miércoles, 29 de agosto de 2007

Caótica Ana

Ana no es ninguna mística. Ana empieza en una cueva y acaba entre los rascacielos de Manhattan. Ana es una salvaje feliz e inocente a la que el conocimiento del mundo no le hará más feliz. Ana es una espontánea chica de Ibiza, hija de un taciturno ermitaño alemán, con un talento para la pintura que llama la atención de la mecenas Charlotte Rampling, y también, de alguna manera, es todas esas otras mujeres muertas por la violencia del hombre. Ana es pura vida, la fuerza primigenia femenina y a la vez es y no es la hermana muerta de Julio Medem a la que va dedicada la película, y sólo él puede saber hasta qué punto...

Ni caso a los que dicen que Medem se pierde en crípticos laberintos y se va por las ramas de sus pajas mentales; Caótica Ana es su película más sencilla y directa y está llena de luz y calor. Más poética que la serie Heroes o que El protegido de Shyamalan, es el relato del origen de una heroína con un corazón tan grande como un mundo que crece y descubre que lleva sobre sus hombros el peso del planeta y todos sus siglos de horror y crimen, y también una historia sobre el sentido de la vida habiendo muerte, sobre la herencia y la suma de la memoria.
Impresionante la naturalidad de la debutante Manuela Vellés, constantemente expuesta al ojo de la cámara, la fragilidad y la fuerza de su mirada, y muy bien también la cantante Bebe, que poco a poco se va haciendo también con su carrerita de actriz. Medem nos muestra las pinturas de su hermana, se las atribuye a esta otra Ana y les da literalmente vida en una película visualmente arrebatadora y con una banda sonora étnica con vocalista femenina a cargo de Jocelyn Pool (Eyes Wide Shut, El Mercader de Venecia) que sería disco de oro si la gente comprara estas cosas.

En una escena de Caótica Ana sale Antonio Vega cantando Agarrate a mí María de Los Secretos (con aspecto extrañamente saludable). El director y él, cada uno en su campo, tienen mucho en común: Julio Medem es una de las voces más personales del cine español, un artista con la sensibilidad a flor de piel y un universo propio, apasionado y enigmático, que en el tiempo que ha estado fuera ha aprovechado para reformar tirando algunos tabiques para que corra el aire…

lunes, 27 de agosto de 2007

¡Woody escribe!


Que me tenga que enterar por la portada de El País del domingo de que aparece otra colección de relatos de Woody Allen... Pura anarquía, dieciocho nuevos cuentos que publicará en septiembre la editorial Tusquets y una noticia que para nosotros, sus más o menos incondicionales, supone un acontecimiento a la par con una reunión entre Dios y Moisés para lanzar una actualización del Arca de la Alianza; la lectura en mi más tierna adolecencia de Cuentos sin plumas, volumen que reunía sus (hasta ahora) tres) colecciones de relatos aparecidos en la prensa neoyorquina (Como acabar de una vez por todas con la cultura, Sin plumas y Perfiles) fue el empujón definitivo que me convirtió a la secta de El Hombre Más Gracioso Del Mundo Cuando Quiere.

Sólo que el autor hace muchos años que dejó de intentar simplemente “ser gracioso”. Anda que no ha llovido desde que Allen publicó su última recopilación: acababa de rodar su primera comedia de parejas, Annie Hall, y estaba a punto de abandonar definitivamente su periodo absurdo (Toma el dinero y corre, Bananas, Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar, El dormilón, La última noche de Boris Grushenko) para entrar con Recuerdos (Stardust Memories) en los experimentos de los 80 que le llevarían a “novelas filmadas” como Hannah y sus hermanas o Delitos y Faltas, tendiendo después a asentarse en un formato de comedia más clásico con incursiones puntuales en el drama o el thriller (y últimamente, en plena fase de exilio europeo).

Ninguno de estos cambios, para bien o para mal, se refleja en los dos relatos breves en exclusiva para ese diario que venían de propina con la noticia (Así comió Zaratustra y Tirar demasiado de la cuerda), los cuáles podrían ser perfectamente un par de muestras recuperadas de sus parodias culturales de los 70 (respectivamente: a) Un artículo sobre el descubrimiento de un libro de recetas de Nietzsche. b) El intento de aplicar de los últimos conceptos de la física moderna a una jornada de trabajo en la oficina). No están mal, tienen su gracia, pero en esa misma línea los tenía ya mejores y la primera impresión es que no ha sudado mucho la camiseta (aunque lo extraordinario es que haya tenido siquiera tiempo de escribirlos a ese ritmo que lleva de una película por año).

