domingo, 31 de agosto de 2008
Miedo al payaso
La hazaña de Christopher Nolan en El caballero oscuro es que te cuenta una historia de playboys millonarios que se visten de murciélago y sociópatas geniales disfrazados de payasos, y aún así consigue que te olvides de que estás viendo una película de superhéroes. Nolan te agarra por el cuello y te sumerge en la lógica desquiciada de esa realidad apenas unos milímetros más extrema que que la nuestra, donde una Gotham City ya sin rastro de delirios góticos, desgarrada por la violencia, la miseria y la corrupción, encuentra a su vengador justiciero planteándose la jubilación anticipada, atormentado por la duda de si no habrá sido peor el remedio que la enfermedad (la escalada que se insinuaba al final de Batman Begins), justo antes de conocer a un nuevo enemigo más allá de su experiencia que pondrá en cuestión todas sus convicciones. Si ya la primera parte incluía ciertas alusiones post 11S, The Dark Knight escarba hasta la esencia de estos personajes llamados Batman y Joker, en quiénes son y lo que representan, y encuentra ecos de la guerra contra el terror, Guantánamo o la destrucción de las libertades civiles. Posiblemente la película de superhéroes más ambiciosa jamás intentada (lo va a tener crudo una tercera parte), es al mismo tiempo extraordinariamente fiel al material de partida y una incisiva metáfora para días oscuros donde a veces quizá esté claro quienes son los malos pero en cambio a los buenos no hay manera de encontrarlos (Yo no soy un héroe, dice Batman, y lo dice en serio).
Podría haber salido un coñazo pretencioso, una película intelectualoide con ansias de relevancia, y en vez de eso El caballero oscuro es un thriller espectacular, tremendo y negrísimo, el equivalente a plantar al primer Harry Callahan en medio de Seven de David Fincher, y reemplazar el método homicida de los pecados capitales por la completa ausencia de método, la pura glorificación del caos. La película funciona porque funciona el Joker (lo peor de lo peor), un genio del crimen, un maestro de la manipulación, un sádico y terrorífico asesino, un terrorista de pelo verde sin verdadero objetivo salvo el de “ver como todo arde”, destruir cualquier esperanza y coartada de civilización (para él nada más que mentiras risibles). Un monstruo inescrutable sin nombre ni origen (él mismo se entretiene en lanzar un par de historietas contradictorias sobre su pasado), agente de la destrucción, angel de la muerte, y aún así un mamarracho bastante gracioso (quizá lo más sorprendente de la película es que en medio de todo encuentre momentos para el humor: el humor negro del Joker, la socarronería de Alfred y Lucius Fox…). El payaso es un elemento nuevo e incomprensible tanto para los agentes de la ley como para los criminales de Gotham, la aberración de unos nuevos tiempos que les superan, como superaban las nuevas formas de barbarie al sheriff de No es país para viejos. ¿Cómo enfrentarse a algo así, a dónde aferrarse?
I believe en Harvey Dent era el eslogan de su campaña. Dent, un político (fiscal electo) valiente y honrado de los que ya no quedan, defensor de la ley y de los principios en los que se asienta, el Caballero Blanco de Gotham cuya figura inspira a sus conciudadanos la promesa de un mañana mejor. Por supuesto, el destino de Harvey Dent lo conoce cualquiera que esté vagamente familiarizado con Batman, y él es precisamente el punto flaco de The Dark Knight, que no alcanza definirlo como héroe y antítesis viable dentro del sistema al vigilante enmascarado. Se nos dice y reitera lo mucho que se le admira, lo indispensable que es, pero apenas tenemos ocasión de verle demostrar ese liderazgo y decencia fundamentales. Aaron Eckhard hace un gran trabajo con el personaje que más chirría a comic pero la película nunca llega a darle una oportunidad real de ejercer de contrapeso al hombre murciélago (toma ironía, The Dark Knight no cree en Harvey Dent).
En cuanto al resto del reparto, es un suma y sigue extraordinario en el que repiten todos los de Batman Begins salvo Katie Holmes (reemplazada sin traumas por Maggie Gyllenhaal). Michael Caine y Morgan Freeman roban todas las escenas en las que aparecen, Gary Oldman continúa irradiando silenciosa dignidad como el único poli limpio de Gotham, y Christian Bale está perfecto en cada mitad de su papel (la mezcla exacta de carisma heroico e intensidad dramatica) salvo por esa cosa rara que hace a ratos con la voz de Batman. Pero sin duda la estrella es Heath Ledger, y quiero creer que le habrían llovido la misma cantidad de elogios de haber seguido vivo.
