruos

Aquí se han olvidado de traerlo pero los espectadores USA de Transformers llevan flipando una semana con este intrigante teaser trailer (y la campaña paralela de marketing viral en internet que tampoco revela absolutamente nada) de la nueva y supersecreta producción de J.J. Abrams, creador de Perdidos (advierto que la versión de Youtube pierde mucho, vale más verlo en condiciones en un quicktime decente: http://www.apple.com/trailers/paramount/11808/).

Abrams es un auténtico genio para la fabricación de enigmas: inicialmente bajo el título tapadera de Cloverfield (aunque ahora han pasado a referirse a ella simplemente por la fecha de su estreno, 1-18-08, o sea, 18-1-08), se rumorea que la cinta pueda tener que ver con horrores lovecraftianos de Chthulhu aunque, saber, saber, nadie sabe nada... Con un reparto de desconocidos, dirigida y escrita por dos amigos de Abrams con los que ha colaborado anteriormente en televisión, será la película pequeña que su productora estrene el año que viene en asociación con Paramount. La grande, que se reserva para dirigir él mismo y que lleva aún si cabe con más sigilo, es la que va a suponer el auténtico desafio de marketing: vender como algo nuevo la reinvención en cine de Star Trek.

lunes, 9 de julio de 2007

Una modesta proposición

Las fiestas de mi pueblo se llaman sanfermines y son famosas en el mundo entero, tanto que aún no entiendo como no han salido elegidas en la porra de las nuevas Siete Maravillas: turistas de todo el mundo llegan con semanas de antelación a perderse por nuestros barrios dormitorio y procesar nuestros licores, el encierro lo ponen en dos cadenas nacionales y nuestro Concurso Internacional de Fuegos Artificiales es la envidia de Disneylandia.

Sí, amigos, la fiesta es todo un éxito, parece más fuerte que nunca y, sin embargo, no podemos seguir ignorando dos terribles amenazas que trabajan en silencio para tumbarla por la base:

1. El programa oficial de actos, un auténtico coñazo, cada año una fotocopia desvaída del anterior; que si dianas, que si encierro, gigantes, cabezudos, verbenas… ¿Por qué lo llaman tradición cuando quieren decir anquilosamiento? Para que nuestros visitantes repitan no se puede seguir confiando eternamente en que el día 15 se despierten hechos polvo con la memoria en blanco.

2. La cada día más poderosa logia del PETA, esos siniestros amantes de los animales que llegaron a lavarle el coco a Penélope Cruz para que les firmara un manifiesto antitaurino y que año tras año, en vísperas del chupinazo, protestan contra la fiesta organizando una manifestación medio en cueros (en la que sin embargo, a dios gracias, aún no se ha visto a Mariano Rajoy).

Mi solución a medio plazo contra ambos peligros, como se puede apreciar en el diagrama adjunto (pinchar para ampliar), es sencilla a la par que radical: prescindamos simplemente de toros y zarandajas y combinemos comparsa de gigantes, procesión de San Fermín y encierro en un solo acto espectacular que hará las delicias de grandes y pequeños (los que sobrevivan).



sábado, 7 de julio de 2007

La sintonía más graciosa del mundo


Cuenta Diego Manrique en El País que el 3 de julio moría en Nashville, a los 80 años, el saxofonista Homer Louis “Boots” Randolph III, por lo visto uno de los más músicos de sesión más solicitados de la ciudad del country (cuyo trabajo se puede escuchar en innumerables discos, entre otros varios de Elvis Presley) pero que más bien pasará a la historia como autor de Yakety Sax, el tema del Show de Benny Hill, clásica sintonía para persecuciones a cámara rápida en paños menores y una de las melodías más graciosas que se hayan escrito. Boots Randolph: otro de esos anónimos forjadores de nuestra memoria sentimental al que sólo descubrimos el día en que la palma…

viernes, 6 de julio de 2007

Houseless


Y otro que se va de vacaciones. El martes pasado terminaba la tercera temporada de House con (atención despistados que cuento el final) un tremendo volantazo que se ha llevado por delante a la mitad del reparto: el insoportable genio del diagnóstico se ha quedado sin su equipo de esclavos y esta vez no tiene ninguna pinta de que vayan a volver.

