jueves, 31 de enero de 2008
El hobbit de Jalisco
Allá por diciembre escribí que no se me ocurría nadie mejor que Peter Jackson para dirigir El hobbit (+ Apéndice), pero es que entonces no sabía que se podía pedir a Guillermo del Toro... Lo del mexicano rodando El Hobbit en 2009 con producción de Jackson (que estará ocupado haciendo Tintín junto a Spielberg) es un pedazo de noticia como para poner a dar brincos a cualquier fan del cine fantástico; a principios de semana se daba por hecho en todos los medios pero ahora nos explican que no es así del todo y que la negociación no está cerrada todavía. ¿Serán de tema económico o artístico, esos últimos cabos sueltos? Porque una vez que han dado con una solución tan perfecta y tan evidente (a posteriori), cualquier otra alternativa parece inaceptable (¿Sam Raimi? ¿Y por qué no Antonio Mercero?).
lunes, 28 de enero de 2008
Libanesas desesperadas
Quién iba a pensar que la primera película libanesa que consigue repercusión internacional iba a parecerse tanto a las comedias barcelonesas que nos pone en Versión Española Cayetana Guillén Cuervo. Tan importante es lo que cuenta una película como lo que calla y Nadine Labaki, directora, protagonista y coguionista de Caramel, deja fuera del plano toda esa mierda política de guerras civiles intermitentes y ataques terroristas día sí día también para hablarnos de la vida de cinco o seis mujeres que frecuentan una peluquería de Beirut y cómo se enamoran, se desenamoran, ríen, lloran y les multan por no ponerse el cinturón. En su contexto, esa voluntad de hablar desde la normalidad cotidiana puede resultar encomiable y hasta subversiva (como lo debe de ser también sacar una lesbiana o hablar de operaciones de reconstrucción de himen, supongo) pero para el espectador foráneo el resultado es extrañamente blando y convencional, vagamente entretenido pero un tanto rutinario. Lo mejor, alguna costumbre local curiosa (siempre se aprende algo) y la vieja chiflada que recoge papeles por la calle.
domingo, 27 de enero de 2008
La India vs. Louis Vuitton
Ricos, tontos y distantes, los tres hermanos Whitman (Owen Wilson envuelto en vendas, Adrien Brody con mueca de payaso triste y Jason Schwartzman convertido en un clon capilar de George Harrison de la época del Sargeant Pepper) estrechan lazos fraternales mientras cruzan en tren la India a bordo del Darjeeling Express, un viaje organizado de turismo místico a la caza y captura de experiencias trascendentes que (con suerte) les ayuden a dejar de ser un poco esos cretinos integrales que se encuentran cada mañana en el espejo. El trío visitará una tras otra fantásticas localizaciones reales de aquel país a las que no acaban de sacar partido, demasiado distraídos con sus propias neuras y las de los demás.
Las comedias de Wes Anderson están llenas de personajes de este estilo, tarados emocionales y desvalidos, suicidas potenciales o frustrados que son los mayores enemigos de sí mismos (siendo su actor fetiche el Bill Murray medio catatónico de los últimos tiempos que aquí se limita a una breve aparición). Algo menos divertida y extravagante que La vida acuática con Steve Zissou, y un tanto repetitiva en su último tercio, Viaje a Darjeeling funciona como parodia de las historias de viajes de autoconocimiento, apuntándose a todos los chichés del género, topicazos que para sus protagonistas, seres tan superficiales como el croquis de un campo de golf, funcionan sin embargo como auténticas experiencias transformadoras.
Anderson, director americano europeizante, exquisito estilista siempre al borde de ser un poco pedorro, se salva gracias a su gusto por las chorradas, el slapstick y el humor absurdo, sin los que este cuento de pobres niños ricos traumados desde la infancia podría haber acabado como la Maria Antonieta de su amiga Sofía Coppola (donde precisamente Jason Schwartzman se lucía encarnando al más bien corto Luis XVI, casi un ascendiente directo de su personaje en Darjeeling). Uno nunca está muy seguro de si Anderson se compadece o se burla de sus criaturas, pero lo que es seguro es que nunca se las toma tan en serio.
viernes, 25 de enero de 2008
Lo de Heath Ledger
Quién podía imaginar cuando Christopher Nolan le dio el papel del Joker en The Dark Knight (no sin polémica, pasando por encima de los favoritos habituales especializados en torturados y siniestros; demasiado guapo, demasiado cachas, demasiado sano y buena gente), que ese personaje tan distinto a todo lo que había hecho iba a ser el último que haría. Con el Joker Ledger estaba a punto de saltar a otro nivel, a donde no se atrevió a llegar ninguno de los actores con los que solían compararle (Robert Redford, por ejemplo, sobre todo después de Brokeback Mountain). Tenía planes para dirigir, decenas de películas por hacer, tenía una carrera fabulosa por delante. El tío iba a ser grande, es otra vez la historia de Jeff Buckley.