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jueves, 28 de agosto de 2008
Lavándole la cara al futuro
Quien iba a imaginar que Wall-E, el experimento formal más radical de Pixar, acabaría también siendo su historia más entrañable. Los elogios para este cuento romántico sobre dos piezas de hardware de eras distantes y a primera vista incompatibles se salen ya de la escala y pierden sentido a falta de referencias externas válidas: Andrew Stanton (Monstruos S.A., Buscando a Nemo) acaba de elevar el juego a otro nivel; si el cine es un truco de magia, una mentira de imágenes fijas pretendiendo moverse a 24 fotogramas por segundo, la gente de la compañía del flexo, demiurgos capaces de insuflar vida a la materia inerte, son los cineastas más grandes del mundo.
En la Tierra abandonada del futuro, un heroico robot currante es aparentemente el último ser vivo que ha sobrevivido a la desaparición del ser humano (salvo por su amiga la cucaracha). Wall-E lleva setecientos años cumpliendo dedicadamente la labor de limpieza para la que fue programado, y las imágenes del pequeño y tenaz robot trabajando entre los rascacielos desiertos sin otro objeto que cumplir con el día a día son un auténtico haiku para un mundo muerto, escenas icónicas (foto-realistas, hermosas y terribles) a la altura de las más grandes películas de ciencia ficción de todos los tiempos, como arrancadas de las mejores páginas de Arthur C. Clarke pero con el pathos que sólo estos animadores son capaces de inyectar en un objeto mecánico hecho de pixels. Simple como él solo, un cruce entre una sonda exploradora de la NASA y aquel robot con binoculares de los 80, Wall-E apenas es capaz de pronunciar un par de palabras y ni falta que le hacen habiendo heredado la capacidad expresiva de las grandes estrellas del cine mudo. Más simple todavía es la avanzadísima EVA, que un día cualquiera aterriza de improviso en su área: de formas suaves, futuristas y elementales de inspiración Apple y no mucho más habladora, con todo es una protagonista femenina de armas tomar.
De apariencia tan sencilla como sus personajes (sobre todo en su primera parte, sin diálogos, sin rastro de otro ser humano que los que aparecen en la antiquísima copia en VHS de Hello Dolly que el pequeño robot repasa cada noche al terminar su jornada), Wall-E exhibe en realidad una sutileza extraordinaria y funciona a toda máquina en múltiples niveles (como comedia de aventuras, como historia romántica, como fábula ecologista crítica con el consumismo desaforado, como homenaje al cine de ciencia ficción- principalmente 2001, una odisea del espacio, pero también Star Wars, Naves misteriosas, Alien, Star Trek…) o como verdadero tratado de diseño artístico, un atracón visual de esos en los que cada fotograma viene listo para enmarcar.
Las escenas en la Tierra son puro cine destilado, una integración milagrosa de lo mejor de la prehistoria del medio y la más deslumbrante última tecnología de la industria. Lo que viene después es, comparativamente, algo más convencional y asimilable al resto de clásicos de la compañía (es decir, también magnífico pero más accesible para los críos pequeños). Hay que comprenderles, habría sido imposible mantener semejante intensidad minimalista durante 90 minutos en una película comercial (y ya se sabe que el planteamiento de un misterio casi siempre se hace más interesante que su resolución). Gran banda sonora de Thomas Newman y (aleluya) una canción nueva de Peter Gabriel a medias con él para los créditos finales. Con un poco de suerte también pescará algo en el maremoto de premios que se le augura a Wall-E para febrero.
lunes, 25 de agosto de 2008
Cómo se hizo Vicky Cristina Barcelona
Mientras llega el estreno de Vicky Cristina Barcelona (y aumenta la curiosidad por ella después de las críticas tan entusiastas que está recibiendo en USA), hoy venía en El País lo que el redactor ha denominado "parte de las anotaciones de Woody Allen durante el rodaje" publicadas hace unos días en el New York Times. La traducción, un breve extracto que omite los apartados más jugosos, fuera de contexto y con un titular un tanto ambiguo, podría inducir a las mentes menos suspicaces a tomarse al pie de la letra el anecdotario de Woody. Dios no lo quiera: poniendo mi granito de arena contra la confusion periodística general, he buscado el original yanki y lo transcribo aquí debajo en su integridad (y así, de paso, le doy un mínimo de utilidad al blog)...
