lunes, 29 de septiembre de 2008

La chica que chilla


Ahora por lo visto libra los lunes, y ya sólo por eso el programa se resiente. Puedo acabar asimilando la marcha de Cristina Peña y Yolanda Ramos (que además últimamente apenas salían), y supongo que al final les acabaré encontrando la gracia a las nuevas, África y Lara (a una más que a otra), pero no hay sustituta que valga para ella, El intermedio simplemente no es lo mismo sin esa particular voz en off del SMS que exclama cada día, entusiasta y estridente, “Lo que España vota, va a misa”. Sirva esta pequeña entrada de blog como homenaje a la gran colaboradora anónima del programa de Wyoming (quizá, quien sabe, el secreto de su éxito).

Palabra que mañana escribo algo sobre Plutón BRBnero.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Cantando contra la corriente


La relación entre música y política se remonta a un tiempo anterior incluso a la famosa escena de Apocalypse Now en la que Robert Duvall manda a los helicópteros a bombardear napalm por la selva vietnamita al son de la Cabalgata de las walkirias. Todo artista (músico, actor o mimo callejero) que se pronuncia políticamente suele acabar acusado de egocéntrico lameculos o de hipócrita y cínico que sólo busca la atención mediática. Aparentemente la fama y la proyección pública de la que disfrutan les han sido otorgadas con la condición de que no las utilicen en nada más polémico que ejercer de jurado en un concurso de la tele. Después de todo, ellos no son como nosotros, no viven en comunidad sino en el dorado limbo de las criaturas de fantasía desde el cual, según algunos, no tienen derecho a asomarse.

En la gira de 2006 por los EEUU de Neil Young con Crosby, Stills y Nash llamada Freedom of Speech Tour, un porcentaje apreciable del público de los estados del sur, fans de toda la vida, abuchean al grupo y abandonan furiosos el recinto (“Fuck you, Neil Young”) despotricando contra esos cuatro veteranos músicos que se han atrevido a cobrarles por ensuciar sus oídos y sus mentes con sus canciones contra la guerra de Irak y Bush jr. ¿Ganó más fans Neil Young de los que perdió con esta gira basada en su airado disco-protesta Living with war? Los cínicos dirían que le sirvió para actualizar su mensaje y volver a conectar con las generaciones más jóvenes a base de demagogia. Sin embargo, después de ver CSNY: Dèja vu (documental que recoge las incidencias de esos meses dirigido por el propio Young) es difícil creer que su ira, la indignación contra las mentiras del gobierno y todo el mal que han traido sean otra cosa que genuinas. Aquí no hay cálculo ni estrategia, sino un cabreo monumental que le sale del alma.

Young no es exactamente un peligroso izquierdista: lo mismo enemigo de Nixon que admirador de Reagan, sus opiniones políticas parecen tirar más bien hacia el conservadurismo de la vieja escuela con ascendencia ecologista, pero su postura sobre el drama de Irak no es diferente a la cualquier espectador medianamente informado que a esas alturas no se hubiera dejado cegar por la propaganda o el sectarismo. Resulta que algunos de los viejos hippies que protestaron en los 60 contra Vietnam no tenían las neuronas tan dañadas como para no estremecerse por las semejanzas y la increíble arrogancia histórica de la actual administración para volver a tirarse de cabeza a otra guerra de ocupación en territorio hostil.

David Crosby, Stephen Stills, Graham Nash y Neil Young estaban allí y todavía se acuerdan porque por entonces crearon varios de los himnos antibelicistas más conmovedores y /o combativos que se hayan escrito; cuarenta años después Neil Young, su componente flotante y lider indiscutible, los convoca de nuevo para una misión muy parecida, poner voz a una opinión impopular (pero creciente) que el poder trata por todos los medios de silenciar. Viejos, gordos, calvos con melena, los viejos hippies (nunca retirados pero muy lejos de sus tiempos de activismo) vuelven a la carretera para criticar la carnicería inútil y las obscenas coartadas que la amparan, y uno se pregunta dónde estaban los jóvenes que deberían estar haciendo este trabajo en lugar de dejarles la papeleta de abrir brecha a estos cuatro héroes cansados (unos más que otros). Hay algo mítico y espectral en la figura oronda y pálida de David Crosby, con su camisa hawaiana , su bigote de pionero del Far West y sus melenas al viento, cantando con su vocecilla estremecedora por una América distinta y mejor, quizá a estas alturas una reliquia o un simple sueño del pasado.