¿Dos de dieciocho hacen una muestra representativa? Los críticos norteamericanos y los usuarios de Amazon han puesto al nuevo libro bastante bien, dicen que resiste las comparaciones, así que mantendremos un cauto optimismo. Entre tanto, ahí van unos cuantos fragmentos copiados y pegados (donde se comprobará que el humor de Woody no es para todos los gustos):


“No hay nada como el descubrimiento de una obra desconocida de un gran pensador para provocar un gran revuelo en la comunidad intelectual y hacer que los académicos vayan de acá para allá a toda prisa, como esas cosas que uno ve cuando mira una gota de agua por el microscopio. En un reciente viaje a Heidelberg para procurarme unas raras cicatrices de duelo del siglo XIX, me topé precisamente con un tesoro de esa clase. ¿Quién habría pensado que existía el libro Sigue mi dieta de Friedrich Nietzsche? Si bien su autenticidad podría antojarse un pelín sospechosa a los puntillosos, la mayoría de quienes han estudiado la obra coinciden en que ningún otro pensador occidental ha estado tan cerca de reconciliar a Platón y el dietista Pritikin.”


“Ningún filósofo se acercó siquiera a resolver el problema de la culpabilidad y el peso hasta que Descartes dividió en dos mente y cuerpo, para que el cuerpo pudiera atracarse mientras la mente pensaba: "¿Y qué más da? Ése no soy yo".


“Ésta es una cena para el Superhombre. Que los que viven angustiados por los triglicéridos y las grasas saturadas coman para complacer a su pastor o a su nutricionista, pero el Superhombre sabe que la carne veteada, los quesos cremosos, los postres suculentos y, cómo no, muchos fritos es lo que comería Dionisos, si no tuviera siempre resaca y vómitos”

(Así comió Zaratustra)


“De vuelta en mi despacho, con la luz del sol entrando a raudales por la ventana, pensé que si de pronto estallaba nuestro gran astro dorado, este planeta saldría volando de la órbita y surcaría el infinito por los siglos de los siglos: otra buena razón para llevar siempre el móvil encima. Por otro lado, si algún día yo pudiera circular a una velocidad superior a 300 mil kilómetros por segundo y volver a capturar la luz nacida hace siglos, ¿podría retroceder en el tiempo al antiguo Egipto o la Roma imperial? Pero ¿qué iba a hacer allí? Prácticamente no conocía a nadie.”


“Así pues, me acerqué al campo gravitacional de la señorita Kelly y sentí vibrar mis cuerdas. Sólo sabía que deseaba envolver sus gluones con mis bosones de gauge débil, introducirme por un agujero de gusano y pasar por un túnel cuántico. Fue entonces cuando me paralicé por el principio de incertidumbre de Heisenberg. ¿Cómo podía actuar si era incapaz de determinar su posición y velocidad exactas? ¿Y si de pronto yo provocaba una singularidad, es decir, una ruptura devastadora en el espacio y en el tiempo? Son tan ruidosas.”

(Tirar demasiado de la cuerda)

sábado, 25 de agosto de 2007

Viva lo rancio: Grindhouse Parte 1


Si no fuera por la implicación de Tarantino en el asunto, posiblemente habría pasado de Planet Terror porque:

a) Casi todas las pelis cutres y en mal estado que he visto en mi vida las he visto en TV o en VHS, así que todo ese rollo de la nostalgia del terror basura en programa doble de sala de barrio, con copias hechas polvo y chiquillería vociferante partiéndose el culo con cada descuartizamiento, me resulta una experiencia extraterrestre (si acaso, por buscar equivalentes, alguna peli de Disney o Tarzán en un cine de verano, en sesión para todos los públicos a precios populares y desde luego, válgame dios, nada de sexo y terror).

b) Robert Rodríguez es un director mediocre y efectista, aunque con notable energía y ambición visual, las cuales, unidas a su gusto por el pastiche y el cine de género, a veces producen resultados interesantes pero casi siempre no (porque sus personajes son siempre caricaturas y estereotipos, dibujos animados en forma real sin rasgo humano reconocible que envuelva al espectador en sus peripecias, cine palomitero al cien por cien, chorros de adrenalina a piñón fijo) y en sus gamberradas conjuntas con Tarantino (que es un freak de manual pero además un auténtico genio, probablemente el autor más relevante surgido en el cine americano en los últimos 20 años), ha habido de cal y de arena: Abierto hasta el amanecer era brillante pero irregular (las luchas contra los vampiros son de vergüenza pero el reparto, el baile de Salma con serpiente y los diálogos de Quentin la sostienen estupendamente), y Four Rooms era una peli de sketches con muy poca gracia y todos los defectos de una peli de sketches...

