lunes, 9 de marzo de 2009

A contracorriente


Salvo por un par de detalles la vida de Benjamin Button no es tan distinta de la de muchos de sus contemporáneos. Nacido y abandonado en Nueva Orleans en 1918, criado por una madre adoptiva, algunos viajes intrépidos en su juventud, cierta acción en la Segunda Guerra Mundial y poco más. Es decir, que no es ningún Forrest Gump y su pequeña excentricidad de nacer viejo y morir joven no es al fin y al cabo tan grave como para no poder identificarse con él (y tampoco es esta la primera historia en observar lo mucho que se parecen la tercera edad y la primera).

Cierto es que su edad aparente, tan distinta de la mental, complica un poco el trato con la gente, condicionando sus reacciones y expectativas, pero a la larga lo más difícil es la falta de sincronía. Para Benjamin los buenos momentos son efímeros, todas las relaciones humanas son barcos que se cruzan en la noche con trayectorias divergentes en el espacio y en el tiempo. Lo de atesorar el instante, disfrutar del aquí y ahora, no será muy revolucionario como mensaje pero el relato que lo contiene es fascinante y conmovedor, trágico y extraordinario como cualquier otra vida humana bien contada. Una historia que sin embargo habría sido imposible de filmar de esta manera sin los últimos milagros en efectos visuales, lo más espectaculares y mejor aplicados que se hayan visto en mucho tiempo. El truco está tan logrado, la suspensión de la incredulidad es tan perfecta, que no hay peligro de que quede obsoleto con el progreso de la técnica: lo que se ve es simplemente lo que hay.
Para mi gusto a la película le habría ido mejor sin algunos momentos poéticos de realismo mágico al estilo Tim Burton (o incluso Amelie), que chirrían un poco en la paleta general sombría y melancólica (con sus momentos de humor fundados en la incongruencia de la situación) que utiliza David Fincher, ampliando una vez más su registro como director después del estirón que ya dio con Zodiac. Brad Pitt da la talla y está en todo momento vulnerable y creíble en el papel protagonista, un personaje más bien introspectivo y distante para quien, después de todo, su estilo de vida es algo natural porque es el único que conoce. El verdadero drama de su condición lo acabarán sufriendo las personas que le quieren, en particular Cate Blanchett interpretando a la mujer de su vida en un trabajo deslumbrante y dificilísimo. Para Benjamin el sentido de la existencia corre en dirección contraria y a él le ha tocado viajar solo pero al final, por supuesto, el punto de destino es el mismo para todos; el tiempo se lo lleva todo, lo mismo que el huracán Katrina arrastró consigo a la vieja Nueva Orleans. El curioso caso de Benjamin Button es una fantasía que toca zona sensible que ningún espectador con un mínimo de imaginación olvidará facilmente.

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