lunes, 27 de octubre de 2008
Fallo de inteligencia
Se ha dicho que Quemar después de leer cierra para los Coen (junto con O Brother y Crueldad intolerable) una improvisada trilogía de la idiotez protagonizada por George Clooney. Como la idiotez es una constante desde el primer día en el cine de los dos hermanos, quizá se pueda buscar un tema unificador de más peso en la creciente impotencia de la autoridad: En Fargo, la campechana sheriff interpretada por Frances McDormand resolvía el caso aunque no terminase de entender cómo alguien podía cometer una serie de actos tan terribles. En No es país para viejos, en cambio, el sheriff de Tommy Lee Jones se acaba jubilando incapaz de salvar ni detener ya a nadie en un mundo espeluznante que le desborda. Finalmente, en Quemar después de leer (brutal desmitificación del cine de espías y superagencias Gran Hermano a cuyas redes nada se les escapa) el personaje de J. K. Simmons (jerifalte de la CIA) se conforma con escuchar de cuando en cuando un informe incomprensible con cara de perplejidad, lavarse las manos y quitarse literalmente el muerto de encima. Quizá el supersatélite espía pueda verlo todo verlo todo desde el cielo, como en el plano que abre y cierra la película a semejanza del ojo de Dios, pero el caso es que a este Dios ni le importa ni se le espera.
Los responsables de la seguridad nacional de esta historia son, sin excepción aparente, un puñado de gilipollas patéticos y mezquinos, el peor de todos el analista de la CIA interpretado por John Malkovich, capullo desagradable y colérico que prefiere dimitir antes que aceptar que le trasladen a un puesto menos sensible donde no cause problemas su afición a la botella. Igual de imbécil aunque trabaje para otra agencia es el personaje de George Clooney, un adicto al footing y al sexo extramatrimonial que se acuesta con media ciudad y a todas, por ejemplo la fría e implacable mujer de Malkovich (Tilda Swinton) les jura que lo suyo va en serio. Pero tampoco es que los civiles eleven mucho el listón: Frances McDormand, que trabaja en un gimnasio junto a Brad Pit (un chico majo al que le falta un hervor), anda desesperada por hacerse unas operaciones de estética con las que cazar un hombre, completamente ciega al amor perruno que le profesa su encargado (Richard Jenkins). Cuando se traspapelan las memorias de Malkovich todos estos personajes tendrán la mala fortuna de cruzarse en una de esas historias originales que sólo pueden ser de los Coen, donde una mala decisión tras otra se suman para formar una bola de nieve de consecuencias imprevisibles. Después es sólo cuestión de énfasis que el resultado sea una comedia negra o un drama espeluznante.
Esta ha salido comedia, bastante contenida y realista al principio, progresivamente más desquiciada conforme cada cual va perdiendo los papeles (y así te acabas riendo a carcajadas de situaciones que contadas de otra forma te helarían la sangre). En último extremo Quemar después de leer acaba pareciéndose mucho más en tono a El quinteto de la muerte original que el remake que los propios Coen hicieron hace unos años con Tom Hanks: un cuento cruel, engañosamente ligero, sin más moraleja que el respeto que hay que tenerle al factor humano: nadie sabe nada y hay que ser imbécil para creerse lo contrario.
domingo, 26 de octubre de 2008
Turismo, monumentos y guitarras flamencas
Vicky Cristina Barcelona en un chasco. ¿Será por la publicidad engañosa que la vende como una tórrida comedia sexual latino-norteamericana? ¿Será que el doblaje le perjudica mucho más de lo normal? (en mi pueblo ha sido imposible verla en v.o.). ¿Será que la progresivamente irritante cancioncilla de Giulia y los Tellarini es prácticamente lo único fresco y mediterráneo de una película hecha por un señor que ya pasa de los 70 escribiendo sobre jóvenes y al que a ratos se le nota demasiado la discrepancia?
Dos turistas americanas, una tradicional y sensata al borde del matrimonio (Rebecca Hall) y otra voluble y aventurera de espíritu libre (Scarlett Johansson) conocen en Barcelona a un bohemio pintor español (Javier Bardem) que no pierde un segundo en hacerles proposiciones indecentes (recibidas con mezcla de escándalo y excitación). Aunque luego la cosa se complique, todo empieza como un simple divertimento porque el pintor realmente nunca ha podido olvidar a la loca extraordinaria de su ex-mujer (Penélope Cruz), con la que mantenía una de esas relaciones imposibles de amor-odio, ni contigo ni sin ti. En lugar de un trío, por consiguiente, lo que hay aquí en ciernes es un cuarteto.
