domingo, 23 de mayo de 2010

Wonderland S.A.

Posiblemente el mundo no necesita otra crítica negativa de la Alicia de Tim Burton pero, ya que me he tomado la molestia de verla entera, que se joda el mundo...

Como Disney ya tenía una Alicia en nómina (la del clásico animado de 1951), quizá para no contraprogramarse a sí misma con una versión en imagen real, o puede que para no poner cortapisas a la desbordante creatividad de su antiguo empleado Tim Burton a la hora de customizar el relato, es por lo que esta nueva versión se presenta a sí misma como una secuela (Alicia adulta de vuelta en el País de las Maravillas) pero con todas las ventajas del remake (no recuerda nada, se vuelve a encontrar con los mismos personajes y reacciona exactamente igual que cuando era una cría, lo que bien pensado resulta un poco alarmante desde el punto de vista psicológico).

Curiosa manera de tentar a la suerte repitiendo tan de cerca la estructura de Hook, uno de los contados grandes fracasos de Spielberg, aquella película elefantiásica y descompensada en la que un Peter Pan adulto y amnésico volvía a Nunca Jamás para redescubrir al niño que fue y aprender a ser mejor padre y a trabajar menos.
Pero al menos Hook contaba con el brillante mano a mano entre Robin Williams y Dustin Hoffman;  aquí la pobre Mia Wasikowska hace lo que puede con la insustancialidad del personaje que le ha tocado en suerte y que no habría salvado ni la propia Meryl Streep. Alicia ha crecido, ha olvidado sus aventuras en el submundo y se ha convertido en una joven con la cabeza llena de fantasías (todo el día en las nubes o con un déficit de atención tipo Homer Simpson), el típico bicho raro burtoniano que no encaja en su entorno, en este caso la rígida sociedad victoriana que la empuja a casarse con un cenutrio aristócrata. El día en que el lord se le declara, ella huye despavorida, se cae por un agujero y llega al País de las Maravillas, reduciendo el resto de la aventura (larga y tediosa y de la que apenas se salva a ratos el diseño artístico) a una especie de sesión de coaching para resolver sus conflictos en el mundo real.

Allí a Alicia se le insistirá una y otra vez en que debe aprender a ser ella misma y elegir su propio destino mientras (ironías de la vida) el guión la empuja a recorrer una de las estructuras narrativas más rígidas y trilladas que existen, la del ciclo del héroe providencial (dice una profecía que ella, tan joven e indefensa, será quien mate al monstruoso Jabberwocky liberando al país de la tiranía de la Reina de Corazones -Helena Bonham-Carter con cabeza gorda-). Desde luego es un desarrollo diferente del nonsense de Lewis Carroll, quien seguro que nunca imaginó a su Alicia disfrazada de Juana de Arco matando dragones en otra fantasía heroica del montón (pero que al menos ahora tiene un tercer acto que coincide con lo que se enseña en los talleres de guionistas).

Wasikowska no recibe mucha ayuda por parte Johnny Depp, su compañero de reparto y primer nombre en los créditos, cuyo Sombrerero Loco, transformado en una especie de torturado héroe romántico de incógnito, es la encarnación de todo lo que falla en esta película: estrafalario y colorista por fuera, sobado y convencional por dentro. En la versión original ponen voces gente tan ilustre como Alan Rickman (la oruga azul), Stephen Fry (el gato de Cheshire) o Christopher Lee (el Jabberwocky) pero para el uso que les dan se podían haber quedado en casa.

Alicia volverá al mundo real a ocuparse de sus asuntos convertida en una mujer que sabe quien es y lo que quiere. Nada de matrimonios que asfixien su fértil imaginación y su espíritu aventurero: ha descubierto que su lugar está en el mundo de los negocios, en la antigua compañía de su difunto padre ideando intrépidas nuevas rutas comerciales con los países de oriente como una moderna Marco Polo.

