miércoles, 28 de mayo de 2008

Un paso atrás para la humanidad


Muy desalmado hay que ser para poner a parir Cosmos, la ópera prima de un joven director que encima es paisano; hay algo casi enternecedor en la torpeza de este largometraje con un par de ideas prometedoras pero que arrastra todos los defectos del cortometrajista primerizo. Me digo que el chaval apunta maneras, que la parte visual no la lleva mal y que con un coguionista decente y un reparto más profesional quizá llegue a hacer algo la próxima vez. Luego busco algún dato sobre el tal Diego Fandos en internet, leo que estudió guión y dirección en Praga, que ha ganado concursos de relatos, que trabaja de realizador de spots, que se declara influido por Kafka y Kundera y que tiene 37 AÑAZOS, y se me cura de repente tanta magnanimidad y confieso que no había pagado dinero por ver una película tan mala desde que estrenaron Primer Caballero.

La idea de un empresario vasco (Ramón Barea, lo mejor con diferencia, casi lo único) que se ha pasado nueve meses secuestrado en un zulo se identifique en plan alma gemela con un astronauta ruso atrapado en la estación espacial Soyud era un arranque demasiado bueno como para echarlo a perder tan deprisa cruzándolo con 1) la historia de su odiado cuñado el ex jesuita Xavier Elorriaga (sujeto reservado que deja entrever sutilmente su melancolía declarando su intención de hacerse enterrador); 2) las aventuras de Euriane (Oihana Maritorena), una joven que acaba de heredar un bar y tiene su propio cuelgue a distancia con otro ruso, que a ratos ríe y a ratos llora, unas veces echa a correr aterrorizada porque piensa que la siguen y otras se para a hablar tan pancha con cualquier desconocido con apariencia de perturbado, una chica que, como se siente sola, se dedica a llamar a la gente por teléfono al azar a las dos de la mañana con tan buena fortuna que nadie la manda a la mierda; 3) la convalecencia de un francés ingresado en el hospital cuyo chichón protagoniza por su cuenta varios flashbacks.
La caracterización es un disparate y el argumento (realismo mágico, dolorosos secretos del pasado, gente solitaria, recuerdos de Leningrado y un facsímil del jersey de Evo Morales) avanza a ritmo de auto de choque, pero lo que la acaba de matar son esos diálogos de primero de taller de escritura que, si no fuera por los demás indicios que apuntan a que se trata de una película real (tiene escenas de sexo y títulos de crédito) habría jurado que eran un doblaje de Joaquín Reyes improvisando de un tirón. Que reírte te ríes, sí, pero también te lo puedes ver en casa…

domingo, 25 de mayo de 2008

Después de la última



Indiana Jones ha vuelto (en sí), y a punto ha estado de ser demasiado tarde, igual igual que cuando el pobre Tapón le hizo despertar de un antorchazo del sueño negro de Khali. Al final, sin embargo, todo ha acabado bien...

También es verdad que este es un regreso que no todo el mundo estaba pidiendo... En 1981 George Lucas y Steven Spielberg redefinían con En busca del arca perdida el moderno cine de aventuras y creaban un mito contra el que a estas alturas, con el refuerzo de la nostalgia, ni sus propios creadores pueden competir limpiamente. Las adiciones tardías a una serie son propicias a decepciones (El padrino III, las precuelas de Star Wars del propio Lucas...); la gente cambia, cuesta encontrar el tono y reconectar con la inspiración y el entusiasmo del principio, y además muchos estaban convencidos de que la cabalgada al galope dirección sol poniente de La última cruzada era el broche perfecto a la carrera cinematográfica del arqueólogo.

Así que Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal no es lo que muchos considerarían una película necesaria, salvo quizá Harrison Ford (actor carismático pero incapaz de fingir entusiasmo cuando se aburre y que llevaba casi veinte años sin quitarse la expresión de hastío, paseando como un sonámbulo por cintas mediocres de usar y tirar, y al que resulta que sólo le faltaba la adecuada motivación para revivir, y de que manera), y también esa minoría de espectadores que seguimos pensando que La última cruzada se parece demasiado a un remake del Arca perdida pasada por terapia familiar donde el show de Sean Connery disimula con algunos buenos gags el agotamiento del conjunto. Indiana Jones y la última cruzada presenta todos los rasgos de las secuelas débiles que se escriben por inercia: rigidez de la fórmula, ese reduccionismo al propio ombligo perdiendo de vista los referentes que le sirvieron de inspiración y la presencia confortable de un elenco creciente de secundarios cada vez más chistosos y cuya personalidad se reduce a un conjunto de tics y frases hechas –incluido el propio Indiana Jones, que consigue todos sus rasgos distintivos (sombrero, látigo, cicatriz en la barbilla y fobia a las serpientes) en una sola tarde de mucho stress.

