martes, 8 de julio de 2008

Las tijeras del tiempo


Sale uno todo feliz de ver Los cronocrímenes y de pronto cae en la cuenta del problemón que se le viene encima: escribir sobre ella sin destripar el argumento.

Podría intentar rodearla desde fuera y describirla como “comedia negra de ciencia ficción” pero el caso es que el ingrediente de comedia se acaba disolviendo en el fondo de thriller fantástico, y tampoco hay explosiones ni dinero para sacar a Will Smith dando botes. Digamos entonces (por aproximaciones, y por no meternos con Bioy Casares y Philip K. Dick) que es un improbable híbrido entre ciertos episodios de Futurama, el cine de David Cronenberg y lo que hacía antes de Airbag aquel prometedor Juanma Bajo Ulloa, una inexplicable anomalía en el páramo cinematográfico español (teletransportada en bolas desde un futuro posible cual terminator que viniera a reescribir la historia y abrir una nueva vía a nuestro amuermado cine de género). Frente al auge actual de un modelo de fantástico español demasiado pendiente de prototipos anglosajones y con cierto regusto a cocina recalentada de aeropuerto (aunque menos es nada), Los cronocrímenes, con apenas cuatro actores, un protagonista feo y antipático, su paleta de verdes, grises y negros y una notoria escasez de presupuesto, apuesta por la brillantez de un guión perfecto de ciencia ficción minimalista, un engañoso rompecabezas de causas y efectos de implacable desarrollo lógico a partir de una única pieza de fantasía, esto es, que en lo que parecen las instalaciones de un club de golf en un pleno monte vasco existe una máquina del tiempo experimental sin apenas vigilancia los fines de semana. Y aún así, las reglas del viaje en el tiempo se acaban cerrando sobre sí mismas en una tautología de pesadilla cuyo sentido último se deja deliberadamente al margen a la espera de las intuiciones del espectador.

Karra Elejalde interpreta con su habitual estilo naturalista de bruto empanado al protagonista, Héctor, un tipo absolutamente corriente atrapado de la manera más tonta en un engranaje inexorable de causalidad y obligado a jugar a un juego siniestro cuyas reglas va aprendiendo sobre la marcha. Tipo corriente que acaba haciendo cosas de las que jamás se habría creído capaz 24 horas antes, pero es que los escrúpulos se esfuman rápido cuando uno se autoconvence de que no le queda otro camino... Hasta qué punto se le puede hacer responsable de cuanto ocurre, hasta dónde todo forma parte de una secuencia inevitable o si acepta demasiado rápido convertirse en un peón de su destino, son sólo algunas de las muchas preguntas sin respuesta que la película deja planteadas con toda su mala sombra...

El director y guionista Nacho Vigalondo (que además se reserva para sí un papel clave de la historia), autor de numerosos cortos y nominado al oscar en 2003 por 7:35 de la mañana, director invitado en varios sketches de La hora Chanante y Muchachada Nui, es un tipo con discurso propio, un humor esquinado y lacónico y una mirada paranoica sobre lo cotidiano donde lo que parece no es nunca lo que es, y en cuyo universo la situación más prosaica suele ser la punta del iceberg de otra realidad mil veces más extraordinaria (y aún así igual de patética). Los cronocrímenes es su debut en el largo y a pesar de traer bajo el brazo varios premios internacionales y un inminente remake americano, le ha costado dios y ayuda estrenarla aquí. Pero ya se sabe que los pioneros siempre lo tienen más crudo…

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