Hace más de dos semanas que vi la última de George Clooney, Michael Clayton, y aunque salí del cine más que satisfecho, desde entonces la impresión de la película se me ha ido diluyendo y no estoy seguro que sea tan solo problema de mi memoria a corto plazo...
Si en algo se queda corta Michael Clayton no es precisamente en su capacidad de tenerte agarrado a la butaca durante dos horas: tenso thriller conspirativo con inquietudes sociales y más que sólido debut como director de Tony Gilroy, guionista de la saga del espía Jason Bourne con la que la presente comparte buen número de virtudes (diferencias: ausencia de accion frenética y el salto de los enemigos del sector público al privado, aunque a la hora de despejar obstáculos ambos métodos corporativos acaben confluyendo bastante). Estética similar de gama fría, parecida atmósfera opresiva y ese mismo sabor a viejo cine liberal del Hollywood de los 70 como el que hacía sin ir más lejos el propio Sydney Pollack que aquí aparece en funciones de actor (una vez más interpretando a un ricachón de lealtades dudosas), cuando los héroes clásicos de mentón de acero se vieron reemplazados por antihéroes desorientados superados por las circunstancias y la desmitificación de los géneros abríó a los personajes la opción de saltar en marcha en cualquier momento.
George Clooney (además de prota productor de la cinta junto a Steven Soderbergh) es un caso extraordinario de pediatra de la tele convertido en estrella clásica de la edad de oro nacida cincuenta años tarde, lo más parecido que tenemos en carisma a un moderno Clark Gable o Cary Grant. Como si no le bastase con ser simplemente un guaperas canoso y carismático, el hombre levanta sus propios proyectos, se mete a dirigir, se moja políticamente y se esfuerza por estirar sus registros interpretativos en dramas como Syriana, o haciendo el bobo con los hermanos Coen (O brother, Crueldad intolerable).
El personaje de Michael Clayton, en cambio, no supone precisamente un desafío para su imagen tradicional de estrella. Mitad abogado, mitad “solucionador de problemas” de un gran bufete para ricos de mierda que necesitan de un consejero astuto y discreto que les salve el culo cuando se meten en líos, padre divorciado y ausente, ludópata asediado por acreedores, es un antihéroe demasiado peliculero como para deparar grandes sorpresas. Para problemas interesantes los que se busca ese colega suyo que interpreta Tom Wilkinson (en su segunda intervención estelar del año tras El sueño de Casandra), impresionante majara que cae en una crisis nerviosa tras años de defender lo indefendible representando a una multinacional química culpable de un envenenamiento masivo por pesticidas. Wilkinson se cae del caballo un buen día y primero, como acto de purificación, se despelota en mitad de una vista y a continuación decide pasarse al otro bando y ayudar a las víctimas en vez de a los asesinos. Este desquiciado renegado kamikaze es el verdadero héroe y motor de la acción frente al cuál el Michael Clayton del título ejerce de mero apéndice como guardián y discípulo… Hay otra película más interante y extrema enterrada en Michael Clayton, y va a ser porque Gilroy ha escogido como protagonista al personaje típico en vez de al memorable.
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