Sabemos que House odia los cambios: la temporada comenzó con la promesa de un cambio total en su vida, aparentemente curado de su cojera, optimista y saltarín (literalmente), para recaer al primer tropiezo en sus viejos hábitos y adicciones, la vicodina, el bastón y la coraza que le protege del mundo y de conectar con los demás a otro nivel que no sea una lucha de ingenios. House, efectivamente, no estaba curado; atrapado de nuevo por el personaje, alcanza su momento más bajo como ser humano, convertido en un capullo antipático e irracional, un miserable incapaz de mover un dedo por evitar el sufrimiento ajeno al que sólo su gracia para el insulto y la fantástica capacidad de Hugh Laurie para transmitir implícitamente el dolor por debajo de los sarcasmos impiden acabar detestando. Como un conductor suicida lanzado al carril contrario esperando que los demás se aparten, son sus amigos Wilson y Cuddy los que tienen que salvarle de la cárcel ante el acoso de un policía vengativo (con grave riesgo de acabar enchironados ellos mismos ante la pasota indiferencia del buen doctor), y su ayudante Chase tiene que evitar que acabe cortando a trozos a una niña por un diagnóstico equivocado (recibiendo en agradecimiento un puñetazo en la cara). Y así una tras otra.

Dicen los que saben de esto que este año los casos clínicos atendidos por el equipo de House se han pasado de fantasiosos e inexactos, cosa que los que no tenemos ni idea de medicina no podemos entrar a valorar ni tampoco termina de importarnos porque cada uno de estos complicadísimos enigmas, llenos de jerga que nos entra por un oido y por otro nos sale, es un globo sonda para explorar la reacción de médicos y enfermos ante la amenaza del dolor y la muerte, los distintos tipos de coraje, la ausencia o no de significado y el consiguiente sentido último de una ética en la que cualquier medio se justifica por el resultado. Así, el arco de la temporada hace crisis con la dimisión del doctor Foreman, el discípulo más aventajado, aterrado de estar convirtiéndose en un monstruo como su jefe, arrastrando en su partida a sus compañeros Chase y Cameron... Todo una cataclismo para el hombre que en su día se emperró en que le volvieran a colocar en su oficina la moqueta manchada de sangre sobre la que le habían disparado, y sin embargo House, para su propia sorpresa, se lo toma con mucha filosofía... Con el feliz desenlace de la rocambolesca historia de sexo vs. amor entre el ladino Chase y la bendita Cameron y la huida de Foreman -el ambicioso profesional hecho a sí mismo- para proteger lo que queda de su humanidad, la evolución de estos personajes a los que a lo largo de tres años hemos visto crecer de meros comparsas a seres complicados con voz propia, cierra su ciclo bastante satisfactoriamente y es buen momento para dejarlos marchar (y quizá hasta de darles sus propios spin-offs: ¿Anatomía de Cameron? ¿Foreman, médico y robacoches?).

La insólita buena disposición de House ante las incertidumbres del inmediato futuro revela a un personaje consciente de haber tocado fondo (que no sólo entiende sino que comparte las razones de Foreman para marcharse: él, menos que nadie, quiere ser House) y que de pronto comprende que el único camino es hacia arriba. La recuperación para la humanidad del doctor House no es cosa de un año ni de dos (su malestar interior, después de todo, es lo que le hace interesante) pero la próxima temporada promete una ligera mejoría en su caso, exasperantemente lenta pero más sólida y permanente que aquel milagroso tratamiento experimental para su pierna que dejó sin tratar la raiz del problema.