Y ahora tenemos a los buitres constructores de leyendas negras trabajando a destajo para construirle la suya. Que si depresión por un divorcio reciente, que si se le había metido en el cuerpo la sombra del Joker (como si el Joker fuera el Coronel Kurtz de Apocalypse Now, que es un puto supervillano de comic, joder). Qué terrible decepción si dentro de unos días se determinara que fue una sobredosis accidental, que Ledger no quería matarse, que le podría haber pasado a cualquiera aunque no fuera un famoso actor australiano de 28 años.
De los actores al final lo único que nos llega es su imagen pública, su trabajo y la película que nosotros mismos nos montamos sobre ellos con fragmentos de entrevistas, algún reportaje y las cuatro chorradas que se publican. Ledger parecía un tío simpático con la cabeza bien amueblada, de quien sabemos que deja una hija, padres y cantidad de amigos y parientes que lo conocieron y le echarán de menos como ser humano. Pienso en cómo tendrá el cuerpo Christopher Nolan mientras monta la película con su interpretación póstuma. Peor aún, pienso en Terry Gilliam, con el que Ledger había hecho amistad rodando Los hermanos Grimm y con quien estaba haciendo El imaginario del Doctor Parnassus (apenas se ha mencionado en las crónicas y casi mejor, Gilliam no necesita más ayuda para alimentar su propia leyenda negra), una película pequeñita en la que Ledger era el pez gordo de un reparto en el que le acompañaban Christopher Plummer y Tom Waits. Me pone los pelos de punta recordar el chiste que hice hace un par de meses sobre la mala suerte de Gilliam y cómo ninguna película suya estaba segura hasta el día del estreno: de momento el rodaje se ha cancelado y las compañías de seguros dirán que pasa con ella. Pero tranquilos, la peli de Batman está a salvo y en ella Ledger, tal como llevan meses prometiéndonos, estará fenomenal. Ficciones dentro de ficciones, relatos diversos con los que pasamos el rato.
jueves, 24 de enero de 2008
Monstruos unidos jamás serán vencidos
¡Solo en Hollywood se les podía ocurrir! Tras el triunfo indiscutible del proyecto Alien vs Predator, feliz maridaje entre los restos calcinados de lo que en vida fueron sus dos franquicias de monstruos espaciales (cuyo ejemplo colea todavía en la gira Dos pájaros a tiro de Sabina y Serrat), 20th Century Fox ha seguido experimentando con las mezclas hasta encontrar la receta de la secuela perfecta, un burbujeante cóctel contra natura entre el espesor dramático de Scream y la ambición y espectacularidad de una función escolar de marionetas. Lástima que cortaran las canciones pero, aún así, queda todavía el gancho hipnótico de observar durante 86 minutos a estos sujetos autodenominados “Hermanos Strause” (directores de la cosa) jugando absortos con sus muñecos articulados oficiales a cargarse a sus antiguos compañeros de instituto allá en el pueblo (¿quizás tendrían que haber pedido alguna figura más del Depredador? Porque el pobre engendro acaba un poco superado una vez perdida la ventaja del factor sorpresa). Añadir tan solo que las palomitas de maíz con miel también me gustaron bastante.
jueves, 17 de enero de 2008
Chapa y pintura
Cantos de ida y vuelta
Curioso efecto de llamada-respuesta que si no es cierto lo parece: el éxito de House pone de moda el sarcasmo agresivo dando lugar a la aparición de un nuevo espécimen en nuestra telerealidad, el gilipollas divino, especializado en humillar a los concursantes en el triunfoculebrón de turno (todo un cambio de paradigma en el que, de repente, el jurado es la estrella y el supuesto artista un simple extra que le hace de sparring).