Extractos de mi diario en España
por Woody Allen
2 de enero
He recibido una oferta para escribir y dirigir una película en Barcelona. Tengo que ser precavido. España es muy soleada y a mí me salen pecas. El dinero no es mucho pero mi agente se las ha arreglado para conseguirme una décima del 1 por ciento de todo lo que obtenga la película por encima de 400 millones de dólares una vez que cubra gastos.
No tengo ideas para Barcelona salvo que les pueda encajar la historia de los dos judios de Hackensack, Nueva Jersey, que abren una empresa de embalsamamiento por correo.
5 de marzo
Me he reunido con Penélope Cruz y Javier Bardem. Ella es arrebatadora y más sexual de lo que imaginaba. Durante la entrevista mis pantalones echaban humo. Bardem es uno de esos genios intensos que claramente va a necesitar mano dura.
2 de abril
Le he ofrecido un papel a Scarlett Johansson. Antes de aceptar me dice que el guión debe ser aprobado por su agente y luego por su madre, con quien tiene mucha relación. Luego tendrá que aprobarlo el agente de su madre. En plena negociación cambia de agentes. Luego de madres. Tiene talento pero llega a ser un incordio.
1 de junio
Ya en Barcelona. Alojamiento de primera clase. Al hotel le han prometido media estrella el año que viene siempre que instalen agua corriente.
5 de junio
El rodaje tiene un comienzo agitado. Rebecca Hall, aunque joven y en su primer papel importante, es un poco más temperamental de lo que yo esperaba y me ha prohibido el acceso al set. He tratado de explicarle que el director tiene que estar presente para dirigir la película pero no he logrado convencerla y me he tenido que disfrazar de empleado de catering para volver a entrar.
15 de junio
Por fin avanzamos. He rodado una tórrida escena de amor entre Scarlett y Javier. Hace unos años hubiese interpretado yo su papel. Cuando se lo comento a Scarlett, ha soltado un enigmático "uh-huh". Scarlett ha llegado tarde al set y la he regañado firmemente, explicándole que no tolero retrasos en mis actores. Ha escuchado con respeto, aunque me ha parecido que mientras le hablaba ella encendía su iPod.
20 de junio
Barcelona es una ciudad maravillosa. Las multitudes se agolpan en las calles para vernos trabajar. Por suerte son conscientes de que no tengo tiempo para autógrafos y sólo se los piden a los miembros del reparto. Más tarde saco unas cuantas fotos mías de 20x25 dando la mano a Spiro Agnew y me ofrezco a firmarlas pero para entonces la muchedumbre ya se ha dispersado.
26 de julio
Hemos rodado en la Sagrada Familia, la obra maestra de Gaudi. Se me ocurre que tengo mucho en común con el gran arquitecto español. Ambos desafiamos las convenciones, él con sus impresionantes diseños, yo llevando un babero para langostas en la ducha.
30 de julio
Las tomas diarias pintan bien, y aunque la idea de Javier de añadir una escena con una enorme invasión marciana con mil extras disfrazados y complicados efectos de platillos volantes no es demasiado buena, voy a rodarla para tenerlo contento y ya la cortaré luego en el montaje.
3 de julio
Scarlett ha venido hoy con una de esas preguntas que hacen los actores. "¿Cuál es mi motivación?". He dado un respingo: "Tu salario". Dice que de acuerdo pero que va a necesitar más motivación para seguir. Más o menos el triple. Si no, amenaza con marcharse. Le digo que no la creo y me marcho yo primero. Luego se marcha ella. Ahora estamos tan lejos que tenemos que gritar para oirnos. Entonces ella amenaza con ponerse a saltar. Yo salto también y pronto alcanzamos un impass. Durante el impass me topo con unos amigos, bebemos y por supuesto me toca a mí pagar la cuenta.
