domingo, 10 de agosto de 2008

Echando un cable a la ciudad


Fue inútil que me la recomendaran figuras del calibre de Marcos Ordóñez, Maruja Torres, Diego Manrique, el argentino del blog de televisión de El País o el infumable Carlos Boyero (en cuyo caso cualquier entusiasmo es contraproducente). Pero si Alan Moore sale diciendo en una entrevista que The Wire es la serie de televisión más asombrosa que se haya hecho jamás en EEUU y posiblemente en ninguna parte, uno ya no la puede seguir ignorando por más tiempo. Entonces se baja los 13 episodios de la primera temporada, luego los 12 de la segunda, se los ve en compulsivamente en apenas una semana, y concluye que hay muchas posibilidades de que el mayor guionista de comics del mundo tan sólo haya exagerado un poco…

Seguramente las series de polis son, a estas alturas del siglo XXI, el género más trillado en la historia de la televisión (sólo por detrás de los culebrones) y aún así gozan de tan buena salud que hay programas de los que se llegan a emitir simultáneamente tres versiones (CSI, Ley y orden) sin que al público se le atraganten. Unas tiran por el morbo y el sensacionalismo, otras por la acción y el misterio, y las menos por un realismo sucio donde polis cada vez más corruptos chapotean a sus anchas en la mierda que se supone deberían estar limpiando.
Así es como me imaginaba yo The Wire cada vez que leía algo acerca de ella, y de ahí la pereza que me daba: para sórdidas crónicas negras de una sociedad en descomposición me basta y me sobra con las raciones del periódico y alguna película de vez en cuando. Y resulta que no era eso, que es verdad que en The Wire (algo así como El cable, o quizá mejor El pinchazo, aquí traducida como Bajo escucha) la ciudad de Baltimore está podrida hasta los huesos, devorada por arriba y por abajo por las drogas y la corrupción, pero todavía queda gente decente en sus calles y unos pocos hasta trabajan de polis (y no todos los días acaban muertos).

The Wire es una producción de la cadena de pago norteamericana HBO que ha durado cinco temporadas (2002-2008) y 60 episodios, creada por el antiguo periodista especializado en temas policiales David Simon (autor de un libro-reportaje llamado Homicide, A Year on the Killing Streets que ya sirvió de inspiración para la serie Homicidio de la cadena generalista NBC, en una versión sin duda menos extrema del material) y cuenta la historia de una unidad de la policía de Baltimore especializada en seguimiento e interceptación de comunicaciones, sobre todo en asuntos de drogas, que nace casi por error, con una plantilla de rebotados de otros departamentos y con instrucciones expresas de no escarbar demasiado y despachar cuanto antes el caso asignado. Quien iba a prever que el equipo de detectives saldría contestatario y se empeñaría en hacer un trabajo en condiciones investigando hasta el fondo, caiga quien caiga…

La serie, rodada en localizaciones, es extremadamente convincente tanto en su descripción de los ambientes marginales de los barrios controlados por los traficantes como en la manera en que exhibe los trapos más sucios del funcionamiento interno de la ciudad (la dificultad de cambiar nada cuando los que están arriba se llevan tan ricamente su tajada y el resto sonríe y aguarda pacientemente a que le llegue su turno). Realista sin sensacionalismos (los peores momentos de violencia a menudo quedan en elipsis, y de hecho hay más desnudos que sesos esparcidos), en ocasiones destila un tono de humor negro casi berlanguiano en la descripción de la infinita desvergüenza de los servidores públicos. Está llena de tensión y suspense, y cuando el relato sigue a los criminales hay momentos en que se pone a la altura trágica de El padrino.

