miércoles, 27 de febrero de 2008

La resaca


Vale, pues sí, una ceremonia desangelada, con demasiados clips antológicos de relleno, sin aparente hilo conductor y con un presentador con buenos chistes pero al que se veía insignificante y muy solo en medio de un escenario fastuoso tan poco aprovechado. Lo mejor, los premios.

Unos premios muy bien repartidos, ciertamente muy europeos y bastante bien dados por mucho que no hayan terminado de acertar al 100% con mi quiniela de favoritas. En mejor película animada, por ejemplo, yo iba con Persépolis (vencedora moral) que no ha conseguido hacer descarrilar a la locomotora de Brad Bird, porque Ratatouille es una película espléndida pero es exactamente la típica película que a estas alturas uno espera de Pixar. Respecto a la mejor actriz principal, no he visto La vie en rose así que supongo que Marion Cotillard estará tan bien como nos cuentan, pero Ellen Page (Juno) ha sido la revelación de este año así que ¿por qué esperar a que crezca?
Se siente también por Alberto Iglesias, que nunca se lo creyó mucho de todas formas, por Tom Wilkinson, que está fantástico en Michael Clayton (comiéndose él solito la película), y por el veterano Hal Holbroock, secundario en tantas películas al que seguramente ya no le quedan muchas oportunidades para ganar, pero es que estos dos competían contra un Bardem que venía sobrado (y que hizo el mejor discurso de aceptación de la noche).

Sorpresa relativa, los tres premios técnicos para El ultimátum de Bourne (bastante indiscutibles). Muy bien lo de Tilda Swinton, Daniel Day-Lewis y Diablo Cody (qué personaje; si Juno solo tenía que llevarse un premio, no podía ser otro que mejor guión original). Y lo mejor de todo, Ethan y Joel Coen subiendo tres veces al escenario para llevarse entre los dos seis estatuillas (negocio redondo). Desde que vi Arizona Baby yo de mayor siempre he querido ser los hermanos Coen, así que permitidme un momento para felicitarme a mí mismo por la parte que me toca (si es que son como de casa).

Y hablando de los de casa, ciertos mutantes anónimos de ultraderecha andan por radios y foros de internet repitiendo lo que supongo que debe de ser una de sus consignas para esta semana, que qué vergüenza lo de Bardem, “ese antiamericano que luego se caga por la pata abajo cuando le dan un oscar”. Siempre llama la atención comprobar lo joven y activa que se conserva en pleno siglo XXI la España Negra (y qué elegante) . Luego se extrañarán de que la gente se marche fuera a trabajar.

lunes, 25 de febrero de 2008

El sueño de Hollywood


Esta noche es la noche. Dentro de unas horas tiene lugar el acontecimiento televisivo más importante del año para los mitómanos cinematográficos, y no me refiero al debate Zapatero-Rajoy sino a la 80 edición de los Oscar, con sus galas, su alfombra roja y sus guionistas para escribirle los chistes al presentador Jon Stewart (por los pelos).

Yo hace muchos años que dejé de seguirlo en directo (desde que Canal+ pirateó la señal solo para abonados) así que el plan es dormir como un bendito y enterarme del resultado por la mañana; y además del resultado, podré enterarme de lo larguísima y aburrida que ha sido la ceremonia, de lo poco que valía la pena trasnochar para aguantar tal coñazo y de lo horribles que iban algunas de las mujeres más atractivas del mundo; o quizá este año renueven la lista de despropósitos según le vaya la noche al bueno de Javier Bardem (apuesto a que hay más de uno rezando para que pierda y poder llamarle de todo menos bonito).

Se supone que si te gusta el cine de verdad lo que toca en un día como hoy es despotricar contra toda esta patochada de los premios y recordar que no es un más que un circo sin credibilidad alguna, que la lista de nominados y quien gana o quien pierde rara vez tienen que ver con la calidad artística y demasiado con quién monta la mejor campaña de promoción y ciertos turbios trapicheos entre bambalinas. Es como si un aficionado al futbol proclamara que él no cree en la copa del Mundo porque el mejor equipo cae siempre eliminado en cuartos.

Que sea justo o no no quita o pone nada para que éste sea el premio más importante que puede recibir una película , un actor, director, guionista, editor, músico, director de fotografía, maquillador o cualquiera que trabaje en la industria (no hay más que ver cómo les tiemblan las rodillas, se les traba la lengua y les empiezan a caer los lágrimones a los más cínicos cineastas antisistema en el mismo momento en que reciben uno). El poder simbólico de estas estatuillas calvas bañadas en oro proviene de los millones de personas en todo el mundo que, ingenuamente o no, están convencidas de que recibir una es importantísimo y estupendo, convirtiéndolo así en un reconocimiento universal tan inapelable como una sentencia del Tribunal Supremo, que puede gustar o parecer una chorrada pero ahí queda para siempre como cosa juzgada.

