Esta es, tal cual, la carta que acabo de enviar a la Defensora del lector de El País:
Buenos días, acabo de leer su columna de hoy dedicada al lamentable asunto del twitter de Vigalondo. Como usuario de esta red social que vivió en directo el desarrollo del incidente, al tiempo que suscriptor desde hace años de El País, me sentí confuso e indignado con el comunicado del día 3 en el que su diario se desvinculaba del cineasta, en concreto con esa línea que dice "el periódico considera inaceptables e incompatibles con su línea editorial los comentarios vertidos por el realizador". Es decir, dando a un chiste de humor negro categoría de artículo de opinión capaz de quebrantar la línea editorial y los principios del diario. De hecho, concediendo entre lineas que algo había de cierto en las interesadas acusaciones de antisemitismo (“cuando el río suena”, etc).
El humor, y más el humor negro, se mueve en un terreno resbaladizo, que a unos les puede divertir y a otros ofender o escandalizar pero solo un estúpido o un malvado sería capaz de interpretar literalmente las palabras de Vigalondo, como por lo visto ha hecho El Mundo y el ínclito Jimenez Losantos, aprovechando el caso como munición en su particular guerra de medios. Tiene delito que ustedes mismos publicaran hace apenas unos días un reportaje sobre humor y corrección política ( "No pongan corsé al humor") en relación a la polémica de los Globos de Oro presentados por Ricky Gervais. Chistes sobre el Holocausto, Auschwitz, cámaras de gas, etc, se vienen haciendo desde hace décadas por parte de cómicos de todo el mundo, muchos de ellos judíos, sin la menor connotación antisemita. No hay insulto, perjuicio ni víctima en esta clase de chistes, ninguna connotación xenófoba ni nada que ver con “chistes sobre pederastia, violencia de género y otras lacras que han causado y causan un enorme sufrimiento”, como afirma usted. “El dolor marca la frontera”, añade. Efectivamente, el humor negro es una de las pocas formas en las que la mente humana puede tratar mínimamente de conservar la lucidez ante el horror inimaginable de aquellas atrocidades.
Hoy leo que su director ha declarado: “Hay límites que no se pueden traspasar, y en este caso, los chistes superaron claramente la línea roja. No tienen defensa posible. Constituyen un insulto a los judíos y a cualquier persona honesta. En el humor, habrá cuestiones en las que se pueda discutir dónde esta el límite, pero con las expresiones utilizadas en esta ocasión sobre el Holocausto, una tragedia que costó la vida a millones de personas, no se pueden mantener ambigüedades.”
Esto, además de manifiestamente falso (existen miles y miles de chistes sobre esa misma materia, véase Woody Allen, Sacha Baron Cohen, South Park...), es un insulto a Vigalondo y a cualquier lector con un mínimo de comprensión lectora.
“Hay una línea moral que EL PAÍS y sus lectores tienen muy clara y que se ha traspasado. Con el cese de la campaña hemos querido disolver cualquier duda que pudiera haber al respecto y ofrecer disculpas a quienes se hubieran sentido ofendidos", termina el señor Moreno. Pues bien, no sé a qué lectores espera complacer con su desafortunada respuesta pero a mí, sin ir más lejos, me ha ofendido gravemente. Me ofende que se envuelva en grandes palabras y principios morales; me ofende esa contundencia absoluta y rotunda que no viene a cuento en un asunto de naturaleza claramente opinable; me ofende que invoque líneas rojas morales para lo que no es sino una polémica en un vaso de agua, una decisión empresarial pura y dura, entregar la cabeza de uno de sus colaboradores para resolver un potencial problema de imagen hinchado y manipulado por sus competidores.
Quizá al director de El País, tan pendiente de la economía, la política y las noticias “de verdad”, todo esto le parezca una simple anécdota irrelevante, un asunto de frikis de internet y cuatro chalados de las redes sociales. Yo, por el contrario, pienso que la hipocresía es el peor delito que puede cometer un medio de comunicación progresista y por consiguiente desde este momento anulo mi suscripción.
Un saludo
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