domingo, 19 de octubre de 2008

Vietnam me mata


Experto en proyectar simultáneamente intenso sufrimiento interior y estupidez supina, Ben Stiller es uno de los mejores cómicos de su generación pero todo el mundo tiene que comer. Eso explicaría algunos sucios secretos de su pasado como Los padres de él, Starsky & Hutch o Noche en el museo. El resto bien podemos atribuirlo al efecto amiguetes según el cual Stiller está obligado a figurar en cualquier película donde intervengan Owen Wilson o Will Ferrell. Es decir, que el tío tiene talento pero no lleva pegado en la frente ningún certificado mágico de calidad.

En cambio, en su carrera paralela como director, Stiller se ha ido afinando cada vez más, perpetrando comedias extremas de personajes bizarros que, más que empatía, tienden a provocar grima o vergüenza ajena. Películas de culto como Zoolander (sobre el mundo espeluznantemente idiota de los supermodelos masculinos) o fracasos comerciales como Un loco a domicilio (variante en clave amistad masculina de Atracción fatal, odiada entre otros muchos por Homer Simpson: “¡estúpida película que casi arruina la carrera de Jim Carrey!”) no encontraron en su día respuesta entre el público masivo.
¿Cómo se entiende entonces que Tropical Thunder, su mejor película hasta la fecha pero en una línea de trabajo en total sintonía con las anteriores, se haya convertido en la comedia del verano? (nº 1 en taquilla en USA, éxito mundial de crítica, etc). ¿Será que tiene una premisa algo más digerible y convencional? (una variación sobre el tema del grupo de actores capullos obligados a representar en la realidad sus personajes de héroes) ¿Que había ganas de reirse de la guerra? ¿Que le ha beneficiado toda esa chorrada de polémica sobre actores blancos pintados de negro y chistes de retrasados? ¿Que el público disfruta confirmando que todos en la industria del cine están como cabras? Cualquiera sabe, el humor es un concepto tan subjetivo…

Tropical Thunder comienza con las desventuras de un equipo de rodaje que anda por Vietnam filmando un gran drama bélico, las memorias del heroico (y siniestro) mutilado de guerra Potras Tayback (Nick Nolte). La cosa, sin embargo, marcha fatal, con un director primerizo al que todo le supera (Steve Coogan), un jefe del estudio psicótico allá en Hollywood amenazando constantemente con toda clase de profanaciones fisiológicas (Tom Cruise, irreconocible bajo el maquillaje) y un reparto que más que ecléctico es que no pega ni con cola: un antiguo héroe de acción en horas bajas desesperado por reciclarse en actor serio (Ben Stiller); un actor del método australiano que se entrega tanto a sus personajes que se ha hecho teñir la piel para interpretar a un sargento negro (Robert Downey Jr.); un cómico grotesco famoso por enterrarse en latex para hacer todos y cada uno de los personajes de sus películas sobre gordos que se tiran pedos (Jack Black) y un rapero que debuta en el cine tras acumular experiencia haciendo videos llenos de culos y patrocinios de bebidas refrescantes. Los cuatro acabarán perdidos por la selva y tendrán que demostrar de qué pasta están hechos realmente (si es que de verdad hay alguien detrás de la máscara).

La película es de las de reirse a carcajadas, tiene mala leche a toneladas, varios chistes brutales, una absoluta falta de corrección política y un evidente conocimiento de primera mano de toda la farsa que se esconde tras los bastidores de la fábrica de sueños: las neuras de los actores (todo un chiste interno la aparición de Tom Cruise, el zumbado oficial de Hollywood), la ruindad de los productores, la compleja relación entre los oscar y los papeles de disminuidos psíquicos… Todo el reparto (incluso mi odiado Matthew McConaughey como el agente de Stiller) tiene ocasión de lucirse pero el que se lleva la palma hasta eclipsar al propio director es el gran Robert Downey Jr. en un año en el que el hombre, por cada película que pasa, arrasa.

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