¿Suena como una comedia de enredo? Ojalá. Ni siquiera estoy muy seguro de que se la pueda considerar una comedia (hay aquí incluso menos chistes que en Match Point), salvo en el sentido de que al final no muere nadie ni quedan lesiones permanentes.
La cuarta película europea de Woody Allen (aceptando como parte de Europa al Reino Unido) es un trabajo extraño e indefinido, ni carne ni pescado, todavía más decepcionante por las excelentes críticas con las que la han recibido en su país. ¿Será que esta vez nos toca demasiado cerca? Recordando los palos que algunos ingleses le dieron a Match Point, indignados por los extranjerismos absurdos de una cinta que a los de fuera nos parecía tan impecablemente british, era inevitable que una historia de Allen ambientada en Barcelona nos acabara chirriando por algún lado. Pero en Vicky Cristina Barcelona no hay ninguna burrada al estilo de Misión Imposible II y su injerto de las fallas valencianas en las procesiones de Semana Santa de Sevilla (brillante idea, por cierto, que alguien debería llevar a la práctica). Tan sólo ciertas improbabilidades estadísticas y un pintoresquismo español genérico con muy poco rasgo autóctono catalán (salvo el omnipresente Gaudí).
Nada de esto estorba demasiado (salvo, supongo, a los nacionalistas catalanes, quienes deberían evitarla a toda costa). Más estrambótico resulta en cambio el rodeo de la trama por Oviedo, aparente tributo de un huésped agradecido que aprovecha para promocionar la ciudad donde hace unos años le dieron un premio. Pero el principal problema de la cinta es un patente acartonamiento y rigidez formal que le sientan fatal a lo que al menos en parte pretende ser un canto a la libertad y el hedonismo (pero que en el fondo es una mirada bastante pesimista a las relaciones de pareja). La insistente voz del narrador omnisciente la hace sonar como un relato decimonónico de Henry James sobre las aventuras de un par de atípicas señoritas norteamericanas en el viejo continente. Los diálogos pomposos y artificiales, llenos de amor, de arte y cultura y demás palabras mayores (una tendencia en aumento en los últimos dramas de Allen salvo en El sueño de Cassandra) la cargan más todavía de cartón piedra.
Y es una pena, porque despojado de tanta retórica hueca el argumento es bueno, original, retorcido y bastante audaz (gracias a él la película va de menos a más y termina mucho mejor de lo que amenazaba semejante sarta de topicazos). En cierto momento aparece Penélope Cruz (dando vida y verdad al papel que paradójicamente es el máyor tópico de todos, el de la apasionada latina) y le aplica el electroshock que la saca del coma; ella es el catalizador imprescindible para que la química reaccione y estos personajes estereotipados y tediosos se disparen en direcciones inesperadas y se transformen en seres humanos atribulados y complejos. ¿Y no podía haber empezado por ahí?
Lo bueno (o lo malo) de Woody Allen es que es un tipo prolífico y cuando su última película decepciona, él siempre tiene lista otra que posiblemente no se le parezca nada. En la siguiente vuelve a Nueva York con una comedia protagonizada por el genio de Larry David, casi un hijo ilegítimo suyo dentro de la gran tradicion del humor judío. Y si esa tampoco es buena, entonces ya habrá que empezar a preocuparse.
domingo, 19 de octubre de 2008
Vietnam me mata
Experto en proyectar simultáneamente intenso sufrimiento interior y estupidez supina, Ben Stiller es uno de los mejores cómicos de su generación pero todo el mundo tiene que comer. Eso explicaría algunos sucios secretos de su pasado como Los padres de él, Starsky & Hutch o Noche en el museo. El resto bien podemos atribuirlo al efecto amiguetes según el cual Stiller está obligado a figurar en cualquier película donde intervengan Owen Wilson o Will Ferrell. Es decir, que el tío tiene talento pero no lleva pegado en la frente ningún certificado mágico de calidad.