jueves, 5 de julio de 2007

El inmutable Michael Bay


Desde el King Kong original de 1933, muy mal se le tiene que dar a una película de destrucción con bichos gigantes para no resultar al menos pasablemente entretenida, con sus escenas de feliz e impune macrovandalismo que nos retrotraen a aquellos juegos infantiles pateando muñecos y construcciones o corriendo a espantar a las palomas (o a pisotear hormigas en el caso de los niños más genocidas). Para eso, claro, conviene establecer una cierta empatía con el gigante, fijar claramente la escala y consecuencias de sus actos y presentar de un modo legible dichas evoluciones por la pantalla; uno pensaba que Michael Bay (Armaggedon, Pearl Harbor, La Isla), uno de los directores más superficiales y huecos que tienen la suerte de ocupar un espacio en la profesión hoy día, era una elección apropiada para llevar al cine la serie de dibujos animados basada a su vez en una línea de juguetes; acción, diversión, destrucción y apabullantes efectos digitales, nada demasiado exigente o complejo habiendo equipos y dinero de por medio ¿Podría ser Transformers la primera buena película de Bay? Pues no, tampoco esta vez. Este sonriente estilista del vacío se las arregla para arruinar una historia sencilla pero eficaz (robots buenos y malos luchando por el arma definitiva y humanos implicados sin comerlo ni beberlo) con su confusísima puesta en escena sin distancia ni punto de vista (pero quizá, realmente, nos estemos haciendo viejos y ese énfasis absurdo en cada plano, ese estilo borroso y entrecortado de combate de videojuego que solo entiende el que juega y atiza en persona los golpes, sea el futuro del cine de acción); cuando ya ni los videos musicales son así, Bay sigue siendo el director videoclipero por excelencia, grandilocuentes planos de postalita, movimiento a tutiplén y tias buenas a cámara lenta, sin olvidarnos de mencionar su nula capacidad para dirigir actores (un John Voight aburrido y desaprovechado, un John Turturro tremendamente pasado de vueltas). Y es una lástima porque hay detalles ingeniosos en este guión que pone esfuerzo en construir un universo y mitología que vaya algo más allá de la mera explotación de una marca comercial (por ejemplo, el gran partido que el gobierno americano le sacó al primer super-robot encontrado en el ártico). También sacamos en positivo el descubrimiento de Shia LaBeouf, el joven actor protagonista que resulta el único ser humano expresivo y convincente de esta historia, quien el año que viene nos será presentado como el hijo secreto de Indiana Jones (aunque la verdad, yo le saco más parecido a la madre).

martes, 3 de julio de 2007

Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra

Aquí el cabezón gigantesco de Phil Collins

Mi primer viaje a Paris: tras 6 horas de monotonía de tierras de labor francesas por las ventanas del TGV, los aledaños de la estación de Montparnasse permiten vislumbrar una realidad urbana bastante diferente y más cruda que el tour de parque temático al que la brevedad de nuestra estancia nos limita (ah, pero qué grandioso parque temático. Complejos monumentales blancos y dorados erigidos por titánicos seres de otro tiempo que los mero humanos actuales rellenan con parques y jardines, columpios para los críos, cafés, restaurantes y miles de coches lanzados en tromba).
El motivo de este viaje relámpago es una especie de tributo nostálgico, el concierto de Genesis que se celebra el sábado 30 de junio en el estadio del Parc des Princes dentro de la gira de regreso-despedida (pues en principio no tienen prevista ulterior actividad) que han emprendido en este verano de los dinosaurios en que tambien vuelven The Police, Nacha Pop, Rage Against The Machine, Crowded House y hasta Locomía.

