domingo, 18 de abril de 2010

El drama de la emigración


Se acaba sin ruido Muchachada Nui. Cuesta creerlo pero el último de los celebrities (Kirk Cameron cristiano renacido) ya no tendrá ocasión de presentar el programa porque toda la panda desmonta los trastos y se traslada a los verdes pastos de Antena 3 Neox (donde quiera que quede eso) con un “proyecto de sitcom”.
Están cansados, supongo. Los albaceteños llevan haciendo más o menos las mismas chorradas desde 2002, cuando nacieron con periodicidad mensual como La hora Chanante en Paramount Comedy, y por lo visto se sienten solos e incomprendidos en una parrilla donde aparentemente la cuota de humor joven e irreverente la cubren de sobra las aventuras del Tío de la Vara en La hora de José Mota.  Su salto a la tele pública fue una apuesta del equipo del dimitido Luis Fernández para rejuvenecer la audiencia de la 2 (todo encajaba: los Monty Python españoles en nuestra variante local de la BBC). De aquel proyecto de rejuvenecimiento nunca más se supo (sobre todo tras el fracaso en audiencia de Plutón Verbenero de Alex de la Iglesia) y Muchachada arría ahora la bandera de esa otra TVE posible, hoy convertida en una casa de los líos en plena crisis presupuestaria y de identidad.

Su humor naif, escatológico y absurdo, repleto de referencias ochenteras y chocante jerga manchega, nunca ha arrasado en audiencias convencionales, su público no es de ese mundo y prefiere seguirlos en internet o comprarse los dvds de la temporada (yo mismo soy testigo de que cada navidad hay tortas en los grandes almacenes por hacerse con ellos). Si Los Simpson a nivel mundial han marcado la forma de entender el humor de toda una generación, no sería exagerado decir que la panda de Joaquín Reyes ha conseguido ya algo muy parecido a nivel local, un fenómeno de culto cuyos efectos se han ido filtrando poco a poco por osmosis al mainstream, alterando irremediablemente el uso generalista de la parida. El príncipe Felipe se declara fan de Enjuto Mojamuto, el propio Mota (con el que comparten a Flipy como productor, y que en tiempos de Cruz y Raya lo mismo tomaba apuntes de Martes y trece que de Faemino y Cansado) se ha mimetizado bastante con el tema del humor manchego, y el cine ya empieza a explotar el inmenso potencial para hacer el cretino de Julián López y Carlos Areces (y el otro día Nacho Vigalondo amagaba con hacer un largo con Ernesto Sevilla a partir del sobrecogedor sketch del Monologuista Mierder).

Pero el público friki es tan voluble como el que más, le tira la novedad, se acaba aburriendo de todo y hay quien desde el tercer programa de la Hora Chanante viene anunciando que estos muchachos ya no tienen ni puta gracia, que se repiten, que están acabados. Mentira cochina: el programa final de la temporada pasada, presentado por Pérez-Reverte y Javier Marías en plan Dos hombres y un destino, fue seguramente lo más gracioso que han hecho en su vida, seguido este año por el de Pedro Duque y su cuñado con su parodia de 2001, una odisea del espacio. En la cuarta temporada los ha habido flojicos (Xuxa, Grace Jones, Navratilova...) y sublimes (Mickey Rourke, Luis Cobos, Isabel Coixet, Miss Peggy, Kim Jong-iI, el último de Almodóvar) más o menos en la proporción habitual, con sketches tan fantásticos como El interrogatorio, Ágorer, Aerofagia, Diario de un escándalo (el profe de plásticas con cola de Son Goku), Horas extraescolares, La convención, Ginés lo ha vuelto a hacer, el monologuista mierder, Yes We Can o Ciorán, sin ninguna señal de decadencia salvo ese empecinamiento en repetir una y otra vez el chiste de los osos (que sólo tuvo gracia la primera vez pero por lo visto a Flipy le encanta: siempre he sospechado que fue culpa suya que se hundiera la Azotea de Wyoming).