En cambio, en su carrera paralela como director, Stiller se ha ido afinando cada vez más, perpetrando comedias extremas de personajes bizarros que, más que empatía, tienden a provocar grima o vergüenza ajena. Películas de culto como Zoolander (sobre el mundo espeluznantemente idiota de los supermodelos masculinos) o fracasos comerciales como Un loco a domicilio (variante en clave amistad masculina de Atracción fatal, odiada entre otros muchos por Homer Simpson: “¡estúpida película que casi arruina la carrera de Jim Carrey!”) no encontraron en su día respuesta entre el público masivo.
¿Cómo se entiende entonces que Tropical Thunder, su mejor película hasta la fecha pero en una línea de trabajo en total sintonía con las anteriores, se haya convertido en la comedia del verano? (nº 1 en taquilla en USA, éxito mundial de crítica, etc). ¿Será que tiene una premisa algo más digerible y convencional? (una variación sobre el tema del grupo de actores capullos obligados a representar en la realidad sus personajes de héroes) ¿Que había ganas de reirse de la guerra? ¿Que le ha beneficiado toda esa chorrada de polémica sobre actores blancos pintados de negro y chistes de retrasados? ¿Que el público disfruta confirmando que todos en la industria del cine están como cabras? Cualquiera sabe, el humor es un concepto tan subjetivo…
Tropical Thunder comienza con las desventuras de un equipo de rodaje que anda por Vietnam filmando un gran drama bélico, las memorias del heroico (y siniestro) mutilado de guerra Potras Tayback (Nick Nolte). La cosa, sin embargo, marcha fatal, con un director primerizo al que todo le supera (Steve Coogan), un jefe del estudio psicótico allá en Hollywood amenazando constantemente con toda clase de profanaciones fisiológicas (Tom Cruise, irreconocible bajo el maquillaje) y un reparto que más que ecléctico es que no pega ni con cola: un antiguo héroe de acción en horas bajas desesperado por reciclarse en actor serio (Ben Stiller); un actor del método australiano que se entrega tanto a sus personajes que se ha hecho teñir la piel para interpretar a un sargento negro (Robert Downey Jr.); un cómico grotesco famoso por enterrarse en latex para hacer todos y cada uno de los personajes de sus películas sobre gordos que se tiran pedos (Jack Black) y un rapero que debuta en el cine tras acumular experiencia haciendo videos llenos de culos y patrocinios de bebidas refrescantes. Los cuatro acabarán perdidos por la selva y tendrán que demostrar de qué pasta están hechos realmente (si es que de verdad hay alguien detrás de la máscara).
La película es de las de reirse a carcajadas, tiene mala leche a toneladas, varios chistes brutales, una absoluta falta de corrección política y un evidente conocimiento de primera mano de toda la farsa que se esconde tras los bastidores de la fábrica de sueños: las neuras de los actores (todo un chiste interno la aparición de Tom Cruise, el zumbado oficial de Hollywood), la ruindad de los productores, la compleja relación entre los oscar y los papeles de disminuidos psíquicos… Todo el reparto (incluso mi odiado Matthew McConaughey como el agente de Stiller) tiene ocasión de lucirse pero el que se lleva la palma hasta eclipsar al propio director es el gran Robert Downey Jr. en un año en el que el hombre, por cada película que pasa, arrasa.
Star Trek begins (at last)
Es el principio del fin: estos pocos fotogramas (junto a un reportaje en profundidad en la revista Entertainment Weekly) son la primera grieta en la campana de silencio que cubre desde hace casi dos años la versión de J.J. Abrams de Star Trek (¿remake? ¿precuela? ¿de todo un poco?).
Permitidme por consiguiente dar unos cuantos botes de alegría, apenas nada comparados con los que daré en noviembre cuando aparezca el primer trailer con imágenes de la película junto con Quantum of Solace (o si no, en internet). El estreno, a finales de mayo.
domingo, 12 de octubre de 2008
Oriente desorienta
Dicen que uno de los grandes chascos de la edición 2008 del festival de cine de San Sebastián fue Dreams, la última peli del coreano Kim Ki-duk. ¿Y todos esos que se pusieron a aplaudir al terminar la proyección? ¡Vaya panda de hipócritas! Quizá no era más que un gesto de cortesía hacia la invitada (el director no estaba en la sala porque se quedó en casa, convaleciente de un accidente de tráfico, pero en cambio había venido la protagonista, Lee Na-young y esas cosas siempre dan glamour). Podrían haber demostrado la misma educación, por ejemplo, apagando los móviles, o cortándose un poco en contestarlos; se ve que hay gente que se mete a las películas del festival con la misma alegría y actitud que la del jubilado que se para en la calle a mirar las obras. Y luego que se aburren...