Incluso los fans de la tercera entrega admitirán que Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (divertida, emocionante, entrañable, nostálgica y a la vez insólitamente imaginativa y fresca) ofrece un cierre bastante más redondo, un verdadero final del camino mucho más satisfactorio para el doctor Jones (¿y qué más tesoros podría buscar ya después de ésto?). Veinte años después, asombra lo bien que encaja en el canon este nuevo Indiana Jones puro y duro (sin intención alguna de revolucionar un género que ya puso en su momento patas arriba, sino tan solo de ser fiel a sí mismo y divertir a su público), y si el tono resulta algo distinto se debe tan sólo a la edad del protagonista (que gana en aplomo lo que pierde en velocidad) y a la evolución natural del paso del tiempo dentro de su mundo de ficción. Inútil buscar aquí apabullantes secuencias de efectos digitales al estilo de La momia (esta es una aventura de la vieja escuela en la que el personaje es siempre el protagonista de la acción, y esto nadie lo hace mejor que Steven Spielberg, capaz de coreografiar las escenas más endiabladas con la engañosa facilidad de un maestro) ni el menor intento de traerlo al gusto del día o modernizarlo salvo en lo que conlleva el salto de 1938 a 1957. La Segunda Guerra Mundial funciona como frontera entre la edad dorada de la aventura en exóticas tierras inexploradas y el mundo moderno sometido a la sombra cientifista de la era atómica, y la nuevas hazañas de Indiana Jones se ajustan brillantemente al cambio de contexto (desde la primera escena a ritmo de rock & roll que parece un descarte de American Graffiti). Y si En busca del arca perdida e Indiana Jones y el templo maldito eran el producto destilado de lo mejor de los seriales de aventuras de los años 30, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal roba directamente de la serie B de la guerra fría y todas sus paranoias sobre invasiones secretas, lavados de cerebro, suplantadores, quintacolumnistas y guerras que ya no se ganan con tanques y aviones sino que pasan a librarse en las mentes inocentes de los ciudadanos de cada bando.

Dicen que a Spielberg y Ford les costó dejarse convencer por esta idea de la calavera de cristal pero al final resulta que George Lucas tenía razón porque la mitología que la rodea (en parte real y en parte inventada, en parte moderna y en parte antiquísima, tan esotérica y absurda como cualquiera de las anteriores) encaja aquí como una emanación inevitable de la atmósfera de esa nueva era. El mundo de Indiana Jones, en lugar de anquilosarse, se mueve, se enriquece y se estira por los cuatro costados (crecen él y su historia, crecen su familia y su galería de secundarios –ni un solo rostro conocido salvo el de Ford en la primera hora de metraje) y hasta se atreve a saltar de género corriendo el riesgo de que a parte de su público se les atragante ver al doctor Jones envuelto en un expediente X en lugar de ser un buen chico y seguir con la persecución de reliquias judeocristianas. Tan divertida o más que La última cruzada sin necesidad de someter a sus personajes a una lobotomía, con un reparto realmente fantástico que tiene pinta de habérselo pasado en grande (Shia La Beouf, Ray Winstone, John Hurt, Jim Broadbent, la malvada Cate Blanchet y el regreso de Karen Allen para cerrar el círculo), con varias imágenes icónicas que pasan ya a las antologías de la serie, resulta difícil creer que cualquier fan de Indiana Jones no se lo pase en grande con La calavera de cristal. Si no es el caso, si le parece a usted que no tiene ni punto de comparación con las anteriores, que a esta aventura pulp de arqueólogos con látigo que se lían a puñetazos y buscan presuntos artefactos mágicos que al final funcionan le sobran chistes, le falta realismo e introspección psicológica y le cojea la estructura, hágase mirar los niveles de cinismo porque esta película por sí sola no le va a devolver sus ojos de cuando tenía diez años, también tiene que poner un poquito de su parte. Ya lo ha dicho mejor que nadie Harrison Ford: “Vosotros también sois veinte años más viejos, miraos al jodido espejo”.