La película (proyectada fuera de concurso en el Festival de San Sebastián el pasado martes) quizá abarca más de lo que puede digerir en sus breves noventa minutos: sigue la gira y la polémica que la acompaña, recoge las críticas de todo pelaje que les llueven, recaba las opiniones de los espectadores (algunas bastante aberrantes como la de ese que dice que no hay que criticar al gobierno porque ellos saben más que nosotros), cuenta el caso de un veterano de Irak convertido en cantante revelación gracias a la página web de Young, y da la palabra a los propios militares, que son los más duros con la situación sobre el terreno. Se echa en falta quizá un poco más de contexto por el lado musical (se menciona el caso de las Dixie Chicks, cantantes de country crucificadas y censuradas en todo el país por haberse atrevido a criticar a Bush en un concierto en Inglaterra), así como algo más de protagonismo para los propios integrantes de CSNY; aquí hay material dramático para una gran historia estilo “la última misión de los 12 del patíbulo” pero el director Young huye como del diablo de cualquier intento de mitificación. El único que reflexiona en voz alta sobre el significado de lo que están haciendo es Stephen Stills, quien no le da la menor trascendencia y lo describe irónicamente como un simple divertimento que no cambiará la opinión de nadie. Seguramente no, pero sin duda muchos de los ya convencidos habrán agradecido el ejemplo; y en todo caso queda la música, como decía Aute. Una música que pone los pelos de punta.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Butch Cassidy y el gran salto


La espera no ha sido muy larga desde que hace un par de meses se filtró a los medios que Paul Newman, de ochenta y tres años, padecía cáncer terminal. En ningún sentido puede decirse que la suya sea una muerte prematura, pero la desaparición de un inmortal de su categoría, uno de los verdaderamente grandes, resulta a nivel visceral un hecho inconcebible para el que no había forma de prepararse.

Newman lo tenía todo: la planta (los famosos ojos azules), el carisma, un talento y técnica extraordinarios como intérprete y un raro instinto para escoger el papel adecuado en una carrera apabullante en la que muy rara vez dio un paso en falso: El buscavidas, La leyenda del indomable, Dos hombres y un destino, El gran salto, Marcado por el odio, Harper investigador privado, La gata sobre el tejado de zinc, El juez de la horca, El golpe, Veredicto final, El color del dinero, Camino a la perdición y su último papel como voz de uno de los coches de Cars.

A caballo entre el viejo y el nuevo Hollywood, Paul Newman fue una de las mayores estrellas de los 60 y los 70, quizá la época más fructífera y libre del cine americano, pero su brillo nunca decayó y su prestigio y su leyenda no hicieron sino crecer, convirtiendo cada una de sus contadas apariciones de los últimos años en un acontecimiento glorioso. Un tío ejemplar dentro y fuera de la pantalla, elegante hasta el final.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Presidents Are Us


Esto habría tenido más gracia hace dos o tres semanas, antes de que se derrumbaran los cimientos financieros internacionales curando de golpe la fiebre mediática en torno a Sarah Palin, no sé si la recordáis: flamante candidata a vicepresidenta con el republicano McCain, encantadora gobernadora de Alaska y madre numerosa amante de la biblia, las armas y la guerra con Rusia, que guarda todo su escepticismo para la evolución de las especies y el cambio climático y que, a poco que le sonría la suerte, puede acabar siendo perfectamente la primera mujer comandante en jefe de la mayor potencia nuclear del planeta...