Yo de Kim Ki-duk (Bonghwa, Corea del Sur, 1960) he visto las tres últimas (conocidas internacionalmente por sus títulos en inglés: Time, Breath y Dreams). Me faltan por ver nada menos que las doce anteriores, donde cuentan que se acumulan obras maestras como Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera o Hierro 3. Al menos Time todavía fue bien recibida (una celosa patológica que se opera la cara para empezar otra vez desde cero con su novio fingiéndose otra) pero en cambio sus seguidores (tan talibanes como los de cualquier otro club de fans) echan pestes de Breath y Dreams: que ha perdido los papeles. Que se le ha ido la olla. Que tanta fantasía absurda de amores destructivos y tanto masoquismo medio gore ya no cuela.
"Acabo de conocer al Almodóvar coreano", escribí por aquí, todo impresionado después de ver Time. Era una historia de amor tremenda, de sentimientos desaforados, con personajes desquiciados hasta la enésima potencia, inesperados golpes de humor y una trama casi de ciencia ficción, tan insólita y original como sólo un creador con una visión poética intransferible podría haber concebido.
Era una comparación superficial que me servía para andar por casa pero luego estas primeras impresiones son difíciles de abandonar… Hace algunos meses vi Breath (Aliento) y ya a la primera me falló el croquis mental. La película trataba de una mujer a la que su marido ha puesto los cuernos y a la que le da por visitar a un condenado a muerte que ha intentado suicidarse repetidas veces (retrasando de paso la ejecución). El tipo se ha herido en la garganta así que la única que habla es ella (empieza y no para aunque no se conocen de nada). La mujer le cuenta los momentos clave de su vida, los representa empapelando las paredes de la celda con ampliaciones de paisajes (uno por cada estación) en plan realidad virtual artesana, le monta números musicales… El reo cada vez más contento pero, ¿y las motivaciones de la mujer? Vengarse de su marido, por supuesto, pero también una pulsión morbosa de atracción por la muerte como experiencia extrema y reveladora (la erótica del último aliento) que no terminé de entender. Original, sí, y entretenida también, y muy bien hecha, pero no le acabé de pillar el punto. La rumié durante semanas y al final no escribí nada (total, ya había salido de cartel).
La ambigüedad de Dreams, en cambio, me resulta mucho más estimulante porque no afecta a la psicología de los personajes (esta vez nada misteriosos), sino al argumento, concretamente al desenlace (simbólico o metafórico, o por rescatar un término en desuso, de realismo mágico). La historia gira en torno a un concepto de pura fantasía tan simple, tan poderoso y genial que parece mentira que Kim Ki-duk haya sido el primero en pensar en él (y sin embargo, hasta donde yo sé, no existen antecedentes ¿Qué posibilidades hay a estas alturas del partido de encontrar una idea fresca en cualquier forma de ficción?).
CIUDAD. NOCHE. Jin sigue en su coche a su antigua novia (que ahora está con otro). Atropella a un peatón y asustado, se da a la fuga. Y entonces se despierta pero sigue temblando, el sueño parecía demasiado real. Coge su coche, va hasta el lugar del accidente y encuentra ambulancias y coches de policía, aquello ha ocurrido de verdad. No hay testigos pero sí una cámara de vigilancia que ha registrado el suceso, y que revela que el conductor era una mujer. Una tal Ran que dice no saber nada, que no ha salido de casa, que estaba durmiendo, y sin embargo la imagen y las marcas en su coche no mienten: sin motivo alguno se levantó para conducir en plena noche y reprodujo punto por punto el sueño de Jin.
Así es como descubren el extraño vínculo que los conecta: Jin y Ran son polos opuestos, él todavía ama a la mujer que le abandonó y ella odia con toda su alma al novio con el que acaba de romper. Pero cuando ambos caen dormidos, uno de ellos se levanta como en trance para hacer realidad los sueños del otro. ¿Y quién puede controlar sus propios sueños?
