viernes, 1 de mayo de 2009

A siete días de la última frontera



Una de las peores cosas que internet ha traído al mundo de los fans es la obsesión por el éxito y el fracaso comercial: convertidos todos en expertos en marketing por la universidad de la vida, los foros temáticos revientan de especulaciones sobre cuantos millones deben recaudar Lobezno, Terminator Salvation o Hannah Montana para cubrir gastos y cuantos para ser un éxito, de debates sobre la oportunidad de estrenar en navidades o en mayo considerando la competencia, o ahora mismo sobre la influencia en la taquilla de la gripe porcina.

Admitamos que tanta preocupación por las entretelas económicas de la fábrica de sueños tiene cierta base racional: el éxito o el fracaso de una línea de negocio determinará si el chorro de esa marca concreta de diversión y fantasía se corta o sigue fluyendo (aquí no se hace nada por amor al arte, amigos). Pero nada más rascar un poco descubrimos otro motivo subyacente más inconfesable: la aceptación masiva o la falta de popularidad de la franquicia de sus amores repercute personalmente en la autoestima del fanboy que, en el fondo, sólo quiere que le quieran aunque sea por objeto interpuesto.

Caso concreto: Dentro de siete días los trekkies pasaremos por nuestro propio desembarco en Normandía con el estreno mundial simultáneo de Star Trek (a secas) de J.J. Abrams, la película que se juega a una sola carta el futuro de la saga (que de todos modos ya estaba muerta cuando el creador de Alias, Perdidos y Fringe aceptó encargarse de reinventarla a lo grande para el siglo XXI contando los orígenes y primer encuentro del capitán Kirk y Mr. Spock).
Y claro que hay nervios, los ha habido durante dos años largos, desde el mismo anuncio del proyecto. Nervios por la selección del reparto, por el currículum de los guionistas, por el presupuesto (demasiado, decían algunos), por el cambio en la fecha del estreno, por el diseño de los uniformes y del Enterprise, por si era una precuela o un reboot, por si salía o no salía William Shatner, porque los trailers no se parecían en nada a la serie de televisión de los 60, por la aparente falta de promoción fuera de EEUU… Para algunos han sido dos años constantes de pura histeria y hasta hoy. Inútil que el boca a boca de los preestrenos esté siendo abrumadoramente positivo, que esté cosechando críticas fabulosas de la prensa seria y la de internet (100% favorables de las recogidas hasta ahora en Rottentomatoes.com y una recomendación del 93% de la Broadcast Film Critics Association, la mayor asociación de críticos de EEUU y Canadá) y de los espectadores no alineados; basta con que un enfurruñado trekkie francés escriba en un foro que es peor que cualquier episodio de cualquiera de las series (porque, desde su punto de vista no les guarda el debido respeto) para que los incrédulos y cenizos vuelvan a hacer saltar las alarmas, siempre poniéndose en lo peor.
Pues hasta aquí hemos llegado: El martes pasado compré la Fotogramas y leí la crítica de Jordi Costa, y ese mismo día me bajé la banda sonora compuesta por Michael Giacchino, y ahora estoy seguro de que no hay nada que temer, de que nuestra paciencia ha sido recompensada y el transplante al nuevo cuerpo ha funcionado. Que empiece el Renacimiento.

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