La historia de Genesis podría resumirse con un colorista powerpoint que incluyera dos gráficas de curvas opuestas, prestigio y éxito, que solo estuvieran a la par entre mediados de los 70 y comienzos de los 80, punto en que abandonaron el art rock, el lirismo melódico y las ácidas sátiras fantásticas de la vida inglesa en la tradición de Jonathan Swift o Lewis Carroll para pasarse al powerpop y a facturar radiables singles sobre rupturas amorosas. Evolución natural para unos, unos auténticos vendidos para otros, el caso es que, como unos marcianos casi totalmente al margen de tendencias, sin una actitud definida política o estética que proyectar y una fama muy poco rockera de tíos majos pero aburridos, el capital de mística y carisma que les dejó el visionario Peter Gabriel, primer cantante y letrista de la banda, se fue evaporando lentamente hasta acabar confundidos como el conjunto de acompañamiento de Phil Collins. 15 años después de que éste abandonara el grupo, ahora que su carrera en solitario languidece en su larga resaca postdisney y con sus compañeros Banks y Rutherford sintiendo bien adentro la morriña del aplauso, se han vuelto a juntar por un rato a desentumecer el repertorio y reverdecer laureles.

Con un montaje más frugal que el de las fastuosas giras del pasado que algunos solo conocemos por los dvd o aquel concierto que en verano del 92, en un rapto de locura, retransmitió en directo Antena3, desde nuestro puesto en el gentío a 20 metros del escenario (una elegante estructura orgánica con forma de ola, pantallas ovaladas integradas a los lados y siete torretas en abanico para las luces) es fácil olvidar que estamos en un estadio para 49.000 personas lleno hasta los topes y que las hormiguitas del fondo se tienen que conformar con seguir la actuación por vía electrónica en porciones de planos medios y primeros planos. A nuestro alrededor, franceses, ingleses, alemanes, italianos, españoles, cuarentones calvos y barrigones, parejitas maduras, profesionales treintañeros de próspero aspecto pero también, al menos en primera línea, un apreciable número de misteriosos chavales caídos por algun resquicio de las modas musicales asignadas por edades.

A las 20.30 h., con puntualidad muy british (Genesis hace muchos años que no lleva teloneros), entre aclamaciones y cientos de flashes de cámaras, salen al escenario los artistas: primero sus músicos de refuerzo para el directo desde 1977, los americanos Daryl Stuermer (bajo, los solos de guitarra más jodidos) y Chester Thompson (batería); detrás, Mike Rutherford, guitarra y bajo, alto y cadavérico, melena y barba, todo elegante en su traje de enterrador/Lord Byron; Tony Banks, camiseta negra y melenilla gris, músico puro y reconcentrado que jamás levanta la vista del teclado; Phil Collins, voz y batería, con el poco pelo rapado al uno, barba de tres días y enfundado en un chándal de rapero, oficiando una vez más esa transformación de doctor Jekyll a Mr. Hyde en la que su popular personaje de tierno maullador romántico deja paso al histriónico frontman de su banda de rock de toda la vida, la evolución natural de su papel de antiguo batería payaso junto a Peter Gabriel, un auténtico espectáculo de chistes (en francés macarrónico pero poco importa, ya habíamos oído la mayoría), muecas y gesticulaciones con los que compensa el clásico hieratismo escénico de sus compañeros; si en algo se le nota el peso de los 56 años es en que ahora corre menos por el escenario y en que en alguno de los temas más lentos la voz le patina un poco; paradójicamente, en las canciones de rock el viejo Phil suena más duro y potente que nunca, ese (para algunos) fascinante contraste entre la suavidad de la voz y la fuerza y el tono de la música que tan poco ha aprovechado en su carrera en solitario.

