domingo, 16 de mayo de 2010

El ex no tiene quien le escriba



A Ewan McGregor le ofrecen un pastón por hacer de negro de un famoso político cuyas memorias se han quedado a medias tras la misteriosa muerte del anterior responsable de redactarlas. Y allá se va el incauto con su maleta, hasta la siniestra isla de la costa este de EEUU donde reside actualmente el biografiado, un antiguo primer ministro británico que no se atreve a poner el pie fuera de EEUU por miedo a que lo procesen por crímenes de guerra...

El escritor es un estupendo thriller (tan estilizado y minimalista bajo su aspecto de best-seller político que mientras lo estás viendo ni siquiera caes en la cuenta de que nunca se llega a saber el nombre del protagonista), hecho al viejo estilo de la escuela hitchcockiana (con sus ecos evidentes de Rebeca y esa música de Alexandre Desplat que tanto suena a Bernard Herrmann), con poca acción, mucha tensión, ambiente de paranoia, unos personajes turbios llenos de secretos y abundante ironía y mala leche.

Buena lo es, pero la última de Roman Polanski está recibiendo unos aplausos tan exaltados (¿obra maestra a la altura de Chinatown? ¡Vamos anda!) que seguramente haya que atribuirlos a factores extracinematográficos. A saber: la solidaridad con los conocidos problemas judiciales del director (todavía en arresto domiciliario en Suiza a la espera de que se concrete o no su extradición a los EEUU), y la patada al detestado Tony Blair que la película da simbólicamente en el culo de Pierce Brosnan. Cierto que el actor irlandés, mejor cuanto más viejo, está soberbio como el fotogénico, vacuo y dominante Adam Lang, bestia acosada en permanente estado de irritación (en perjuicio de sus dotes de encantador de serpientes de sonrisa profident), un tipo que responde a todos los tópicos sobre los grandes hombres: que ninguno lo es para su sirviente, y que detrás de cada uno hay siempre una gran mujer. La señora Lang (Olivia Williams robando cada escena en que aparece), dama de rompe y rasga que solía ser el cerebro de la pareja, ha descubierto que su marido, una vez retirado de la política, se inclina más por el cuerpo de su secretaria (Kim Catrall). La tensión en el aire se puede cortar con un cuchillo; no es, desde luego, el mejor momento para recibir visitas...

Como despiada desmitificación de uno cualquiera de nuestros grandes líderes, envuelta en los esquemas del cine de género, El escritor funciona de maravilla. Como política ficción, en cambio, pese a su aire superficial de solemnidad, Polanski nunca se la toma muy en serio, adoptando en todo momento la misma distancia irónica que presenta en pantalla el personaje de McGregor (recuperando aquí su peso específico como actor protagonista tras el reciente fiasco de Los hombres que miraban fijamente a las cabras). Las asombrosas revelaciones finales son prácticamente un chiste con muy mala baba, y la idea de ver a un ex premier británico juzgado por el Tribunal de la Haya por implicarse con demasiado entusiasmo en la guerra contra el terror del gobierno americano suena rematadamente ingenua (sobre todo porque pocos gobernantes europeos estarían a salvo de acabar igual). Aunque, por otra parte, ¿no está el cine para hacernos soñar?

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