domingo, 16 de marzo de 2008

Interiores 2





La soledad
de Jaime Rosales es un hueso duro de roer para cualquier crítico aficionado que no se haya chupado antes todo el cine de Eric Rohmer o Michael Haneke (que no es el caso). Costumbrismo hiperrealista contado con técnicas de cine de vanguardia, normalidad cotidiana en plano fijo con pantalla partida como en una versión para interiores del cine de Brian de Palma o Tarantino (polivisión, lo llama él) y una duración de 130 minutos que hay momentos en que se vuelven un coñazo tan perfecto como la más meticulosa reconstrucción de una tarde lluviosa de domingo, es fácil imaginar que esta película no es apta para todos los públicos...

Sin embargo, con un poco de paciencia, lo que amenazaba con ser un simple ejercicio de estilo medio autista acaba contando bastantes cosas: dramas y tragedias, enfrentamientos a cara de perro, relaciones que terminan, que empiezan o se sobrellevan, además de un importante punto de inflexión que no conviene revelar; pasito a pasito se va hilvanando esta historia coral sin actores conocidos protagonizada por una recién divorciada que decide salir de su pueblo y mudarse con su hijo a Madrid, una señora mayor propietaria de una tienda de barrio, viuda con nueva pareja y tres hijas, una con cáncer, otra que acaba compartiendo piso con la divorciada, y una tercera que necesita pasta para comprarse su apartamento en la playa.

La película fue la sorpresa de los últimos premios Goya, interponiéndose en la noche triunfal de El orfanato (difícilmente se pueden enfrentar dos trabajos más distintos) al hacerse con los de mejor película, mejor director y mejor actor secundario, un reconocimiento que le ha permitido disfrutar de una segunda vida comercial en las salas por las que en su día había pasado en un visto y no visto. Y ahí sigue en cartel un mes después como una propuesta diferente de esas que despiertan borrascosas divisiones de opiniones, una película difícil, no sé si realista o pesimista en torno a las relaciones humanas y la intrínseca soledad con la que cada cuál se enfrenta y se sobrepone a lo que se le viene encima. Personas encerradas como islas en su parte del plano, o perdidas fuera de campo mientras la cámara se queda encuadrando un pasillo vacío… Lo que menos me convence de La soledad es ese rollo formalista medio nórdico de Rosales, tan peligrosamente al borde de la pedantería, pero al menos es bonito verle correr el riesgo.

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