viernes, 7 de diciembre de 2007

Repesca tv: Señales



No sé cuantos anuncios prenavideños me tuve que tragar este lunes hasta el final de Señales, que no había vuelto a ver desde el día del estreno. Aguanté por gusto, claro (y esta segunda vez me gustó más) porque M. Night Shyamalan es un maestro creando atmósferas (siempre con la inestimable ayuda de James Newton Howard a la banda sonora) y lo de contar una invasión extraterrestre desde el punto de vista de una familia encerrada en su granja en vez de desde el despacho oval tiene su aquel, pero definitivamente Señales es uno de esos casos en los que el conjunto es inferior a la suma de las partes. En su momento fue la primera grieta en mi inquebrantable fe en la infalibilidad de Shyamalan tras El sexto sentido (que aunque lo parezca no es su primera película, tiene otras dos anteriores aún por ver) y El protegido. ¿Qué pudo ocurrir? ¿Fue el cambio de Bruce Willis por Mel Gibson? ¿Fue el inesperado rollo devoto? ¿Fue ese final de que con el agua se van y sin frotar?

Muchos creimos ver en Shyamalan al sucesor natural del primer Spielberg (en aquellos días en los que el millonario barbudo parecía echado a perder intercalando chorradas infantiloides como El mundo perdido con paternalistas lecciones de historia tipo Amistad con las que intentaba bañarse de nuevo en las glorias de Schindler), que él sería el siguiente gran renovador de la fantasía y la ciencia ficción, un Spielberg en versión intelectual, sin tontunas ni blanduras, un autor de fantasías con subtexto, inteligencia y humanismo. Quien iba a imaginar que el subtexto se iba a acabar comiendo al texto, que el ego se le iba a inflar de tal manera (él mismo chupando cada vez más plano en cada película, ascendiendo del cameo a lo Hitchcock a un virtual coprotagonismo al estilo Woody Allen), que el sentido de la propia importancia del mensaje se iba a apoderar de la narración hasta alcanzar la apoteosis ombliguística de La joven del agua, que yo recuerdo haber defendido en su día pero que, vista en perspectiva, hay que admitir que es una buena historia que se hunde lastrada por su artificioso y más bien penoso formato metatextual.

Parte de esto se aprecia ya en Señales: el personaje del director como demiurgo accidental que pone en marcha los acontecimientos y da pistas para avanzar la acción, inconsistencias argumentales ignoradas en pro del sentido general y unos personajes que se mueven por una trama prediseñada y se asombran al descubrir que todo encaja como por acuerdo de un designio superior (solo les falta el paso siguiente de reconocerse personajes de ficción). Y como en realidad es bastante frecuente eso de que en una historia cada uno de los elementos que aparecen cumpla una función, y dado que el valor probatorio de los milagros imaginarios está hoy día bastante cuestionado, Señales tiene un plus de significado superpuesto bastante superfluo e irritante, porque los temas del sacerdote que ha perdido la fe y el de la invasión extraterrestre no se refuerzan mutuamente de manera orgánica sino que están encajados a martillazos.

Spielberg remontó el bache, se sucedió a sí mismo y ahora está en plena segunda edad de oro, pero la carrera de Shyamalan tampoco es que apunte a un declive imparable (siendo El bosque mejor que Señales, o quizá simplemente es que estoy más de acuerdo con el mensaje). El verano que viene estrenará una fantasía ecologista apocalíptica con Mark Wahlberg y los que lo han leído dicen que el guión es estupendo. Quizá le haya sentado bien una cura de humildad (porque La joven del agua recibió una sobredosis de jarabe de palo). La moraleja de esta entrada, por si aún no la habéis adivinado, es la siguiente: No pongas todos los huevos en la misma cesta y diversifica tus ídolos: alguno de ellos podría resultar humano.

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