Pero resulta que las limitaciones de Rodríguez han encontrado en Planet Terror el proyecto ideal para convertirse en virtudes, y que ésta puede ser perfectamente su mejor película junto con Abierto… y Spy Kids (Spy Kids, sí, qué pasa). Muy lejos de ser perfecta (la ha escrito él y muchos de los chistes no son más que paridas) esa imperfección es precisamente parte de su encanto, una peli sin ninguna pretensión épica ni esas horteradas estilísticas en las que le encanta regodearse: pura acción y diversión al estilo artesanal de la escuela de John Carpenter pero en una nueva receta superconcentrada que es todo fibra (hasta se finge la pérdida de un rollo de película para ahorrarse esos tediosos interludios en los que los personajes se conocen en la calma que precede a la tormenta).

Planet Terror es, por abreviar, una peli de zombis para adolescentes en el polo opuesto de la seriedad alegórica de 28 semanas después (aunque compartan una escena exactamente igual), un pastiche setentero de una larga noche de casquería y matanzas con ametralladoras, gogós en bikini, lesbianas en fuga, militares renegados y más secundarios graciosos que en Aterriza como puedas. De entre el reparto coral destacan dos actores televisivos, Rose McGowan, chica muy mona que por lo visto sale en Embrujadas, y Freddy Rodríguez, el canijo embalsamador mexicano de A dos metros bajo tierra (que se revela como más que competente héroe de acción), más un cameo largo de Bruce Willis que parece estar pasándoselo en grande y otro de Tarantino que hace un numerito más bien irritante...

El fracaso comercial en USA del programa doble de Grindhouse nos va a obligar a pagar dos veces para ver cada mitad: el viernes 31 de agosto se estrena Death Proof de Tarantino (según la ficha en imdb.com hay que esperar cierto cruce de personajes entre ambas historias). Esta película con Kurt Russell como asesino psicópata ha sido considerada por los bocazas de internet como la menos divertida de las dos, reprochándosele en concreto unos diálogos erráticos que no llevan a ninguna parte… ¿Incontinencia del autor empapando el homenaje? Veremos.

miércoles, 22 de agosto de 2007

El relativismo de Bourne

Lo de El ultimátum de Bourne es raro, raro, como el trébol de cuatro hojas de las trilogías: el último capítulo de las aventuras del espía amnésico Jason Bourne cierra brillantemente una saga que ha ido a más en cada entrega. Reconozco que yo he sido un converso tardío, que no me imaginaba a Matt Damon cara de crío como héroe de acción sombrío, y que dejé pasar en cine La identidad y El mito de Bourne hasta que le ví actuar en Los Hermanos Grimm y Syriana.

El ciclo Bourne fue una serie nacida contra corriente: en una época en que los thriller se habían convertido en rehenes de la fantasmada digital, el distanciamiento irónico y/ o el infantilismo adolescente, Doug Liman y Paul Greengrass retomaban el camino del viejo thriller americano de los 70, realista, adulto, complejo, sin tiempo ni ganas de bromas, con colores apagados y rodado cámara en mano, lo elevaban al cuadrado y le aplicaban un montaje hipercinético cien por cien contemporáneo creando un nuevo modelo de thriller para el mundo post 11 S cuya influencia se sospecha en producciones posteriores como Batman Begins o la última aventura de 007, Casino Royale (donde el mito original una vez más demuestra su capacidad de revivir cuando lo daban creativamente por muerto, reabsorbiendo al caudal principal los hallazgos de sus variantes).

Porque, tampoco nos engañemos, esto es cine de palomitas con calidad, no El espía que surgió del frío ni Agenda oculta de Ken Loach: Jason Bourne, agente de la CIA entrenado para ser el asesino perfecto, que habla un ciento de idiomas, predice al milímetro las reacciones de sus enemigos, es capaz de abatir a golpes a seis tíos armados, que queda ileso tras caer con el coche del tejado de un edificio bajito y en general efectúa cualquier tipo de performance o acrobacia imposible que le exija el guión, no deja de ser la subversión naturalista y puesta al día del arquetipo cinematográfico del agente secreto; un superespía invencible con licencia para matar para un mundo más real escaso en glamour, que empieza a desarrollar escrúpulos al actuar al servicio de objetivos cada vez más sucios, que pierde la memoria tras una misión y cuando empieza a recobrarla se siente asqueado de lo que recuerda. Bourne es un personaje de fantasía al servicio de la trama, en el fondo apenas más complejo que los pistoleros de Sergio Leone, y es mayormente mérito de Matt Damon la sensación tridimensional que transmite este superhéroe en apuros convaleciente de espíritu.