Ahora resulta que, al comienzo de su cuarta temporada, el médico cojo se monta su propio reality para escoger tres nuevos ayudantes (circo organizado simplemente para eliminar el factor humano en la elección). Se cachondea de ellos, los tortura, los despista, los trata como a críos, los despide al tun tun y disfruta como un enano (posiblemente más que el espectador). Al final del episodio, unos cuantos aspirantes se han perfilado entre la masa pero por otra parte se confirma que aún no hemos visto lo último de Cameron, Chase y Foreman… Concurso, por consiguiente, con premio final dudoso que posiblemente solo sirva para marear la perdiz... Va a ser que House ve mucho la tele.
domingo, 13 de enero de 2008
La brújula dorada (un día brillará)
Como cuando escuchas contar un chiste que tú ya te sabes y el chistoso (al que no ha llamado dios por ese camino) se dedica con toda su buena voluntad a destrozarlo para que al final la concurrencia se lo pague con un silencio de muerte, así más o menos es la tristeza de ver una novela magnífica echada a perder al volcarla a cine. Prometí que con La brújula dorada (que ha tenido críticas más bien tibias, recaudaciones decepcionantes y un boca a oreja abismal por parte de los amigos que la han visto) no me iba a cabrear como con Stardust (ver aquí) pero resulta que no ha hecho falta porque Chris Weitz (¡el director de American Pie, gran fan de los libros!), bendito sea, la ha contado bastante bien, hasta donde le han dejado.
Weitz, como la joven heroína de la historia, ha conseguido salir (casi, pero no del todo) indemne de una serie de obstáculos tremendos, el menor de ellos no es precisamente el superávit de originalidad del mundo tan misteriosamente esotérico creado por el autor británico Philip Pullman en su trilogía La materia oscura (His Darks Materials), donde el lector se ve arrojado sin preámbulos a un desconcertante universo paralelo cuyas diferencias y similitudes con el nuestro necesitan de un buen número de páginas para acabar de manifestarse: Animales parlantes o daemons que resultan ser el alma externalizada de cada individuo (capaces de cambiar de forma hasta la mayoría de edad), un reino de osos polares acorazados con nombres suecos, un estado teocrático dirigido por una institución llamada el Magisterio (donde la inquisición goza de excelente salud), misteriosos artefactos que adivinan la verdad a quien los sepa leer, ventanas a otros mundos bajo la Aurora Boreal, brujas, gitanos, dirigibles, un Oxford exactamente igual al nuestro y el secreto de ese polvo cósmico que todo lo irradia (y cuya mención tanto hacía reír a los adolescentes sentados detrás mía en el cine), supuesta fuente universal del pecado que al acumularse año tras año acaba pervirtiendo (dicen los ortodoxos) la resplandeciente inocencia de los niños. Con una densidad conceptual superior en varias magnitudes al más grueso de los Harry Potters y donde cada elemento cuenta, el reproche más común a La brújula dorada es que el exceso de exposición se come la trama hasta dejarla en una ginkana de 113 minutos (poco más que la duración de un trailer contra la tendencia del más reciente género fantástico) que la niña protagonista (Dakota Blue Richards, su debut en el cine y muy bien que lo hace) recorre al galope parando tan solo a recoger algún personaje o dato útil de cara al siguiente tramo. A mí, por el contrario, me ha parecido una adaptación muy apañada, incluso inspirada, que fluye de un modo natural equilibrando muy bien exposición, argumento y emoción… Pero no descarto la posibilidad de que a Chris Weitz se le haya ido la mano compactando esos tres niveles, que muchos matices lanzados al vuelo se pierdan para el espectador no avisado y que nos acabemos riendo del chiste los únicos que lo traíamos aprendido de casa (ante la indiferencia del resto). ¿Puede una superproducción fantástica de New Line Cinema con aspiraciones de próximo Señor de los anillos (otro más) acabar convertida a medio plazo en película de culto? ¿Serviría de algo un montaje más largo, con un ritmo más aeróbico?
Peor suerte ha tenido la película al intentar esquivar las habituales servidumbres de toda superproducción de fantasía familiar navideña (obligada en su caso a recaudar por lo menos 300 millones de dólares para garantizarse la posteridad). Lo que por un lado aporta relumbre visual y un reparto estelar en papeles grandes y pequeños (Nicole Kidman, Daniel Craig, Sam Elliot, Derek Jacobi, Christopher Lee, todos brillantes, los tres primeros clavando literalmente los personajes que había imaginado mientras leía), por otro es una soga al cuello que obliga a exhibir presupuesto en forma de intensos despliegues de efectos digitales, espectaculares y bien diseñados pero con ese inevitable aire de parentesco con otros recientes, un barniz homogeneizante de fantasía estándar que acaba metiendo en el mismo saco, de manera injusta, a elfos, brujos, dragones, brújulas, leones y armarios; quizá una versión más sobria y realista del mundo de Lyra, (una Inglaterra paralela más contemporánea y familiar en lugar de esta interpretación tan steampunk y neovictoriana) habría hecho más por resaltar contra el fondo sus aspectos discordantes y verdaderamente originales. De hecho, la dirección de Weitz va más bien en esa linea sobria y funcional, casi intimista y muy británica (algunos la han llamado a mala leche directamente televisiva) pero que sabe estar a la altura cuando la cosa se pone épica (cierto que el tío no es Guillermo del Toro ni Alfonso Cuarón, pero tampoco es ningún Chris Columbus).
