jueves, 31 de diciembre de 2009

De jaulas y bestias


Celda 211 es un tremendo thriller carcelario al estilo de las grandes películas del Sidney Lumet de los 70, solo que ambientado en una prisión de Zamora. No es problema, está tan bien hecho que te lo crees igual. Te crees a los reclusos patibularios y a los guardias fascistones y/o cantamañanas, te crees a los presos de ETA y te crees también la reacción de las autoridades cuando los amotinados los toman como rehenes y la historia entra a chapotear en las aguas de la política-ficción. Pero, sobre todo, lo que es es cine negro del bueno, una historia rabiosa y emocionante de amistades improbables y traiciones relativas, sobre la delgada linea que separa al probo ciudadano del criminal. Basta tan sólo con un mal día, como decía el Joker en La broma asesina, y un mal día lo tiene cualquiera.

Todo el reparto está sensacional, desde Alberto Ammann en el ingrato papel del buen chaval atrapado en un motín en su primer día de trabajo, a un Antonio Resines en otro de sus enormes cabronazos lacónicos, y hasta el último secundario característico dando el tipo como genuina carne de presidio. Y sobre todo, en Celda 211 nace una estrella donde menos se esperaba: si Javier Bardem es el joven Brando nacional, desde ahora Luis Tosar puede ser, si le apetece, el Sean Connery gallego. ¿Quién iba a pensar que este actor especializado en tipos corrientes, hoscos y frustrados, tuviera dentro semejante pozo de carisma? Su Malamadre, el lider del motín, sujeto terrorífico pero con corazoncito, es el personaje del año, una creación icónica que sin duda encontrará reflejo en la próxima entrega de Spanish Movie.

Daniel Monzón debutó en el cine con la brillante, irregular y bastante incomprendida El corazón del guerrero (2000), a la que siguieron la divertida El robo más grande jamás contado (2002) y el fallido thriller fantástico en inglés La caja Kovak (2006). Celda 211 es sin duda su mejor película (de la que también firma la adaptación de la novela original junto a Jorge Gerricaecheverría), y no sabéis cómo me alegro por él. En otra vida, hace un millón de años, Daniel Monzón solía ser mi crítico de cine favorito, desde sus apariciones como jovenzuelo irreverente en contraposición al legendario maestro José Luís Guarner en De película a sus reportajes en Días de cine, su sección semanal en la radio con Julia Otero o su vitriólico consultorio en la Fotogramas bajo el sobrenombre de El Sobrino (el auténtico y original). Gamberro, irreverente y ecléctico, no tan erudito como Jordi Costa pero con mejor criterio que Sergi Sanchez (compañeros suyos de promoción), Daniel era como ese amiguete gracioso que nunca se equivocaba al recomendarte una peli. Pero un día se metió a cineasta y en un gesto inconcebible de coherencia (no veía honesto jugar a ambos lados de la barrera) entregó su placa de crítico y desapareció. Hasta ahora su carrera posterior no había sido exactamente fulgurante, y uno se pregunta hasta que punto es posible ganarse la vida en este país rodando una película pequeñita cada dos o tres años. El éxito de Celda 211 (y por éxito imagino a Monzón nadando cual tio Gilito en billetes de quinientos euros) es la justa recompensa a su cabezonería vocacional.

0 comentarios: