martes, 20 de enero de 2009
Muerte antes que deshonor
Primeras lamentaciones del año para los amantes de la fantasía y la ciencia ficción: El mismo día, el 14 de enero, se anunciaba el fallecimiento de Ricardo Montalbán (88 años) y Patrick McGoohan (80), dos intérpretes hacía tiempo retirados pero ni mucho menos olvidados...
Montalbán, pionero entre los actores hispanos en Hollywood, tuvo una carrera larga, fructífera y diversa, ejerciendo de latin lover, de exótico malvado y de secundario carismático en populares series de televisión, pero a la hora de la verdad para muchos será siempre Khan Noonien Singh, el único villano que importa de la saga Star Trek, el superhombre genético y dictador de media Tierra, exiliado al espacio en animación suspendida como un nuevo Napoleón hasta el día en que fue despertado por los hombres de la Enterprise. Por su parte McGoohan, un actor magnético de personalidad apabullante, que rechazó el papel de James Bond por motivos morales y el de Gandalf el gris por motivos de salud, tenía más que asumido (y con orgullo) que pasaría a la Historia como Número 6, el espía sin nombre de El prisionero, serie que él mismo había creado, diecisiete episodios de un falso thriller empapado de surrealismo, paranoia y férrea voluntad de resistencia que se merece su propio post (lo prometo).
Unos pocos días después nos recorre un escalofrío al enterarnos de que Columbia Pictures ha adquirido en pública subasta los derechos cinematográficos de la trilogía de la Fundación de Isaac Asimov, y que a partir de 2010 la devolverá convertida en una serie de películas dirigidas por Ronald Emmerich (Stargate, Independence Day, Godzilla, El día de Mañana…).
El gran protagonista de Fundación, en una crónica que abarca más de tres siglos, no es un piloto ni un guerrero espacial sino un anciano profesor universitario que muere poco después del primer capítulo: Hari Seldon, un matemático que, en un inimaginable futuro dentro de 20.000 años, predice mediante la ciencia de la psicohistoria, y contra todas las intuiciones de sus contemporáneos, la inevitable decadencia y caída del Primer Imperio Galáctico (sinónimo durante milenios de paz y civilización para billones de seres humanos en incontables mundos) y, tras ella, una terrible edad oscura de 30.000 años. Detener la caída es imposible pero aun es factible acortar a tan solo 1.000 años esa era de barbarie, explica Seldon a los escépticos funcionarios del Imperio. Les propone establecer dos fundaciones en extremos opuestos de la galaxia, dos colonias que servirán de depósito a todo el conocimiento humano. La gente de la Primera Fundación se dedicará durante generaciones a elaborar una monumental Enciclopedia Galáctica, o al menos esa es la falsa idea con la que parten hacia el planeta Terminus. En cuanto a la Segunda Fundación, su ubicación, así como su verdadero propósito (continuar la obra de Seldon), debe ser mantenido a toda costa en secreto porque el conocimiento de las predicciones psicohistóricas afecta a su cumplimiento. Lo que sigue es una deslumbrante partida de billar cósmico, donde los paralelismos con el final del bajo Imperio Romano y los siglos posteriores no le quitan ni un ápice de grandiosidad y capacidad de fascinación a esta serie de relatos que siguen hoy tan vigentes como hace sesenta años. Determinismo contra libre albedrío, gobierno de los sabios y los más aptos o poder para el pueblo con todas las consecuencias... ¿De verdad se ha leído esto Ronald Emmerich?
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