La imagen superior corresponde al episodio de la 19ª temporada de Los Simpson (primera tras la película) titulado E. Pluribus Wiggum: Springfield (por prolijas razones que no vienen al caso) adelanta varios meses sus primarias a la presidencia convirtiéndose en la primera ciudad del país en elegir candidatos, lo que atrae todo un circo electoral y mediático que termina sacando de quicio a sus ciudadanos. Homer propone sabotear la elección eligiendo al candidato más ridículo que se les ocurra. “¡A mí, a mí!”, exclama feliz el jefe Wiggum. “No, pero se va acercando…”, musita Homer... El ganador de las primarias de Springfield termina siendo Ralph, el hijo de ocho años de Wiggum, pero lo que empieza como broma va creciendo como una bola de nieve monstruosa porque Ralph, tan sencillo e ingenuo y con esas chorradas tan graciosas que suelta, resulta un soplo de aire fresco que se gana el corazón del país y demócratas y republicanos empiezan a darse de tortas por conseguir que sea su candidato. Lisa Simpson se pone histérica viéndolo por la tele: “¡Ralph no puede ser presidente, es el niño más tonto de la clase de los rezagados en lectura! ¡Y la constitución dice que el presidente tiene que tener como mínimo treinta y cinco años!”. “¿La constitución?”, se extraña Bart “¿No se la cargó la Patriot Act para defender nuestras libertades?”.

No estoy seguro de que sea un gran episodio de Los Simpson (el tema principal tarda mucho en entrar, acaba abruptamente y el pobre Ralph sale mucho menos de lo que se merece) pero es una sátira terrorífica sobre los nuevos mecanismos de la democracia americana y sobre las virtudes que hoy día se exige que tenga y que no tenga un candidato…


Lenny: -Voy a votar a Ralph Wiggum para presidente. Su sonrisa fácil me hace sentir que todo va bien aunque sepa que no es cierto.

Aunque Marge intenta tranquilizar a su hija (“Lisa, debes tener fe en el sentido común del votante medio”), el episodio termina con Ralph como el único candidato de ambos partidos, con un anuncio electoral en el que, sentado en las rodillas de la estatua de Lincoln en el Capitolio, le pide regalos como si fuera Santa Claus: “Quiero un triciclo, y un perro que no se coma mis hot wheels, y un futuro más brillante para América. ¡Soy Ralph Wiggum y he sido un niño bueno!”.



jueves, 18 de septiembre de 2008

Una canción por la que matar


¡Otro gran éxito para España! Concretamente (si es que es preciso entrar en detalles) para Tomás Fernando Flores y su programa Siglo XXI en Radio 3, que desde el viernes pasado ha puesto a hervir internet (por lo menos la parte tomada por los fans de James Bond, un puñado de anglosajones escuchando una y otra vez como monos furiosos un fragmento del programa colgado en la red) al destapar antes que nadie (quien sabe a través de qué extraños contactos internacionales: en comparación, los de la BBC no se han hecho con ella hasta hoy mismo) uno de los secretos mejor guardados de la próxima entrega de las aventuras del famoso asesino de morro fino al servicio de su majestad: el tema de Jack White, de los White Stripes, cantando a dúo con Alicia Keys, para los títulos de crédito de Quantum of Solace.

De momento los interesados la pueden escuchar, por ejemplo, a partir del minuto 1´51 del podcast de Siglo XXI del lunes 16. Es una marcianada magnífica que irradia energía a chorros y para los fetichistas estas historias vendrá cargada de polémica porque es la ruptura de estilo más bestia desde que en 1970 Paul McCartney compuso Live and Let Die. Lo que pasa es que me cuesta bastante imaginar al intenso Daniel Craig pegando tiros con semejante sintonía (como decía uno en los foros de Commanderbond.net, Another Way to Die sería un tema ideal para alguna película perdida de Roger Moore en torno a 1978). Veremos qué tal funciona…

ACTUALIZACIÓN: La canción ha sido retirada del podcast del lunes 16 "debido a problemas con la discográfica de Jack White". El señor nos lo da y el señor nos lo quita pero el daño ya está hecho.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Demonios en el mercado


Con Hellboy 2, el ejército dorado, Guillermo del Toro se pasa a la clandestinidad hasta dentro de tres o cuatro años cuando, si todo va bien, volverá de Nueva Zelanda con El Hobbit bajo el brazo. Y es un buen regalo de despedida porque la segunda entrega de las aventuras del diablo rojo de cuernos serrados creado para el cómic por Mike Mignola supera en todo a la primera: más divertida, más espectacular y notablemente más freak...