Aún así, tiene razón el director Paul Greengrass (Bloody Sunday, United 93) cuando insiste en que estas películas tienen un discurso significativo para el aquí y ahora. No se refiere precisamente a esa supuesta gran revelación que está detrás de la caza del hombre (el MacGuffin de las operaciones secretas de la CIA que los ex-jefes de Bourne están tan ansiosos por enterrar) sino más bien al cambio del paradigma de la desconfianza… Bourne es un hombre solo perseguido por enemigos formidables que disponen de todos los medios, recursos y tecnología del sistema para darle caza, una red de la que incluso para él es prácticamente imposible escapar si no es contraatacando directamente a la cabeza; entre tanto, una tras otra, víctimas inocentes mueren simplemente por cruzarse con una supuesta razón de estado que es solo la coartada de unos jerifaltes corruptos para salvar el culo...

James Bond es el hombre del sistema, la última línea de defensa oficial de occidente para situaciones de vida o muerte en las que definitivamente el fin justifica los medios, el dandy que lleva más de cuarenta años desmantelando una tras otra las más fantásticas y nebulosas amenazas que nos acechan desde el exterior (millonarios megalómanos, supersindicatos del crimen, señores de la droga, comunistas descontrolados); sin ir más lejos, evitar que un par de aviones se estrellen contra las torres gemelas es precisamente el tipo de cosas que lleva haciendo 40 años sin despeinarse (en Muere otro día se menciona de pasada cómo ha cambiado el mundo mientras Pierce Brosnan, también es mala suerte, pasaba 18 meses prisionero en una carcel norcoreana). La realidad se ha instalado en casa de la ficción, se ha quedado con su cepillo de dientes y le ha vaciado el frigorífico, y por eso es por lo que James Bond ha tenido que regenerarse en Daniel Craig para que se le pueda volver a tomar en serio. Pero mientras los enemigos de Bond seguirán siendo metafóricos o pintorescos sustitutos de paja de los reales (porque el hecho de matarlos en la ficción raramente los hace desaparecer en la realidad), los enemigos de Jason Bourne son extremadamente concretos y su amenaza está a la orden del día: quién vigila a los vigilantes.

domingo, 19 de agosto de 2007

Cuánto bocazas


Me acuerdo perfectamente del momento en que Alejandro Amenábar me empezó a caer gordo: un domingo por la tarde, abordado por un reportero del viejo Caiga quien caiga, nuestro segundo director más internacional aprovechaba la ocasión para explicar a todos los espectadores qué es lo que pasa exactamente al final de Abre los ojos, cortando así ciertas teorías descabelladas que circulaban por ahí...
Creo que no falta haber leído Obra abierta de Umberto Eco para saber que cuando compras cualquier artículo, está muy feo por parte del fabricante presentarse en tu casa a vigilar si lo usas mal (tanto interés por prohibir posibles usos hace sospechar que algún error de diseño tiene que haber cometido el sujeto).
Un autor que sale a a taponar distintas lecturas, debates y especulaciones, imponiendo por huevos y de motu propio su interpretación autorizada, o es un pequeño fascista manipulador o un ególatra de cuidado. No sé qué es lo que será Matthew Graham, co-creador y co-productor de Life on Mars (2006), serie de 16 episodios de la BBC que terminé de ver ayer y que me ha tenido desde entonces escuchando sin parar a David Bowie (el título alude a una clásica suya que suena en dos escenas fundamentales en el primer y último capítulo). Life on Mars cuenta el extraño caso de Sam Tyler (John Simm), un inspector de policía de Manchester que, tras sufrir un accidente en 2006, recobra el conocimiento en 1973 (un tiempo tan diferente al suyo que es como si hubiese aterrizado en otro planeta). Incrédulo y aturdido, encuentra su propia comisaría ocupada por un hatajo de patanes justicieros con patillas y pantalones de campana, que lo toman por un colega recién transferido y lo ponen a trabajar inmediatamente en un caso (y luego en otro, y otro, empapándose del espíritu de los tiempos con la mejor música de entonces como fondo sonoro); y hace amistades, se gana su respeto, intenta civilizar sus brutales métodos policiales, y todo aquello parece tan real que Tyler empieza a dudar que se trate de verdad una alucinación.

“¿Estoy loco, en coma o he viajado en el tiempo?” es la pregunta que se hace una y otra vez en los títulos de crédito. Para unos, el extraordinario último episodio, 59 angustiosos minutos desbordantes de suspense, emociones, humor y metafísica, responde a esta cuestión de forma tajante. A otros, en cambio, nos parece que de eso nada, que hay cantidad de motivos para buscarle más pies al gato, y así en los foros de internet el debate se extiende páginas y páginas... Un desenlace capaz de tener a su público discutiendo durante semanas sobre el sentido de lo que ha visto sin que nadie se sienta estafado es una hazaña extraordinaria que ni el propio autor del guión, Matthew Graham, lograba echar a perder en una entrevista al día siguiente de la emisión en la que explicaba con total desparpajo qué es lo que pretendía decir...
Graham, como un Amenábar cualquiera, intenta grapar a su trabajo las instrucciones de lectura y aún así sus declaraciones no han zanjado ni mucho menos el tema, entre otras razones porque en la tele funciona la autoría colectiva y su guión quizá pretenda una cosa, pero la puesta en escena, las interpretaciones, la música y los episodios anteriores sugieren muchas otras (y entre tanto, el resto del equipo creativo mantiene un educado silencio).

