viernes, 30 de julio de 2010

3. The boxman


El episodio piloto más caro de la historia de la televisión comenzaba como el video de desastres más grande jamás filmado (gancho perfecto para los usuarios de youtube y los fans de Michael Bay): una escena dantesca rodada en tiempo real, los restos de un avión en llamas en una playa, gritos, muertos y heridos por todas partes... Nuestro alter ego el médico heroico echa a correr requiriendo ayuda, atendiendo a los más graves mientras ignora su propio costado sangrante. Entre los hierros retorcidos, todavía sin nombre y en estado de shock, se agitan los personajes que un día llegaremos a conocer mejor que a nuestro propio padre: el gordo voluntarioso, el jubilado calvo, la chica de las pecas, el padre con el crío, el chulo guaperas, la pareja oriental, el rubio siempre en medio, el árabe, la muchacha embarazada...

El espectador se va haciendo una primera composición del tipo de serie que será LOST cuando termine el despliegue de efectos especiales y toque ajustarse el cinturón: un grupo de personajes heterogéneos obligados a convivir a la espera de un rescate que nunca llega, una historia de supervivencia y amistad, altruismo y egoísmo, amor y celos, choque de voluntades y filosofías en los bellos paisajes naturales de Hawaii... En el mejor de los casos, Robinson Crusoe o El señor de las moscas. En el peor, Supervivientes. Y algo de eso habría pero no sería más que la punta del iceberg...


Entonces el piloto (del avión) es alzado en volandas por un monstruo al que nunca vemos y su cadáver arrojado hecho trizas contra los árboles. Fin de la primera parte.

Esa brusca irrupción del elemento fantástico representa la primera ruptura de las expectativas de las innumerables que constituirán la esencia de LOST, la primera vez que el desconcertado espectador se plantea en serio la pregunta de Charlie al ver el cadáver del oso polar: “Tíos, ¿pero dónde estamos?”.

Precisamente de eso se trata, de no saber.
En una conferencia de 2007, J.J. Abrams (que para entonces hacía ya un par de años que había dejado la serie totalmente en manos de Damon Lindelof y Carlton Cuse) comparaba el misterio con una caja cuyo contenido ignoramos. Esa caja cerrada que no hay forma de abrir es un catalizador de la imaginación, pura esperanza, potencial, posibilidades infinitas. En sentido metafórico Abrams la utiliza constantemente como narrador: en lugar de enseñar demasiado y revelar al instante toda la información, retenerla; sugerir, aguijonear la curiosidad del espectador.

Él no llega a decirlo pero la caja misteriosa de Abrams es la antítesis del acceso instantáneo, la gratificación inmediata y la sobredosis de información de la era de internet (la oscuridad del misterio contra la pantalla deslumbrante). Frente a la alegre anarquía planetaria de voces e imágenes sin filtro de la red, se alza, tan tieso y anacrónico como un poste de telégrafos, el arrogante narrador de toda la vida que en un universo de spoilers pretende todavía escoger el ritmo y la forma de contar su propio cuento. O quizá sean las propias historias las que se han vuelto anacrónicas, reemplazadas por un flujo instantáneo de puras sensaciones. Como apunta el mismo Abrams, todas las historias son de alguna manera historias de misterio, todas dosifican su información, todas ordenan su material para conseguir alguna clase de efecto, en todas existe siempre un filtro subjetivo, es sólo una cuestión de grado y del tipo de efecto que se pretende provocar.

La estricta historia de misterio suele comenzar con un teaser o primera jugada sorprendente (ej. aparece un oso polar corriendo por la selva) cuyo objetivo es deslumbrar al espectador para captar su atención, generar el misterio cuya solución es la historia completa que explica ese hecho o imagen y que el narrador, cruelmente, se niega a desvelar al instante. Puesto en tensión, en el mejor de los casos el espectador abandona su actitud de receptor pasivo y se enzarza con el autor en un duelo de búsqueda y ocultación para tratar de descubrir la verdad por su cuenta, rastreando pistas, atando cabos, formulando teorías... En suma, imaginando.
La historia de misterio es, simplemente, la clase más interactiva de historia y la Isla de LOST es una inmensa caja llena de ellas, un no-lugar creado para que convivan los monstruos y los milagros, donde las reglas de lo que consideramos posible se ponen en pausa para que pueda ocurrir cualquier cosa. Es decir, donde se pueda contar cualquier tipo de historia, incluso las que transcurren en cualquier otro tiempo o lugar.

A través de sus famosos flashbacks (que actúan como auténticos hipervículos que la desdoblan en decenas de series diferentes) LOST lleva a la práctica la vieja idea de que cada historia no es sino el punto de partida de otras muchas historias posibles; todos los personajes, desde los protagonistas al último secundario, guardan en su pasado, si no la posibilidad de un culebrón completo, al menos material suficiente para su propia tv movie de la semana, una serie dentro de la serie de la que cada cual es la estrella absoluta. Series de toda condición y género, tan poco comerciales como las crónicas de un genuino torturador iraquí o un drama romántico en clave de serie negra íntegramente hablado en coreano, u otras de tanta tradición televisiva como la del valiente médico que obra milagros en el hospital mientras su vida personal se cae a pedazos, o la de la fugitiva de la justicia perseguida por un poli implacable que va de dura pero que se para a ayudar a cualquiera.

