lunes, 6 de agosto de 2007

Sacrosantos finales

¡100% LIBRE DE SPOILERS!
Por fin, robando horas a otras tareas urgentes tales como comer y respirar, me he terminado Harry Potter and the Deathly Hallows (algo así como HP y los presentes de la muerte, 607 páginas en letra gorda y portada chillona de estilo adolescente)- ¡Ya estoy a salvo y puedo volver a entrar en internet sin miedo a que cualquier cretino me reviente el final de la serie en mitad de un post sobre el trailer de Iron man!
Contaban en el telediario que un grupo de piratas literarios lo tradujo al castellano el primer fin de semana para colgarlo en el e-mule, y conociendo la calidad de tantas traducciones legales que circulan por las librerías, puede que ese trabajo express de aficionados sea un atajo más que suficiente para los ansiosos que andan pez en inglés y sólo quieran saber cómo termina. Pero lo de Harry Potter es solo un caso particular dentro de un fenómeno extendidísimo: nadie protestará jamás en un foro de internet porque que le revienten el final de Yo soy Bea (remake número nosecuantos del original colombiano) pero en cambio a mi madre le saca de quicio que ya no publiquen avances de los capítulos en la revista de la tele: ella, aunque no los llame así, también quiere spoilers.

Está visto que en la era de internet, acostumbrados a tener todo el universo al alcance de un clic, ya no podemos soportar la incertidumbre de que nos dosifiquen la información, hay una obsesión por destripar todos los detalles de una historia en lugar de esperarse simplemente a la publicación o al estreno, como si esto fuera el fútbol y sólo contase el resultado. ¿Qué importará saber quién vive o quien muere en el libro del Potter, si no se sabe cómo y por qué?

Así se ha llegado a esta especia de guerra fría entre lectores/ espectadores y creadores/distribuidores, con sus correspondientes servicios de espionaje y contraespionaje, dándose casos de que filtraciones prematuras provoquen cambios de última hora en series y películas. Hoy día la figura del narrador ha perdido mucho predicamento, ya no es aquel anciano venerable junto al fuego en torno al cual se reunía la tribu para beberse sus palabras, sino un destripaterrones permanentemente cuestionado por una ingente masa de listos en la que todos somos críticos y nadie se chupa el dedo (ese director es idiota, no sabe nada de mi personaje favorito y se lo va a cargar; tal serie de misterio es un bluff, se lo inventa todo sobre la marcha etc). ¿Vamos inevitablemente a la muerte del relato lineal, sustituido por  ficciones interactivas en las que el autor u ordenador trabaje a golpe de referéndum y campañas de mensajes? Al menos el escritor solitario sigue a salvo mientras no le roben el portátil; normal que a J.K. Rowling la consideren una obsesa del secretismo...

El final es importante porque cierra el sentido del relato y permite contemplarlo como un todo satisfactorio o una vulgar tomadura de pelo, pero igual hay que relativizar un poco el valor del efecto sorpresa: Hay historias kleenex de una sola vuelta donde, descubierto el asesino, las tiras y te olvidas, y clásicos que todo el mundo sabe cómo terminan sin que afecte a su popularidad; hay finales previsibles porque son inevitables cuando la propia lógica de la historia los anticipa (casi todas las tragedias, por ejemplo, llevan mucho rollo premonitorio) y finales que son dieciséis sorpresas seguidas con los que desconectas tras las tres primeras.

El tiempo dirá, una vez despejada la incógnita de si la palma o no el joven Potter, si esta saga fantástica tiene consistencia como para convertirse en un clásico juvenil o acabará igual que aquellas novelas de Enid Blyton que todos los críamos leíamos en mi infancia (está justo en el límite y puede caer hacia cualquier lado). Pero dejando aparte el asunto posteridad, el final de la serie de Harry Potter es del tipo satisfactorio: tenso, dramático, lleno de peripecias y bastante concluyente, en parte inesperado y en parte previsible. The Deathly Hallows es claramente la mejor y más tolkieniana de sus novelas (comparten cierto aire común de relato de la Segunda Guerra Mundial) aunque al leerlo no se pueda evitar cierta sensación de estar de paso en un club privado para fans, tan lleno como viene de referencias a las novelas previas que se espera que el lector recuerde sin más (y probablemente sea lo más frecuente). La saga, quizá no del todo a propósito, ha tenido una evolución estructural muy astuta, al principio extremadamente confortable y repetitiva, a la medida de los lectores más jóvenes (Harry y las perrerías de sus tíos muggles, viaje a Hogwarts, presentación del nuevo profesor de defensa contra las artes oscuras, campeonato de quidditch, búsqueda de un nuevo objeto mágico, charla con Dumbledore, la casa de Griffindor gana otra vez…) para irse transformando a partir del cuarto libro en un relato épico más lineal, cada vez más oscuro y complejo conforme los personajes y sus lectores iban creciendo y requerían más. Y si bien alguno de sus lectores que ya éramos carrozas desde el principio habríamos preferido que sintetizara un poco, las aventuras de Harry Potter, vistas en conjunto, quedan como una imaginativa reelaboración de menos a más de todos los standards de literatura fantástica y un excelente relato de iniciación a la vida adulta, al heroísmo y los valores cívicos, hasta el punto de que aquí y ahora propongo reciclarlas como libros de texto para la asignatura de educación para la ciudadanía. Y no es coña.

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