domingo, 1 de agosto de 2010
5. The Man Behind The Curtain
Tanto esfuerzo y energía malgastados para acabar en el punto de partida. Los supervivientes se palpan la ropa, miran en torno y lo encuentran todo más o menos donde solía. La bomba, en lugar de cambiar la historia, parece haberles devuelto a su propio tiempo. Locke sigue muerto y pronto también enterrado para desconcierto de una audiencia que hasta el último momento ha seguido esperando que la Isla le concediera al viejo cazador una revancha. No.
Todo es lo mismo pero ya nada es igual. Tras tanto recorrerla de arriba a abajo, ahora la Isla, más que asombro o terror, despierta una sensación de déjà vu o incluso de nostalgia por los buenos viejos tiempos (Hugo se lo comenta a Jack, otra vez aquí de excursión por la selva, como solíamos hacer). Cierto que aún queda un resto de magia en el aire (los fantasmas, el faro, ese extraño niño que aparece de cuando en cuando) pero es como si el asesinato del guardián y el desenmascaramiento del monstruo, su enemigo jurado (alias el humo asesino, la criatura detrás de casi todas las apariciones sobrenaturales que venían atormentado a los protagonistas y ahora el suplantador de John Locke) hubiera deshecho algún encantamiento que pesara sobre el lugar, disipando el clima de misterio y girando la trama hacia un tradicional choque entre el bien y el mal cada vez menos ambiguo.
Precisamente el gran Jacob, el misterioso dueño de los destinos de todos, aquel a quien los Otros sirven y reverencian como al Ser Supremo (y que sólo una vez que se deja matar tiene la decencia de dar la cara, cuando apenas es ya un eco a un paso de desvanecerse para siempre), ha sido probablemente el mayor fiasco de todos. Sus fieles devotos, abandonados a su suerte sin previo aviso, se descubren de pronto desamparados ante la furia homicida de su adversario. Ya apenas un puñado de extras aterrorizados que corren entre los muros de su Templo como pollos sin cabeza, comandados por un par de cretinos arrogantes e ineptos que resultan estar equivocados en todo lo que dicen o afirman, se hace difícil no sospechar que, pese a todas sus bravatas de iluminados, los Otros siempre fueron una secta bastante dejada a su libre albedrío, llena de supercherías y dogmas de su propia cosecha, tan al tanto de los últimos secretos del lugar como los científicos de Dharma a los que masacraron. Hasta Richard Alpert, el silencioso inmortal, el único al que el pseudo dios admitía en su presencia, después de siglos de obedecerle a ciegas sufre una crisis histérica y se intenta quitar la vida al ver derrumbarse todas sus creencias, su fe en Jacob y en un supuesto plan que (ahora lo comprende) nunca existió realmente.
Jacob es tan sólo el último y más notorio de una larga serie de visionarios, líderes y sujetos carismáticos que LOST ha hecho pasar a escena irradiando sabiduría y un íntimo conocimiento de los secretos de la trama, para acabar derribándolos con estrépito del pedestal como farsantes o ilusos, a menudo entre lágrimas y pataleos. El síndrome del Mago de Oz: fe ciega, infantil, irracional, sin otra base que la mera apariencia o el puro deseo de creer. Así es como llegamos a creer en John Locke (el gurú original, con su conexión especial con la Isla), en Benjamin Linus (el jefe de los Otros, siempre cultivando un aire de maligna omnisciencia), en Daniel Faraday (el científico que lo explicaría todo), en Richard Alpert (la mano derecha de Jacob), hasta en el pobre Desmond Hume, tan seguro de la verdad, tan despreocupado del aquí y ahora tras malinterpretar (como nosotros) su visión de ese otro mundo mejor donde todo el mundo era feliz. Y ese mismo escepticismo de LOST hacia cualquier variante de idolatría es el que expresaba John Lennon (quien quizá no por casualidad comparte nombre con el hippy de las gafitas del Templo) en su canción God:
God is a concept,
By which we can measure,
Our pain,
I don’t believe in magic,
I don’t believe in I-ching,
I don’t believe in bible,
I don’t believe in tarot,
I don’t believe in Hitler,
I don’t believe in Jesus,
I don’t believe in Kennedy,
I don’t believe in Buddha,
I don’t believe in mantra,
I don’t believe in Gita,
I don’t believe in yoga,
I don’t believe in kings,
I don’t believe in Elvis,
I don’t believe in Zimmerman,
I don’t believe in Beatles,
I just believe in me,
Yoko and me,
And that’s reality.
The dream is over
Al final Jacob tampoco tiene todas las respuestas; no es más que un simple ser humano, un oscuro manipulador frío y distante convertido en Guardián de la Isla a falta de mejor candidato, el cargo del que emanan todos su poderes y que tuvo que aprender a ejercer por su cuenta porque la terrible mujer a la que sucedió (mentirosa, violenta y medio loca, alguien que mezclaba alegremente hechos y superstición, con toda seguridad tan sólo una más en una larga cadena de guardianes que se pierde en la noche de los tiempos) nunca quiso explicarle demasiado: “Cada respuesta sólo conduciría a otra pregunta”.
Un obvio guiño de los responsables de LOST a ese sector de la audiencia que aguarda todavía, desafiando todo el propósito de la serie, a que los poderosos dioses de la pantalla del televisor se asomen a entregarles una lista de soluciones que lo deje todo atado y bien atado, que despeje cualquier duda y les libre de la tentación de tener que pensar o emplear su imaginación.
Si antes hablábamos de que la historia de LOST se puede representar como un viaje circular alrededor de la Isla, cabe citar aquí a Benoît Mandelbrot, padre de la geometría fractal, que en un artículo de 1967 (How Long is the Coast of Britain? Statistical Self-Similarity and Fractional Dimension) describe la paradoja de la línea de costa: se ha demostrado en la práctica que la longitud de un tramo de costa aumenta cuanto más precisa es la unidad de medida que se utiliza para calcularla. El motivo es obvio: cuando más detalle se intenta obtener, más recovecos y entradas del terreno hay que entrar a medir y más accidentes menores hay que sumar al total que de otra forma quedarían ignorados por el redondeo. Es decir, que cuanto más pequeña y próxima a cero sea la unidad de medida (cuanto más precisión y detalles se exijan a la historia), más tenderá a infinito el perímetro de la Isla (la historia se hará interminable). No parece casual que el mismo episodio de LOST que nos cuenta el origen de Jacob y su hermano (Across the Sea) proporcione precisamente una aproximación fractal a la historia de la Isla, un modelo que se repite con el tiempo a diferentes escalas de manera escalofriantemente semejante: llegan forasteros, comienzan a investigar las propiedades de la Isla, tratan de explotarlas para su propio beneficio violando sus secretos y son destruidos sin compasión (más o menos coincidiendo con el comentario despectivo de la Madre y el Hombre de negro: “Llegan, luchan, destruyen, se corrompen, siempre acaba igual”).
Y esto es todo lo que LOST piensa extenderse acerca de las eras oscuras de su mitología: que se parece mucho a la Historia del mundo, que es igual de inabarcable y que el que quiera más información va a tener que extrapolarla por su cuenta combinando detalles sueltos con la pauta cíclica y genérica que acaban de dar. Como dijo Lennon, se acabó el tiempo de los dioses, los líderes, los ídolos y los dichosos narradores omniscientes que mastican la comida por ti: The dream is over.
Parte 5 de 8
Texto completo en pdf, aquí:
Entradas anteriores:
1. The Long Con, 2. We're going to need to watch that again, 3. The boxman , 4. What Happened, Happened
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