No digo más, no sea que algún día alguna de nuestras cadenas compre la serie para programarla a la una de la mañana como alternativa a la teletienda. Más probable es, si tiene éxito, que nos acaben plantando el remake americano que prepara David E. Kelley (Allie McBeal, Picket Fences, Chicago Hope, Boston Legal), a quien le ha costado dios y ayuda cuadrar el reparto después de que Simm y Philip Glenister, protagonistas del original, rechazaran su oferta de cruzar el charco y fingir acento yanki. El personaje de Glenister, el inspector jefe Gene Hunt, un auténtico poli antediluviano, lo más opuesto que se pueda imaginar a la sensibilidad políticamente correcta de Sam Tyler (troglodita bocazas, reaccionario, machista y apalizador compulsivo de sospechosos, aunque un tío noble en el fondo) es un papelón que en la tele generalista americana van a tener que coger con pinzas; su alter ego estadounidense ha recaído en el irlandés Colm Meany (Los Commitments, Café irlandés, Con Air), una elección inspirada y el primer rayo de esperanza para un proyecto de clonación que, viniendo de quien viene, no inspira la menor confianza.

miércoles, 15 de agosto de 2007

El ataque preventivo de Annie Lennox

El 2 de octubre saldrá a la venta (para los cretinos que aún seguimos comprando discos, por lo menos los de algunos) Songs of Mass Destruction, el nuevo trabajo en solitario de Annie Lennox, la mitad cantante de Eurythmics y más conocida entre los peques como la señora que canta al final de la última peli de los Anillos (Into the West, qué gran canción). Se lo produce, quien sabe por qué, Glen Ballard, un profesional habituado a trabajar con chicas superventas (Alanis Morisette, Anastacia, Christina Aguilera, Aretha Franklin…). Según cuentan en antimusic.com:

“Annie dice que este album es lo más cerca que ha estado de ese lugar crudo y emocional, imbuido de contrastes de belleza, anhelo y tristeza.” (?) Añaden que “el resultado es un suntuoso paisaje musical en el que la voz de Annie se eleva y brilla”.

A ver si es verdad. De momento, se sabe que incluye colaboraciones de un tal Kelis, estrella del hip hop, duetos con Mary J. Bigle (reina del hip-hop soul), Pink y Madonna (¿por qué). Con tanto tráfico el disco se promete más animado que Bare (2003), aunque el primer single, Dark Road (que en el momento de escribir esto sólo se puede escuchar aquí), suena casi a descarte de aquel, una bonita y triste balada que al final coge velocidad para la catarsis...


lunes, 13 de agosto de 2007

¿Tele? No, gracias


Leo una entrevista con Nacho García Velilla, a quien presentan como “el responsable de éxitos como 7 vidas y Aída” (y que está a punto de estrenar otra telecomedia con Fernando Tejero y de pasarse al cine también con Fernando Tejero; tío consecuente donde los haya), y subsiguientemente flipo porque yo pensaba que las series españolas nacían por generación espontánea de la pelusilla que se acumula en los rincones del estudio. Y es que, dejando aparte a exitosos talentos con nombre propio como Jose Luís Moreno y Ana Obregón, nuestra ficción televisiva siempre parece brotar mágicamente de intangibles corporativos: las series son de Telecinco o Antena 3, de la productora Globomedia, de Boca Boca, Grupo Ganga o Miramón. Productos de fábrica que salen impecables de la cadena de montaje, sin grumitos, riesgos ni sorpresas, elaborados al estilo chino, copiando patentes extranjeras con 2, 5 o 10 años de retraso (que inventen ellos) y sin el menor resquicio para experimentos, estilos o voces diferentes. Tiene delito que la mejor serie española de los últimos años sea una adaptación hecha con gracia de una franquicia extranjera (Camera café).

Vale que la televisión es un trabajo en equipo y cada éxito tiene mil padres (ej. Los Simpson, nominalmente creados por Matt Groening pero perfilados por una docena de guionistas en torno a una mesa sobre los que descendió el espíritu santo) pero se necesita siempre una visión unificadora que fije el rumbo inicial del relato… salvo si la dirección se resume en:a) la versión madrileña de Friends, b) como Urgencias pero para los de casa o c) Aquellos maravillosos años… de la Transición.