domingo, 18 de mayo de 2008

Hombre en conserva


Los superhéroes, esos personajes absurdos, arquetipos distorsionados que protagonizan alambicadas mitologías para adolescentes con la profundidad emocional de una lenteja; como el ornitorrinco, suponen un accidente evolutivo de la cultura popular que si no existiera dudo mucho que nadie se molestara en inventar (al menos en su forma actual). Pero todo se les perdona cuando salen tan entretenidos como
Iron Man

Menudo sarcasmo la frase aquella del tío de Peter Parker, Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Lo cierto es que a estos vigilantes con pijamas de colores rara vez se les ha visto arrimando el hombro para combatir las verdaderas injusticias de este planeta, tan entretenidos como andan en su mundo de fantasía manteniendo oculta su identidad secreta, combatiendo al supervillano de turno y formando coaliciones entre ellos como en una tediosa parodia de alguna arcaica religión politeísta. El momento cumbre de su historia suele ser el relato-origen (cuando les pica la araña, les cae encima la tromba de rayos gamma o se caen en la marmita de pequeños) y sus primeros pasos para establecerse profesionalmente en un sector tan competitivo; a partir de ahí, las aventuras de cada cual se vuelven generalmente intercambiables y progresivamente rutinarias.

En EEUU los cómics de superhéroes han sido durante décadas sinónimo de cómic a secas: el duelo histórico entre DC comics y Marvel, como la división entre demócratas y republicanos, ha venido dando una ilusión de alternativa que barría bajo la alfombra el resto de opciones. Y ahora que sus ventas llevan años cayendo es el cine el que les viene a salvar gracias a la revolución de los efectos digitales que ha hecho posible trasladar a la gran pantalla sus fantasmadas a un precio razonable.

Iron Man es precisamente el estreno como productora independiente de Marvel Estudios (seguida en unos meses por Hulk 2, y más adelante por otros héroes de su catálogo en orden decreciente de popularidad). Y aunque puede que el hombre de hierro sea menos conocido que Thor o El Capitán América, resulta una estrategia inteligente comenzar el desembarco con uno de sus personajes menos traídos por los pelos, cuyos únicos superpoderes son su tremenda fortuna y su inigualable talento como ingeniero. Primo espiritual de Bruce Wayne, Tony Stark, heredero de una gran industria armamentística, es un capullo totalmente imbuido en esa vida de playboy millonario que el hombre de Gotham City solo finge llevar, hasta que una dura experiencia durante una visita a Afganistán le hace caerse del caballo y revisar su propósito en la vida y la de los juguetes que fabrica.

Y aunque su historia no deja de ser otro relato-origen tan surrealista e inverosímil como es costumbre en el género, el director Jon Favreau ha conseguido crear un producto ágil, divertido y emocionante, con cantidad de variaciones sorprendentes sobre el esquema base, y que además es de principio a fin el show de Robert Downey Jr. en la más perfecta fusión entre personaje e intérprete jamás vista en una película de superhéroes. Hace falta talento y carisma para conseguir soldar las piezas de un personaje tan imposible (genio, idiota, hedonista, hombre arrepentido y vengador justiciero), y que el resultado parezca tan ligero y natural como si el antiguo chico malo oficial de Hollywood se estuviera interpretando a sí mismo.

Es esa calidez humana (no hay más que echar un vistazo al resto de nombres del reparto: Jeff Bridges –calvo y con barba, irreconocible-, Gwyneth Paltrow, Terrence Howard) lo que la distingue y la eleva por encima de sus clichés y de otras cintas similares. Visualmente Iron Man es un producto hipertecnológico con lo último en efectos especiales y diseños futuristas (mucho más creíbles, por ejemplo, que los de Spiderman, y más vistosos que los de la realista Batman Begins), pero su material genético está repleto de cine clásico, de películas de aventuras de los años 30 tipo Errol Flynn (otro famoso borracho), screwball comedies (el romance latente entre Tony Stark, el frívolo heredero de buen corazón, y Miss Potts, su secretaria para todo), y esa ciencia ficción ingenua donde un capitalista emprendedor es capaz de arremangarse y hacerse en un pis-pás un supertraje para combatir al crimen. En conclusión, un plato completísimo y con un gusto excelente (para ser de lata).

lunes, 12 de mayo de 2008

Elegí (a un señor viejuno)


Elegy
, la última de Isabel Coixet, es una de esas películas que en el momento te dejan frío, luego van ganando posiciones en la memoria y a poco que te descuides acabas creyendo que te han gustado. Pero no, porque aunque es más original de lo que parece, le falta chicha, resulta demasiado esquemática y no termina de resolver el problema de un personaje central inmaduro y antipático.