Y los tíos se portan porque siguen casi tres horas de concierto; liberados del peso de ningún nuevo disco de estudio que vender, se permiten un viaje por todas las épocas y estilos, recuperando temas que quedaron enterrados hace décadas bajo las capas de nuevo material no siempre mejor pero sí más puesto al día: rock guitarrero, felices himnos pop, líricos temas pastorales, baladas de baja tensión… Entre tanto cambio de piel más o menos afortunado, entre tanto eclecticismo abrupto, la llama original del sonido Genesis se mantuvo siempre en sus partes instrumentales, esos largos desarrollos en los que, libres de innecesarias letras tontas y de servidumbres de formatos, se soltaban la melena demostrando lo que realmente hacían mejor: alrededor de las majestuosas melodías de Banks, Rutherford enseñaba a Iron Maiden cómo se tocaba el bajo y el salvaje Collins, relampagueante y genial, se ganaba su reputación como uno de los mejores baterías del mundo. La perfecta canción de tres minutos puede ser tanto o más difícil de crear que la más ambiciosa ópera rock pero canciones perfectas de tres minutos las hay a millones (los propios Genesis han despachado unas cuantas) y en cambio muy pocas que se parezcan a Ripples, Domino o Firth of Fifth. Al contrario que Pink Floyd, Yes o Emerson, Lake & Palmer, a Genesis nunca se les subió a la cabeza la pomposa etiqueta de “rock sinfónico”; jamás ejercieron, más bien al contrario, de divos ni de artistas virtuosos, y tal vez por eso, pese a todo el dinero y la fama de sus buenos tiempos, hoy su música, como la de tantos otros viejos reyes de los escenarios, corre grave riesgo de caer en el olvido; entre tanto, en este verano en el que todo lo viejo vuelve (porque sólo los carrozas compran entradas mientras la generación i-pod se basta y sobra con lo que se baja de internet) algunos agradecemos la ocasión de haber podido escuchar por fin en vivo, tan frescos como el primer día, (veinte o treinta años no es nada), esos temas exuberantes y poderosos, efervescentes, imaginativos, exultantes y melancólicos, la música intemporal de un grupo que siempre fue mucho más que la suma de sus partes.

Y como esto ha quedado un poco largo, otro día con más tiempo hablaremos de París.

Bajo las estrellas

Bajo las estrellas es la parábola del hijo pródigo vuelto al hogar trasladada al enclave cinematográficamente virgen de Estella y protagonizada por un simpático inútil, eterno adolescente jetas, interpretado con gran humanidad por Alberto San Juan, quien un día se tiró al mal camino, puso tierra de por medio para hacer carrera en Madrid y no volvió a mirar atrás mientras su vida en la gran urbe se iba hundiendo en el mal rollo y la mediocridad, tocando la trompeta por las tascas y con una arpía de novia, cínica y cizañera, que le come la moral (todo un contraste con esas campechanas gentes de la Navarra profunda, siempre con la verdad por delante, bien sea para darte un abrazo fraternal o una somanta de hostias si les mentas el tema vasco…)

Con algún que otro elemento de chiste para los de casa o de criptoensayo a lo Caro Baroja sobre las peculiaridades antropológicas navarras, ese toque local que busca lo universal en lo particular (un pueblucho de otro siglo en el culo del mundo, verdadera reserva espiritual al que se diría que jamás llegaron movistar o la transición), dota a la historia de un distintivo humor costumbrista y un agradecido naturalismo exótico raramente visto en el cine patrio, más cercano a un John Sayles que a un Moncho Armendáriz, tono de cine independiente USA amplificado por la estilizada puesta en escena del debutante Félix Viscarret (excelentes fotografía y montaje, pegadiza banda sonora con banjos y un Enrique Morente cantando en inglés puntillo freak “Stella by Starlight”)

Viscarret y sus actores (San Juan, Emma Suárez como la ex yonki, Julián Villagrán como el hermano medio santo / medio loco) hacen un gran trabajo dando vida y credibilidad a este grupo de personajes magullados por la vida peligrosamente al borde del estereotipo. Lástima de un guión que les traiciona en el último tercio, cortando por lo sano cualquier apunte de complejidad para forzar un desenlace previsible y oportunista que esta historia de la redención del desarraigado cabeza loca no termina de ganarse. El conjunto, sin embargo, lo salva el verdadero corazón de la película, ese improbable relato de amistad entre un adulto inmaduro y una niña lacónica y asilvestrada forjada en torno a un paquete de cigarrillos.

Enlaces:

http://www.notrofilms.com/bajolasestrellas/

http://www.imdb.com/title/tt0479221/