Una vieja historieta que acabo de remasterizar. Vale que no tiene mucha gracia pero es lo mejor que tenía para homenajear al protagonista...
lunes, 16 de mayo de 2011
martes, 15 de febrero de 2011
Qué es un rey para ti (la película)
El discurso del rey es un drama histórico competente y entretenido que se ve con gusto por mucho que pretenda colarnos un bonito cuento de superación personal (a mitad de camino entre Rain Man y My Fair Lady) como una especie de precuela de la extraordinaria The Queen de Stephen Frears y Peter Morgan.
No obstante, las simpatías que en principio podría despertar la película de Tom Hooper (especialmente Geoffrey Rush y Helena Bonham-Carter) se van disipando a toda leche conforme se la ve arrasar con su muy británica flema en todas las galas de premios dejando en la cuneta a trabajos de muy superior categoría, y aquí alguno la empieza a mirar de mala manera como a la Una mente maravillosa de esta temporada.
El cine de época, y la ficción histórica en general, tienen de su parte un prejuicio cultural favorable: que, además de distraer, informan y educan, que son más que un entretenimiento porque, como dicen los Hermanos Pizarro, enseñan deleitando.
Como si el resto de ficciones pudieran escapar de ser (tanto o más que las históricas) reflexiones acerca de la realidad; como si los relatos basados en hechos reales no fueran, en el fondo, casi igual de imaginarios. Más todavía: de esa plaga de miniseries españolas de la que venimos disfrutando en los últimos años podría concluirse que la Historia reciente no es más que un conjunto de franquicias durmientes a la espera de ser explotadas gracias al reconocimiento de marca de ciertos nombres populares con morbo.
Quien quiera historia, que se imprima la wikipedia: El discurso del rey, como es su obligación, falsea los hechos como le viene en gana para llevar el relato al terreno de la fábula que pretende contar. Fábula construida sin mucha sutileza en torno a las vidas paralelas de dos hombres en principio tan opuestos como el futuro rey Jorge VI de Inglaterra (Colin Firth, tartamudo y acomplejado) y el dicharachero terapeuta del habla australiano que le salvará del público bochorno ante el micrófono (Rush).
He aquí a dos veteranos de guerra, devotos padres y esposos, ambos con problemas de dicción que obstaculizan su vocación (Lionel Logue no consigue papeles de rey shakespeariano en el teatro amateur inglés debido a su acento australiano mientras que el Duque de York no puede cumplir con sus obligaciones protocolarias como miembro de la familia real por culpa de su tartamudez) y ambos sin título para ejercer aquello que mejor saben hacer (Logue no es médico y el príncipe no es el heredero al trono) pese a que los dos superan en cualificación a los titulados oficiales. Tanta coincidencia que nada más natural que el monarca y su súbdito de ultramar terminen reconociéndose como almas gemelas y acaben amigos para siempre.
Sus diferencias, si acaso, se limitan a cómicos roces por asuntos de etiqueta y modales, las típicas de una especie de película Disney de imagen real donde todo el mundo es bueno salvo el cretino que abdica y el truculento Arzobispo de Canterbury de Derek Jacobi. Llegan las confesiones, aumenta la intimidad en el trato y aún así se nos escamotea un genuino e inevitable choque de culturas, de prejuicios, valores y puntos de vista en conflicto entre estos dos mutuos alienígenas, a falta del cual los personajes nunca terminan de saltar del papel, de definir su identidad y alcanzar sustancia plena. Podemos admitir quizá que se nos haya contado todo lo esencial de Lionel Logue pero no cabe duda de que nos hemos quedado sin saber que piensa de la vida y de su propio lugar en el mundo esta versión imaginaria del papá de la reina Isabel.
Aquí parece haber moraleja, una conclusión democrática de cajón, esa de que un ser humano vale más por aquello que es capaz de hacer que por el origen que tenga o los títulos que le adornen. Ciertamente Logue es un gran terapeuta que ayuda a pacientes a los que los médicos oficiales han dado por perdidos. Pero ¿Y el rey? ¿Qué hace exactamente el rey?
El hombre sufre mucho por su problema, sigue por la cuenta que le trae un tratamiento que le causa algo de bochorno, no se mete en política (ve a Hitler dando un discurso y sólo se fija en lo bien que se expresa el hombrecillo iracundo) y, sobre todo, huye como alma que lleva el diablo del ejemplo de su hermano Eduardo VIII, un llorón pronazi que descuida sus deberes y lo deja todo por una americana divorciada. Eso sí, Logue le llama “el hombre más valiente que he conocido”. Tendremos que confiar en su palabra.