Tan prosaico final deja en evidencia a los que afirman que Tim Burton hace años que no tiene nada que decir como creador, que ya no es más que un director artístico con ínfulas que tocó techo con Eduardo Manostijeras y Pesadilla antes de Navidad y desde entonces se repite más que el ajo. Pues no, Burton sigue esforzándose por poner un trocito de su alma en cada nueva obra que factura, es simplemente que sus actuales nociones acerca de la fantasía, la madurez y la vida como exitoso adulto funcional ya no encajan mucho con la estética que cultiva y el rollo que se tira. Y esta película que es pura mediocridad, que parece construida por un comité en piloto automático en base a la ley del mínimo esfuerzo, que no tiene más razones para existir que sumar otro disfraz de repelente majara a la galería de grotescos de Johnny Depp y que Disney se llene las arcas con otro falso 3d, no es quizá el lugar más oportuno para restregarnos sus supuestas dotes de visionario integrado con olfato comercial.

domingo, 16 de mayo de 2010

El ex no tiene quien le escriba



A Ewan McGregor le ofrecen un pastón por hacer de negro de un famoso político cuyas memorias se han quedado a medias tras la misteriosa muerte del anterior responsable de redactarlas. Y allá se va el incauto con su maleta, hasta la siniestra isla de la costa este de EEUU donde reside actualmente el biografiado, un antiguo primer ministro británico que no se atreve a poner el pie fuera de EEUU por miedo a que lo procesen por crímenes de guerra...

El escritor es un estupendo thriller (tan estilizado y minimalista bajo su aspecto de best-seller político que mientras lo estás viendo ni siquiera caes en la cuenta de que nunca se llega a saber el nombre del protagonista), hecho al viejo estilo de la escuela hitchcockiana (con sus ecos evidentes de Rebeca y esa música de Alexandre Desplat que tanto suena a Bernard Herrmann), con poca acción, mucha tensión, ambiente de paranoia, unos personajes turbios llenos de secretos y abundante ironía y mala leche.

Buena lo es, pero la última de Roman Polanski está recibiendo unos aplausos tan exaltados (¿obra maestra a la altura de Chinatown? ¡Vamos anda!) que seguramente haya que atribuirlos a factores extracinematográficos. A saber: la solidaridad con los conocidos problemas judiciales del director (todavía en arresto domiciliario en Suiza a la espera de que se concrete o no su extradición a los EEUU), y la patada al detestado Tony Blair que la película da simbólicamente en el culo de Pierce Brosnan. Cierto que el actor irlandés, mejor cuanto más viejo, está soberbio como el fotogénico, vacuo y dominante Adam Lang, bestia acosada en permanente estado de irritación (en perjuicio de sus dotes de encantador de serpientes de sonrisa profident), un tipo que responde a todos los tópicos sobre los grandes hombres: que ninguno lo es para su sirviente, y que detrás de cada uno hay siempre una gran mujer. La señora Lang (Olivia Williams robando cada escena en que aparece), dama de rompe y rasga que solía ser el cerebro de la pareja, ha descubierto que su marido, una vez retirado de la política, se inclina más por el cuerpo de su secretaria (Kim Catrall). La tensión en el aire se puede cortar con un cuchillo; no es, desde luego, el mejor momento para recibir visitas...

Como despiada desmitificación de uno cualquiera de nuestros grandes líderes, envuelta en los esquemas del cine de género, El escritor funciona de maravilla. Como política ficción, en cambio, pese a su aire superficial de solemnidad, Polanski nunca se la toma muy en serio, adoptando en todo momento la misma distancia irónica que presenta en pantalla el personaje de McGregor (recuperando aquí su peso específico como actor protagonista tras el reciente fiasco de Los hombres que miraban fijamente a las cabras). Las asombrosas revelaciones finales son prácticamente un chiste con muy mala baba, y la idea de ver a un ex premier británico juzgado por el Tribunal de la Haya por implicarse con demasiado entusiasmo en la guerra contra el terror del gobierno americano suena rematadamente ingenua (sobre todo porque pocos gobernantes europeos estarían a salvo de acabar igual). Aunque, por otra parte, ¿no está el cine para hacernos soñar?

domingo, 2 de mayo de 2010

Sintonías pavlovianas


Cuando el pérfido y hortera productor de cine y tv Jerry Bruckheimer, a quien debemos, entre otras modernas plagas, la práctica totalidad de la carrera de Michael Bay, sea juzgado por crímenes contra la humanidad, tal vez su única ocasión de salvar el cuello sea alegar ante los miembros del jurado una única buena acción: “¡Yo descubrí a los Who!”