15 de julio
Otra vez he tenido que ayudar a Javier con las escenas de sexo. La secuencia requiere que él agarre a Penélope Cruz, le arranque la ropa y la arrastre al dormitorio. Ha ganado un Oscar y todavía necesita que le enseñe a fingir pasión. Agarro a Penélope y le arranco la ropa sin saber que todavía no se había cambiado y que era su caro vestido el que acabo de destrozar. Sin inmutarme, la arrojo ante la chimenea y salto sobre ella. La muy coqueta se echa a un lado un segundo antes de que aterrice, con lo que me parto un diente contra el suelo de baldosas. Una buena jornada de trabajo y en principio podré volver a masticar sólidos en agosto.
30 de julio
Las tomas diarias están saliendo espectaculares. Probablemente es demasiado pronto para empezar a preparar la campaña para el Oscar. Aún así, unos breves apuntes para el discurso de aceptación me podrían ahorrar tiempo más adelante.
3 de agosto
Supongo que viene con el puesto. Como director uno es en parte maestro, en parte loquero, parte figura paterna, gurú. No tiene nada de extraño que en estas semanas Scarlett y Penélope hayan acabado enamorándose de mí. ¡El frágil corazón de la mujer! He notado al pobre Javier mirando con envidia cómo las actrices me desnudan con los ojos. Le he explicado al muchacho que ese irrefrenable deseo femenino por un icono cinematográfico, en particular uno con esta expresión de fría autoridad, es algo de esperar. Mientras tanto, cuando llego al set cada mañana bañado y perfumado, entre Scarlett y Penélope se produce una frenética corriente de lujuria. No me gusta mezclar los negocios con el placer pero voy a tener que aliviar su deseo por turnos si quiero terminar esta película. Quizá podría dar a Penélope los miércoles y los viernes, satisfaciendo a Scarlett los martes y los jueves, como hacen en algunos aparcamientos. Así dejaría libre los lunes para Rebecca, a la que he pillado tatuándose mi nombre en el muslo. Me tomaré una copa con las chicas después del rodaje y fijaremos unas reglas. Quizá el viejo sistema de los cupones de racionamiento.
10 de agosto
Escena emocional de Javier. He tenido que darle unas pautas. Mientras me imita, todo va bien, pero en el momento en que intenta su propia actuación, se pierde. Entonces solloza y se pregunta cómo sobrevivirá cuando ya no le dirija. Intento explicarle con educación y firmeza que debe hacerlo lo mejor que pueda sin mí y que debe intentar recordar mis consejos. Sé que le he animado porque al salir del camerino él y sus amigos estaban aullando de risa.
20 de agosto
He hecho el amor simultáneamente con Scarlett y Penélope en un esfuerzo por mantenerlas felices. El menage à trois me da una gran idea para el climax de la película. Rebecca seguía aporreando la puerta hasta que la he dejado entrar, pero esas camas españolas son demasiado pequeñas para cuatro y una vez que se apunta me tiran al suelo constantemente.
25 de agosto
Fin del rodaje. La fiesta de despedida, algo triste como de costumbre. Baile lento con Scarlett. Le rompo un dedo. No es culpa mía, la he pisado cuando me llevaba ella.
Penélope y Javier estan ansiosos por volver a trabajar conmigo. Me dicen que intente encontrarlos si tengo otro guión. Copa de despedida con Rebecca. Momento sentimental. Han hecho una colecta entre el reparto y el equipo y entre todos me han comprado un bolígrafo. He decidido llamar a la película Vicky Cristina Barcelona. Los jefes del estudio han visto todas las tomas diarias, por lo visto les encanta cada fotograma y se habla de estrenarla en una colonia de leprosos. Qué solo se está en la cumbre.
sábado, 16 de agosto de 2008
El purgatorio del gangster
Un encargo que no sale precisamente redondo, tierra de por medio mientras las cosas se calman y el gangster veterano (Brendan Gleeson) y el joven novato (Colin Farrell) se encuentran matando el tiempo en plan turistas por las calles de Brujas, pintoresca ciudad medieval belga, a la espera de una llamada de su jefe que les deje volver...
Después de leer por ahí que, pese a las semejanzas superficiales, no había que confundir Escondidos en Brujas con un sucedáneo del cine de Tarantino, lo primero que hice fue acordarme de las aventuras de Samuel L. Jackson en un Burger King de Amsterdam tomando nota de la diferencias de nomenclatura (Pulp Fiction). Pero, aparte del elemento común de unos esbirros que llenan los tiempos muertos charlando de lo divino y de lo humano y del humor negro, el primer largo del autor teatral británico Martin McDonagh es una tragicomedia con voz propia bastante particular, sorprendente y más bien inclasificable, con influencias de El tercer hombre y Esperando a Godot, estilizada y nada realista, llena de personajes desquiciados que se mueven como en sueños por una bucólica ciudad que unos ven como un escenario de cuento de hadas y otros (el personaje de Farrell, en quien confluyen los remordimientos por el crimen cometido y un profundo desinterés por el turismo cultural) como la verdadera imagen del purgatorio.