Y sin embargo, para contar los prolegómenos de una guerra a muerte entre el mundo de los humanos y el reino de las criaturas mágicas (el príncipe Nuada se dispone a romper la tregua milenaria, entendiendo que nuestra imparable destrucción del planeta equivale a un genocidio contra los suyos), el tono es curiosamente ligero, en tremendo contraste con, por ejemplo, El laberinto del fauno (la anterior película de Del Toro que podría perfectamente transcurrir en el mismo universo) y con todas esas ominosas profecías sobre la naturaleza y destino de Hellboy. Se diría que a esas divertidas discusiones domésticas de su recién estrenada vida conyugal con la pirocinética Liz Sherman (Selma Blair) les falta alguna clase de contrapunto que no termina de llegar (una única escena no basta, por muchas sombras que proyecte sobre el futuro). Lo que falta, imagino, es el último acto de la saga, esa disyuntiva entre tragedia o Apocalipsis que la serie lleva dos película anunciando y que sólo la tercera parte (cuando quiera que Del Toro saque tiempo para rodarla y siempre que Ron Perlman, nacido para el papel, no se considere muy mayor para seguir encajando hostias) resolverá. Y es que a este hombre le pierde terminar sus relatos con un noble sacrificio final…
Mientras tanto, ¿qué es lo que tenemos en Hellboy 2? Más prosa que poesía, una electrizante película de superhéroes monstruosos, extraordinariamente generosa en imaginación y detalle, una bizarra quimera entre cierta sensibilidad gótico-romántica y un humor neoyorkino al estilo de Bruce Willis (Hellboy podría perfectamente quedar cada viernes a tomarse unas birras con John McClane), donde escenas como la del mercado de los trolls bajo el puente de Brooklyn, la batalla contra el dios del bosque o el fiero combate entre las ruedas de un gigantesco mecanismo de engranajes quedan (sin falsas hipérboles) como momentos de antología para la historia del género a la altura de la famosa batalla de esqueletos de Ray Harrihausen.

Y en la versión española, además, tenemos a José Mota (alias el moreno de Cruz y Raya) doblando a Abe Sapiens (Doug Jones, el Fauno de El Laberinto e intérprete del resto de monstruos con forma humana de ambas películas) y a Santiago Segura sustituyendo a Seth McFarlane (Peter, Stewie y Brian en Padre de familia) como la voz del irascible doctor Krauss, última incorporación a la agencia paranormal (aunque lo de incorporación es un decir puesto que se trata de un fantasma que habita un cuerpo mecánico), así como a Andreu Buenafuente como el jefe chupatintas Tom Manning (Jeffey Tambor). Todos estos amiguetes no lo hacen mal pero distraen un poco en cuanto los reconoces. ¿Habrá servido su presencia para mejorar las ventas de la película? Por lo menos no salen Trancas y Barrancas…

martes, 9 de septiembre de 2008

Ver para creer


Más que una reaparición, una fluctuación cuántica en el vacío... Estrenada con alevosía veraniega, la pobre película apenas resistió un par de semanas antes de que la exiliaran a la sesión de las 22.30, de donde poco después fue retirada de cartel sin mayores ceremonias. Mulder y Scully, reyes de la televisión de la pasada década, se las van a ver mal para recuperar la inversión de su última aventura (que tampoco parece haber sido mucha). En el fracaso, increíblemente, no parece haber influido la apestosa traducción castellana del título (
Expediente X, creer es la clave por X-files, I want to believe) porque a lo que se ve ha funcionado igual de mal en todas partes.
¿Era de verdad tan floja como decía todo el mundo en internet, o ha sido, como dicen otros, un regreso simplemente inoportuno (demasiado tarde para invocar su viejo tirón televisivo, demasiado pronto para beneficiarse de la nostalgia por los 90)?
Este fin de semana la he visto por fin y ya dispongo de mis propias e insustanciales conclusiones...