O sea, que la historia la escriben los vencedores y que esta noche toca escribir otra nota a pie de página en la sección de cine (mayormente de habla inglesa aunque con aspiraciones de universal). Historia tendenciosa o incompleta, que solo ocasionalmente coincide con la verdad y cuyos errores más flagrantes sólo el tiempo a muy largo plazo acaba rectificando (por ejemplo, ¿Rocky mejor película de 1977 por encima de Network: un mundo implacable y Taxi Driver? Menuda broma). Así que los cinéfilos deberían darse con un canto en los dientes porque en la cosecha que sale a jugar esta noche las nominadas principales (No es país para viejos, Juno, Michael Clayton, There will be blood… ), sean todas películas magníficas perfectamente merecedoras de reconocimiento, y gane quien gane este año la Academia tendrá que esforzarse para meter la pata.

viernes, 22 de febrero de 2008

Qué mala sangre


¡Hazte rico, hijo de puta! Porque a veces el orden de los factores puede alterar el producto, y se dan casos de gente tan ceniza y amargada que no le queda otra que enterrarse en un pozo en el desierto o acabar construyendo, por pura fuerza de voluntad, su propia torre de marfil alicatada en oro (negro).
There Will Be Blood (aquí subtitulada, en letras más pequeñitas como pidiendo perdón, Pozos de ambición) es el contundente retorno de Paul Thomas Anderson (Boggie Nights, Magnolia), uno de los más prometedores jóvenes directores norteamericanos de los 90 al que se le había perdido la pista tras el tropezón comercial de Punch Drunk Love (2002), la desquiciada y brillante comedia romántica que escribió para Adam Sandler en un voluntarioso esfuerzo por echar margaritas a los cerdos. Pocas risas (o romance) se pueden encontrar en cambio en There will be blood (no hay tiempo para mariconadas en este mundo de hombres, ni una sola mujer en el reparto salvo como figurante o extra con frase; sólo tipos duros en guerra con la naturaleza o sus semejantes); primera de sus películas que adapta material ajeno (la novela Oil! de Upton Sinclair, aunque del original no parece haber salvado mucho), y su primera película de época (Boggie Nights estaba ambientada en los 70 pero eso, más que una época, es una pesadilla).

There Will Be Blood son tres décadas clave en la vida de un imaginario pionero del negocio petrolífero llamado Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis), verdadero self-made-man al que vemos ascender de gañán a empresario y titán de la industria y un sujeto tan antipático, turbio y feroz que es casi inevitable invocar los nombres de Scorsese y DeNiro, creadores del estándar en biografías de los antihéroes más desquiciados de América. Day-Lewis, cuya magistral interpretación domina de principio a fin la película, se prodiga tan poco en pantalla que cada ocasión es un redescubrimiento del que uno sale convencido de haber encontrado al nuevo Robert De Niro, como si a estas alturas le hiciera falta todavía suceder a alguien o esperar una vacante. Poco tiene que envidiar su Daniel Plainview en su categoría a Travis Bickle o a Jack LaMotta, y al mismo tiempo se trata de una clase completamente diferente de animal. Si aquellos eran personajes que se pasaban de humanos, seres frágiles resquebrajados, almas puras achicharradas y perdidas en cuyo seno luchaban a brazo partido angelitos y demonios, hay por el contrario vestigios muy anteriores al homo sapiens en el señor Plainview, un resto prehistórico de la era en la que se formó ese petróleo que le corre por las venas; con sus ojillos maliciosos, su cerebro de reptil y ese corazón de piedra sin grietas visibles, ¿sabe siquiera él mismo si hay algo genuino en su afecto por ese bebé huérfano al que adopta como atrezzo para celebrar ante los clientes su entrañable pantomima del “negocio familiar”?

Con una duración de 158 minutos (que pasan como un suspiro porque siempre está ocurriendo algo) y el debut como compositor cinematográfico de Jonny Greenwood, guitarrista de Radiohead (creando temas orquestales casi demasiado tenebrosos como para pertenecer completamente a esa época y lugar),
There Will Be Blood es una fascinante, bella y terrible oda a la misatropía y al capitalismo salvaje, demasiado potente para leerse simplemente en clave de maliciosa alegoría sobre el pasado pirata de las honorables corporaciones que gobiernan hoy día EEUU y sus no siempre tan cordiales relaciones con la religión (el implacable Plainview encuentra su némesis y mosca cojonera en el afable Eli –Paul Dano- un jovencito manso y untuoso que a la primera de cambio se convierte en un furibundo predicador milagrero, vanidoso e hipócrita, casi el viaje inverso al que hacía en Magnolia el capullo de Tom Cruise).
Paul Thomas Anderson es un maestro abocetando en un instante personajes que parecen nacer completos pero que después adquieren matices insospechados conforme se van revelando sus dimensiones ocultas (ocultas a veces hasta para sí mismos). Daniel Plainview, ¿cabronazo o pobre diablo que solo conoce un modo de tratar con el mundo? ¿Tremendo egoísta o simplemente una clase especial de cobarde, que no desea realmente poder ni riquezas sino tan solo un agujero más profundo donde ocultarse? Menudo tema para una tesis, el sueño americano como enfermedad mental.