Dreams tiene partes muy divertidas mientras Jin y Ran luchan por comprender lo que ocurre y más tarde intentan desesperadamente mantenerse despiertos, pero la película no es precisamente una comedia. Otra vez el amor, los celos y demás obsesiones, la sombra del pasado como un lastre que acaba arruinando el presente, y una especie de incomprensión esencial del otro donde se confunden realidades, deseos y temores y se acaban mezclando el sueño y la vigilia.
Y si esta es de sus películas malas no me quiero ni imaginar cómo serán las buenas.
miércoles, 8 de octubre de 2008
Un gran paso para la hispanidad
¿Crisis? ¿Qué crisis? Para crisis la del año 2530, con la Tierra convertida en un infierno apocalíptico (tan mal como ahora pero en grado superlativo). Y como última esperanza de la humanidad, la nave interestelar Plutón BRB Nero (siendo BRB las iniciales del astillero donde se construyó, Biotechnological Research Badajoz), enviada a las profundidades del espacio con 5.000 colonos en animación suspendida en busca de un planeta habitable al que escapar. Al mando, nada menos que un marine español, el capitán Valladares (Antonio Gil), incompetente, inseguro, depresivo, que tan sólo se ofreció voluntario para perder de vista a la familia. Para suplir sus carencias cuenta con el gafapasta y pelota de Querejeta (Carlos Areces), su primer oficial, y con una neumática androide llamada Lorna (Carolina Bang), capaz de combinar las funciones de oficial científica y juguete sexual del capitán. Bajando por el escalafón se encuentran también un par de mataos: Hoffman, el técnico de mantenimiento (Enrique González) y Wollenski (Manuel Tallafé), robot calvo con melena, triste y desactualizado, perdidamente enamorado de Lorna (aunque ella sea mac y él pc). Mención aparte merece Roswell (Enrique Villén), extraterrestre resentido y homicida, capturado en USA en1947, un prisionero tan útil como guía espacial como Hannibal Lecter recomendando restaurantes. La dirige Alex de la Iglesia; la escriben Alex y Jorge Guerricaechevarría más Pepón Montero y Juan Maidagan (un par de guionistas de Camera Café), y la ponen los miércoles a las 23.30 en la 2.
Lo imposible ha ocurrido: sólo el chalado que debutó con Acción Mutante podría haber logrado levantar un proyecto semejante en una cadena española, remontando la actual estampida de vacas flacas. Star Trek, Doctor Who, Enano rojo… Las referencias (demasiado buenas para ser ciertas) que Alex de la Iglesia dejaba caer en las entrevistas han demostrado ser rigurosamente exactas aunque el presupuesto de Plutón BRB Nero no sea más que una fracción de la más barata de las tres (pero quién lo diría: rodada en cine, con esos decorados que aparentan inacabables y detalladísimos, mitad el Enterprise, mitad el Nostromo de Alien, y unos efectos digitales breves pero intensos, visualmente es una serie perfectamente homologable para la exportación). Ya que estamos, por qué no compararla también con Superlópez, otra brillante trasposición disléxica de un reconocible prototipo de fantástico anglosajón a nuestra realidad local más como de andar por casa (de hecho, ya que a Imanol Arias se le ha pasado el arroz, propongo a Antonio Gil - el capitán Valladares- como nuevo número uno en mi lista para interpretarlo).
Lo digo porque el humor de la serie, al menos de momento no tan negro como nos tiene acostumbrados el autor de Muertos de risa y La comunidad, me trae grandes recuerdos de los tebeos clásicos de la difunta editorial Bruguera, con sus historietas de personajes esmirriados y cara de subdesarrollo, pobretones frustrados e iracundos a menudo desempeñando oficios para los que demostraban una ineptitud notable (detectives, fontaneros, superhéroes), pero que en los que persistían tenazmente entrega tras entrega en lugar de terminar (o quedarse) despedidos, muertos o en la cárcel.
O quizá es simplemente que el equivalente más aproximado en imagen real de ese universo de papel y tinta es el esperpento naturalista de Berlanga, tradición a la que las comedias de Alex de la Iglesia se vienen apuntando desde siempre. Y para comprobar hasta qué punto Alex habría sido el director perfecto para echarse a la espalda a Mortadelo y Filemón bastan dos escenas del primer episodio de Plutón: el desmembramiento de Wollensky mientras Hoffman se hace el loco en vez de ayudarle, y la de la tortura inversa que aplican al alienígena Roswell (una sesión de amabilidad extrema). O simplemente comparar la eficacia cómica de Mariano Venancio en su papel del presidente terrestre Maculay Culkin III, un alarde de sobriedad y contención, con su interpretación como el superintendente Vicente en la película de Fesser, constantemente arrebatado por la histeria (suele ser importante que el personaje exhiba cierta dignidad antes de perderla al próximo chiste, por la cosa del contraste de situaciones y tal).
