sábado, 28 de febrero de 2009

Duda razonable


No sé quien decía que en último extremo acabas conociendo mejor a ciertos personajes de ficción que a tu propio padre. Que la realidad es siempre fragmentaria y elusiva y carece de narrador, mientras que la ficción tiene propósito y significado y al final, más o menos, encajan las piezas del cuadro completo. Y aún así, después de ver La duda, salimos todavía con menos certezas de las que entramos: ¿Ha ocurrido realmente algo entre el padre Flynn (Philip Seymour Hoffman) y el monaguillo? A falta de indicios, ¿de donde nace la convicción moral de la hermana Aloysious (Meryl Streep) acerca de su culpabilidad? Peor todavía: caso de haber sucedido algo, ¿no será peor en este caso su remedio que la enfermedad?

La acción transcurre en 1964 en el colegio católico de St. Nicholas, en el Bronx (Nueva York), y la religión, por supuesto, juega un papel esencial en toda esta historia. Esa especie de super relato mítico que contiene todas las soluciones cómodamente reunidas en un solo tomo (por algo hablan de las religiones del Libro), iluminando a los creyentes con la verdad revelada, en la práctica está bien lejos de dejarlo todo resuelto. No sólo está el problema de encontrar respuestas que sostengan la fe en un mundo tan lleno de maldad, confusión y amargura (el primer sermón del padre Flynn se refiere directamente al desaliento general tras el asesinato de Kennedy el año anterior). Incluso dentro de la ortodoxia católica hay espacio para versiones irreconciliables, visiones incompatibles sobre Dios, la religión y la existencia, y así somos testigos del choque de trenes entre el tradicionalismo tridentino de la directora del colegio (severa, espartana, apegada al ritual, inculcando por su propio bien el temor de Dios a alumnos y monjas) y la por entonces recién estrenada línea Vaticano II del padre Flynn, un catolicismo más cálido y compasivo, que borra las distancias entre sacerdote y seglar, conviviendo con mayor naturalidad y humildad con el mundo.

A ojos de la hermana Aloysius (verdadera monja-soldado variante sargento de hierro excepto por los tacos), el afable padre Flynn es demasiado humano para el alzacuellos, frívolo y mundano, impropio del oficio que desempeña. Para el cura, ella es una fanática intolerante y una reliquia de otra era por fortuna ya superada. El director y dramaturgo John Patrick Shanley (adaptando su propia obra de teatro) juega con las simpatías y antipatías iniciales del espectador para descolocarlas introduciendo la acusación de pederastia, negándose a dictar sentencia o a dar respuestas definitivas tipo quien es el bueno y quien el malo. Puede que el padre Flynn tenga vicios peores que echarse tres terrones en el café o que sea víctima de una injusta caza de brujas por motivos más que dudosos. Puede que la hermana Aloysius no sea el ogro que aparenta sino que simplemente cumpla su cometido lo mejor que sabe y conoce, asumiendo el papel de poli malo de sus profesoras en un colegio por lo demás bastante feliz, con su alumnado mixto y su función de navidad con sus risas y canciones. Y puede que su increíble seguridad en sí misma y en su propio instinto no sea más que pura fachada (la vemos en su momento de mayor desconcierto charlando con la madre del niño supuesta víctima del abuso, incrédula y horrorizada ante el punto de vista de esa mujer trabajadora negra y pobre, tan incompatible con su paradigma interiorizado sobre el bien y el mal, “Es el único que ha sido amable con él”). Los niños necesitan una figura de autoridad que los meta en vereda pero esos pequeños demonios huelen el miedo y la hermana Aloysius tiene, seguramente, muchísimo miedo (ella sabrá por qué).

Como puede suponerse, con tantas ambigüedades La duda no es precisamente, una película policiaca. Provocadora, original, bastante teatral (con muchas escenas de diálogo para dos actores), espléndidamente interpretada (casi todo el reparto salvo Hoffman era este año candidato a un Oscar), aquí hay densidad y sustancia para discutir largo y tendido.

lunes, 23 de febrero de 2009

Pe Winner


Podéis decir lo que queráis de la película pero Penélope se merecía toda la ronda de premios que le han caído por Vicky Cristina Barcelona (y más vale que se ha llevado también el oscar porque si no, para algunos, habría sido igual que si no hubiese ganado nada). Por fortuna, todo acabó bien y Javier y ella ya tienen la parejita (que, lo mires como lo mires, es una cosa bastante extraordinaria).