Pese al tono ligero hay bastante miga en esta fábula en forma de thriller (el personaje de Ralph Fiennes, en clave de mafioso histérico, cumple el papel de rencoroso dios del antiguo testamento y la ley del talión), y mucho para rumiar acerca de absolutos morales y la posibilidad de la redención. Gran banda sonora de Carter Burwell y excelentes interpretaciones de todo el equipo, especialmente del enano.
Después de leer por ahí que, pese a las semejanzas superficiales, no había que confundir Escondidos en Brujas con un sucedáneo del cine de Tarantino, lo primero que hice fue acordarme de las aventuras de Samuel L. Jackson en un Burger King de Amsterdam tomando nota de la diferencias de nomenclatura (Pulp Fiction). Pero, aparte del elemento común de unos esbirros que llenan los tiempos muertos charlando de lo divino y de lo humano y del humor negro, el primer largo del autor teatral británico Martin McDonagh es una tragicomedia con voz propia bastante particular, sorprendente y más bien inclasificable, con influencias de El tercer hombre y Esperando a Godot, estilizada y nada realista, llena de personajes desquiciados que se mueven como en sueños por una bucólica ciudad que unos ven como un escenario de cuento de hadas y otros (el personaje de Farrell, en quien confluyen los remordimientos por el crimen cometido y un profundo desinterés por el turismo cultural) como la verdadera imagen del purgatorio.
Pese al tono ligero hay bastante miga en esta fábula en forma de thriller (el personaje de Ralph Fiennes, en clave de mafioso histérico, cumple el papel de rencoroso dios del antiguo testamento y la ley del talión), y mucho para rumiar acerca de absolutos morales y la posibilidad de la redención. Gran banda sonora de Carter Burwell y excelentes interpretaciones de todo el equipo, especialmente del enano.
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domingo, 10 de agosto de 2008
Echando un cable a la ciudad
Fue inútil que me la recomendaran figuras del calibre de Marcos Ordóñez, Maruja Torres, Diego Manrique, el argentino del blog de televisión de El País o el infumable Carlos Boyero (en cuyo caso cualquier entusiasmo es contraproducente). Pero si Alan Moore sale diciendo en una entrevista que The Wire es la serie de televisión más asombrosa que se haya hecho jamás en EEUU y posiblemente en ninguna parte, uno ya no la puede seguir ignorando por más tiempo. Entonces se baja los 13 episodios de la primera temporada, luego los 12 de la segunda, se los ve en compulsivamente en apenas una semana, y concluye que hay muchas posibilidades de que el mayor guionista de comics del mundo tan sólo haya exagerado un poco…
Seguramente las series de polis son, a estas alturas del siglo XXI, el género más trillado en la historia de la televisión (sólo por detrás de los culebrones) y aún así gozan de tan buena salud que hay programas de los que se llegan a emitir simultáneamente tres versiones (CSI, Ley y orden) sin que al público se le atraganten. Unas tiran por el morbo y el sensacionalismo, otras por la acción y el misterio, y las menos por un realismo sucio donde polis cada vez más corruptos chapotean a sus anchas en la mierda que se supone deberían estar limpiando.
Así es como me imaginaba yo The Wire cada vez que leía algo acerca de ella, y de ahí la pereza que me daba: para sórdidas crónicas negras de una sociedad en descomposición me basta y me sobra con las raciones del periódico y alguna película de vez en cuando. Y resulta que no era eso, que es verdad que en The Wire (algo así como El cable, o quizá mejor El pinchazo, aquí traducida como Bajo escucha) la ciudad de Baltimore está podrida hasta los huesos, devorada por arriba y por abajo por las drogas y la corrupción, pero todavía queda gente decente en sus calles y unos pocos hasta trabajan de polis (y no todos los días acaban muertos).