Todavía en el primer episodio a la mayoría del reparto (salvo Merche –Gracia Olano-, la esposa del capitán que aparece por videoconferencia) se les veía un poco inseguros, todavía buscando ese difícil equilibrio entre el arquetipo de ciencia ficción, el costumbrismo coloquial y la payasada a tumba abierta; para el segundo día la mejora saltaba a la vista: mucho más aplomo y convicción y el doble de risas en cada metida de gamba. Siempre es prematuro criticar una serie, sobre todo un producto tan complicado y tan ferozmente alienígena en nuestro panorama televisivo, a partir del episodio piloto: está la inevitable curva de aprendizaje, existen cantidad de dinámicas por establecer entre los personajes y muchos planes e ideas sobre un universo de nueva creación que sólo se revelarán en sucesivas entregas. “El origen de Roswell” giraba en torno a un McGuffin bastante tonto (casi un caso del inspector Yes), apenas una excusa para presentar a los personajes, y aún así contenía cantidad de gags geniales (el marciano que se alimenta de su propia bilis -“se lame, se lame por las noches”-, la mujer de Valladares echándole en cara que falte siempre a las reuniones del colegio, la declaración de Wollenski: “no tengo sentimientos pero me jode”…) y la promesa de grandes cosas por venir. El segundo episodio, “Tortugas en la barriga”, tan gracioso o más, incluye una escena antológica de paranoia espacial (las bolitas de migas de pan), intrigas políticas en realidad virtual (con intento de asesinato incluido), una parodia del test de empatía de Blade Runner, diversas variantes de amor, celos y sexo en el siglo XXVI (astronómicas facturas interestelares de teléfono erótico, la frustración amorosa de Wollensky, agobiante sexo salvaje con androides mal calibrados), una llamativa anomalía espacial y hasta un viaje en el tiempo con su inevitable paradoja. A partir de aquí, el cielo es el límite.
¿De dónde ha salido esta gente? A Antonio Gil no lo recuerdo de nada pero por lo visto tiene detrás una sólida carrera internacional (Chocolat, El mercader de Venecia) y ha trabajado en varias series inglesas, incluyendo un papel como comandante español en la miniserie Hornblower: retribution. Si es casualidad lo sería mucho porque las novelas de C.S. Forester sobre el capitán Hornblower y su guerra en el mar contra Napoleón son una de las fuentes de inspiración de Star Trek). Gil está estupendo como el capitán Valladares, dándole el punto justo de chulería y arrogancia imbécil para ocultar su inseguridad, punteado por ocasionales momentos de lucidez en los que recobra su humanidad. A Carolina Bang (la androide Lorna) la había visto en El intermedio haciéndose pasar por turista extranjera y ya entonces demostraba bastante vis cómica sacándole partido a ese físico que dios le ha dado de heroína de cómic (y con ella se rompe la maldición kármica de que todas nuestras rubias voluptuosas sean unas actrices tan nefastas). Manuel Tallafé (Wollensky), Enrique González (Hoffman) y Enrique Villén (Roswell) son secundarios habituales en las películas de Alex; de los tres, la gran revelación está siendo Tallafé: ese robot tan lleno de amargura tiene potencial para llegar a eclipsar al mismísimo Bender.
Y luego está Carlos Areces (Querejeta) que hasta hace poco no era actor sino un anónimo dibujante de El Jueves que ha acabado de fijo los miércoles noche en la 2 gracias a las malas compañías de cierta gente de Albacete. En los sketches de La hora chanante y Muchachada Nui el hombre borda los papeles de freak siniestro y de señora cabreada; Querejeta, personaje escrito a su medida pero de registros algo más complejos, está obligándole a estirar sus recursos y el tío está inmenso...