“Es televisión para adultos”, dice Alan Moore, “es como una novela. Llegas a conocer todos estos mínimos aspectos de Baltimore, construyendo un gran retrato de la ciudad y todas sus dinámicas, del puerto a los chicos de los barrios de la droga o a las estructuras de poder con sus juntas y el departamento de policía y la oficina del gobernador. Y tiene grandes escritores: está Gorge Pelecanos y David Simon. Y tantos personajes maravillosos, Bubbles, Omar. Al lado de The Wire cualquier otra cosa parece vulgar”.
Lo de los personajes es importante porque es su humanidad, sus fallos y su sentido de humor lo que diferencia a esta serie de una versión norteamericana de Ciudad de Dios. Delincuentes, grandes o pequeños, limitándose a vivir la única vida que han aprendido, sin más horizonte que el del barrio en el que nacieron, que no saben la suerte que tienen de acabar detenidos en vez de con los sesos reventados en cualquier esquina. Y los policías: McNulty (Dominic West), el simpático irlandés autodestructivo que disfruta cabreando a todo el mundo y pasándose las órdenes por el forro; el teniente Daniels (Lance Reddick), dividido entre lo que le conviene a su muy prometedora carrera y su instinto profesional; Kima Greggs (Sonya Sohn), detective lesbiana y poli vocacional cuya novia odia a muerte su trabajo; Ron Pryzbylewski (Jim True-Frost), verdadero inútil con una incomprensible tendencia a disparar accidentalmente su arma reglamentaria y que sólo sigue en el cuerpo porque su yerno es un pez gordo; Herc y Carver, detectives algo escasos de luces de los de dar primero y preguntar después; Bubbles (André Royo), el astuto pero leal yonki que trabaja como soplón para Kima; Lester Freamon (Clarke Peters), antiguo detective de homicidios enterrado en un puesto de chupatintas durante 14 años por hacer demasiado bien su trabajo...
Todos estos funcionarios no especialmente listos, llenos de defectos, con una vida privada tendiendo a desastrosa pero que aún así insisten en cumplir con su obligación con la que está cayendo, son personajes memorables y en cierto modo los sucesores del siglo XXI del Capitán Furillo y el detective Belker de Canción triste de Hill Street, con la que The Wire entraría en la final por el título de mejor serie de policias de todos los tiempos (todavía falta saber cómo termina).

P.D. Visto el último episodio, me inclino humildemente ante la sabiduría de Alan Moore: The Wire está en una liga distinta de Canción triste de Hill Street o de cualquier otra serie, policiaca o de género alguno. Es un animal completamente diferente, posiblemente la obra de ficción más importante de la última década para entender lo que nos pasa, y sólo se podía haber hecho en televisión. Obra maestra absoluta.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Accedo a este blog por casualidad, buscando en la web una imagen del carrito de la compra de Bubbs (André Royo) para dibujarla e insertarla en una futura portada de recopilación musical inspirada en The Wire -subtitulada, eso lo tengo claro, The rise & fall of Stringer Bell-. Todo se andará. Magnífico el resumen y comentario de la serie, que no tiene en cuenta la tercera temporada, que ee en mi opinión la culmina y cierra la serie, porque la cuarta y quinta prolongan el hilo narrativo en perjuicio de la carga dramática, por no decir el suspense, que desparece por completo. The Wire es imprescindible, pero odiossa comparatio, juega en una liga en la que no está Los Soprano. En fin.

Alberto Tejero Villalobos dijo...

Bueno, Los Soprano es más de jugar a subvertir el género desmitificando el arquetipo del mafioso y desde luego Tony Soprano es un monstruo cotidiano entrañable, pero a mí la línea antropológica de The Wire me rompió mucho más los esquemas y me sigue dando que pensar cada vez que abro un periódico. No estoy muy de acuerdo en eso del bajón de la cuarta y quinta temporadas, es más, coincido con la mayoría en que la cuarta es el momento cumbre de la serie aunque es verdad que en ella baja el componente policiaco, entra con fuerza la política (los chanchullos electorales) y predomina el aspecto social (el desastre del sistema educativo) pero para gustos los colores. Gracias por la visita y suerte con el recopilatorio!