domingo, 23 de marzo de 2008
Si las hadas hablaran
En medio de la epidemia de películas de fantasía familiar con seres pseudomitológicos y niños aventureros que venimos últimamente padeciendo, existe grave riesgo de que pase desapercibida una tan estupenda como Las crónicas de Spiderwick; sin estrellas de relumbrón, con un título que a la mayoría nos suena a mejunje entre C.S. Lewis y Stan Lee y sin salir para nada del territorio de la serie B, es más que probable que se trate de la mejor de la última hornada...
Hurgando por la wikipedia y en su página oficial me entero de que Las crónicas de Spiderwick son antes que nada una serie de libros (cinco hasta ahora) creados por un par de americanos llamados Toni DiTerlizzi y Holly Black, ampliamente ilustrados al estilo apuntes del natural (en plan manual de ornitología o gran enciclopedia de los gnomos) y en los que se cuentan las aventuras de tres hermanos neoyorkinos desde que se mudan a la vieja mansión familiar y encuentran en el fondo de un baúl (con una nota que advierte NO LEER) la guía de campo de seres fantásticos escrita y nunca editada por su tío abuelo Arthur Spiderwick.
Veo también muchas opiniones de lectores disgustadísimos con las libertades que se toma esta adaptación tan selectiva capaz de expurgar los cinco tomos hasta condensarlos en poco más de hora y media de metraje. Pero, ¿no salimos todos ganando, en resumidas cuentas? Gracias a la película los libros reciben una nueva inyección de fans que descubrirán con aullidos de placer todo ese material extra en el que enterrarse, y los que no tenemos tiempo ni ganas de apuntarnos a cada nueva saga interminable que nos vengan recomendando nos conformamos con disfrutar de esta versión destilada y fibrosa que funciona como un reloj sin que se eche a faltar ninguna pieza (es más, se hace difícil imaginar qué motivo han podido tener los autores para estirar tantísimas páginas, como no sea para incluir dibujos más grandes, un relato de estructura tan ortodoxamente aristotélica). En estos días oscuros en que cada producto de estudio no es más que un episodio piloto encubierto para la próxima franquicia multimillonaria, pasma descubrir una película capaz de escapar de la lógica del loncheado mercantil para contar de un tirón una historia con su inicio, nudo y desenlace, en este caso un insólito híbrido para mayores de 10 años entre El laberinto del fauno y Asalto a la comisaría 13 de John Carpenter. Y se nota mucho la mano de John Sayles en la reescritura de este guión sólido como una roca, con personajes de verdad, lleno de magia, humor, acción, tensión y un puntito de amargura...
Visualmente en la línea de otras muestras recientes de género llenas de bonitas criaturas digitales (el director Mark Waters hace un buen trabajo pero no logra distinguirse particularmente), el tono de la película recuerda más bien a cierto cine familiar de los 80, a aquellas producciones Amblin de Spielberg con su típica familia disfuncional en plena mudanza (de hecho, detrás de Spiderwick andan dos eternos colaboradores de Steven, Frank Marshall y Katheleen Kennedy), o a trabajos de la factoría de Jim Henson como Cristal Oscuro. David Strathairn como el imprudente Spiderwick y Mary-Louise Parker como la señora Grace son los principales adultos aunque la estrella de la cinta (en el doble papel de los gemelos Jed y Simon) sea el pequeño estajanovista Freddie Highmore (Charlie y la Fábrica de chocolate, Descubriendo Nunca jamás, La brújula dorada), un chaval muy simpático al que además de discutir con duendes y trasgos inexistentes le toca pasarse media película dándose la réplica a sí mismo (la magia del cine).
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