Más aún: toda película-negocio de este calibre debe luchar entre bastidores contra un ejército de contables decididos a limitar al máximo el riesgo del producto, a ampliar el target de los clientes hasta el infinito dándoles a todos de antemano la razón, empujando a simplificar, a suavizar, contemporizar y dar la paz a todo el que pase (incluidos los chalados). El señor de los anillos y las Crónicas de Narnia (respetables clásicos juveniles más que católicos) pasaron el filtro sin dificultad; Harry Potter, algo más laico, ya fue acusado de satanismo y magia negra; por consiguiente puede uno figurarse la oleada de pánico que debió recorrer el departamento de marketing de New Line al llegarles la sinopsis de los tres libros de La materia oscura, escritos por un reconocido ateo y que, más que polémicos, son ya pura herejía… En el clima actual donde el fanatismo cotiza al alza en todas partes y se desentierran con mimo y reverencia las creencias más ancestrales a este lado del canibalismo, era difícil imaginarse a un estudio de cine apostando su dinero para contar hasta el final el viaje de la pequeña Lyra Belacqua al Polo Norte y mucho más lejos (pasando por planetas alienígenas, la Tierra de los Muertos y nuestro propio mundo). Un relato monumental sobre el paso de la infancia a la edad adulta en todos los aspectos y con todas las consecuencias, pleno de imaginación, con personajes memorables e increíbles escenarios (esa es la parte fácil, la que pide a gritos que la filmen) pero letalmente cargado también de ética, filosofía y mucha pregunta incómoda sobre tanta verdad revelada y los que se dicen en posesión de ella; se trata, a fin de cuentas, de una reescritura o secuela en clave fantástica de dos de los mitos fundacionales de nuestra cultura, ese par de fábulas sobre lo que les pasa a los niños desobedientes que son la rebelión de Lucifer y la expulsión de Adán y Eva del paraíso (solo que en la versión de Pullman, justo justo como en la Guerra de las galaxias, los buenos son los rebeldes que pretenden proclamar la República del Cielo).
Los publicistas han intentado contrarrestar las protestas de los fundamentalistas cristianos (que tanto daño le han hecho en la taquilla americana con sus acusaciones de blasfemia y de robar a los niños la fé) esforzándose en presentar La brújula dorada como otra inofensiva peliculilla de fantasía infantil de buenos y malos y bichos que hablan. Como sabréis quienes la habéis visto, tampoco es exactamente publicidad engañosa: el primer libro apenas empieza a plantar las semillas del cataclismo cósmico que vendrá, y la película, sin alterar realmente nada, hace un buen trabajo disfrazando a los miembros del Magisterio de pseudoagentes del KGB o las SS. No consigo imaginar en cambio de qué manera habrían intentado disimular las implicaciones teológicas de episodios posteriores, como cuando el megalómano Lord Asriel y su ilimitada soberbia se ponen al frente de la coalición rebelde de seres terrenales y sobrenaturales contra los ejércitos de ángeles y arcángeles de la Autoridad (qué gran pérdida no haber llegado a ver a Daniel Craig planificando con absoluto aplomo su estrategia contra Dios, o más bien contra el decrépito ángel usurpador que dice serlo y toda su corte de fieles siervientes).
En aplicación de la ley de la oferta y la demanda, la posibilidad de llegar a ver algo de esto en el cine es ahora mismo infinitesimal. Independientemente de las previsibles protestas del fundamentalismo cristiano, el público simplemente no ha congeniado mucho con La brújula dorada; nadie está ahora mismo aporreando las puertas de New Line reclamando una secuela (y a estas alturas, seguramente al otro lado ya nadie piensa en otra cosa que en El Hobbit, la única película que en el fondo querían hacer).