Necesitaríamos urgentemente una campaña de repoblación de narradores televisivos autóctonos, ese animal nada quimérico que más o menos combina las funciones de creador-productor-guionista, un exitoso profesional de la ficción cuyos historial le avale para arriesgar con nuevos formatos que vayan más allá de otra serie de polis con el tío de El canto del loco. ¿Acaso no tenemos derecho a nuestros propios Aaron Sorkin, Steven Bochco, Joss Whedon, David Chase, J.J. Abrams, Russell T. Davis o Steven Moffat? Seguramente ahora mismo, gente con talento equivalente, enquistada en el escalafón de la industria, trata infructuosamente de colar por los filtros algun pensamiento original. Tanto hablar de la crisis del cine español y resulta que aquí, al revés que en todas partes, los creadores inquietos se tienen que pasar al cine porque en la tele no hay manera.

Y la cosa es que míticos semidioses de esa estirpe, mejores o peores, caminaron en el pasado entre nosotros: Antonio Mercero (Verano azul, Farmacia de guardia) Chicho Ibáñez Serrador (Historias para no dormir), hasta Jose Luis Garci (Historias del otro lado 1 y 2)… Fueron las propias televisiones, públicas y privadas, las que los ahuyentaron, programando mal y culpando después al producto por no arrasar en audiencia al primer intento, dejando más de un año en el baúl una serie como Mujeres (de la productora de Almodóvar), después un inesperado éxito póstumo sin posibilidad de prórroga porque todas las actrices estaban ya en otras cosas, pasando de emitir producciones carísimas con críticas excelentes como Vientos de agua de Juan José Campanella o las Películas para no dormir producidas por Ibáñez Serrador (dirigidas por mataos como Alex de la Iglesia, Jaume Balagueró, Mateo Gil…). Los directores y escritores de prestigio quedan tan escaldados del medio que ni locos vuelven a acercarse, y por eso es por lo que yo toda mi tele me la bajo de internet.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Sigan a esa rata



Resulta que Ratatouille no es la rata protagonista de lo último de Pixar (la rata llama Remy) sino un plato de cocina ¡Vaya forma de confundir a los niños!
Ese es el único e insalvable defecto de esta película, y ya dice ella misma eso de que las críticas negativas son siempre más divertidas así que para qué alargarlo: Pixar (con la única competencia posible de los estudios Ghibli de Miyazaki) demuestra una vez más que sigue siendo la mejor empresa de animación del mundo y Brad Bird (El Gigante de hierro, Los increíbles) su mejor director y guionista, el más ambicioso en lo narrativo y lo visual. Mira que el primer trailer de Ratatouille parecía un poco blando y genérico, otra más de animalitos fingiendo ser personas en 3D, pero tomar ideas simples y hacerlas brillar es otra de las cosas que los de Pixar hacen como nadie: la paradoja de que una plaga sanitaria tenga talento para la cocina da para una función espectacular y muy divertida sobre el genio, la reputación y el negocio, que los críos disfrutan por las carreras, los golpes y las caras de tonto y los mayores (además), por una historia directa, bien contada y con fundamento y ese aplomo que le permite prescindir de parodias fáciles, deconstrucción de fórmulas y demás aparato posmoderno… En Pixar hacen películas para durar, un clásico detrás de otro, son artistas y artesanos que además hacen dinero y no vendedores de churros que hay que despachar deprisa antes de que se enfríen. Ratatouille, en ese aspecto, es una película especialmente autoreferencial; ahora que el pez chico se ha comido al grande (Disney ha comprado la empresa del flexo pero el jefe de Pixar, John Lassiter, es el nuevo mandamás de la casa del ratón), viendo lo que el mezquino sucesor del legendario cocinero Gusteau ha hecho con su imagen y su nombre (repelentes líneas de comida basura convertidas en el centro del negocio) es imposible no pensar en el viejo Walt y chufas del estilo de Bambi 2, El libro de la selva 2, Peter Pan 2 y toda esa morralla que tanto mal ha hecho a la marca con su estúpida política de pan para hoy y hambre para mañana.