martes, 19 de febrero de 2008

Juno


Va a ser verdad eso de que las chicas maduran antes que los chicos, aunque no para todo... Juno MacGuff , todo un carácter a sus 16 años, mucho más espabilada que su amigo Paulie (y posiblemente siempre lo será) lo convence para jugar a médicos en pro de la ciencia pero ni se le pasa por la cabeza tomar precauciones contra consecuencias biológicas tipo embarazo.
Lo que parece un punto de partida para un sórdido drama social sobre los males de una juventud desubicada sin valores ni futuro, resulta ser el comienzo de una insólita comedia de caracteres protagonizada por esta adolescente rebosante de independencia y optimismo que decide dejar que la naturaleza siga su curso y dar al crío en adopción a alguna pareja que lo necesite (y le caiga bien).

Los chistes, el tono ligero, los diálogos brillantes y los personajes pintorescos pero nobles (qué rara hoy día una película sin idiotas ni villanos) no consiguen camuflar los niveles de profundidad por los que navega una historia que toca la separación cada vez mayor entre madurez emocional y sexual, las relaciones de pareja cuando el momento vital no anda bien sincronizado y, sobre todo, este asunto de traer al mundo a la próxima generación y las distintas necesidades, renuncias y teóricas satisfacciones que comporta (sobre todo si te sale una hija tan complicada pero encantadora como Juno). La actriz que la interpreta se llama Ellen Page, a quien anteriormente pudimos ver como la caperucita roja cazapederastas de Hard Candy, una chiquita que tiene toda la pinta de ir a ser más famosa que Jodie Foster y que este año está nominada al Oscar a mejor actriz. Dirige Jason Reitman, el hijo con talento de Ivan Reitman (Los gemelos golpean 2 veces, Junior, 6 días y 7 noches o esa anomalía que salva su carrera llamada Cazafantasmas); Juno es la segunda película de Jason tras la excelente Thank you for smoking (las desventuras de un cínico portavoz de la industria tabaquera) y la primera para su guionista, la ahora mismo solicitadísima Diablo Cody, que entre tanta gente brillante es el otro gran descubrimiento de Juno; ex secretaria y ex stripper que saltó a la fama por su libro de memorias y el afilado ingenio de su blog Pussy Ranch y que yo (lo confieso) antes de ver la película me había imaginado como una especie de concursante de Gran Hermano venida a más. Gran error. Uno sospecha que, si Juno no es ella, o se le parece mucho o la comprende de maravilla; en vez de nihilismo para la galería, lo que se desprende de su trabajo (por lo menos de éste) es, aparte de un gran sentido del humor, la sensibilidad, vitalidad y calor humano de un Frank Capra redivivo (y algo más borde).

domingo, 17 de febrero de 2008

Malas tierras, mala gente


No es país para viejos no es un western, ni siquiera un post-western (no hay huella alguna que lo relacione con el género salvo el protagonismo del escenario, el espacio geológico entre Texas y México). Si hubiera que ponerle la etiqueta de algún género fronterizo, lo último de los hermanos Coen si acaso sería un narcocorrido (de gringos), uno de esos relatos musicados de contrabando, codicia, violencia y muerte.
Los estilistas más dotados de su generación se han despojado de todo artificio para adaptar, dicen que con gran fidelidad, la novela de Cormac McCarthy (llevo 40 páginas de la edición de bolsillo y parece cierto pero de momento ya he echado en falta la escena del perro en el río) y aún así el resultado encaja sin fisuras en la línea de sus anteriores piezas negras contemporáneas, Sangre fácil (1984) y Fargo (de 1996, posiblemente y hasta hoy su más incontestable obra maestra). Quizá algo más tenebrosa, sin resquicio apenas para el contraste humorístico o los personajes absurdamente pintorescos (aunque apuesto a que al cazarrecompensas bocazas de Woody Harrelson le han dado alguna vuelta por el camino).