Podría haber sido distinto si la productora no se hubiera acojonado con la mala puntuación que las pruebas con público le daban al desenlace de la novela, “demasiado deprimente y oscuro”. New Line insistió en cambiarlo, Weitz se negó en redondo y al final, como mal menor, accedió a cortarlo y pegarlo al comienzo de la próxima entrega. Catastrófica solución que deja a la película temáticamente coja y estructuralmente mutilada (un capítulo terminando en un absurdo punto y seguido). Sin ese final trágico e inesperado que la empuja al siguiente nivel y tanto desagradó a los primeros espectadores cobayas (un desengaño inesperado y brutal que desdibuja las fronteras inocentes entre el bien y el mal y pone en perspectiva mucho de lo acontecido; para que os hagáis una idea, un final digno de la tercera temporada de Perdidos) La brújula dorada se queda en una aventurilla curiosa por episodios, un poco rara, más ruido que nueces y que se olvida deprisa.
Supongo que los que conocemos la historia la percibimos en nuestra mente engañosamente completa, como hacen los amputados con los miembros fantasma que aún sienten parte del cuerpo; y mientras maldecimos entre dientes tanta idiotez corporativa, nos sentamos pacientemente a esperar el Montaje del Director.
lunes, 7 de enero de 2008
Sigan a Tom
Nada, que no hay forma de tener un día sin noticias para sentarme a acabar mi crítica (positiva) de La brújula dorada… Movimiento de fichas en el otro frente de la Gran Guerra que definirá el futuro de la industria del entretenimiento para los próximos años (como complemento, si está usted tan chiflado como para interesarse por el tema, ahí está la entrada de ayer).
Tras las falsas esperanzas de paz de diciembre entre el sindicato de guionistas norteamericanos (WGA) y la Alianza de Productores de Cine y Televisión (AMPTP), en los primeros días de 2008 se ha roto el impass y las noticias se suceden a tal velocidad que no me puedo resistir a comentar alguna de las últimas (una crónica actualizada día a día se puede encontrar en http://www.deadlinehollywooddaily.com – allí me he pasado horas absorto leyendo las noticias y comentarios de los lectores y aquello es lo más parecido a un reportaje en directo de Frank Capra).
Primero fue el regreso de los Late Shows sin guionistas (salvo el del veterano David Letterman, que tiene su propia productora y llegó a un acuerdo independiente aceptando todas las demandas del sindicato); sus competidores Jay Leno, John Stewart, Conan O´Brien y otros que ni a mí me suenan, que además de presentadores son escritores y en principio partidarios de la huelga, se han visto obligados a seguir a Letterman y cruzar los piquetes para proteger a su equipo ante la amenaza de despidos masivos: en teoría todos harán su programa en directo y sin papeles, un límite resbaladizo que ya ha empezado a crear los primeros malos rollos (Leno entendió que podía escribir sus propios monólogos y el sindicato dice que entendió mal).
Y luego está lo del comienzo de la temporada de premios, cuyas simpáticas ceremonias de entrega, aunque lo parezca, no se escriben solas. Los organizadores de los Globos de Oro han intentado llegar a un acuerdo especial con los huelguistas (gran fiesta de todos, seamos amigos, un día es un día) pero (naturalmente) les han dado con la puerta en las narices. Peor todavía: los actores (que tienen por delante para mediados de año su propia negociación con los estudios) se han solidarizado y todos los candidatos boicotearán la ceremonia si se televisa (la NBC, que es quien tiene que retransmitirla, culpa directamente al peligroso activista George Clooney por haberle comido el coco a sus compañeros). Pero el verdadero cristo se organizará en marzo porque los Globos de Oro, como estamos hartos de oir, apenas son otra cosa que “la antesala de los Oscar”. Miles de millones en publicidad directa y promoción para las películas puestos en riesgo parecen una buena baza en manos de los guionistas. ¿Acaso los productores pensaban que iban a ser tan tontos como para no utilizarla?