martes, 7 de agosto de 2007

Fuerza de trabajo

Este anuncio, encargado por Intel para promocionar sus nuevos procesadores super rápidos Core Duo, ha sido retirado inmediatamente entre disculpas ante el chaparrón de acusaciones de racismo que les ha caído encima (fuente: El País Digital, lunes 6 de agosto). Y bien les está, porque hay que ser idiota en los tiempos que corren para mezclar con tan poca gracia los estereotipos del velocista negro y el triunfador empresario anglosajón para crear la estampa del próspero negrero del siglo XXI, desafortunada e increíblemente estúpida asociación que dudo mucho que naciera de un odio racial subconsciente. Pero, dejando aparte el asunto de la pigmentación, ¿no es mucho más ofensiva la relación entre jefes y subordinados que se da por sentada en este anuncio? He aquí la perfecta representación de la cultura del cubículo que describe el humorista Scott Adams en sus tiras de Dilbert, una filosofía de empresa asumida por defecto en la que trabajadores supuestamente cualificados se convierten en anónimos zombis estabulados que solo existen para que los ordeñen (“maximice la potencia de sus empleados”). Y ahora, para ilustrar más claramente este argumento, desafío al lector a que encuentre las siete diferencias…


lunes, 6 de agosto de 2007

Sacrosantos finales

¡100% LIBRE DE SPOILERS!
Por fin, robando horas a otras tareas urgentes tales como comer y respirar, me he terminado Harry Potter and the Deathly Hallows (algo así como HP y los presentes de la muerte, 607 páginas en letra gorda y portada chillona de estilo adolescente)- ¡Ya estoy a salvo y puedo volver a entrar en internet sin miedo a que cualquier cretino me reviente el final de la serie en mitad de un post sobre el trailer de Iron man!
Contaban en el telediario que un grupo de piratas literarios lo tradujo al castellano el primer fin de semana para colgarlo en el e-mule, y conociendo la calidad de tantas traducciones legales que circulan por las librerías, puede que ese trabajo express de aficionados sea un atajo más que suficiente para los ansiosos que andan pez en inglés y sólo quieran saber cómo termina. Pero lo de Harry Potter es solo un caso particular dentro de un fenómeno extendidísimo: nadie protestará jamás en un foro de internet porque que le revienten el final de Yo soy Bea (remake número nosecuantos del original colombiano) pero en cambio a mi madre le saca de quicio que ya no publiquen avances de los capítulos en la revista de la tele: ella, aunque no los llame así, también quiere spoilers.

Está visto que en la era de internet, acostumbrados a tener todo el universo al alcance de un clic, ya no podemos soportar la incertidumbre de que nos dosifiquen la información, hay una obsesión por destripar todos los detalles de una historia en lugar de esperarse simplemente a la publicación o al estreno, como si esto fuera el fútbol y sólo contase el resultado. ¿Qué importará saber quién vive o quien muere en el libro del Potter, si no se sabe cómo y por qué?

Así se ha llegado a esta especia de guerra fría entre lectores/ espectadores y creadores/distribuidores, con sus correspondientes servicios de espionaje y contraespionaje, dándose casos de que filtraciones prematuras provoquen cambios de última hora en series y películas. Hoy día la figura del narrador ha perdido mucho predicamento, ya no es aquel anciano venerable junto al fuego en torno al cual se reunía la tribu para beberse sus palabras, sino un destripaterrones permanentemente cuestionado por una ingente masa de listos en la que todos somos críticos y nadie se chupa el dedo (ese director es idiota, no sabe nada de mi personaje favorito y se lo va a cargar; tal serie de misterio es un bluff, se lo inventa todo sobre la marcha etc). ¿Vamos inevitablemente a la muerte del relato lineal, sustituido por  ficciones interactivas en las que el autor u ordenador trabaje a golpe de referéndum y campañas de mensajes? Al menos el escritor solitario sigue a salvo mientras no le roben el portátil; normal que a J.K. Rowling la consideren una obsesa del secretismo...

El final es importante porque cierra el sentido del relato y permite contemplarlo como un todo satisfactorio o una vulgar tomadura de pelo, pero igual hay que relativizar un poco el valor del efecto sorpresa: Hay historias kleenex de una sola vuelta donde, descubierto el asesino, las tiras y te olvidas, y clásicos que todo el mundo sabe cómo terminan sin que afecte a su popularidad; hay finales previsibles porque son inevitables cuando la propia lógica de la historia los anticipa (casi todas las tragedias, por ejemplo, llevan mucho rollo premonitorio) y finales que son dieciséis sorpresas seguidas con los que desconectas tras las tres primeras.