Pues esto va de una caza del hombre donde la presa es Josh Brolin, un tipo al que su día de suerte cuando encuentra en el desierto media docena de narcotraficantes muertos y una maleta con dos millones de dólares, se le convierte en pesadilla por culpa del mortífero psicópata que envían tras él para recuperarla, un tipo espeluznante que reúne lo peor de Terminator, Hannibal Lecter y el Dos Caras de Batman, un tal Anton Chigurh que viaja con una bombona de oxígeno, creación extraordinaria de Javier Bardem (doblado, pero es de pocas palabras), monstruo mítico en la estirpe del Robert Mitchum de La noche del cazador o El cabo del terror, inexorable juez y verdugo sin instancia superior, mucho más aterrador porque no deja de ser un simple ser humano. Y entre que los personajes hablan poco y la sobriedad formal de una película que prescinde de todo lo accesorio, son 115 minutos de tensión febril acumulativa casi insoportable (más otros cinco para un epílogo en clave introspectiva), incluyendo, entre varios momentos antológicos, una de las mejores escenas de tiroteos que yo recuerde.

El tercer personaje en discordia (y el único que se explaya, para algo es el narrador) es el viejo sheriff encarnado por Tommy Lee Jones, un veterano sobrepasado por estas formas desconocidas de maldad que traen los nuevos tiempos (1980 en la película), estos asesinos literalmente sin alma, como espectros que sólo buscan arrastrarte a la lógica hueca de su mundo de horror y de sombras. O quizá (y de ahí el título) siempre ha habido gente así por esas tierras, y es simplemente él quien ha cambiado y ya no puede con ello. "Aquí no hay lobos", dice en un momento el personaje de Brolin, pero se equivoca. Los buenos se cansan, se distraen, envejecen y se vuelven presa fácil para los depredadores.
En cambio, aquellos dos jóvenes gamberros que empezaban desconcertando hace 20 años con su rollo posmoderno y su manía de montar y desmontar los géneros clásicos, no sólo no han perdido con la edad sino que vuelven a demostrar su espléndida madurez como cineastas tras esa etapa un tanto errática de comedias de encargo (Crueldad intolerable y el curioso remake de El quinteto de la muerte) con las que siguieron a El hombre que nunca estuvo allí. Vuelven los Coen para enseñar a los novatos cómo se juega. Gracias a dios.

jueves, 14 de febrero de 2008

Huelga decirlo




No todo en la vida va a ser el primer trailer de Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (aquí mismo, por ejemplo). Hoy, además, en nuestra minirevista de prensa:

- ¡Cinco episodios más para Perdidos!: Además de los 8 ya rodados antes de la huelga de guionistas, el productor Carlton Cuse anuncia que él y Damon Lindelof jibarizarán el resto del plan para la cuarta temporada hasta meterlo en cinco episodios (13 en total, 3 menos de los previstos); Cuse promete que todo el material cortado acabará emergiendo en algun punto y que la quinta y/o sexta temporada serán un poco más largas para compensar.

The Imaginarium of Doctor Parnassus vive! Cantidad de rumores sobre las ideas que puede estar manejando Terry Gilliam para reemplazar a Heath Ledger sin desechar el material rodado por el actor antes de su trágica muerte Lo único seguro es que se ha abierto una página oficial de la película (http://www.doctorparnassus.com), de momento con una simpática imagen promocional en plan testimonial.



-Nuestros respetos para el gran Roy Scheider, carismático protagonista de Tiburón, Comienza el espectáculo, 2010 Odisea 2 y aquella chufa de serie llamada Seaquest (especie de Star Trek submarina producida por Spielberg), un actor al que uno tendía a dar siempre por descontado y que ha muerto prematuramente a los 75 años (cáncer).

-Paramount Pictures reorganiza tras la huelga la ventana de lanzamiento de sus próximos estrenos y no tiene mejor idea que retrasar cinco meses la versión de Star Trek reimaginada por J.J. Abrams (ahora, para mayo del 2009), que según cálculos de su departamento de marketing es mucho mejor fecha para convertirla en un bombazo de verano (mientras tanto, yo sigo sin tenerlas todas conmigo de que ni siquiera el nuevo rey midas gafapasta de Hollywood, recién salido del pelotazo de Cloverfield, sea capaz de hacer por Star Trek lo que Batman Begins y Casino Royale por esas otras franquicias cansadas pero libres del estigma friki).

-Los herederos de Tolkien demandan a New Line Cinema por chanchullos contables e incumplimiento de contrato (¿no lo hace todo el mundo?); se teme un nuevo retraso de la película de El hobbit. Por su parte, 20th Century Fox demanda a Warner Bros reclamando para sí los derechos cinematográficos de Watchmen, el cómic de Alan Moore y Dave Gibbons (a buenas horas, con la película ya medio rodada). En este caso todo lo más que se teme es un intercambio de pasta entre ambos estudios.