lunes, 16 de febrero de 2009

Ceremonia lacónica: Oscars 2009 parte 1


Peter Gabriel no cantará este domingo en la ceremonia de entrega de los Oscar tras enterarse de que sólo disponía de sesenta y cinco segundos para defender su canción Down to Earth (que quizá hayáis oído sobre los fabulosos títulos finales de WALL-E, y con la que acaba de ganar un Grammy).
Los productores de la gala, que cada año que pasa reúne menos audiencia y nunca baja de las tres horas y media, han decidido cortar por lo sano y reducir la presentación de las tres canciones originales (la de Gabriel y las dos de Slumdog Millionaire: Jai Ho -de A.R. Rahman y Gulzar y O Saya -de A.R. Rahman y Maya Arulpragasam) a un popurrí que no supere los cuatro minutos.
"No creo que sea tiempo suficiente para hacer justicia a la canción, así que he decidido no actuar" ha dicho Gabriel. "Respeto el derecho de los productores a remodelar su show y estoy deseando verlo. Pero aunque los autores de canciones son unos participantes muy secundarios en el proceso cinematográfico, están igual de comprometidos y trabajan tanto como el resto del equipo y lamento que esta nueva versión de la ceremonia se haya creado, en parte, a expensas suyas. Aún así, estaré encantado de asistir".
Peter ha sido exquisitamente diplomático porque una medida tan absurda apesta a una mezcla de desesperación y despiste total. Los ensayos de la gala (que presentará Hugh Jackman) deben de estar saliendo catastróficos...

Independientemente de que se lleve o no algo el domingo, la canción de WALL-E es el primer tema fresco que publica en mucho tiempo este artista mítico y disperso que mantiene a sus fans permanentemente desconsolados y famélicos, que tardó diez años en terminar su último disco de estudio y cuando lo empezó daba el tipo de galán maduro pero al concluirlo era la reencarnación del mago Merlín. Justo ayer descubría otra jugosa migaja de su parte, esta versión que acaba de grabar del tema de los neoyorkinos Vampire Weekend Cape Cod Kwassa Kwassa. El chiste (o la excusa para apropiársela) está en que en la canción se invoca el nombre de Peter Gabriel (aunque la original suene más bien a Paul Simon en Graceland). Y Peter se automenciona como ordena la letra aunque después mete una pequeña morcilla: "It feels so unnatural to sing your own name".


sábado, 14 de febrero de 2009

Los Simpson cambian de cabecera

Coincidiendo con su paso a la alta definición, este domingo en EEUU Los Simpson estrenan nuevos títulos de crédito (la primera vez que los cambian desde 1989).
No están mal, supongo... Tampoco especialmente bien (muy parecidos pero con demasiados personajes nuevos a los que odio chupando plano). También entiendo que, si el cambio de formato obligaba a rehacerlos, no tenía sentido dejar pasar la ocasión de ajustarlos a lo que es la serie hoy día. El chiste del sillón es patético pero eso va por rachas.

lunes, 9 de febrero de 2009

Qué sabrá usted si sólo es la madre


El viejo Clint todavía guarda cartuchos en su recámara y a estas alturas ya no se molesta en filmar trabajos menores. El intercambio, su última película como director (y no actor) es un sensacional cuento gótico de horror ambientado en la soleada Los Ángeles de los felices años 20. Christine Collins (Angelina Jolie), madre abandonada con un niño de nueve años que se gana la vida como supervisora de una centralita de teléfonos, vuelve tarde una noche y no encuentra a su hijo en casa.

