domingo, 25 de mayo de 2008

Después de la última



Indiana Jones ha vuelto (en sí), y a punto ha estado de ser demasiado tarde, igual igual que cuando el pobre Tapón le hizo despertar de un antorchazo del sueño negro de Khali. Al final, sin embargo, todo ha acabado bien...

También es verdad que este es un regreso que no todo el mundo estaba pidiendo... En 1981 George Lucas y Steven Spielberg redefinían con En busca del arca perdida el moderno cine de aventuras y creaban un mito contra el que a estas alturas, con el refuerzo de la nostalgia, ni sus propios creadores pueden competir limpiamente. Las adiciones tardías a una serie son propicias a decepciones (El padrino III, las precuelas de Star Wars del propio Lucas...); la gente cambia, cuesta encontrar el tono y reconectar con la inspiración y el entusiasmo del principio, y además muchos estaban convencidos de que la cabalgada al galope dirección sol poniente de La última cruzada era el broche perfecto a la carrera cinematográfica del arqueólogo.

Así que Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal no es lo que muchos considerarían una película necesaria, salvo quizá Harrison Ford (actor carismático pero incapaz de fingir entusiasmo cuando se aburre y que llevaba casi veinte años sin quitarse la expresión de hastío, paseando como un sonámbulo por cintas mediocres de usar y tirar, y al que resulta que sólo le faltaba la adecuada motivación para revivir, y de que manera), y también esa minoría de espectadores que seguimos pensando que La última cruzada se parece demasiado a un remake del Arca perdida pasada por terapia familiar donde el show de Sean Connery disimula con algunos buenos gags el agotamiento del conjunto. Indiana Jones y la última cruzada presenta todos los rasgos de las secuelas débiles que se escriben por inercia: rigidez de la fórmula, ese reduccionismo al propio ombligo perdiendo de vista los referentes que le sirvieron de inspiración y la presencia confortable de un elenco creciente de secundarios cada vez más chistosos y cuya personalidad se reduce a un conjunto de tics y frases hechas –incluido el propio Indiana Jones, que consigue todos sus rasgos distintivos (sombrero, látigo, cicatriz en la barbilla y fobia a las serpientes) en una sola tarde de mucho stress.

Incluso los fans de la tercera entrega admitirán que Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (divertida, emocionante, entrañable, nostálgica y a la vez insólitamente imaginativa y fresca) ofrece un cierre bastante más redondo, un verdadero final del camino mucho más satisfactorio para el doctor Jones (¿y qué más tesoros podría buscar ya después de ésto?). Veinte años después, asombra lo bien que encaja en el canon este nuevo Indiana Jones puro y duro (sin intención alguna de revolucionar un género que ya puso en su momento patas arriba, sino tan solo de ser fiel a sí mismo y divertir a su público), y si el tono resulta algo distinto se debe tan sólo a la edad del protagonista (que gana en aplomo lo que pierde en velocidad) y a la evolución natural del paso del tiempo dentro de su mundo de ficción. Inútil buscar aquí apabullantes secuencias de efectos digitales al estilo de La momia (esta es una aventura de la vieja escuela en la que el personaje es siempre el protagonista de la acción, y esto nadie lo hace mejor que Steven Spielberg, capaz de coreografiar las escenas más endiabladas con la engañosa facilidad de un maestro) ni el menor intento de traerlo al gusto del día o modernizarlo salvo en lo que conlleva el salto de 1938 a 1957. La Segunda Guerra Mundial funciona como frontera entre la edad dorada de la aventura en exóticas tierras inexploradas y el mundo moderno sometido a la sombra cientifista de la era atómica, y la nuevas hazañas de Indiana Jones se ajustan brillantemente al cambio de contexto (desde la primera escena a ritmo de rock & roll que parece un descarte de American Graffiti). Y si En busca del arca perdida e Indiana Jones y el templo maldito eran el producto destilado de lo mejor de los seriales de aventuras de los años 30, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal roba directamente de la serie B de la guerra fría y todas sus paranoias sobre invasiones secretas, lavados de cerebro, suplantadores, quintacolumnistas y guerras que ya no se ganan con tanques y aviones sino que pasan a librarse en las mentes inocentes de los ciudadanos de cada bando.

Dicen que a Spielberg y Ford les costó dejarse convencer por esta idea de la calavera de cristal pero al final resulta que George Lucas tenía razón porque la mitología que la rodea (en parte real y en parte inventada, en parte moderna y en parte antiquísima, tan esotérica y absurda como cualquiera de las anteriores) encaja aquí como una emanación inevitable de la atmósfera de esa nueva era. El mundo de Indiana Jones, en lugar de anquilosarse, se mueve, se enriquece y se estira por los cuatro costados (crecen él y su historia, crecen su familia y su galería de secundarios –ni un solo rostro conocido salvo el de Ford en la primera hora de metraje) y hasta se atreve a saltar de género corriendo el riesgo de que a parte de su público se les atragante ver al doctor Jones envuelto en un expediente X en lugar de ser un buen chico y seguir con la persecución de reliquias judeocristianas. Tan divertida o más que La última cruzada sin necesidad de someter a sus personajes a una lobotomía, con un reparto realmente fantástico que tiene pinta de habérselo pasado en grande (Shia La Beouf, Ray Winstone, John Hurt, Jim Broadbent, la malvada Cate Blanchet y el regreso de Karen Allen para cerrar el círculo), con varias imágenes icónicas que pasan ya a las antologías de la serie, resulta difícil creer que cualquier fan de Indiana Jones no se lo pase en grande con La calavera de cristal. Si no es el caso, si le parece a usted que no tiene ni punto de comparación con las anteriores, que a esta aventura pulp de arqueólogos con látigo que se lían a puñetazos y buscan presuntos artefactos mágicos que al final funcionan le sobran chistes, le falta realismo e introspección psicológica y le cojea la estructura, hágase mirar los niveles de cinismo porque esta película por sí sola no le va a devolver sus ojos de cuando tenía diez años, también tiene que poner un poquito de su parte. Ya lo ha dicho mejor que nadie Harrison Ford: “Vosotros también sois veinte años más viejos, miraos al jodido espejo”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los tipos estos como el del dibujo habrán estado pensando que todo el mundo leía sus comentarios y postes sobre cómo debía de ser la película, que si tenía que ser así o asá, creyéndose los reyes del mambo, los guardianes de la llama. Y es que la internet está hecha un asco. Gordakos sebosos que ejercen de sumos sacerdotes ..
No hay nada que de más cosica que ese tipo de iglesias que se erigen sobre el culto a la serie B y el fantástico que proliferan como hongos por internet..
Muy buena crítica, sí señor.

Alberto Tejero Villalobos dijo...

Seguro que si Jesucristo volviera ahora mismo sus nuevos milagros tampoco tendrían tan buenas críticas como los antiguos (a ver si les iba a desencajar a algunos la teología que tanto esfuerzo ha costado montar). Es verdad que es una cosa fascinante lo de todos esos defensores de la cultura popular y la serie z que en cuando rascas un poco resultan tan insoportables y elitistas en su nicho como los críticos de flamenco en el suyo, igual que comisarios políticos dando certificados de pureza de intenciones y limpieza de sangre. Que una cosa es que te guste o no te guste la película, y otra ir montando por todo internet autos de fe y quema de herejes (quema en efigie, porque hay por ahí cada uno que, si le pudiera echar mano a George Lucas, seguro que alegaba defensa propia).