El tiempo dirá, una vez despejada la incógnita de si la palma o no el joven Potter, si esta saga fantástica tiene consistencia como para convertirse en un clásico juvenil o acabará igual que aquellas novelas de Enid Blyton que todos los críamos leíamos en mi infancia (está justo en el límite y puede caer hacia cualquier lado). Pero dejando aparte el asunto posteridad, el final de la serie de Harry Potter es del tipo satisfactorio: tenso, dramático, lleno de peripecias y bastante concluyente, en parte inesperado y en parte previsible. The Deathly Hallows es claramente la mejor y más tolkieniana de sus novelas (comparten cierto aire común de relato de la Segunda Guerra Mundial) aunque al leerlo no se pueda evitar cierta sensación de estar de paso en un club privado para fans, tan lleno como viene de referencias a las novelas previas que se espera que el lector recuerde sin más (y probablemente sea lo más frecuente). La saga, quizá no del todo a propósito, ha tenido una evolución estructural muy astuta, al principio extremadamente confortable y repetitiva, a la medida de los lectores más jóvenes (Harry y las perrerías de sus tíos muggles, viaje a Hogwarts, presentación del nuevo profesor de defensa contra las artes oscuras, campeonato de quidditch, búsqueda de un nuevo objeto mágico, charla con Dumbledore, la casa de Griffindor gana otra vez…) para irse transformando a partir del cuarto libro en un relato épico más lineal, cada vez más oscuro y complejo conforme los personajes y sus lectores iban creciendo y requerían más. Y si bien alguno de sus lectores que ya éramos carrozas desde el principio habríamos preferido que sintetizara un poco, las aventuras de Harry Potter, vistas en conjunto, quedan como una imaginativa reelaboración de menos a más de todos los standards de literatura fantástica y un excelente relato de iniciación a la vida adulta, al heroísmo y los valores cívicos, hasta el punto de que aquí y ahora propongo reciclarlas como libros de texto para la asignatura de educación para la ciudadanía. Y no es coña.

sábado, 4 de agosto de 2007

A Scanner Darkly: ¡Qué rayada!

Distribuida tarde y mal en su momento, por fín, gracias al ciclo Golem Verano, ayer me quité la espina de ver A Scanner Darkly (2006, escrita y dirigida por Richard Linklater a partir de la novela de Philip K. Dick).

¡Futura película de culto! A Scanner Darkly es mucho mejor de lo que pintaba por referencias y bastante más que el vistoso experimento estético que aparentaba; parecía un auténtico desperdicio filmar a Keanu Reeves, Winona Ryder, Robert Downey Jr. y Woody Harrelson y luego pisarlos dibujando encima con algo que parece animación flash pero que seguramente será algo mucho más caro y sofisticado… Pues no: el redibujado le da una fascinante cualidad alucinatoria a esta historia de ciencia ficción de baja intensidad, más bien un drama psicológico expresionista, con personajes tragicómicos en plena desintegración que estarían a sus anchas en Leaving Las Vegas y de cuyos encontronazos va surgiendo poco a poco, casi por sorpresa, el argumento de un thriller. Por debajo de los trazos, además, todo el reparto está que se sale: la inexpresividad habitual de Reeves convertida mágicamente en angustia interior, el gesticulante desquiciamiento de Downey Jr...

De qué va: En un futuro cercano, el 20% de la población se ha hecho adicto a una droga superadictiva, la sustancia D; Reeves es un policía secreto de narcóticos y al mismo tiempo un consumidor compulsivo al igual que todo su círculo social; sus superiores, que ignoran su verdadera identidad (trabaja bajo un traje de camuflaje), le asignan investigarse a sí mismo, sospechando de vinculaciones con grupos narcoterroristas pero, entre tanto, su mente empieza a jugarle malas pasadas…

Basada en una novela semiautobiográfica del difunto Philip K. Dick, visionario escritor de ciencia ficción constantemente rebañado por el cine (Blade Runner, Desafío Total, Minority Report, Next) por su atractiva combinación de grandes conceptos y la más extrema paranoia, A Scanner Darkly es, efectivamente, un alegato antidrogas (una lista al final recuerda a todos los amigos del autor muertos o jodidos de por vida por esa causa) pero el ataque abarca todo el tinglado, desde los métodos del estado para combatirlas a los centros de desintoxicación o un sistema que fomenta la desesperanza y cualquier clase de fuga... De entre todas las adaptaciones de la obra de Dick, A Scanner Darkly es la primera que prescinde de inyectar más dosis de espectáculo para preservar el tono y el fondo de sus escritos, como en esos memorables primeros planos de dibu-Keanu hablando desde el interior del traje aislante que oculta su identidad, resumen icónico de uno de sus temas favoritos: la creciente imposibilidad de conocerse, de acceder al interior de nadie, ni tan siquiera de uno mismo.




miércoles, 1 de agosto de 2007

El gran bárbaro del norte

Se ha muerto Bergman, que era un señor que se había retirado del cine unas cuantas veces para irse a vivir a una isla de ermitaño, pero que siempre volvía a asomar la cabeza por algún lado, bien escribiendo guiones que otros le dirigían, bien rodando películas para televisión; la última, Saraband, de 2003, la hizo con 85 años y era tan bestia, lúcida y radical como cualquiera de las suyas, o hasta un poquito más; yo la ví hará cuatro o cinco meses y me dejó convencido de que este hombre no se iba a morir nunca. Aún no me explico como le han podido engañar...