lunes, 2 de agosto de 2010

6. See you in another life, brother


Y al final, en el rincón más sagrado había polvo de hadas y ruinas de cartón piedra. Se acaba la aventura y el espectador se queda con las ganas de saber qué era exactamente ese gran poder de la Isla por el que la gente moría y mataba, capaz de hacer que un individuo consagrara una existencia de siglos a preservarlo (pues su destrucción podría provocar poco más o menos el fin del mundo) y que al final se ha despachado con un montón de metáforas y poesía y un efecto especial representando alguna clase genérica de energía.

En realidad LOST ha hecho algo mejor que explicarlo: ha reservado una demostración práctica para los diez últimos minutos de la serie, a partir del momento que Jack Shephard comprende finalmente donde está y qué es esa misteriosa existencia alternativa en la que parecía estar viviendo.

Fue una de las pocas cosas que la Madre le dijo a Jacob, parte de esa luz habita en el corazón de cada ser humano, y ahí aparece ahora, ante nuestros ojos: el corazón de la Isla contiene el secreto de la vida después de la muerte, el secreto de la inmortalidad. El único misterio que no hay manera de desbancar con otro mayor, no hay ninguno más íntimamente incomprensible para un ser humano, crea o no crea en algo, que la idea de pasar en un instante de la existencia a la nada; imposible no emocionarse con un sueño de trascendencia que llevamos grabado en los genes y sobre el que se fundan todas las mitologías y religiones.

Demasiado obvio, manipulador y sensiblero, denuncian otros. Una cosa es llenar la selva de fantasmas o resucitar a los muertos y otra abrazarse con ellos en el otro lado con música de Michael Giacchino. Lo disfracen como lo disfracen, por mucho que la escena incluya iconos de todas las religiones, incluso si esa otra vida es un regalo especial de la Isla para sus salvadores, el resultado de la detonación de la bomba o cualquiera de las muchas teorías que circulan para explicarlo, el reencuentro de todos los personajes es una pura fantasía consoladora de la peor calaña y su inoportuno misticismo new age deja un mal sabor de boca a los fans más racionalistas radicales de la serie.

Veámoslo desde otro punto de vista: para quienes querían una respuesta definitiva, un final que lo dejara todo atado y bien atado, imposible imaginar otro más concluyente que éste.

La historia de la Isla realmente nunca termina, es como la Historia con mayúsculas, inabarcable, una sucesión infinita de acontecimientos entre los que es imposible discriminar o tomar distancia para extraer un sentido global. Son tan sólo las historias individuales las que concluyen, el viaje personal de cada ser humano, su propio conjunto de experiencias únicas, sus respuestas parciales al significado de la existencia, esa percepción subjetiva única e irrepetible del universo que se desvanece con la muerte.

Pero quizá en el mundo de LOST, en lugar de perderse, pasa a formar parte de un inconsciente colectivo junto con la de todos aquellos sin los que uno mismo no podría concebir su propio relato, todos juntos soñando un eco de sus vidas pasadas, arrastrando la inercia de viejas alegrías y antiguas heridas y de tantas historias como quedaron sin concluir, cada uno imaginando para sí mismo lo que hubiera podido ser y no fue.

Cuando el durmiente despierta, su historia entera pasa ante sus ojos y por un momento es uno de nosotros, un sorprendido espectador de su propia vida, ahora ya un relato con principio y final, sus luces y sus sombras que al contarse entero cobra quizá por primera vez sentido y coherencia, dándole ocasión de hacer balance y cerrar el libro. En la serie que era la puerta de un millón de historias, qué menos que dar ocasión a sus protagonistas de conocer la suya propia.

Algunos ya habían comenzado a hacer ese balance, rectificando en sueños alguno de sus peores errores. Ben Linus desiste de su pequeño golpe de estado escolar para no perder otra vez a su hija Alex. Sun y Jin ya ni siquiera están casados sino que ahora son una pareja de amantes furtivos unidos contra el mundo.


Y John Locke, de regreso del aeropuerto, se empeña en bajar por sí mismo de la camioneta con su silla de ruedas pero se cae al jardín, saltan los aspersores y comienzan a regarle. El viejo Locke se habría desesperado y maldecido, otro pequeño instante patético de una existencia empeñada en no darle tregua. En vez de eso, tirado y chorreando sobre la hierba, capta de pronto el lado ridículo de la escena. Y se ríe.
Imposible, debía tratarse de otra persona, un Locke de una realidad paralela con alguna diferencia esencial de mecanismo, alguien que hubiera llevado una vida distinta y más feliz. Pero por supuesto que era él, algo después (¿cuanto? Nos dicen que no existe el tiempo en el limbo), comenzando a cicatrizar heridas, a aceptar su historia y su propio papel en ella.

Los relatos de náufragos suelen acabar con la llegada del rescate pero este epílogo no hay más isla que la que cada uno de los personajes representa (la otra, hundida por si acaso en el fondo del mar, no tiene papel aquí: esto es sólo para ellos). El final lógico para una historia sobre un grupo de personajes perdidos en el caos de sus propias vidas, incapaces de fijar su propio rumbo, aferrados a sus fantasmas y fantasías ilusorias, también es ser rescatados. Todos necesitan un empujón para despertar, la ayuda de algún otro para salir de su propio pozo de oscuridad, para descubrirse a sí mismos, para comprender quienes son y dónde están. El infierno no sólo no son los otros sino que son, quizá, el único cielo posible.

¿Sentimental? Sí, claro. Creo que no he llorado tanto desde que tenía seis años.

Parte 6 de 8
Texto completo en pdf, aquí:

Entradas anteriores:
1. The Long Con, 2. We're going to need to watch that again, 3. The boxman , 4. What Happened, Happened, 5. The Man Behind The Curtain

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