sábado, 27 de septiembre de 2008

Butch Cassidy y el gran salto


La espera no ha sido muy larga desde que hace un par de meses se filtró a los medios que Paul Newman, de ochenta y tres años, padecía cáncer terminal. En ningún sentido puede decirse que la suya sea una muerte prematura, pero la desaparición de un inmortal de su categoría, uno de los verdaderamente grandes, resulta a nivel visceral un hecho inconcebible para el que no había forma de prepararse.

Newman lo tenía todo: la planta (los famosos ojos azules), el carisma, un talento y técnica extraordinarios como intérprete y un raro instinto para escoger el papel adecuado en una carrera apabullante en la que muy rara vez dio un paso en falso: El buscavidas, La leyenda del indomable, Dos hombres y un destino, El gran salto, Marcado por el odio, Harper investigador privado, La gata sobre el tejado de zinc, El juez de la horca, El golpe, Veredicto final, El color del dinero, Camino a la perdición y su último papel como voz de uno de los coches de Cars.

A caballo entre el viejo y el nuevo Hollywood, Paul Newman fue una de las mayores estrellas de los 60 y los 70, quizá la época más fructífera y libre del cine americano, pero su brillo nunca decayó y su prestigio y su leyenda no hicieron sino crecer, convirtiendo cada una de sus contadas apariciones de los últimos años en un acontecimiento glorioso. Un tío ejemplar dentro y fuera de la pantalla, elegante hasta el final.

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