Lo cual, si no históricamente cierto, será la pura verdad al menos para las sucesivas generaciones que ni siquiera habían nacido cuando estos míticos carrozas de la era perdida de los titanes del rock dominaban las ondas. Bruckheimer es el productor de la gran familia CSI (Las Vegas, Miami y Nueva York), donde cada serie de la franquicia emplea como sintonía un tema distinto de la banda británica (Who are you, Won´t Get Fooled Again y Baba O´Reilly, respectivamente).

Pete Townshend y Roger Daltrey, tras vender al diablo tres de sus clásicas a cambio de un lugar al sol en su años postreros y una fortuna en royalties, y ya metidos en el negocio de las musiquillas televisivas, incluyeron en su album de 2006 Endless Wire una canción sobre la forma en que algunas de estas sintonías estremecen el corazón hasta de los tíos más adustos y encallecidos, actuando como una especie de pasaje de vuelta a los emociones más puras e intensas de la infancia. Se llamaba Mike Post Theme, homenaje de Townshend a un auténtico profesional de la música para televisión, el hombre que compuso los temas de El Equipo A, MacGyver, Magnum PI, El gran héroe americano, Blossom, Remington Steele, Canción triste de Hill Street, La ley de Los Ángeles y un ciento más. Mike Post (Los Angeles, 1945) es el responsable de buena parte de la memoria sentimental televisiva de los niños de los 80 y no sé a qué espera la puñetera Generación Nocilla para hacer algo útil con su nostalgia y lanzarse a reivindicar a este genio casi desconocido (desde aquí queda hecho el llamamiento).

Los músicos de televisión sufren un estigma parecido al que solían padecer los actores de TV: por buenos que sean nadie los toma en serio hasta que triunfan en el cine. Algo así le ha pasado a Michael Giacchino (Riverside Township, Nueva Jersey, 1967), que empezó componiendo música para videojuegos (Lost World: Jurassic Park, Call of Duty, Medal of Honor) hasta que J.J. Abrams lo llamó para trabajar en la música incidental de su serie Alias, iniciando una fructífera colaboración que en la pequeña pantalla han prorrogado con Lost y Fringe* y, en el cine, con la banda sonora de los dos largos que ha dirigido el astuto gafapasta, Misión Imposible III y Star Trek (además del tema final de Cloverfield, película sin música por lo demás).

Pero donde el gran público ha acabado por descubrir a Giacchino ha sido en sus trabajos para Pixar: la banda sonora de Los Increibles (formidable pastiche sesentero del sonido de John Barry para la serie Bond), Ratatouille y finalmente las agridulces melodías de Up por la que este año se ha llevado con toda justicia el oscar a la mejor banda sonora. Merecido porque Giacchino es uno de los mejores compositores surgidos en la última década, dueño de un sonido inconfundible marcado paradójicamente por los contrastes: además de un dominio tremendo de la melancolía en sus melodías casi satinianas,  es un maestro en la creación de atmósferas de tensión con instrumentación ruidista y cacofónica, y un poderoso autor de temas de acción pura y dura con gran presencia de la percusión. ¿Y dónde mejor para exhibir su gama completa de registros que en la serie que es tantas series a la vez? (relato de supervivencia, aventura mitológica, culebrón, ciencia ficción, cuento dickensiano, serie de médicos, cine oriental de gangsters...).

Hace muchos años le escuché decir en la radio a Santiago Segura que, si coges una escena de un tío saltando bancos en el parque y le añades la música de Misión Imposible (del argentino Lalo Schifrin), hasta esa tontería de repente ya parece algo. Lost no depende hasta esos extremos de su banda sonora (cuenta con otras muchas virtudes: grandes ideas, los guionistas más temerarios del mundo y un magnífico reparto) pero la música de Giacchino es bastante más que un personaje más: en muchos sentidos es el alma de la serie.
Como muestra, este anuncio tan divertido que sirve de promo para el inminente final de la aventura, pensado a mala idea para dejar a cualquier fan de la serie con los ojos empapados... ¿Será porque nos reconocemos a nosotros mismos dentro de tres semanas, o será más bien una simple respuesta condicionada a seis años de escuchar esa musiquilla en los momentos más tristes de la serie?




*Giacchino firma la música incidental pero el propio Abrams, que es un manitas tipo Amenábar, es quien ha compuesto los temas centrales de Alias y Fringe además de diseñar personalmente sus títulos de crédito. También diseñó los de LOST que, en cambio, como tantas otras series contemporáneas que van justas de tiempo con tanto anuncio, carece de tema principal.