Huelga de guionistas, para terminar...
-Todo el mundo está tan contento con el final de la huelga de los guionistas USA (ahora que se despejan los nubarrones para la entrega de los Oscar y es más que posible ese momento dèja-vu de ver a Bardem de smoking aceptando una estatuilla –y es que el tío está sobrado en No es país para viejos, cualquier día de estos me pongo con la crítica) que apenas se ha hablado de qué es lo que se ha firmado exactamente. Y es que no todos los escritores andan por ahí brindando con cava; como en todo acuerdo logrado a cara de perro, ciertas reinvidicaciones de pura justicia se han quedado en el tintero (como la revisión de los porcentajes por venta de dvds); a cambio se ha conseguido fijar el principio de la participación (minúscula) de los guionistas en los ingresos por descargas en internet , se han establecido procedimientos de supervisión para evitar que les timen y, como el mercado audiovisual está cambiando a tal velocidad, se ha previsto una revisión de las condiciones para dentro de tres años. Los que entienden de esto dicen que es lo mejor que podían razonablemente conseguir: en la vida real pocas veces hay victorias con marchas triunfales y enemigos en desbandada y la presión mediática para que se cerrara el acuerdo se estaba volviendo insoportable. Presión a la que han aportado su granito de arena, curiosamente, ciertos corresponsales extranjeros dedicados a repetir como cotorras la versión del conflicto que daban los medios propiedad de los mismos holdings de comunicación que eran parte en él. Así nos han explicado en tono admonitorio los perjuicios que esta supuesta huelga de ricos (ricos son tres o cuatro, el resto más bien autónomos desesperados que se las ven y se las desean para vender algo en todo el año) estaba causando a los más débiles de la industria, obviando, por ejemplo, que fueron esos próceres con contratos blindados que dirigen los estudios quienes han tenido interrumpidas durante mes y pico las conversaciones después de que los guionistas se negaran a asumir una oferta-ultimátum. Lo que llegarían a decir si organizara aquí una movida semejante...

domingo, 10 de febrero de 2008

Mal día en Nueva York


Godzilla vs. La Bruja de Blair, efectivamente. A menudo las ideas simples son las que mejor funcionan pero después hay que saber sacarles punta, y a este respecto Cloverfield (rebautizada aquí Monstruoso) es una obra modélica en su engañosa simplicidad de falso documental, incontrovertible testimonio de lo que no puede ser y además es imposible. O lo que es lo mismo, la presunta filmación encontrada (cámara en mano, veneno para estómagos delicados), crónica sin preparar de las temerarias correrías nocturnas de cuatro yuppies por el corazón de Manhattan durante el ataque de un daikaiju, uno de esos monstruos gigantes que vienen asolando Tokio de cuando en cuando desde mediados de los 50.
Nos cuentan que la han hecho por cuatro duros (relativamente, que no deja de ser una superproducción norteamericana) y eso sí que resulta increíble porque, aún rodada a ras de suelo, la cinta se mueve en una escala verdaderamente épica. Y es verdad que los ecos del 11S están por todas partes pero la película no tiene mucho que decir sobre aquellos hechos, ese no es su juego ni hay que buscar en ella una versión metafórica de United 93 de Paul Greengrass. Se supone que el género de terror refleja en clave de ficción los temores del inconsciente colectivo de su tiempo (como Godzilla era literalmente hijo del terror atómico) pero el repelente monstruo de Cloverfield es una pizarra en blanco en la que resbalan metáforas y explicaciones (¿Efecto del cambio climático? ¿Experimento del gobierno? ¿Castigo bíblico? ¿Mascota de Bin Laden?) Tan descarada falta de referencias pone de los nervios a los que necesitan de razones, mensajes y coartadas intelectuales que les acoten lo que en esencia no es más que un absurdo espectáculo apocalíptico de serie B (¿qué demonios añadirían diez minutos de explicaciones sobre el origen del monstruo? Que cada cuál le ponga el que prefiera, al menos hasta el estreno de la secuela). Cloverfield salta directamente a la experiencia visceral en el mismo momento en que ocurre, antes de las explicaciones y las racionalizaciones, tan real como la vida misma.