Pasan meses de angustia y desesperación, el niño no aparece, no hay pistas, y la madre, que no puede imaginarse un tormento peor, cae de pronto en una pesadilla kafkiana cuando el corrupto departamento de policía de la ciudad, presionado por la opinión pública para encontrar al chaval desaparecido, le entrega a un crío que ellos le aseguran que es su hijo. “Está usted alterada, confusa, son muchas emociones, por supuesto que es él, los niños cambian tan deprisa…”.
Eastwood hace trabajo admirable recreando de manera transparente, sin menor énfasis exhibicionista, la California en la que él mismo iba a nacer un par de años más tarde, pero lo que queda de El intercambio no son los decorados, los coches o el vestuario, sino la forma en la que capta los aspectos más insidiosos de la mentalidad de una época aún no tan lejana, cuando las mujeres eran consideradas por principio imbéciles o menores de edad necesitadas de marido o tutor, cuando su integridad y su vida no valían nada sin un hombre en el que apoyarse, y menos en una ciudad donde la policía era el principal sindicato del crimen. En un estado de indefensión absoluta, resulta demasiado fácil quitarse de encima a una loca que no para de armar jaleo con lo de su hijo.
Como en todo cuento de terror, los personajes son arquetípicos (los villanos despiadados, la heroína inquebrantable, el viejo bondadoso que acude en su auxilio, y una extensa galería de extras de aspecto siniestro y cadavérico, por no hablar del segundo niño) pero todos (salvo quizá el cura juramentado contra la corrupción institucional de John Malkovich, que a primera vista no termina de dar el tipo) realizan su función de manera extremadamente eficaz y convincente. La legendaria economía narrativa de Eastwood te cuenta exactamente lo que necesitas saber sobre cada uno para seguir el relato, y hay mucho que contar.
La trama, basada por lo visto en hechos reales, es sorprendente, inquietante y mucho más retorcida de lo imaginable, provoca espanto e indignación, incluye una de las escenas de ejecución más horrorosas que recuerde, da pie a una gran interpretación de Angelina Jolie (la mejor que le haya visto, completamente inbuida del espíritu de los años 20), Clint la dirige como dios y, si no se empeñara últimamente en componer él solo la música de sus películas (el síndrome de Amenábar) podríamos estar hablando de una obra maestra.

Wyoming, Media Hero


Adelantándome al autojuicio que se hace mañana Wyoming en El intermedio, aquí van tres argumentos a favor de la defensa en el famoso caso del video de la becaria:

1 El marketing viral es la publicidad de los pobres: Los que no tienen pasta para traerse a Will Smith a hacer el chorra en su programa se buscan la vida como pueden. Objetivo conseguido: record de audiencia y proclamación de su existencia a todo tipo de público que jamás se había acercado a El intermedio (aunque luego, para fidelizarlos, lo que cuente sea el trabajo del día a día).
2 La venganza: Wyoming es un tío duro que lleva años sonriendo y poniendo la otra mejilla cada vez que le atizan (es más, tiene su propia sección en el programa, “Todo sobre mi madre”, donde repasan los últimos insultos que le han dedicado: pesebrero, sectario, progre de mierda, feto sin gracia, etc; no se rompen mucho la cabeza). Nunca se había dignado a contestar pero, hace cosa de un mes, El intermedio cometió el error de emitir unas imágenes donde el director de Intereconomía (esa extraña cadena de televisión que envía matones a sueldo para evitar que entrevisten a Carlos Fabra) imitaba con toda la gracia de un sargento borracho de la legión a la vicepresidenta De la Vega (que en su versión era una lesbiana contagiosa loca por arrastrar a todos los niños de España a la depravación moral y sexual). La cadena digital contraatacó con insultos y ataques personales, El intermedio se los tomó a cachondeo, y la cosa fue escalando hasta que el tal Xavier Horcajo pasó a meterse con los colaboradores de Wyoming: Esa Beatriz Montañez no era quien para darle a él lecciones de ética periodística porque no era más que una puta (sin pronunciar la palabra, por supuesto, porque él, al contrario que otros, es un caballero). Intuyo que esa fue la gota que selló el destino del pobre imbécil.
3 La función social: los medios tradicionales se irritan mucho con las bromas de La Sexta (lo último, lo del Follonero y la señora del boleto de lotería) aunque no les parecía tan mal cuando la única víctima era Aquí hay Tomate, por entonces todo el mundo asumía que el programa de Telecinco recibía lo que merecía por zafio y canalla. Pero la tomatización es un cáncer que se está infiltrando por toda la profesión (la presión del mercado y la competencia, las prisas, la necesidad de grandes titulares sensacionales con los que rellenar la próxima entrega, y ahora, la crisis). Las secciones de sociedad y espectáculos de El País (un diario en general bastante escrupuloso) hace mucho que reproducen alegremente cualquier rumor de Internet y publican como noticia cierta (sin citar fuentes) la primera chorrada que se inventen los tabloides ingleses. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que esa actitud relajada se filtre a las consideradas secciones serias?
Pero mucho peor que la frivolidad o la desidia es la mala fe: El tal Horcajo dice que ni siquiera se puso en contacto con El intermedio porque “¿qué iban a decir?” (pues, por ejemplo, su versión de los hechos). Afirma que el contenido le resultó creíble dada la catadura moral del individuo. Falso: si aceptó entusiasmado el vídeo de Troya fue porque era una bomba increíble, un testimonio que destruía la imagen pública de Wyoming, su reputación de simpático hombre de izquierdas, un arma demasiado buena como para no utilizarla.
La información contrastada es lo único que diferencia al periodismo de verdad de un puto blog o de cualquier rumor que se extienda por los foros de Internet. Sin periodistas profesionales nos volvemos ciegos y sordos y la democracia se queda indefensa contra los abusos y la manipulación del poder. Bromas como esta hacen la función del hacker que entra en las computadoras del Pentágono para probar sus defensas (certificando su cochambroso estado). La asociación de la prensa de Madrid, en lugar de salir a ponerle verde, debería haber dado una medalla a Wyoming por desenmascarar a ese impostor facineroso. Como no ha sido el caso, habrá que suponer que sus responsables han conseguido el carnet de periodista en el mismo sitio que él. Pues estamos apañados.