Pero hay más: la tradición es muy importante para una serie que se pinta a sí misma como un enano subido a hombros de gigantes, un eslabón más en una larga cadena de mundos imaginarios entre los que cita a menudo a Alicia en el país de las maravillas / A través del espejo y El mago de Oz (y La Divina Comedia, El paraíso perdido o Star Wars), donde cada libro que los personajes hojean funciona como una apostilla para la acción, donde se echa mano de la mitología judeocristiana, egipcia, griega y budista, de la física relativista, la mecánica cuántica y la teoría de los juegos, que está plagada de personajes bautizados en honor de científicos, filósofos, escritores y seres de ficción; casi no queda rincón de la historia de la cultura y civilización humanas hasta el que de un modo u otro LOST no haya extendido sus tentáculos sin que la cara de poker de sus responsables trasluzca cuáles de esas conexiones son simples homenajes, cuáles pistas falsas y cual la clave de algún misterio. O acaso la mayor pista de todas sea en sí misma el hecho de que la historia de la Isla funciona como pantalla de inicio para una red infinita de textos y relatos sencillamente inabarcable para un simple mortal.

Demasiadas coincidencias como para ser casualidad: por mucho que el sentido común y la experiencia de tantos proyectos estrellados en la cuneta nos digan que es imposible crear deliberadamente un fenómeno mediático, hay razones para sospechar que J.J. Abrams y Damon Lindelof estaban tratando de generar un modelo inédito de ficción 2.0, una respuesta intencionada a la pseudorealidad en directo, los videojuegos y las nuevas formas de ocio de internet que amenazaban con reducir las series de televisión a un puñado de programas de medicos y polizontes y algunas exquisiteces para minorías en canales de pago. LOST es una estructura inacabable de vínculos y enlaces, un entramado de historias a imagen y semejanza de la red de redes (donde encontraría su ecosistema natural traicionando así, para salvarla, a la pantalla del televisor), una obra abierta de complejidad en aumento hasta rozar las dimensiones de un mapa 1:1 del mundo que iba a explotar por sí misma como juego colectivo en internet, donde los espectadores más curiosos acabarían por encontrarse para colaborar y compartir información, hallazgos, opiniones y teorías, cooperando para desenterrar entre todos los misterios que los guionistas habían puesto tanto celo en ocultar, esos misterios que eran como una hidra de muchas cabezas a la que por cada una rebanada brotaban dos.

Pero entre el juego y el relato abierto existe todavía una sutil distancia, una necesidad extra de sentido. Acabada oficialmente la partida, todos esos espectadores desilusionados que (en lugar de seguir cavando por su cuenta) esgrimen a grito pelado una lista con sus misterios favoritos sin contestar, seguramente lo que más echan de menos es esa única respuesta general y metafísica que debiera englobarlas a todas, el significado último de este universo de ficción. Que el final de la serie se limite a concluir con una apoteosis de emociones la peripecia vital de sus protagonistas, sin tratar de dotar siquiera de un mínimo de cohesión narrativa a esa extraña gimkana de seis años plagada de desvíos, pausas, avances y retrocesos, de episodios y momentos más o menos gloriosos o brillantes pero donde el conjunto vale menos que la suma de sus partes, tan sólo acaba por irritar más a sus detractores.

Sería irónico haber esperado tanto tiempo la gran revelación final, la clave unificadora que iluminara el conjunto y lo llenara de sentido, para después no reconocerla cuando se tiene delante; todo por esa manía de confrontar mentalmente personajes y misterios cuando en la práctica son tan inseparables como el sujeto y el verbo.


Como si los protagonistas de la serie hubieran acabado siéndolo por puro azar, como si los poderes de la Isla que controlan mágicamente su destino no los hubieran arrastrado hasta allí con toda deliberación para que sucediera algo con ellos, o como si sus anfitriones no hubiesen dispuesto ese escenario exclusivamente en su honor y en el de los espectadores que les seguían. Los pasajeros del vuelo 815 de Oceanic Airlines, supervivientes a duras penas de sus propias historias, cada cual con su propio muerto a cuestas que no hay manera de enterrar, un pasado aplastante lleno de angustias, secretos y errores que parecen condenados a repetir una y mil veces, han llegado a la Isla para ser probados, para descubrir quienes son y qué quieren realmente, para recrear a una nueva escala las pautas autodestructivas que los encadenan y encontrar (no sin ayuda) un camino para escapar de ellas o para morir en el intento. Porque, por obvio que parezca afirmarlo, en LOST la vida de cada personaje, lo que le ocurre antes y después de llegar a la Isla, son tan sólo partes de una misma historia, y ya se encarga el propio lugar de que lo sean.

Parte 3 de 8
Texto completo en pdf, aquí: 

Entradas anteriores:
1. The Long Con, 2. We're going to need to watch that again

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