Si [REC] de Jaume Balagueró y Paco Plaza, otro ejemplo bien reciente de falso reportaje de terror, pretendía tal vez ironizar sobre cierto modelo de televisión carroñera al enfrentar a un par de reporteros con una horda de zombis en la santidad de su propia vivienda (cutrerío que acababa por afectarla en su estructura y su retrato de personajes), Cloverfield toma como inspiración un instante posterior (y mucho más interesante) de la evolucion de los medios audiovisuales, la disgregación del punto de vista del universo Youtube, este momento de cambio de paradigma en el que la la cámara subjetiva del testigo presencial pasa a contar la noticia con más elocuencia que ningún reportero oficial que llegue a la zona cuando ya apenas quedan cenizas. No nos importa el origen del monstruo porque esta es sólo su historia de pasada, es el artista invitado y agente desencadenante de la aventura de esos pobres pigmeos que huían del hombre vestido de lagarto gigante en las películas de los estudios Toho, víctimas anónimas a los que esta vez el productor J.J. Abrams ha decidido convertir en protagonistas; vamos con ellos en sus momentos de desconcierto, pánico, puro horror e incluso de humor (sobre todo al principio), gente corriente atrapada en una situación inimaginable que les sobrepasa, para los que la catástrofe se convierte en la hora de la verdad donde cada cuál corre a aferrarse a lo esencial: mientras unos salvan el pellejo, Rob se dirige a salvar a su chica y sus amigos se niegan a dejarle sólo. ¿Estupidez? ¿Heroismo? El monstruo puede ser una esfinge inescrutable de pura fantasía pero la reacción de los protagonistas de Cloverfield se parece mucho a la que tuvieron bastantes neoyorkinos el día en que cayeron las torres.
Todo es, al final, un poco menos obvio de lo que parece, pero lo más extraordinario de la experiencia no es la criatura gigante sino esa idea de la cinta reutilizada que graba encima de la excursión a Connie Island de Beth y Rob, esos breves fogonazos del pasado que todavía emergen en los cortes, instantes del mejor día de sus vidas borrado por los acontecimientos del peor, como restos aún calientes bajo los escombros. Jordi Costa dice que Cloverfield es realmente una historia de amor y estoy por darle la razón porque es lo más auténtico que te llevas de la sala cuando concluye el artificio.

Incógnita y homicidio en primer grado


Este antiguo lector compulsivo de Agatha Christie está convencido de que la mayoría de las películas que se han hecho de su obra son tan interesantes como un documental de jubilados resolviendo sudokus. En la novela policiaca clásica tipo problema o acertijo, descubrir al asesino es un juego que requiere su tiempo: el autor va dejando caer las pistas que el detective y el lector recogen a la vez, enfrentados en una carrera para integrarlas en una teoría que relacione autoría, motivos, medios y oportunidad antes de que el listo de turno mande reunir a los sospechosos en el salón de té.

Reducido a la típica película de hora y media, sin embargo, es un combate amañado en el que el detective dispone de un tiempo infinito entre plano y plano para devanarse los sesos mientras el espectador se ve obligado a ingerir a ritmo de campanadas de nochevieja presentación tras presentación de personajes y múltiples tazas de asesinatos cada cual más pintoresco. O también se puede cortar por lo sano y señalar al culpable por el método lógico-paranoico de sospechar siempre del menos sospechoso. Total, al final es siempre la misma historia…

Lo mismo que la película basada en un videojuego tiene que ser algo más que una partida filmada, la adaptación de una novela policiaca, para evitar quedarse en un penoso sucedáneo de la experiencia original, deberia ofrecer algo más que el mero enunciado del problema y una solución al pie escrita al revés. Puede dejar de ser un juego y adentrarse en la realidad del drama, con personajes que actúen como personas de verdad envueltas en una turbia y confusa maraña que los llene de espanto y perplejidad, o bien transformarse en un gran espectáculo sensorial directo al estómago y demás sentidos.

Álex de la Iglesia, que no es un cineasta cerebral, sutil tejedor de atmósferas y relaciones, sino un expresionista torrencial y vehemente que se mete en la historia y la vive en las entrañas, le confesó a John Hurt que él no era el director apropiado para adaptar Los crímenes de Oxford (novela del argentino Guillermo Martínez sobre asesinatos en serie revueltos con series lógicas) y en cierto sentido no mentía. La supuesta primera película seria del director bilbaino (aunque en el fondo sea quizá la menos seria de todas) avanza con una lógica blanda y funcional que parece limitarse a engarzar las notables secuencias de violencia, horror y sexo en las que Álex demuestra una vez más sus poderes como cineasta, salvando las limitaciones del género por la vía de construir un thriller eficaz y emocionante que va por su lado mientras los personajes van por el suyo llenándose la boca de lógica y matemáticas (una paradoja de la que es plenamente consciente).
Pero la segunda incursión internacional de Álex de la Iglesia (tras la espléndida e incomprendida Perdita Durango) se queda en la mirada superficial del turista que está de paso por el país y por el género; forastero en tierra extraña, la plácida atmósfera de aburrido villorrio inglés de Oxford no parece haberle inspirado gran cosa, y a estos personajes tan anglosajones y arquetípicos les falta la chispa de reconocimiento y verdad que siempre late hasta debajo de la más esperpéntica de sus criaturas. Elijah Wood, Leonor Watling y Julie Cox hacen lo que pueden con sus papeles, pero el único que realmente se escapa con un personaje que vive y respira es John Hurt, ese matemático que declara inservibles las matemáticas, genio caprichoso, temperamental e irascible que es el corazón de la película y que de no haber sido inglés habría podido ser quizá compañero de claustro del Padre Ángel Berriartúa de El día de la bestia; este profesor Seldom que niega la posibilidad de aplicar la lógica a la vida, de reconducir la existencia a fórmulas previsibles y tranquilizadoras cuando la vida es caos, confusión y dolor, lo que nos está diciendo al final es que la vida no es una novela policiaca.

