lunes, 3 de noviembre de 2008

Regeneración


El Doctor está condenado. La semana pasada David Tennant, la estrella de Doctor Who, anunciaba que se va. Que es mejor dejar al público con ganas de más, mejor abandonar mientras aún queda entusiasmo y antes de que el privilegio de interpretar a uno de los mejores personajes de televisión de todos los tiempos (según él, y según muchos, yo mismo por ejemplo) se convierta en un simple trabajo.
Y como en Doctor Who no hacen recasts, en algún momento del último de los cuatro especiales que se emitirán a lo largo de 2009, a Tennant le caerá un piano radiactivo en la cabeza y morirá (según ha bromeado el productor y guionista Russell T. Davies). Gritos de horror entre el público.

Y entonces vendrá el gran truco de magia que ha asegurado la longevidad de la serie de la BBC durante cuarenta años, el mismo que le permitió regresar en 2005 de su ignominiosa cancelación de 1989 como si el tiempo no hubiera pasado (salvo para la industria de los efectos especiales): en vez de morir, el Doctor se regenerará.

Allá por mediados de los 60, cuando William Hartnell, el primer Doctor (un viejecillo siniestro que se fue enterneciendo con el tiempo hasta volverse entrañable) decidió dejar la serie, a alguien se le ocurrió una idea de cuya extraordinaria brillantez seguramente nadie en su momento fue consciente. Ya que el Doctor era un extraterrestre (pese a su aspecto humano), por qué no darle un poder sobrehumano (su único poder, de hecho), el de revivir al instante convertido en otro, de reencarnarse en sí mismo con otro cuerpo y otra cara. La regeneración.

El segundo Doctor fue Patrick Troughton, el Colombo del espacio. También un genio científico desbordante de entusiasmo, un outsider metomentodo, un espontáneo protector de los débiles que viajaba por el espacio y el tiempo en una cabina azul más grande por dentro que por fuera, desfaciendo entuertos junto a sus compañeros humanos, pero que se parecía a Hartnell en aspecto, actitud o carácter como un huevo a una castaña. De esta manera, incorporando el cambio de actores en la propia dinámica de la serie, remarcándolo en lugar de ignorarlo o atribuirlo a una operación radical de cirugía estética, animando a cada nuevo Doctor a ser su propia versión del héroe, Doctor Who encontró una manera única de reinventarse una y otra vez, de mantenerse siempre fresca y cambiante, con un potencial de eternidad tan largo como el de su protagonista, el único inmortal que desprecia el cliché borgiano y a sus 900 años sigue lleno de curiosidad, de energía y entusiasmo, conociendo gente, viviendo aventuras , viajando incesantemente por el universo en su absurda nave espaciotemporal.

Qué serie tan extraña, tan imposible de clasificar: disparatada, terrorífica, hilarante, entrañable, romántica, a ratos sesuda y a ratos completamente estúpida, una mezcla imposible de los universos de Douglas Adams y el profesor Quatermass y que jamás se toma muy en serio a sí misma. A partir de 2010, a Steven Moffat (Coupling, Jekyll, el guión de Tintín para Spielberg y Jackson) le tocará reinventarla desde cero una vez más, además de buscar al sucesor de Tennant, ahora mismo el Doctor más popular de todos los tiempos. Uno de los rumores más repetidos menciona a un tal Patterson Joseph, un actor negro muy bien considerado…

Por simple coincidencia, mañana (primer martes de noviembre), el mundo real afronta expectante la regeneración de otro famoso personaje mítico, el Presidente de los Estados Unidos, una regeneración que nos librará por fin de la penosa jeta de su encarnación más impopular que sin embargo ha resistido ocho temporadas en pantalla. Cierto, Bush no ha tenido que morirse para dejar la silla, ahí es donde se tuerce el paralelismo entre Doctor Who y cualquier cargo electo; va en cambio que ni pintado para los Papas, esos señores que siempre visten igual y hasta abandonan su antiguo nombre y se ponen otro seguido de un número cardinal para mejor sumergirse en el papel (es más, yo todavía sigo sin creerme a Benedicto XVI, igual porque le conocí interpretando otro personaje de la misma serie –el Cardenal Ratzinger- en tiempos de su carismático antecesor Juan Pablo II, 26 años siendo El Papa). Pero estoy divagando…
Sólo cabe desear que la próxima regeneración del Presidente de los EEUU salga completamente opuesta a la actual porque ahora mismo el programa apesta y nada más que un cambio radical en el personaje, y un actor que entienda verdaderamente el papel, podría levantar la audiencia. La cancelación no es una opción.

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