The Wire es una producción de la cadena de pago norteamericana HBO que ha durado cinco temporadas (2002-2008) y 60 episodios, creada por el antiguo periodista especializado en temas policiales David Simon (autor de un libro-reportaje llamado Homicide, A Year on the Killing Streets que ya sirvió de inspiración para la serie Homicidio de la cadena generalista NBC, en una versión sin duda menos extrema del material) y cuenta la historia de una unidad de la policía de Baltimore especializada en seguimiento e interceptación de comunicaciones, sobre todo en asuntos de drogas, que nace casi por error, con una plantilla de rebotados de otros departamentos y con instrucciones expresas de no escarbar demasiado y despachar cuanto antes el caso asignado. Quien iba a prever que el equipo de detectives saldría contestatario y se empeñaría en hacer un trabajo en condiciones investigando hasta el fondo, caiga quien caiga…
La serie, rodada en localizaciones, es extremadamente convincente tanto en su descripción de los ambientes marginales de los barrios controlados por los traficantes como en la manera en que exhibe los trapos más sucios del funcionamiento interno de la ciudad (la dificultad de cambiar nada cuando los que están arriba se llevan tan ricamente su tajada y el resto sonríe y aguarda pacientemente a que le llegue su turno). Realista sin sensacionalismos (los peores momentos de violencia a menudo quedan en elipsis, y de hecho hay más desnudos que sesos esparcidos), en ocasiones destila un tono de humor negro casi berlanguiano en la descripción de la infinita desvergüenza de los servidores públicos. Está llena de tensión y suspense, y cuando el relato sigue a los criminales hay momentos en que se pone a la altura trágica de El padrino.
“Es televisión para adultos”, dice Alan Moore, “es como una novela. Llegas a conocer todos estos mínimos aspectos de Baltimore, construyendo un gran retrato de la ciudad y todas sus dinámicas, del puerto a los chicos de los barrios de la droga o a las estructuras de poder con sus juntas y el departamento de policía y la oficina del gobernador. Y tiene grandes escritores: está Gorge Pelecanos y David Simon. Y tantos personajes maravillosos, Bubbles, Omar. Al lado de The Wire cualquier otra cosa parece vulgar”.
Lo de los personajes es importante porque es su humanidad, sus fallos y su sentido de humor lo que diferencia a esta serie de una versión norteamericana de Ciudad de Dios. Delincuentes, grandes o pequeños, limitándose a vivir la única vida que han aprendido, sin más horizonte que el del barrio en el que nacieron, que no saben la suerte que tienen de acabar detenidos en vez de con los sesos reventados en cualquier esquina. Y los policías: McNulty (Dominic West), el simpático irlandés autodestructivo que disfruta cabreando a todo el mundo y pasándose las órdenes por el forro; el teniente Daniels (Lance Reddick), dividido entre lo que le conviene a su muy prometedora carrera y su instinto profesional; Kima Greggs (Sonya Sohn), detective lesbiana y poli vocacional cuya novia odia a muerte su trabajo; Ron Pryzbylewski (Jim True-Frost), verdadero inútil con una incomprensible tendencia a disparar accidentalmente su arma reglamentaria y que sólo sigue en el cuerpo porque su yerno es un pez gordo; Herc y Carver, detectives algo escasos de luces de los de dar primero y preguntar después; Bubbles (André Royo), el astuto pero leal yonki que trabaja como soplón para Kima; Lester Freamon (Clarke Peters), antiguo detective de homicidios enterrado en un puesto de chupatintas durante 14 años por hacer demasiado bien su trabajo...
Todos estos funcionarios no especialmente listos, llenos de defectos, con una vida privada tendiendo a desastrosa pero que aún así insisten en cumplir con su obligación con la que está cayendo, son personajes memorables y en cierto modo los sucesores del siglo XXI del Capitán Furillo y el detective Belker de Canción triste de Hill Street, con la que The Wire entraría en la final por el título de mejor serie de policias de todos los tiempos (todavía falta saber cómo termina).
P.D. Visto el último episodio, me inclino humildemente ante la sabiduría de Alan Moore: The Wire está en una liga distinta de Canción triste de Hill Street o de cualquier otra serie, policiaca o de género alguno. Es un animal completamente diferente, posiblemente la obra de ficción más importante de la última década para entender lo que nos pasa, y sólo se podía haber hecho en televisión. Obra maestra absoluta.
