domingo, 7 de octubre de 2007

¿Anarquía?

Pura Anarquía. Tusquets editores (2007). 187 páginas. Traducción: Carlos Milla Soler.



Woody Allen sigue siendo un gran humorista y las ideas todavía le fluyen por la cabeza, pero como escritor en prosa hay que reconocer que se ha estancado. Se sigue moviendo en una serie de fórmulas que quizás pudieron parecer originales y subversivas a finales de los 60 (imitación de formatos periodísticos, ensayo, crítica cultural, parodia de géneros) pero que hoy día, copiadas un millón de veces, llegan a resultar hasta trilladas. En los relatos de estructura más convencional, su voz narrativa tiende a la sobreactuación, insistiendo en la hipérbole como efecto cómico, a menudo trayendo a colación alguna referencia cogida por los pelos y más bien denigratoria a la alta cultura (p.ej., “Grendel, nuestra wagneriana mujer de la limpieza”), que es marca de la casa pero ya rara vez despierta más que una leve sonrisa. Los temas objeto de burla son tan triviales como el material de los suplementos dominicales que los inspira (modas y complejos de la gente del espectáculo o de la alta burguesía contemporánea) y rara vez se eleva por encima del punto de partida (o quizá, qué se yo, sea ese precisamente el punto).

Pero, vamos a ver... ¿De verdad son peores estos cuentos recientes que aquellos antiguos que me hacían retorcerme de risa y aprenderme de memoria las mejores partes? Los fans de cualquier artista tienden a ser sus peores enemigos, exigiendole a grito pelado la emoción de lo nuevo y a la vez otra ración de lo de siempre. Es casi ley de vida que la insolencia, la energía y exuberancia juveniles dejen paso con la madurez a una mayor grado de sobriedad, de introspección y un cierto reencuentro con la tradición (que en los músicos, por ejemplo, se manifiesta en que desertan del rock para engancharse a la clásica, el jazz, el country, el folk o las danzas sufi).

Y el cine de Allen ha pasado por un proceso semejante pero en cambio los textos de Pura anarquía parecen caídos del limbo: no son (ni lo pretenden) profundos, emocionales o reflexivos, pero tampoco fulgurantes, arriesgados ni mucho menos anárquicos; parecen, salvo por las referencias contemporáneas, un material escrito hace treinta años encontrado en un baúl, simples divertimentos o material de encargo en los que ni de lejos Allen echa toda toda la carne a asar. Tras cincuenta años de carrera profesional ampliamente documentada, el maestro tiene que esforzarse un poco más para que sus seguidores de siempre no descubramos el truco a mitad del número. Aunque también es cierto que estos relatos están escritos para medios generalistas, para un público que no se sabe de memoria sus obras completas y cada uno de los chistes que alguna vez ha contado...

Juzgados en esos términos, como una colección de relatos humorísticos sin pretensiones de desbancar a P.G. Wodehouse, no están mal, ni mucho menos, y en realidad su calidad media no está tan lejos de la de los antiguos, pero sin ninguno que alcance el brillo de sus mejores historias, las limitaciones y muletillas de Allen como apresurado escritor humorístico quedan demasiado expuestas. Mucho mejor funcionan los relatos dialogados y los epistolares, donde su talento y oficio como guionista producen escenas mucho más vívidas y con tres frases se muestra capaz de clavar personajes arquetípicos de gran eficacia cómica. El libro está plagado de ideas y situaciones geniales a las que el formato a menudo no termina de hacer justicia (el hombre que se apunta a una secta para aprender a levitar pero se escapa antes de que le enseñen a bajar, el novelista pretencioso contratado para escribir una novelización de Los tres chiflados, el chaval que hace un corto en el campamento de verano para cineastas y se lo compra Miramax -originando un cruce de cartas muy desagradable sobre propiedad intelectual entre sus padres y el director del campamento-, los delincuentes fugitivos buscados por arrancar la etiqueta a unos colchones…). Lástima que Woody haya abandonado el humor absurdo salvo para estos pasatiempos en prosa porque aquí habría material para una película de sketches hilarante.

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