sábado, 6 de junio de 2009

El huracán entero


Claro que me hacía ilusión ver en vivo a Neil Young pero admito la tontería de sentir cierta prevención subliminal a encontrármelo en carne y hueso (con diez o doce metros y varias filas de cabezas de por medio), sobre todo ahora que todos ya vamos teniendo una edad… Mr. Young (Toronto, 1945) es el músico al que más veces había visto en directo sin haberle visto nunca realmente, desde el impresionante documental The Year of the Horse de Jim Jarmush (que me convirtió para siempre en un fan) a la cutreretransmisión de TVE del verano pasado de su concierto en el Rock in Rio, sin contar todos los discos en vivo, oficiales o no, a lo largo de una trayectoria de cuarenta años. ¿Estaría el músico real, a día de hoy, a la altura de sus registros? ¿Echaría igualmente el resto cuando no había nadie importante mirando?

Vaya si lo echó. El pasado domingo en el velódromo de Anoeta de San Sebastián Neil Young dio delante nuestra uno de los mejores conciertos que le haya escuchado en la vida. Desde el momento en el que pisó el escenario con su camisa de cuadros empuñando su guitarra Old Black y tocó las primeras notas de Mansion on the Hill supimos que venía a dar caña, como reafirmó inmediatamente con una versión brutal de Hey Hey, my my (Into the Black), más lenta y pesada que nunca, con el efecto de una bola de demolición. A falta de los Crazy Horse (su clásica banda de acompañamiento), esta otra que se ha montado con mezcla de amigos jóvenes y veteranos y de su esposa Peggy a los coros no tiene nada que envidiar en cuanto a potencia destructiva y resulta mucho más dúctil a la hora de seguir al líder por sus diferentes palos, que no todo fue rock, distorsión y decibelios, hubo brochazos salvajes pero también caligrafía fina. Neil cambió el tempo sentándose ante un viejo órgano de iglesia que se había traído (el genio=la capacidad infinita para tomarse molestias) para cantar Spirit Road, emocionante himno de su disco de 2007 Chrome Dreams II; más tarde desfilaron varios temas de su legendario Harvest, clásico del folk-rock, con una precisión, limpieza y sensibilidad de poner la carne de gallina.
El canadiense (que habló poco pero sonrió y gesticuló mucho) venía con ganas de complacer a estos remotos fans europeos así que casi todo fueron clásicos absolutos (Cortez the Killer, Cinnamon Girl, The Needle and the Damage Done, Down by the River, Rockin’ In The Free World…), con tan sólo dos temas de su último disco, el peleón Fork in the Road, inspirado en un viaje que hizo por EEUU en un viejo Lincoln Continental convertido en coche eléctrico (últimamente el viejo rockero ha volcado su activismo en las energías renovables tras haberse partido la cara con los acólitos de Bush; en realidad, por supuesto, todo está bastante vinculado).
Fue un repaso fabuloso, aunque para nada exhaustivo (yo habría seguido allí otra hora o lo que me echaran sin acordarme del calor, del dolor de espalda o del madrugón del día siguiente) a una carrera llena de contrastes que en ninguna otra parte se manifiestan tan claros como en Like a Hurricane, el tema con que se despidió; una pieza romántica, fantasmagórica, perfecta, cantada en falsete, la calma en el ojo del huracán que Young envuelve en un desarrollo instrumental de estruendo, furia y caos aparente a la búsqueda de patrones, donde Young explora con su guitarra territorios que sólo él ve, un otro lado al que nos arrastra sobrecogidos con su música mientras el tiempo en este otro universo se detiene. Qué pocos pueden hacer eso.

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