miércoles, 6 de febrero de 2008

El cine español también es persona

El escritor de ciencia ficción Theodore Sturgeon dijo una vez una frase que ha pasado a la posteridad como la Ley de Sturgeon: “El noventa por ciento de todo es basura”. Resulta que últimamente hay cierta gente empeñada en enmendarle la plana y convencernos de que, al menos respecto al cine que se hace en España, el porcentaje de mierda insalvable sube hasta el 100%... En tanto que saco un rato para terminar mi crítica de Los crímenes de Oxford ( y la de Cloverfield, alias Monstruoso), aquí os dejo, para vuestro entretenimiento y formación, este estupendo artículo que ha publicado hoy en El País Álex de la Iglesia en respuesta a un editorial especialmente insidioso e ignorante (y que a mí, que al contrario que él no tengo arte ni parte ni me llevo nada, me puso igualmente de los nervios cuando lo leí la semana pasada, poco antes de los Goya...).

Carta a EL PAÍS de un cineasta del país

POR ÁLEX DE LA IGLESIA

Hace unos días tuve oportunidad de leer un artículo (sin firmar) en la página de opinión de este periódico [El Acento, poniendo a parir al cine español en su conjunto, recomendándonos a todos poco más o menos que lo dejáramos y nos dedicáramos a otra cosa, que les haríamos un favor a los espectadores, hartos de nuestra torpeza. Si hablasen de mí lo entendería, porque para eso me pagan. Es mi trabajo y estoy acostumbrado. Pero lo que resulta indignante es que se juzgue con esa pasmosa ligereza a todo un gremio, a la profesión en su totalidad.

¿Se imaginan a alguien diciendo "todos los escritores de este país son aburridos", o "los pintores españoles cansan con sus cuadros de siempre", o "basta ya, por favor, de zapatos españoles, preferimos los italianos"?

Lo que realmente duele de estos palos no es la rotundidad con la que se formulan, sino todo lo contrario, lo alegremente que se escriben, como sin darles importancia. Da la impresión de que no afectaran a nadie. Y ahí se equivocan, porque el cine español no sólo somos cuatro torpes directores sin talento, sino cientos o miles de profesionales que viven de nuestras películas, muchas familias que tienen que buscarse la vida haciendo cualquier otra cosa, porque esto del cine cada vez se lo ponen más difícil.

Nadie nace sintiéndose parte de eso que se llama cine español. De hecho, cuando era joven era tan idiota que creía que mis películas iban a cambiar las cosas. Con los años he conocido a los profesionales que lo componen. Por eso puedo decir que estoy orgulloso de estar ahí, porque sé lo increíblemente doloroso que puede llegar a ser un rodaje, el milagro que supone el estreno de una película en un cine, y no digamos convertirla en un éxito.

Yo no puedo quejarme. Soy un privilegiado, pero intento no perder la perspectiva: amigos míos no tienen la suerte que yo. He visto películas magníficas que no duraban una semana en cartel y desaparecían para siempre. Por eso me gustaría comentar ese artículo. No sólo hablaba de mí, hablaba de amigos míos. Es cierto que no tengo ninguna necesidad. No es nuestro trabajo hablar de cine, sino hacerlo. Sin embargo, tengo la sensación de que es importante responder: si callamos parece que estamos de acuerdo, y os aseguro que no es así.

El artículo comenzaba hablando de cifras, y viene a decir que el cine español ha perdido 6,5 millones de espectadores. Estos datos dieron la vuelta a España en todos los periódicos. Lo gracioso es que, siguiendo esas mismas cifras, el cine "extranjero" ha bajado 12,5 millones. Casi el doble. O sea, que la noticia real es que todos los cines bajan, el francés, el inglés, el americano... No sólo el español, que curiosamente baja menos que el resto. Baja el cine porque todo el mundo tiene uno en casa, con Dolby Digital. El culpable es el DVD y las descargas por Internet, lo sabe todo el mundo. ¿Por qué cargar las tintas sobre el cine español? No lo entiendo.

Otra noticia falsa que nos tuvimos que tragar esos mismos días señalaba que la película más taquillera del año pasado fue Piratas del Caribe 3. Bueno, pues resulta que el Ministerio de Cultura no contabilizó los tres últimos meses (no me pregunten por qué). Contando el año entero, la más taquillera del año pasado fue una española, El orfanato, la espléndida película de Juan Antonio Bayona. ¿No es asombroso y terrorífico que nos echemos piedras a nuestro propio tejado?

