domingo, 16 de noviembre de 2008

Son dos y aparentan legión


Faemino y Cansado siempre dicen eso de que con su espectáculo se pasa el rato pero no se aprende nada, que no tiene sustancia ni te hace mejor persona. Y va a ser verdad porque, como hace años que no salen por la tele, cualquier humorista que intente seguir su escuela probablemente moriría en el intento de tomar notas al ritmo que estos dos imparten sus chorradas magistrales. Menuda caña.

Veinticinco meses después de su última visita al Teatro Gayarre de Pamplona (nuevo lleno total durante cuatro días), juro por Manuel Campo Vidal que es la vez que más me he reído con ellos descontando la primera (ya tan mitificada en la memoria de mi juventud). Prometían que venían a hacer lo mismo de siempre y eso es exactamente lo que hicieron, dos tíos ya talluditos rajando sin parar sobre el escenario sin más apoyo técnico que unas chaquetas de colores y los copazos de licor que se sacan al final cuando se convierten en los cuentachistes Arroyito y Pozuelón. Ellos se jactan de su vagancia, de reciclar constantemente los mismos números y recurrir una y otra vez a los sketches que hacían en Cajón desastre, pero es mentira. Puede que el esqueleto sea el mismo pero todo lo demás llega en estado de flujo: las divagaciones y los incisos, lo de irse por las ramas, ha sido siempre su rasgo característico y el espectáculo en directo de Faemino y Cansado es la apoteosis de la morcilla que se come el plato principal, donde cada número empieza en terreno conocido pero nunca se sabe donde acabará. Con la complicidad que dan tantos años trabajando juntos, estos dos cachondos mentales se atreven a inventar e improvisar en directo (y se nota cuando el otro se esfuerza en aguantarse la risa), desbarrando sobre el guión previsto, seguros de que el otro le seguirá y rizará el rizo. Luego el mejor o peor resultado dependerá de la inspiración del momento, pero esta vez ambos habían venido en estado de gracia...

Tras saltar al escenario como siempre, con el baile y los botes para demostrar dinamismo, nos contaron la historia de cómo se conocieron de adolescentes cuando cogían percebes en el Mediterráneo con el culo (no les quedaba otra porque Franco, entonces todavía en el poder, les escondía los aparejos y los enterraba en un sitio del que sólo él tenía el mapa). Eso fue justo antes de empezar la transición y la movida (y se ríen recordando lo gordo que estaba Sabina, igual de gordo que Johnny Rotten el de los Sex Pistols). Luego les llegó la fama en la tele, pero acabaron hastiados y se fueron a dar la vuelta al mundo. Jamaica no vale nada, advierten (aunque se quedaron allí seis meses) y Australia es igual que la plaza del Castillo de Pamplona salvo porque allí el agua gira al revés . Pero tampoco hace falta irse hasta tan lejos sólo por eso, tú mismo te puedes hacer en casa un vórtice magnético en el fregadero con un conejo, una zanahoria y una caña de pescar, y luego llamar a Iker Jiménez para que te saque en su programa de monstruos (aunque luego resulta que es un escéptico y Faemino, con las molestias que se ha tomado, se pone fino de insultarle). Tras este viaje por la nostalgia, Faemino se tuvo que ir repentinamente porque se había dejado el móvil en el coche, y entre que volvía Cansado distrajo al respetable al estilo Moncho Borrajo, pidiendo al público palabras con las que formar un poema. Lo extraño es que todos los espectadores hablaban como Faemino y ninguno sabía pronunciar bien su nombre (“Joshxar” o así). El primero era un señor famoso, un tal Jose Luis Rodríguez “El Puma”, pero no el cantante de los 80 sino el fabricante de chandals (“chandals ¡Puma”!). Y luego casi se le mete un abejorro a Cansado por el chakra de la frente y se pone a especular qué es lo que habría ocurrido después de aguantar tres días al bicho dando vueltas dentro de la cabeza (“que viven poco pero no descansan”), y sus desesperados intentos de sacarlo con un cepillo de dientes, una brocheta de mariscos y hasta la guitarra casi sin estrenar de su hijo. Faemino le lleva la contraria y dice que no era un abejorro sino un pelícano deshidratado, parte de un contingente que venden los de Kelloggs (el dinero de verdad no lo hacen con los cereales sino con los pelícanos), contingente enviado por Ágatha Ruiz de la Prada porque se le ha ido la olla y quiere vengarse porque no le dejan ponerse un simple traje marrón. Cansado se le queda mirando: “Te lo estás inventando”. “¡Que no!”, insiste Faemino, que tiene una bóveda bajo ese mismo escenario, con una mesa y una campana de oro de no sé cuantas toneladas que es del alcalde. Y el alcalde va por las noches a acariciarla y a columpiarse del badajo. O igual al final sí que era un abejorro. Después interpretan el sketch didáctico sobre cómo escaparse de un calabozo en una cárcel de Australia gritando “qué va, qué va, qué va, yo leo a Kirkegaard”.

Luego hacen un descanso (delante del público, que hay más luz) y comentan temas personales como el problema que Cansado tiene con su hija de quince años no bautizada, que le vino con la pregunta de para qué servía el cálculo integral. Respuesta: para lo mismo que el otro pero más sano. Los problemas de Faemino son con un caballo que se compró para tenerlo en el piso que no controla sus esfínteres. Y al final salen Arroyito y Pozuelón a contar la vez que decidieron irse de vacaciones aprovechando que Arroyito hizo la mili con el señor Halcón, el de las agencias de viajes. Y cómo sus empleados (a cada uno de los cuales, como ellos son muy educados, le dedican un saludo personalizado) no entienden lo que quieren porque parece que los haya seleccionado un mandril (y Faemino se vuelve loco con su incompetencia aunque insiste en que él no se enfada). Total que el señor Halcón les paga un crucero donde Arroyito puede potar a sus anchas por la borda, que es lo que más le gusta en la vida después de los burros (que le hacen muchísima gracia), y al final cuentan un chiste con el capitán del barco, al que habían confundido con un dios o semidios griego de lo guapo que era, que acaba así: “no, mi padre era brasileño de Río” “¡Coño, como los cangrejos!”. Faemino piensa que si no nos hemos reído es porque no lo hemos entendido, o igual es que somos todos apolíticos (solía decir "de derechas"; debe de ser influencia de la radio).

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