domingo, 17 de mayo de 2009

Se van los mejores


Auditorio de Barañáin, 6 de marzo de 2009, hace apenas dos meses.
El publico se inquieta porque Antonio Vega sale a actuar con media hora de retraso. Desde las filas de atrás llegan comentarios sobre un posible problema de garganta pero, cuando al final aparece sobre el escenario con toda su banda (entrando a tocar sin mayores ceremonias) no le notamos absolutamente nada. Tiene buen aspecto para ser él, voz impecable, se mueve, se comunica, nos agradece los aplausos (comenta que sin gafas no ve más allá de la primera fila). Durante toda esta gira está grabando un próximo disco en directo que dará testimonio de su lado más eléctrico y rockero, y ya iba haciendo falta: su disco más vendido hasta la fecha, el Básico para los 40 principales, ofrecía de él un perfil de cantautor ascético que eclipsaba injustamente su faceta de guitarrista excepcional. El concierto es brillante, cálido, emocionante, con versiones fenomenales de muchas de sus clásicas (Caminos infinitos, Océano de sol, Lucha de gigantes) y algunas otras mucho menos conocidas de sus primeros tiempos. Salimos felices, para nada con la sensación de haber visto a un artista en las últimas.


Ahora dicen que era inevitable, que un día u otro tenía que ocurrir, que quien mal anda mal acaba, que esto no ha sido una sorpresa. Cierto que Antonio Vega tenía adicciones peligrosas pero cuando a un artista llevan veinte años dándolo por muerto y él mientras tanto sigue a lo suyo, componiendo y actuando regularmente, al final acabas por creerle poco menos que inmune al veneno, por confiar en que todo el daño que podía hacerle se lo había hecho ya. En realidad, su muerte ha sido completamente inesperada y demasiado rápida, una supuesta neumonía que por lo visto ocultaba un cáncer de pulmón. Si hay una moraleja en este final, no me parece tan transparente como pretenden los lapidarios moralistas de guardia.

Desde la mañana del martes en que dieron la noticia, prácticamente no hice otra cosa en todo el día que seguir la programación especial de Radio 3, íntegramente dedicada a él, un auténtico velatorio en las ondas. Se abrieron teléfonos y empezó la catarata de llantos y el psicodrama colectivo. En cambio sus amigos, varios de ellos locutores de la emisora, retirados o en activo, insistían una y otra vez en desmentir la imagen pública del personaje: Antonio no era “ese chico triste y solitario” (el título del disco tributo que le hicieron hace unos años y que tanto le fastidió) sino un tío vitalista, divertido, humilde, rodeado de gente que le quería, un sujeto excepcional con un mundo interior muy especial al que no había manera de convencer de nada de lo que el no quisiera ser convencido (por ejemplo, de cambiar de estilo de vida).
La luz más brillante es la que se consume más rápido, creo que ha dicho su primo Nacho, o algo por el estilo. Ni murió rápido ni dejó el cadáver más bonito que podría haber sido, él no ha sido un James Dean o un Heath Ledger, pero hubo hasta al final algo de adolescente taciturno en Antonio Vega. Muchas de sus canciones son misteriosas y herméticas, nada más lejano a la anécdota autobiográfica o a la glorificación del propio mito (al estilo, por poner dos ejemplos, de un Sabina o un Enrique Urquijo). Llenas de paisajes mentales abstractos (científico del pop, le han llamado), sus canciones son burbujas de espacio-tiempo de paredes racionales e interior de emoción pura, cantadas con esa voz suya inconfundible, eternamente juvenil, (crispada, le he oído decir a Juan de Pablos), en las que el oyente se reconoce a un nivel profundamente visceral.
Las canciones se quedan (incluido el material inédito), y a partir de ahora hay quien va a ganar mucho dinero con ellas (los mitos muertos son siempre mucho más rentables). Dicen en Efeeme.com que el primer recopilatorio salía ya a la venta el viernes pasado. Para que luego hablen de la eficacia de la industria española.

1 comentarios:

mentesestupidas dijo...

Un análisis estupendo.. Las canciones de Antonio parecían echar un pulso con la proyección mítica del personaje en direcciones opuestas. Pero es verdad, el mundo que despliegan sus letras transmite cercanía por encima de todo.