Goyas con cabeza



Casi pleno a mi quiniela de los Goya (menos El truco del manco, pero porque no la he visto). Por una noche hubo justicia en el mundo, y además valió la pena ver la ceremonia en directo por los sketches de los chicos de Muchachada Nui (cómo se escogen realmente los Goya, la tertulia de actores premiados, el experto en adaptar best sellers, la aparición del hombre elástico y mi favorito, el productor ideal del cine español), abriendo boca para la inminente tercera temporada del programa. Carmen Machi no presentó nada mal, y los que dicen que hizo de Aida sin duda a esas horas estaban ya como una cuba.

domingo, 1 de febrero de 2009

Porca miseria



Viendo Gomorra me preguntaba qué habrán pensado los italianos de esta película, por lo visto una de las más taquilleras de 2008 en aquel país. ¿Se habrán quedado conmocionados o les habrá parecido una siniestra fábula de ciencia ficción, la heroica denuncia de un tumor social o una publicidad de muy mal gusto sobre una región que tiene sus problemillas como cualquier otra, poco menos que un insulto para todos aquellos napolitanos que viven y trabajan honradamente sin acordarse demasiado de la existencia de la Camorra?

Como es sabido, Roberto Saviano, el periodista autor de la novela en la que se basa, ha tenido que huir de Italia amenazado de muerte; por otra parte, se ha publicado que los propios mafiosos estaban haciendo negocio con la película vendiendo copias piratas de nula calidad. Parece muy italiana esa mezcla de tragedia y de farsa, ese sincretismo para funcionar a la vez en dos realidades paralelas sin hallar contradicción, sin que la sordidez situacional les arruine el negocio y la fantasía.
Pero Gomorra, de Matteo Garrone, es un docudrama de fealdad y miseria sin pizca de fantasía, que presenta a Nápoles como una ciudad del Tercer Mundo en medio de Europa, sin nada que envidiar a las peores fabelas de Brasil. Cuenta varias historias entremezcladas que dibujan un panorama apocalíptico de violencia, corrupción, abandono y falta de expectativas en el que gente perfectamente corriente simplemente vive adaptada a lo que le ofrece su entorno.
Dos adolescentes capullos que desprecian a los adultos y piensan se van a comer el mundo, en su caso al estilo de Tony Montana en El precio del poder; una guerra de bandas que pilla por medio a un gris chupatintas de la mafia encargado de repartir la pensión mensual a las familias de los muertos o encarcelados; el hijo de la tendera del barrio que quiere hacer carrera en la organización: el sastre de una empresa de alta costura explotado por su jefe (en una industria intervenida por la Camorra) que recibe una oferta de unos chinos para que les enseñe en secreto a imitar sus modelos; un honorabilísimo empresario que se dedica a gestionar los vertederos de la ciudad, enterrando residuos tóxicos que envenenan y matan de cáncer a los habitantes de los alrededores.
Pese a ciertas irregularidades de ritmo entre historia e historia, y a la falsa apariencia de simultaneidad entre relatos que necesariamente deben transcurrir en épocas distintas, Gomorra es una película fascinante, un viaje estremecedor a un submundo donde crimen, la corrupción, el clientelismo y la miseria moral son la norma y han destruido cualquier atisbo de sociedad entre humanos. Tan solo un par de destellos de dignidad personal la salvan de resultar completamente desoladora.