Jorge V, el padre del tartamudo y del débil de carácter, comenta con disgusto que por culpa de los nuevos medios de masas la familia real se ha convertido en una troupe de actores, y esa parece la reflexión más profunda sobre la monarquía de la que es capaz la película. Ser rey es hacer el papel de rey (lo que quiera que esto signifique) y no tropezar con la lengua o con los muebles. Así, la gran escena legitimadora de Jorge VI, la lectura radiada a las puertas de la II Guerra Mundial de unas palabras escritas por otro a las que apenas presta atención, tan concentrado como está en superar las dificultades técnicas de su interpretación, termina representando un triunfo de la forma sobre el fondo solo comparable a una final de OT. Quien sabe, quizá El discurso del rey tenga más mala baba de lo que aparenta...
domingo, 6 de febrero de 2011
Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros
Esta es, tal cual, la carta que acabo de enviar a la Defensora del lector de El País:
Buenos días, acabo de leer su columna de hoy dedicada al lamentable asunto del twitter de Vigalondo. Como usuario de esta red social que vivió en directo el desarrollo del incidente, al tiempo que suscriptor desde hace años de El País, me sentí confuso e indignado con el comunicado del día 3 en el que su diario se desvinculaba del cineasta, en concreto con esa línea que dice "el periódico considera inaceptables e incompatibles con su línea editorial los comentarios vertidos por el realizador". Es decir, dando a un chiste de humor negro categoría de artículo de opinión capaz de quebrantar la línea editorial y los principios del diario. De hecho, concediendo entre lineas que algo había de cierto en las interesadas acusaciones de antisemitismo (“cuando el río suena”, etc).
El humor, y más el humor negro, se mueve en un terreno resbaladizo, que a unos les puede divertir y a otros ofender o escandalizar pero solo un estúpido o un malvado sería capaz de interpretar literalmente las palabras de Vigalondo, como por lo visto ha hecho El Mundo y el ínclito Jimenez Losantos, aprovechando el caso como munición en su particular guerra de medios. Tiene delito que ustedes mismos publicaran hace apenas unos días un reportaje sobre humor y corrección política ( "No pongan corsé al humor") en relación a la polémica de los Globos de Oro presentados por Ricky Gervais. Chistes sobre el Holocausto, Auschwitz, cámaras de gas, etc, se vienen haciendo desde hace décadas por parte de cómicos de todo el mundo, muchos de ellos judíos, sin la menor connotación antisemita. No hay insulto, perjuicio ni víctima en esta clase de chistes, ninguna connotación xenófoba ni nada que ver con “chistes sobre pederastia, violencia de género y otras lacras que han causado y causan un enorme sufrimiento”, como afirma usted. “El dolor marca la frontera”, añade. Efectivamente, el humor negro es una de las pocas formas en las que la mente humana puede tratar mínimamente de conservar la lucidez ante el horror inimaginable de aquellas atrocidades.
Hoy leo que su director ha declarado: “Hay límites que no se pueden traspasar, y en este caso, los chistes superaron claramente la línea roja. No tienen defensa posible. Constituyen un insulto a los judíos y a cualquier persona honesta. En el humor, habrá cuestiones en las que se pueda discutir dónde esta el límite, pero con las expresiones utilizadas en esta ocasión sobre el Holocausto, una tragedia que costó la vida a millones de personas, no se pueden mantener ambigüedades.”
Esto, además de manifiestamente falso (existen miles y miles de chistes sobre esa misma materia, véase Woody Allen, Sacha Baron Cohen, South Park...), es un insulto a Vigalondo y a cualquier lector con un mínimo de comprensión lectora.
“Hay una línea moral que EL PAÍS y sus lectores tienen muy clara y que se ha traspasado. Con el cese de la campaña hemos querido disolver cualquier duda que pudiera haber al respecto y ofrecer disculpas a quienes se hubieran sentido ofendidos", termina el señor Moreno. Pues bien, no sé a qué lectores espera complacer con su desafortunada respuesta pero a mí, sin ir más lejos, me ha ofendido gravemente. Me ofende que se envuelva en grandes palabras y principios morales; me ofende esa contundencia absoluta y rotunda que no viene a cuento en un asunto de naturaleza claramente opinable; me ofende que invoque líneas rojas morales para lo que no es sino una polémica en un vaso de agua, una decisión empresarial pura y dura, entregar la cabeza de uno de sus colaboradores para resolver un potencial problema de imagen hinchado y manipulado por sus competidores.
Quizá al director de El País, tan pendiente de la economía, la política y las noticias “de verdad”, todo esto le parezca una simple anécdota irrelevante, un asunto de frikis de internet y cuatro chalados de las redes sociales. Yo, por el contrario, pienso que la hipocresía es el peor delito que puede cometer un medio de comunicación progresista y por consiguiente desde este momento anulo mi suscripción.
Un saludo
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viernes, 7 de enero de 2011
Año nuevo, dudas y arqueología
Feliz 2011, hipotéticos lectores desatendidos. En tanto que termino de decidir si le doy o no definitivamente carpetazo a este blog errático y lleno de baches, en recompensa por vuestra paciencia aquí os dejo la que fue mi felicitación navideña de 2005, una animación en flash plagada de errores de principiante pero que a mí al menos todavía me hace cierta gracia (ah, las locuras de juventud).
La felicitación de este año, en cambio, no pienso colgarla de momento. Los que tenían que verla ya la han visto (y si a alguno no le ha llegado, me la puede pedir a mí).
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