domingo, 31 de agosto de 2008
Miedo al payaso
La hazaña de Christopher Nolan en El caballero oscuro es que te cuenta una historia de playboys millonarios que se visten de murciélago y sociópatas geniales disfrazados de payasos, y aún así consigue que te olvides de que estás viendo una película de superhéroes. Nolan te agarra por el cuello y te sumerge en la lógica desquiciada de esa realidad apenas unos milímetros más extrema que que la nuestra, donde una Gotham City ya sin rastro de delirios góticos, desgarrada por la violencia, la miseria y la corrupción, encuentra a su vengador justiciero planteándose la jubilación anticipada, atormentado por la duda de si no habrá sido peor el remedio que la enfermedad (la escalada que se insinuaba al final de Batman Begins), justo antes de conocer a un nuevo enemigo más allá de su experiencia que pondrá en cuestión todas sus convicciones. Si ya la primera parte incluía ciertas alusiones post 11S, The Dark Knight escarba hasta la esencia de estos personajes llamados Batman y Joker, en quiénes son y lo que representan, y encuentra ecos de la guerra contra el terror, Guantánamo o la destrucción de las libertades civiles. Posiblemente la película de superhéroes más ambiciosa jamás intentada (lo va a tener crudo una tercera parte), es al mismo tiempo extraordinariamente fiel al material de partida y una incisiva metáfora para días oscuros donde a veces quizá esté claro quienes son los malos pero en cambio a los buenos no hay manera de encontrarlos (Yo no soy un héroe, dice Batman, y lo dice en serio).
Podría haber salido un coñazo pretencioso, una película intelectualoide con ansias de relevancia, y en vez de eso El caballero oscuro es un thriller espectacular, tremendo y negrísimo, el equivalente a plantar al primer Harry Callahan en medio de Seven de David Fincher, y reemplazar el método homicida de los pecados capitales por la completa ausencia de método, la pura glorificación del caos. La película funciona porque funciona el Joker (lo peor de lo peor), un genio del crimen, un maestro de la manipulación, un sádico y terrorífico asesino, un terrorista de pelo verde sin verdadero objetivo salvo el de “ver como todo arde”, destruir cualquier esperanza y coartada de civilización (para él nada más que mentiras risibles). Un monstruo inescrutable sin nombre ni origen (él mismo se entretiene en lanzar un par de historietas contradictorias sobre su pasado), agente de la destrucción, angel de la muerte, y aún así un mamarracho bastante gracioso (quizá lo más sorprendente de la película es que en medio de todo encuentre momentos para el humor: el humor negro del Joker, la socarronería de Alfred y Lucius Fox…). El payaso es un elemento nuevo e incomprensible tanto para los agentes de la ley como para los criminales de Gotham, la aberración de unos nuevos tiempos que les superan, como superaban las nuevas formas de barbarie al sheriff de No es país para viejos. ¿Cómo enfrentarse a algo así, a dónde aferrarse?
I believe en Harvey Dent era el eslogan de su campaña. Dent, un político (fiscal electo) valiente y honrado de los que ya no quedan, defensor de la ley y de los principios en los que se asienta, el Caballero Blanco de Gotham cuya figura inspira a sus conciudadanos la promesa de un mañana mejor. Por supuesto, el destino de Harvey Dent lo conoce cualquiera que esté vagamente familiarizado con Batman, y él es precisamente el punto flaco de The Dark Knight, que no alcanza definirlo como héroe y antítesis viable dentro del sistema al vigilante enmascarado. Se nos dice y reitera lo mucho que se le admira, lo indispensable que es, pero apenas tenemos ocasión de verle demostrar ese liderazgo y decencia fundamentales. Aaron Eckhard hace un gran trabajo con el personaje que más chirría a comic pero la película nunca llega a darle una oportunidad real de ejercer de contrapeso al hombre murciélago (toma ironía, The Dark Knight no cree en Harvey Dent).
En cuanto al resto del reparto, es un suma y sigue extraordinario en el que repiten todos los de Batman Begins salvo Katie Holmes (reemplazada sin traumas por Maggie Gyllenhaal). Michael Caine y Morgan Freeman roban todas las escenas en las que aparecen, Gary Oldman continúa irradiando silenciosa dignidad como el único poli limpio de Gotham, y Christian Bale está perfecto en cada mitad de su papel (la mezcla exacta de carisma heroico e intensidad dramatica) salvo por esa cosa rara que hace a ratos con la voz de Batman. Pero sin duda la estrella es Heath Ledger, y quiero creer que le habrían llovido la misma cantidad de elogios de haber seguido vivo.
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