domingo, 27 de julio de 2008

La roña y el hombre de acero


Hancock es un capullo alcohólico, borde y desastrado a quien sus conciudadanos de Los Ángeles detestan porque, cada vez que se mete en algo, el caos se multiplica por dos. También es la oportunidad de Will Smith de interpretar con toda solvencia a Superman, si el boy scout nº 1 de América hubiera nacido negro y tuviera muchos más problemas que encontrarse un trozo de kriptonita en la sopa.

Éramos pocos y parió la abuela… Hancock, al contrario que el resto de sus colegas con película este año (Iron Man, Hulk, Hellboy, Batman) es un superhéroe original creado para el cine, un tipo de lo más vulgar excepto por el hecho de que vuela, es superfuerte, super rápido, invulnerable y quién sabe qué más.
La frescura y el potencial para la sorpresa de un personaje virgen, sin el lastre de treinta o cuarenta años de historia, se convierte a la hora de venderlo en el problema de que Hancock no es una marca reconocible, pero ahí es donde entra Will Smith. Sacando partido a su faceta de comediante, nos la han estado anunciando como si fuera una parodia del género, y de ese malentendido y frustración de expectativas vienen la mayoría de las críticas flojas y bastante injustas que se está llevando. Porque la película es a la vez menos y más de lo que prometía ese trailer que era 100% vaciladas y lanzamientos de ballenas en youtube

Hancock, efectivamente, comienza como una comedia fantástica llena de vulgaridades, muy divertida y bestia, y aunque el humor sigue presente hasta el final, hacia la mitad del metraje comienza a girar hacia un tipo más formal de película de superhéroes trepidante y espectacular, tanto o más que la de cualquier personaje de Marvel o DC Comics (y mucho más emocionante, por ejemplo, que la morosilla Superman returns), y llegan unas cuantas revelaciones sobre la mitología del personaje cuyos orígenes me parecieron personalmente mucho más interesantes que aquella tan manida de “me picó una araña” (pero quedan misterios de sobra acerca de Hancock para abordar en una más que probable secuela, y es mejor así).

Tampoco es exactamente lo frívola y veraniega que aparentaba, sino que hasta se molesta en elaborar una metáfora de lo más entretenida sobre la dicotomía entre el destino y la libertad, la responsabilidad personal, la búsqueda de la identidad y la fe en que la gente puede cambiar (el personaje de Jason Bateman, optimista incurable del que se habría cachondeado hasta Frank Capra, resulta que al final tiene razón al confiar en el superhombre homeless). Como una versión con muchos más chistes y decibelios de El protegido de M. Night Shyamalan (otra película realista de superhéroes que funcionaba como alegoría sobre el heroísmo en círculos concéntricos, desde el núcleo familiar a la responsabilidad colectiva), con la diferencia de que en Hancock el componente racial le da un matiz diferente y específico, y que lo de superman negro no es un adjetivo accesorio para amoldarse a la estrella de turno que lo interpreta. Este personaje pobre, airado, malhablado, sin raices ni expectativas de futuro, que odia al mundo entero y viceversa y que más pronto que tarde acabará en la cárcel o muerto, podría ser también blanco o hispano pero la verdad es que es un retrato robot particularmente duro de un número creciente de hombres negros viviendo en los márgenes del sistema en EEUU (hace poco salió un estudio bastante alarmante que revelaba que es la única comunidad cuyos niveles de pobreza y marginación no dejan de aumentar). Y el caso es que en cuanto a cuentecillo de superación, la redención de Hancock (que aunque no lo parezca es en todo momento un héroe, un tipo que sigue intentando ayudar frente a la hostilidad del mundo y cuyo problema –o al menos uno de ellos- es que es simplemente muy malo en un trabajo que nadie le ha enseñado a hacer), resulta una fábula moral bastante menos obvia de lo que parece.

En la vida real nadie como el propio Will Smith para servir de modelo de triunfador a su comunidad. De rapero de Philadelphia y jeta televisivo a héroe de acción y actor mejor pagado del mundo en poco más de diez años (y se merece cada centavo), Smith es uno de esos intérpretes naturales que siempre parecen estar haciendo de ellos mismos pero que no paran de crecer de película en película. Quizá el de Hancock no sea el personaje más difícil que ha hecho en su vida pero no se me ocurre nadie que pudiera haber cubierto todas sus facetas y contradicciones de manera tan convincente. Es posible que la película tenga ciertas arrugas estructurales por culpa de un exceso de reescrituras (es un hecho que algunas escenas se volvieron a rodar a última hora para evitar la clasificación R), y que los cambios de tono de la risa al drama podrían haber sido más graduales, pero me parece absurdo protestar por los grumos para una vez que una peli de estudio no es papilla predigerida.

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