Parece ser que Penélope Cruz estaba empeñada en levantar este proyecto desde que leyó la novela El animal moribundo de Philip Roth y se encontró con este personaje de una chica cubana que se enamora de un profesor en edad de jubilación alérgico al compromiso (y que se queda espantado de que ella pretenda ir en serio). Al profe en cierto punto iba a interpretarlo Al Pacino pero al final ha acabado siendo Ben Kingsley, y si esta relación entre Gandhi y la chica del Jamón no se lleva el premio a la pareja más improbable del año es solo porque Carla Bruni y Sarkozy han demostrado que la realidad siempre supera a la ficción, y porque de hecho la química funciona: ambos están estupendos, sinceros, intensos y vulnerables, sobre todo Kingsley, un pedazo de actor que ha tenido que tragar con incontables papeles alimenticios y que aquí se luce como el intelectual acostumbrado a deslumbrar a las jovencitas para seducirlas, un egocéntrico angustiado por su inevitable declive físico, incapaz de amar ni por consiguiente de creer en que nadie le ame a él.

Esta especie de versión agria de un estándar de Woody Allen se ramifica después en direcciones menos previsibles (la relación con su hijo, con su amante fija ocasional, la amistad con el personaje del gran Dennis Hopper, encargado de la nota humorística en una historia donde todo el mundo es tan terriblemente serio) y aborda temas graves e importantes pero se conforma con señalarlos y unir los puntos sin terminar de vestir una estructura que se queda en cerebral y descarnada. Como no he leído la novela y en general me gusta mucho la gafapasta de Coixet fuera de sus trabajos de encargo, prefiero echarle la culpa al guionista Nicholas Meyer que es quien firma la adaptación (y que tampoco sería la primera vez que la caga).

martes, 6 de mayo de 2008

Cinefagia 2008 (vol.1)

Como tengo muy abandonado el apartado de las noticias de cine, hoy, para compensar, amontonamiento y sobredosis (un poco rancias, además...)

Guillermo del Toro se va a pasar cuatro años en Nueva Zelanda bajo el ala productora de Peter Jackson rodando El Hobbit y esa misteriosa secuela intermedia que todos los implicados se niegan a llamar “puente” sino “una parte integral de la saga tan importante como las otras cuatro” (aunque a fecha de hoy aún no sepan exactamente de qué va a ir y se la tengan que inventar a partir de los Apéndices de Tolkien a El Señor de los Anillos). Minucias al margen, es una grandiosa noticia para todos los fans de la saga fantástica aunque sea al precio de dejarnos durante un lustro sin proyectos originales de un artista en el mejor momento de su carrera (a falta de ver hasta qué punto ha cumplido con Hellboy 2). Confirmado ya el regreso de Ian McKellen y Andy Serkis como Gandalf y Gollum (pero posiblemente no el de Ian Holm como el joven Bilbo por razones de edad), así como el del compositor Howard Shore y los ilustradores John Howe y Alan Lee para el diseño artístico, parece ser que la idea es cuidar al máximo la continuidad de tono y estilo, con la salvedad, ha declarado Del Toro, de que la Tierra Media aparecerá en estas precuelas como un mundo más inocente y mágico (tal como corresponde a una época dorada anterior al regreso de Sauron). Dicen que ya ha comenzado la replantación de Hobbitton; en palabras de Barney Gumble, “Oh, no, todo vuelve a empezar”)