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domingo, 3 de agosto de 2008
Papi, quiero ser Bruce Lee
No prometía mucho, otra película de graciosos animales humaniformes, anunciada con la musiquilla de Kill Bill y la voz de Florentino Fernández, y sin embargo, sin ser precisamente una obra revolucionaria, Kung Fu Panda es con toda probabilidad (después del Shrek original) la primera que justifica para la posteridad la existencia de un departamento de animación en Dreamworks.
Cada año se estrenan más películas animadas por ordenador pero, al lado de las de Pixar (donde los propios artistas dirigen el manicomio), la mayoría comparte un aire de entretenimiento oportunista de titiriteros de feria, siempre a remolque explotando su rutina de bichos pintorescos con cierto parecido al famoso que los dobla, envueltos en alguna peripecia con elemental moraleja bienintencionada, aliñada con cantidad de chistes y referencias incomprensibles para los críos para que sus padres no se aburran.
Mientras los de Pixar ejercen un ferreo control de calidad aprendido de la época dorada de Disney, con una mirada a largo plazo en donde cada película producida es un objeto único y exclusivo con vocación de clásico (es decir, susceptible de seguir proporcionando de una forma u otra ingresos regulares durante décadas), el resto de compañías parece seguir al pie de la letra la filosofía del nuevo Hollywood donde sólo importa la recaudación del primer fin de semana. Es un poco deprimente pensar en esos gigantescos equipos de escritores, dibujantes y realizadores, gente sobrada de talento obligada a trabajar durante años en una mínima variación de la fórmula, apenas hora y media de diversión insustancial que se olvida en cinco minutos, cuando por el mismo precio podrían estar aplicándose en hacer más películas como Kung Fu Panda.
Ingeniosa, divertida y al mismo tiempo verdaderamente espectacular y épica, más un tributo que una parodia del cine de artes marciales, dicen los directores que se han inspirado en películas como Hero o Tigre y dragón, que ya por su parte venían repletas de efectos digitales, y sin embargo ninguna contenía una secuencia tan apabullante como la que hay aquí de la fuga de prisión del villano.
En el año de la olimpiada de Pekín y demás protagonismo mediático chino, los de Dreamworks se han esmerado con la autenticidad oriental para dar forma a esta historia universal del muchacho corriente con sueños demasiado grandes para él (sirve sopa en el restaurante de su padre pero quiere ser maestro del Kung Fu) que contra toda probabilidad resulta elegido para salvar a su pueblo. Contada de manera sencilla y directa, sin segundas intenciones, distanciamiento cínico, anacronismos, guiños ni paridas inconsecuentes, es un guión original pero más parece un cuento tradicional o un auténtico relato mitológico donde hasta cada animal representa el estilo del Kung Fu que lleva su nombre (tigre, mono, mantis, grulla...). No hay, que yo sepa, ningún estilo que se llame panda, y en la explicación de esa imagen incongruente está la gracia de la historia, en imaginar cómo podría este joven plantígrado lento y barrigón derrotar al más poderoso y malvado luchador de Kung Fu del mundo. El humor (mucho y bastante bueno) fluye de forma natural de las situaciones y de los personajes (arquetípicos pero con carácter, sobre todo el maestro que en el original interpreta Dustin Hoffman). Leo en la imdb que uno de los dos escritores que firman el guión ha trabajado durante años en la serie animada El rey de la colina, y caigo en la cuenta del parecido de las charlas entre el panda y su padre con las del tejano Hank Hill y su hijo, dos generaciones cuyas prioridades y universos mentales nunca terminan de cruzarse.
¿Qué más? La dirección es tan fluida y dinámica como cualquier película de aventuras de imagen real, el diseño de personajes es estilizado y original y la secuencia de animación tradicional del comienzo, al estilo de las estampas chinas, es una de las cosas más elegantes que he visto en mucho tiempo.
Ahora viene lo malo: Me he encontrado con unas declaraciones de Jeffrey Katzenberg, jefazo de Dreamworks, que está tan feliz con el éxito internacional de Kung Fu Panda (China incluida) que ya adelanta que tienen un plan para hacer cuatro o cinco más. Seguro que sus accionistas estarán contentísimos de tener otra franquicia para darle un respiro al pobre Shrek y de que, para una vez que consiguen triunfar con una película diferente, sólo se le ocurra convertirla en la receta para la próxima generación de churros.
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