Antes que nada confieso que nunca fui realmente un fan: Expediente X me pilló en una fase de empollón racionalista tipo Lisa Simpson para el que esa serie y todo lo que la rodeaba era, simplemente, El Enemigo; me costó meterme en la cabeza que las historias de abducciones con conspiraciones gubernamentales, por mucho que los lectores de Más allá se las creyeran a pies juntillas, no dejaban de ser otra variante de ficción fantástica que se podia consumir sin traicionar a Carl Sagan. Llegué a admirar su inteligencia de sus guiones, su atmósfera opresiva, su estética (tan influyente), y también el insospechado valor de Gillian Anderson como mito erótico (y el de su dobladora, Laura Palacios). Pero nunca me libré del todo de aquel recelo inicial y para cuando telecinco empezó a sabotear la emisión, no fue ningún trauma desengancharme. Seguí de oidas la progresiva decepción de los fans por las cada vez más largas ausencias de Mulder, la cada vez más sólida evidencia de que toda la mitología alienígena se había improvisado sobre la marcha (arrojando desde entonces una sombra de sospecha sobre cualquier serie fantástica -como Perdidos- que se atreva a construir un misterio a largo plazo), las polémicas a favor y en contra de una nueva pareja de agentes federales que aparecieron para echarle una mano a Scully, lo del hijo entregado en adopción y lo de ese final que no explicó nada y años después todavía hace echar a algunos espumarrajos por la boca...
En fin, Gillian Anderson se ha reciclado con éxito como actriz de carácter en Inglaterra, y David Duchovny (siempre más limitado), tras protagonizar diversas comedias cutres, ha vuelto a triunfar en la tele con Californication. Nadie, salvo quizá el creador de la serie, Chris Carter, parecía realmente interesado en un Expediente X 2, hasta que la huelga de guionistas del año pasado creó el hueco perfecto para meterla en producción.

La segunda película de Expediente X, escrita y dirigida por Carter y anunciada como una historia autocontenida al margen del inacabable arco argumental de la invasión extraterrestre (al estilo de esos otros episodios conocidos como el monstruo de la semana, que son los que me gustaban a mí), cumple la regla de que cuanto menos esperas de una película más agradable es la sorpresa. Como regreso es bastante más que digno (por momentos incluso brillante), un relato truculento y ambiguo, oscuro y lúgubre (citando una de sus influencias clásicas, una especie de El silencio de los corderos con menos gore), aunque posiblemente demasiado poco movido y con un tono demasiado adulto para lo que se estila ahora en cuanto a thrillers. Es verdad que la peli tiene sus momentos de aburrimiento, como un episodio de 50 minutos estirado media hora de más, pero el comienzo es intrigante y la segunda mitad mantiene la tensión hasta el final. Incluso está bien dirigida (lo más raro de todo), y Duchovny y Anderson son unos cuarentones bien conservados que mantienen intactas las propiedades de su vieja química. Retomando el final de la serie que casi nadie ha visto, Mulder y Scully son ahora pareja y están fuera del FBI, Dana dedicada a la medicina, Fox a dejarse barba y recortar noticias sobre fenómenos extraños, hasta que alguien requiere su ayuda en su condición de expertos: una agente federal ha desaparecido y la única pista parecen ser las declaraciones de un vidente que, para más inri, es un sacerdote condenado por pedofília. El arranque es fascinante pero luego empieza a irse por las ramas, se producen intentos de profundidad temática más bien fallidos para lo que no deja de ser un modesto thriller de serie B, y los personajes nuevos (el cura, el malo, la gente del FBI) no alcanzan la entidad que debieran; esto es el show de Mulder & Scully, sus obsesiones y sus amores, y supongo que tienes que tenerles cierto afecto de entrada para que terminen de importarte sus momentos confesionales. Me temo que la película cuenta con ello, y al apelar básicamente a los convencidos, Carter malgasta su último cartucho para reinventar el mito en pantalla grande. Pero tampoco me extraña, siempre he sospechado que la primera vez le salió de chiripa...