Apurando fechas, apenas veinte días antes de que llegue a las salas, aparece por fin el trailer definitivo de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (aquí). ¿Exceso de confianza? ¿Desidia? El marketing de la secuela más esperada de los últimos veinte años está siguiendo un perfil tan bajo que en las próximas dos semanas van a tener que sudar tinta si quieren crear un mínimo de expectación fuera del círculo de los ya convencidos. Por mala que fuera, supongo que cuenta como promoción la entrevista que le hicieron a Harrison Ford en El País semanal de hace dos o tres números, plana, penosa y llena de errores, sobre todo en comparación con esta otra que colgaron por las mismas fechas en la versión on line de la revista Entertainment Weekly. Ahí un Ford relajado y con un sentido del humor de lo más malévolo habla de lo perfectamente cómodo que se siente a su años volviendo a encarnar al arqueólogo del látigo (cuenta que rehusó teñirse el pelo y se burla de los que no pueden soportar la idea de un Indiana Jones que envejezca con su intérprete (“Sí, ya lo he oido: Aaah, está viejo. Sí , ¿y qué pasa? Y vosotros también , miraos al jodido espejo”. Habla de cómo ha hecho tantas escenas de acción como en las anteriores gracias a los progresos de la técnica (ahora que los cables de seguridad se pueden borrar digitalmente), y de lo importante que es para él “contar la historia físicamente”. Habla del problema que le supuso en La última cruzada tener a Sean Connery, sólo 12 años mayor que él, representando a su padre, lo que le obligó a interpretar a Indy como mucho más joven para que la relación funcionara (uno de los muchos y enormes problemas de aquella cinta, porque Connery y Ford forman un gran dúo cómico pero ese tío con gesto de colegial pillado en falta apenas parecía el protagonista de En busca del arca perdida). “Le echamos de menos pero esta es una película distinta”, dice Ford. Me lo creo y le pongo una vela a Khali para que esta vez el doctor Jones pueda despedirse con una aventura a la altura de su leyenda...

El jueves se publicó con gran aparato la noticia de la muerte del dvd debido a que Apple había firmado con los estudios de Hollywood un acuerdo para poner a la venta en ITunes las películas simultáneamente a su edición en formato físico. Era inevitable tarde o temprano, pero luego uno mira la letra pequeña y llega a la conclusión de que los superexpertos consultados se han precipitado un poco y que este servicio no lo va a utilizar ni dios: la película comprada en ITunes (y por ahora sólo en EEUU) costará exactamente lo mismo que el dvd (16 $), a una resolución algo menor y sin extras de ninguna clase (cero ventajas y mucho más caro que una descarga pirata). Ahora bien, si extendieran el tema del alquiler a un precio razonable…

Gran Torino, la próxima película como actor y director de Clint Eastwood, contrariamente a los rumores del mes pasado, NO será una peli de Harry el sucio sino la historia de un anciano con un coche chulo que hace amistad con un chaval vecino (menos mal).

Finales de rodajes: El 19 de abril terminó el de The Imaginarium of Doctor Parnassus de Terry Gilliam, verdadera última película de Heath Ledger (qué pena tan grande cada vez que aparece una nueva imagen promocional del Joker en The Dark Knight). Como es sabido, en las escenas que Ledger no tuvo tiempo de rodar le han sustituido Johnny Depp, Colin Farrell y Jude Law (el personaje cambia de apariencia aprovechando una excusa mágica que al parecer encaja en el argumento de esta comedia fantástica). Mejor eso que cancelar el proyecto, supongo, ojalá que además el resultado valga la pena.
Por otra parte, el 27 de marzo terminaba la fotografía principal de Star Trek (09) de J.J. Abrams. Ahora, unos mesecitos de posproducción, y a esperar un año hasta el estreno (maldita Paramount y su estrategia de distribución para el verano).

No tengo ni idea de quién es ni de donde sale este tal Hancock, esta especie de superman alcohólico que interpreta Will Smith, pero este trailer tiene bastante buena pinta…
Aunque no tanto como este otro de Wall-E, lo próximo de Pixar ahora metidos en la ciencia ficción. Dirige Andrew Stanton, el de Buscando a Nemo. Y por hoy yo creo que ya es suficiente.

sábado, 3 de mayo de 2008

Historia viviente


Que no os engañen sus canas, sus gafas de pasta ni su imparable verborrea de simpático abuelete italoamericano: Martin Scorsese es un rockero de corazón (y que ahí donde le veis, en sus buenos tiempos llegó a meterse en el cuerpo tanta mierda como el mismísimo Eric Clapton). En 1973 el neoyorkino revolucionaba con Malas calles el concepto de banda sonora entrelazando canciones contemporáneas con el ritmo y la atmósfera de cada escena, y ya por entonces incluyó en ella dos temas de los Rolling Stones (que nunca habían sonado mejor).