Pero quizá sea mejor así: una vez que la mutación chanante ha cumplido su misión de extender por doquier su semilla aberrante, tal vez sea hora de que Joaquín Reyes, Ernesto Sevilla, Julián López, Raúl Cimas y Carlos Areces cierren el chiringuito y pongan en marcha otra historia que vuelva a dejarnos a todos con el culo torcido.
¿Será Antena 3 Neox el sitio más adecuado? ¿Y precisamente con una sitcom? Habrá que confiar en que saben lo que están haciendo, pero si no les funciona, siempre les queda el pobre Kirk Cameron esperando en el congelador. Eso, o las películas...

lunes, 5 de abril de 2010

Uso excesivo de la Fuerza

Los hombres que miraban fijamente a las cabras es una comedia a medio cocer, que no tiene muy claro qué quiere ser de mayor y que mientras tanto juega a mimetizarse con otras aunque salga perdiendo en la comparación.

Nos dicen que esta historia sobre una unidad secreta del ejército USA iniciada en los poderes místicos de la mente (telekinesis, telepatía, invisibilidad, incluso aquello de atravesar las paredes) se inspira en hechos reales, que su creación fue autorizada en los 80 por Ronald Reagan (californiano crédulo y gran fan de Star Wars) por miedo a que los soviéticos les tomaran la delantera en la guerra parapsicológica. Seguramente hay una gran película por hacer con ese argumento pero ni el director Grant Heslov ni el guionista Peter Strauhan terminan de acertar con el tono ni la manera de contarlo. Sostenida por la voz en off del personaje de Ewan McGregor (alter ego del autor del libro-reportaje que le sirve de base), este periodista pardillo, tras tropezar por casualidad en Irak con el jedi en la reserva que interpreta George Clooney, despacha lo más original y jugoso de la función en una serie de viñetas al más puro estilo suplemento dominical, intercalando la crónica de la ascensión y caída del Ejército de la Nueva Tierra (el grupo especial creado a su vuelta de Vietnam por Bill Django -Jeff Bridges-, el militar más hippy de todos los tiempos) con sus propias desventuras actuales en zona de guerra junto al veterano soldado chiflado, peripecias que parecen una versión en clave de farsa otra película bastante mejor de Clooney, Tres reyes.

Los hombres que miraban fijamente a las cabras es una comedia que se esfuerza demasiado, que no termina de confiar en el potencial para el absurdo de su premisa y se parapeta detrás de guiños, muecas y referencias fáciles que esgrime a diestro y siniestro como amuletos mágicos de la risa. ¿Hacía falta que Ewan McGregor -Obi Wan Kenobi en las precuelas de La guerra de las galaxias- hiciera como que no sabe de qué le hablan cuando Clooney se describe a sí mismo como un jedi? Y ya puestos, ¿hacía falta repetir la palabrita cada cinco minutos?
Si ya es malo que McGregor recupere en clave de parodia (pero casi igual de soso) su papel de joven aprendiz de los caminos de la Fuerza de La amenaza fantasma (algo así como cuando un Marlon Brando en plena caída libre salió imitando a Don Corleone en El novato), peor es que su caso no sea el único: con unos personajes apenas intuidos, abandonados en crudo a los actores para que ellos los rellenen con su carisma y su currículum, George Clooney se dedica a poner las mismas caras de tonto que ha practicado con mucha más fortuna en varias películas de los Coen y el mismísimo Jeff Bridges acaba completamente desaprovechado en una especie de caricatura desangelada de su memorable colgado de El gran Lebowski.

Que sí, que a ratos te ríes, y es curiosa y no está mal hecha, y hasta tiene algún apunte de mala uva, cierto intento de sátira sobre la muerte del sueño hippy (ese cuento de una República que crea un cuerpo de caballeros jedi y los acaba disolviendo cuando se entrega al Lado oscuro y se convierte en Imperio) pero con estos actores y ese material de partida la mediocridad del resultado no puede dejar de decepcionar.