Que me tenga que enterar por la portada de El País del domingo de que aparece otra colección de relatos de Woody Allen... Pura anarquía, dieciocho nuevos cuentos que publicará en septiembre la editorial Tusquets y una noticia que para nosotros, sus más o menos incondicionales, supone un acontecimiento a la par con una reunión entre Dios y Moisés para lanzar una actualización del Arca de la Alianza; la lectura en mi más tierna adolecencia de Cuentos sin plumas, volumen que reunía sus (hasta ahora) tres) colecciones de relatos aparecidos en la prensa neoyorquina (Como acabar de una vez por todas con la cultura, Sin plumas y Perfiles) fue el empujón definitivo que me convirtió a la secta de El Hombre Más Gracioso Del Mundo Cuando Quiere.
Sólo que el autor hace muchos años que dejó de intentar simplemente “ser gracioso”. Anda que no ha llovido desde que Allen publicó su última recopilación: acababa de rodar su primera comedia de parejas, Annie Hall, y estaba a punto de abandonar definitivamente su periodo absurdo (Toma el dinero y corre, Bananas, Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar, El dormilón, La última noche de Boris Grushenko) para entrar con Recuerdos (Stardust Memories) en los experimentos de los 80 que le llevarían a “novelas filmadas” como Hannah y sus hermanas o Delitos y Faltas, tendiendo después a asentarse en un formato de comedia más clásico con incursiones puntuales en el drama o el thriller (y últimamente, en plena fase de exilio europeo).
Ninguno de estos cambios, para bien o para mal, se refleja en los dos relatos breves en exclusiva para ese diario que venían de propina con la noticia (Así comió Zaratustra y Tirar demasiado de la cuerda), los cuáles podrían ser perfectamente un par de muestras recuperadas de sus parodias culturales de los 70 (respectivamente: a) Un artículo sobre el descubrimiento de un libro de recetas de Nietzsche. b) El intento de aplicar de los últimos conceptos de la física moderna a una jornada de trabajo en la oficina). No están mal, tienen su gracia, pero en esa misma línea los tenía ya mejores y la primera impresión es que no ha sudado mucho la camiseta (aunque lo extraordinario es que haya tenido siquiera tiempo de escribirlos a ese ritmo que lleva de una película por año).
¿Dos de dieciocho hacen una muestra representativa? Los críticos norteamericanos y los usuarios de Amazon han puesto al nuevo libro bastante bien, dicen que resiste las comparaciones, así que mantendremos un cauto optimismo. Entre tanto, ahí van unos cuantos fragmentos copiados y pegados (donde se comprobará que el humor de Woody no es para todos los gustos):
“No hay nada como el descubrimiento de una obra desconocida de un gran pensador para provocar un gran revuelo en la comunidad intelectual y hacer que los académicos vayan de acá para allá a toda prisa, como esas cosas que uno ve cuando mira una gota de agua por el microscopio. En un reciente viaje a Heidelberg para procurarme unas raras cicatrices de duelo del siglo XIX, me topé precisamente con un tesoro de esa clase. ¿Quién habría pensado que existía el libro Sigue mi dieta de Friedrich Nietzsche? Si bien su autenticidad podría antojarse un pelín sospechosa a los puntillosos, la mayoría de quienes han estudiado la obra coinciden en que ningún otro pensador occidental ha estado tan cerca de reconciliar a Platón y el dietista Pritikin.”
“Ningún filósofo se acercó siquiera a resolver el problema de la culpabilidad y el peso hasta que Descartes dividió en dos mente y cuerpo, para que el cuerpo pudiera atracarse mientras la mente pensaba: "¿Y qué más da? Ése no soy yo".
“Ésta es una cena para el Superhombre. Que los que viven angustiados por los triglicéridos y las grasas saturadas coman para complacer a su pastor o a su nutricionista, pero el Superhombre sabe que la carne veteada, los quesos cremosos, los postres suculentos y, cómo no, muchos fritos es lo que comería Dionisos, si no tuviera siempre resaca y vómitos”
(Así comió Zaratustra)
“De vuelta en mi despacho, con la luz del sol entrando a raudales por la ventana, pensé que si de pronto estallaba nuestro gran astro dorado, este planeta saldría volando de la órbita y surcaría el infinito por los siglos de los siglos: otra buena razón para llevar siempre el móvil encima. Por otro lado, si algún día yo pudiera circular a una velocidad superior a 300 mil kilómetros por segundo y volver a capturar la luz nacida hace siglos, ¿podría retroceder en el tiempo al antiguo Egipto o la Roma imperial? Pero ¿qué iba a hacer allí? Prácticamente no conocía a nadie.”
“Así pues, me acerqué al campo gravitacional de la señorita Kelly y sentí vibrar mis cuerdas. Sólo sabía que deseaba envolver sus gluones con mis bosones de gauge débil, introducirme por un agujero de gusano y pasar por un túnel cuántico. Fue entonces cuando me paralicé por el principio de incertidumbre de Heisenberg. ¿Cómo podía actuar si era incapaz de determinar su posición y velocidad exactas? ¿Y si de pronto yo provocaba una singularidad, es decir, una ruptura devastadora en el espacio y en el tiempo? Son tan ruidosas.”
(Tirar demasiado de la cuerda)
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