lunes, 8 de diciembre de 2008

Españolas temibles


Sólo quiero caminar es la más tarantiniana de las películas de Agustín Díaz Yanes, un thriller estilizado y cinéfilo (con influencias del cine negro oriental y francés y un poquito de Grupo salvaje de Peckinpah), con un gran reparto, buena música y una enérgica dirección que aprovecha bien el impacto semiapocalíptico y la electricidad ambiente de México D.F.
También es un extraño y violento manifiesto feminista sobre mujeres humilladas que se enfrentan a los hombres con sus mismas armas, sobre cómo una banda de ladronas y ocasionales prostitutas ejecuta su venganza contra un gangster mexicano (el fenomenal José María Yazpik) en uno de los países más machistas del mundo occidental. Pero, al menos en este caso, el arquetipo de la vengadora misteriosa funciona mucho mejor en plan individual que colectivo, y la estilización y laconismo de los personajes crea una distancia con el espectador que termina socavando su dimensión dramática. Por mucho que me fastidie coincidir con una crítica de Carlos Boyero, es cierto que no existe una verdadera sensación de amistad o camaradería entre estas mujeres, que se hablan tan poco que la mitad del tiempo uno no sabe si improvisan o siguen un plan. En particular una Victoria Abril muy pasada de vueltas que parece hacer la guerra por su cuenta, prolongando de forma bastante inverosímil su desgarrado personaje de Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, ahora reciclada en dedicadísima madre de un futuro prodigio del toreo. Mejor están Pilar López de Ayala como la cobarde de la banda, siempre al borde del ataque de nervios, y Elena Anaya como la cenicienta idiota que descubre demasiado pronto que su príncipe mexicano era un auténtico cabronazo. Espacio aparte merece la verdadera protagonista, Ariadna Gil, impresionante en su primer papel de heroína de acción cumpliendo punto por punto el arquetipo de ángel vengador hiperduro, una pariente lejana de Beatrix Kiddo que cambia la katana por un bate de béisbol. Y todavía, a pesar de la coraza emocional que se trae puesta en el avión, el personaje de Diego Luna
(más arquetipos: el sicario con cara de niño, mítico asesino huérfano de corazón blando al que el actor dota de una profundidad trágica que no entiendo cómo Scorsese no ha llamado aún a Díaz Yanes para comprarle los derechos del remake) se las arregla para tener con ella una abrupta historia de amor. Estos dos personajes, junto con el sórdido villano que interpreta Yazpik, forman el armazón de la película y le ponen el punto mitológico que la eleva sobre cualquier otra entretenida pieza de pulp fiction.

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