Un fracaso anunciado
El horario de Muchachada Nui y el product placement de Orange le dan a Plutón BRB Nero un ligero margen de supervivencia bajo el paraguas de la errática estrategia de la cadena pública para rejuvenecer al público de la 2. Sin embargo, son dos casos bien diferentes: a Muchachada se le consienten sus bajas cifras de audiencia en números tradicionales (es decir, descontando internet) porque presume de programa emblemático que, aún sin llegar a la categoría de éxito masivo (muchos no le ven la gracia ni se la verán, y eso es bueno: más felices serán cuando se vuelvan a juntar Cruz y Raya), se ha convertido en fenómeno de moda que está creando escuela y ha tenido un impacto innegable dentro del target de audiencia más deseado por los anunciantes (no hay más que ver todos los spots chanantes que han aparecido en los últimos tiempos: pavos, Richard Cleyderman, el cupido de la hamburguesa…).
En cambio, ¿una sitcom de ciencia ficción en la tierra del costumbrismo rancio y las series contenedor multigeneracionales para reir y llorar? La ciencia ficción (y mas todavía la variedad espacial) es un género prácticamente muerto en televisión (el público irá en masa al cine a ver naves y bichos raros y explosiones pero en cambio en casa prefiere ver comedias de familias residentes en Madrid). Para el espectador apático que se recuesta ante la tele entre jornada y jornada laboral, todo lo que se salga un poco de terrenos conocidos y mil veces explotados supone un esfuerzo inasumible si no directamente un insulto (y no es menos cierto sólo porque se trate en clave de comedia: ¿cómo se explica si no que Futurama nunca haya pasado de serie de culto?). Falla la identificación, aparece el aburrimiento, les parece un rollo de frikis que no tiene nada que ver con ellos (cuando de hecho es todo lo contrario: la ciencia ficción, en sus mejores momentos, permite dar un paso adelante para coger distancia y perspectiva y vernos mejor a nosotros mismos, quienes somos, donde estamos y hacia donde vamos).
Los 26 capítulos de Plutón BRB Nero, divididos en dos temporadas, saldrán en dvd pase lo que pase y muy bien tendría que ir para que le concedieran una prórroga (Alex de la Iglesia es un tipo muy ocupado, le espera el rodaje de La marca amarilla y se está dejando la salud en esta aventura televisiva). Ojalá me equivoque y exista un público para una serie como esta, pero si no, ellos son los únicos que lo pierden (a cambio, tendrán la tele que se merecen).
Links:
Página oficial de Plutón BRB Nero (con cantidad de información y donde se pueden ver on line los episodios ya emitidos)
El blog del rodaje de Alex de la Iglesia, inusualmente franco y actualizado casi a diario con sus últimas peripecias y reflexiones.
miércoles, 1 de octubre de 2008
Dos que hacen tiempo en el desierto
El video de Another Way to Die sigue hurgando en la herida y despertando el odio prácticamente unánime de todo cristo en foros como Commanderbond.net. A mí con ver cantando a Jack White y Alicia Keys me vale y la canción cada vez que la oigo me deja más alucinado. Las pelis de James Bond no habían tenido un tema medio decente desde 1986 con The Living Daylights, el último que coescribió el maestro John Barry para 007 Alta tensión (por mucho que lo cantasen unos nórdicos pijos). Después de eso, poco más que pastiches de Shirley Bassey, baladitas fofas y lánguido rock adulto (a juego con las películas, vamos). En cambio, si Quantum of Solace se parece también a su canción, va a resultar una aventura bastante interesante...
Y a continuación, para que comparéis, una pequeña selección musical por gentileza de Youtube...
The James Bond Theme (por Monty Norman, que escribió 3 notas y demanda a cualquier que le dispute la autoría. Arreglos y todo lo demás, John Barry)
From Russia with Love (John Barry, instrumental. El arreglo es la versión del videojuego que salió hace un par de años)
007 Theme (John Barry, instrumental)
Goldfinger (John Barry, canta Shirley Bassey)
You Only Live Twice (John Barry, canta Nancy Sinatra)
On Her Majesty Secret Service (John Barry, instrumental)
We Have All The Time in the World (John Barry, canta Louis Armstrong)
Live and Let Die (Paul McCartney)
Nobody Does It Better (Marvin Hamlisch, canta Carly Simon)
A View to a Kill (John Barry, canta Duran Duran)
The Living Daylights (John Barry y Pal Waaktaar, canta Aha en este bonito y pintoresco video ochentero)
Die Another Day (Madonna. Otro placer culpable de canción)
Total, de Plutón BRBNero ya escribiré después de ver el episodio 2.