En el artículo se menospreciaba, al mismo tiempo, el éxito de Javier Bardem y Alberto Iglesias con sus nominaciones a los Oscar, porque el trabajo de ambos "se enmarca en producciones hollywoodenses". ¿Menospreciarían los británicos el trabajo de John Hurt en mi película porque trabaja en una producción española? Además, ¿en qué industria cinematográfica han visto los americanos el trabajo de Javier y Alberto? ¿En la coreana? Dice el artículo "no es exactamente el cine español lo que se reconoce en los galardones". ¿Qué pasa? ¿Un actor o un músico español deja de serlo porque trabaja fuera? ¿Deja de ser español Fernando Alonso porque trabaja con Renault?

El último párrafo es realmente cruel. "Con unas cuentas o con otras, parece demostrado que el cine español interesa cada vez menos". Yo creo que está ocurriendo exactamente lo contrario, tras los últimos éxitos de El orfanato, El laberinto del fauno, Las 13 rosas, REC, y tantas otras, entre ellas la de un gordo impresentable que era número uno en taquilla el mismo fin de semana que se publicaba el artículo. Y después, ¿qué película era la más vista? Mortadelo, y no me parece precisamente una película extranjera.

Dice el artículo que nos limitamos a "tres o cuatro fórmulas" -la Guerra Civil, el drama social y la comedia de costumbres-. ¿Es eso cierto? Creo que no. No ahora. El cine de género ha vuelto, vemos películas de terror, suspense, vemos comedias y dramas, y además las nuevas generaciones apuntan alto: Los cronocrímenes, la estupenda película de Nacho Vigalondo, tiene dificultades para estrenarse aquí, en España, pero no para estrenarse en Estados Unidos. Las películas que se hacen en este país puede que sean mejores o peores, como todas, pero no son previsibles. No más que las de Hollywood, se lo aseguro, y si no pregúntenselo a Sandra Bullock. A todos nos gustaría poder ser igual de previsibles que Piratas del Caribe 3, pero no podemos porque necesitaríamos aumentar nuestro presupuesto unas cien veces para rodarla, y quinientas veces para promocionarla. Sin embargo, luego competimos en igualdad de condiciones y Jack Sparrow nos saca de los cines porque necesita nada menos que ochocientos cincuenta.

Pero actualmente, el cine que se hace en este país es muy diverso. El orfanato y La soledad compiten juntas en nuestros premios, y gracias a los académicos, la ganadora, cuya vida comercial en las salas había finalizado, puede tener una nueva oportunidad.

Una de las armas que a algunos periodistas les gusta utilizar es insistir en que el cine español está subvencionado, que malgastamos el dinero del contribuyente en tonterías que no interesan a nadie, que vivimos del cuento. Esto es injusto. Una vez decidí producir una película. Tuve que hipotecar dos veces mi casa para pagar los intereses de los créditos y así poder rodarla. Todavía tiemblo al pensar que puse en peligro a mi familia por una película. Para acabarla necesité seis veces el dinero que me otorgaba el Ministerio de Cultura. La subvención me llegó un año después del estreno, y con ella pagué lo que debía en hoteles y laboratorios.

Las subvenciones ayudan al cine, para eso están, como ayudan las que reciben los del teatro, los deportistas, los agricultores, los farmacéuticos o tantos otros. Pero no protegen. Yo no puedo comprar naranjas marroquíes en España, aunque se encuentren a 14 kilómetros y sean diez veces más baratas. Tengo que comprar naranjas españolas. ¿Se imaginan que ocurriera lo mismo con el cine?

Los productores en España se juegan la piel, como muchos otros profesionales, pero pocos son menospreciados en los periódicos como ellos. La gente no lo sabe, y por eso escribo este artículo. Creen que los del cine vivimos una fiesta continua, rodeados de canapés y champán. Y así debe ser, porque nadie va a ver una película de alguien que nos aburre con sus problemas.

Ahora bien, otra cosa es proyectar una visión malintencionada de nosotros. Lo que se decía en ese artículo sobre el cine que se hace en este país no es cierto. Y titular otro artículo "¿Por qué no gusta el cine español?" es tendencioso. Parece que existe la intención de darlo por hecho. Sería más respetable decir "¿Gusta el cine español?".

El público, a mi entender, y dicho desde la más profunda humildad, sigue apostando por nosotros. Nunca vamos a superar las cifras del cine americano porque literalmente es imposible, pero alguna que otra vez, gracias al público, lo conseguimos. Son algunos medios de comunicación (por razones que no voy a entrar a considerar aquí) los que intentan cambiarlo.

Álex de la Iglesia es director de cine.