Fan del grupo desde siempre, Scorsese cuenta que toda su vida había querido rodar Shine a light, que él ya la había hecho en su cabeza hace cuarenta años aunque sólo ahora haya podido concretarla y capturarlos en vivo. Pero la película que él imaginó en su día y la que nos llega ahora no pueden ser realmente la misma por mucho que compartan el mismo objeto; ni él es ya aquel joven director anfetamínico, ni es el mismo el (espectacular) despliegue de medios a su alcance, ni (sobre todo) significa lo mismo el mito de los Stones en 2008 que lo que podía representar en 1970 (cuando, por cierto, algunos los daban ya por acabados).
El tiempo, que ha afilado los rasgos de sus componentes, ha suavizado en cambio las aristas de la banda hasta convertirla en una institución de lo más respetable (como el propio Sir Mick), un espectáculo con sexo, droga y rock´n roll para toda la familia, abuelitas incluidas, y si no no hay más que verles recibiendo antes del concierto con profesionalidad exquisita a la madre de Hillary Clinton y al resto de su séquito sin dejar traslucir en absoluto el menor resquicio de irreverencia o descojone (al saludar a esa señora que en los 60 probablemente les hubiera atizado con el bolso; ¿qué piensan realmente de semejante circo? Imposible penetrar bajo la coraza).

Los Stones, aunque no la banda de rock más longeva en activo, es desde luego la más famosa y la que más directamente ha tenido que bregar con esa peliaguda cuestión que los músicos de géneros nacidos antes del siglo XX han resuelto hace tiempo: ¿cómo debe envejecer sobre el escenario una estrella de rock? Su respuesta (pese a las arrugas que convierten sus rostros en un estudio de las edades del hombre digno de Da Vinci) sigue siendo no darse por enterados... Mick Jagger juega todavía bajo los focos a ser el mismo chico malo, escandaloso y provocador que rivalizaba en titulares con los Beatles, moviéndose, saltando y bailando a sus sesenta y cuatro años como un verdadero demonio, en una demostración de energía tan antinatural que obliga a pensar que tiene que haber vendido su alma a cambio como poco. Sus compañeros se lo toman con más calma y se limitan a tocar con una eficacia impropia de su frágil apariencia, Keith Richards sacando partido irónico a su propia decrepitud de bucanero zombi del Caribe, Ron Wood manteniéndose en el discreto segundo plano que le corresponde como novato (sólo lleva treinta años con ellos), y Charlie Watts viéndolo todo y no diciendo nada tras su batería con la mirada perpleja de un jazzman millonario todavía sorprendido de seguir atrapado con el resto en esa burbuja eterna de tiempo plastificado. La música, una mezcla del repertorio más obvio con temas menos conocidos, suena poderosa pero extrañamente desconectada de unos intérpretes que llevan toda su vida tocándola y que tan poco tienen ya en común con aquellos chavales que la crearon. Es una impresión subjetiva pero las canciones de los Rolling Stones 2007, salvo en momentos puntuales, apenas me transmiten otra cosa que su voluntad de sobrevivir a toda costa, y la extraordinaria disciplina a la que se someten para seguir siendo la misma banda que siempre han sido (y ese distanciamiento no lo rompe la cámara por muy en medio del meollo que se meta).
El documental es, en un 80%, un concierto filmado con verdadero alarde de virtuosismo, cantidad de cámaras moviéndose entre los músicos como si fueran invisibles, fantásticamente fotografiado y montado, a lo que se añade un breve making of inicial (donde podemos ver otra vez a Scorsese repitiendo su aclamado personaje del spot de Freixenet) y breves insertos de entrevistas de archivo de la banda para dar alguna perspectiva sobre de dónde vienen y hacia donde van (que a estas alturas ya no puede ser muy lejos). Algún dia la última gira de los Stones será la última de verdad y la película de Scorsese quedará como un valioso testimonio, lo más parecido a un simulacro perfecto de lo que fue su última época. De ella han dicho que es superficial, un ejercicio de estilo que no termina de emocionar, pero para mí que ha captado perfectamente la esencia actual del grupo y si de algo peca es de un exceso de respeto y objetividad; me quedo con las ganas de saber qué es lo que piensa realmente Scorsese hoy día sobre ellos y qué conclusiones ha sacado al respecto.