domingo, 18 de mayo de 2008

Hombre en conserva


Los superhéroes, esos personajes absurdos, arquetipos distorsionados que protagonizan alambicadas mitologías para adolescentes con la profundidad emocional de una lenteja; como el ornitorrinco, suponen un accidente evolutivo de la cultura popular que si no existiera dudo mucho que nadie se molestara en inventar (al menos en su forma actual). Pero todo se les perdona cuando salen tan entretenidos como
Iron Man

Menudo sarcasmo la frase aquella del tío de Peter Parker, Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Lo cierto es que a estos vigilantes con pijamas de colores rara vez se les ha visto arrimando el hombro para combatir las verdaderas injusticias de este planeta, tan entretenidos como andan en su mundo de fantasía manteniendo oculta su identidad secreta, combatiendo al supervillano de turno y formando coaliciones entre ellos como en una tediosa parodia de alguna arcaica religión politeísta. El momento cumbre de su historia suele ser el relato-origen (cuando les pica la araña, les cae encima la tromba de rayos gamma o se caen en la marmita de pequeños) y sus primeros pasos para establecerse profesionalmente en un sector tan competitivo; a partir de ahí, las aventuras de cada cual se vuelven generalmente intercambiables y progresivamente rutinarias.

En EEUU los cómics de superhéroes han sido durante décadas sinónimo de cómic a secas: el duelo histórico entre DC comics y Marvel, como la división entre demócratas y republicanos, ha venido dando una ilusión de alternativa que barría bajo la alfombra el resto de opciones. Y ahora que sus ventas llevan años cayendo es el cine el que les viene a salvar gracias a la revolución de los efectos digitales que ha hecho posible trasladar a la gran pantalla sus fantasmadas a un precio razonable.

Iron Man es precisamente el estreno como productora independiente de Marvel Estudios (seguida en unos meses por Hulk 2, y más adelante por otros héroes de su catálogo en orden decreciente de popularidad). Y aunque puede que el hombre de hierro sea menos conocido que Thor o El Capitán América, resulta una estrategia inteligente comenzar el desembarco con uno de sus personajes menos traídos por los pelos, cuyos únicos superpoderes son su tremenda fortuna y su inigualable talento como ingeniero. Primo espiritual de Bruce Wayne, Tony Stark, heredero de una gran industria armamentística, es un capullo totalmente imbuido en esa vida de playboy millonario que el hombre de Gotham City solo finge llevar, hasta que una dura experiencia durante una visita a Afganistán le hace caerse del caballo y revisar su propósito en la vida y la de los juguetes que fabrica.

Y aunque su historia no deja de ser otro relato-origen tan surrealista e inverosímil como es costumbre en el género, el director Jon Favreau ha conseguido crear un producto ágil, divertido y emocionante, con cantidad de variaciones sorprendentes sobre el esquema base, y que además es de principio a fin el show de Robert Downey Jr. en la más perfecta fusión entre personaje e intérprete jamás vista en una película de superhéroes. Hace falta talento y carisma para conseguir soldar las piezas de un personaje tan imposible (genio, idiota, hedonista, hombre arrepentido y vengador justiciero), y que el resultado parezca tan ligero y natural como si el antiguo chico malo oficial de Hollywood se estuviera interpretando a sí mismo.

Es esa calidez humana (no hay más que echar un vistazo al resto de nombres del reparto: Jeff Bridges –calvo y con barba, irreconocible-, Gwyneth Paltrow, Terrence Howard) lo que la distingue y la eleva por encima de sus clichés y de otras cintas similares. Visualmente Iron Man es un producto hipertecnológico con lo último en efectos especiales y diseños futuristas (mucho más creíbles, por ejemplo, que los de Spiderman, y más vistosos que los de la realista Batman Begins), pero su material genético está repleto de cine clásico, de películas de aventuras de los años 30 tipo Errol Flynn (otro famoso borracho), screwball comedies (el romance latente entre Tony Stark, el frívolo heredero de buen corazón, y Miss Potts, su secretaria para todo), y esa ciencia ficción ingenua donde un capitalista emprendedor es capaz de arremangarse y hacerse en un pis-pás un supertraje para combatir al crimen. En conclusión, un plato completísimo y con un gusto excelente (para ser de lata).

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