Aparentemente el único plan de la AMPTP es esperar pacientemente a que los guionistas se vuelvan locos de hambre y frío y entren en desbandada tal como ocurrió en la huelga de 1988, cuando los restos derrotados del sindicato acabaron firmando un convenio ridículo que era (bien lo sabían todos) un acta de rendición. Bien, la última hora es que ha ocurrido justo lo contrario y lo que se ha roto por el punto más débil ha sido la unidad de acción de las productoras (que, por cierto, fueron denunciadas en diciembre por violación de las leyes anti-trust) . La pequeña United Artists (marca histórica fundada en 1919 por Charles Chaplin, Mary Pickford, Douglas Fairbanks y David Griffith, actualmente una subsidiaria de MGM que tiene al frente a ese par de advenedizos llamados Tom Cruise y su socia Paula Wagner), ha firmado también todas las reivindicaciones de los huelguistas y ha sido declarada “zona liberada”. Y así, UA (que acaba de pegarse un castañazo tremendo en su nueva etapa con Leones por corderos) será el único estudio que puede ir arrancando máquinas para la próxima temporada.
En números generales su producción es insignificante (los próximos proyectos de Cruise y un poco más a la que se estiren) pero el perjuicio a la imagen del bloque unitario de los estudios y el precedente que crea (para que le siga alguno de las majors más perjudicadas que hasta ahora no se han atrevido a romper la disciplina de grupo) puede suponer (dicen) el punto de inflexión que todos estaban esperando. Dios les oiga.
La historia de esta huelga (que da juego a muchos chascarrillos en las páginas de sociedad y espectáculos aunque maldita la gracia que tiene para los trabajadores de la industria que han perdido sus empleos y todos los que están sufriendo los daños económicos colaterales) no es una crónica simple de buenos y malos, pero está tan cerca de serlo como es humanamente posible (creo que era un chiste de El Roto ese que decía que a veces la realidad es pura demagogia).
Algún día este conflicto laboral sobre mínimos porcentajes sobre ingresos, convenientemente dramatizado (y si es que para entonces todavía queda en pie una industria del cine) inspirará sus propias películas sobre un épico combate entre la gente que inventa historias (unas mejores que otras) y los que hacen dinero con ellas, los que viven de su imaginación y su lucha por un trato más justo contra las marionetas de los macroconglomerados industriales que dirigen actualmente Hollywood, esos tontos del haba que sólo entienden de estadísticas y estudios de mercado y producen cine y televisión como podrían producir sillas plegables o bonos basura; tipos prácticos, preparadísimos, entrenados en el realismo sucio de las finanzas y sin embargo atrapados en la visión túnel más rancia del magnate depredador del siglo XIX ( esos comunicados en los que cada tres lineas intercalan un eufemismo para llamar comunistas a los guionistas, por favor). ¿Cómo evitar caer en el maniqueísmo cuando uno de los bandos se empeña en clavar la imitación de Charles Montgomery Burns?
sábado, 5 de enero de 2008
Acabó la guerra
En alguna parte, casi seguro que en diferido y soltando el porcentaje correspondiente a la SGAE, la voz nasal de John Lennon canta Happy Christmas (War is over). Tanto deseo de paz para el nuevo año está a punto de producir el milagro donde más falta nos hacía, en el campo de los artículos tecnológicos de lujo. Sí, amigos, parece que ya tenemos claro ganador en la batalla entre el HD-DVD y el Blu-ray por la sucesión del DVD en alta definición (igualadísimo combate librado ante la indiferencia general de la mayoría de los consumidores entre los que me incluyo).
Si el pasado jueves causaba perpejidad encontrar entre los titulares de un diario nacional a John Lasseter (cerebro de Pixar y actual jefe de la división de animación de Disney) proclamando a botepronto su amor incondicional por el Blu-ray (“la tecnología superior”), casi al mismo tiempo los foros de Apple se llenaban de rumores sobre la inminente incorporación del Blu-ray de serie en las máquinas de la compañía. Ondas en la superficie provocadas por desplazamientos subterráneos… Esta mañana nos despertamos con que el macroconsorcio Warner, hasta ahora en ambos bandos, rompe abruptamente el equilibrio de poder y y se pasa con todo su catálogo al Blu-ray en exclusiva (seguido inmediatamente por la pequeña New Line). Un tal Bill Hunt de Digital Bits considera que la oferta de contenidos para cada soporte se queda en proporción 70/30 a favor del Blu-ray (de Universal, Paramount y Dreamworks se espera como poco el pase a la neutralidad y ediciones en ambos soportes). Según opinión generalizada de los analistas de internet y de la revista Variety, y en vista de que en el terreno de los videojuegos el dominio Blu-ray es aplastante gracias a la Playstation 3 de Sony) el movimiento de ficha de Warner es el final de la partida.
Se comenta que la competencia de formatos había empezado a dañar no sólo la venta de cada cuál por separado (con muchos compradores potenciales reservándose hasta saber cuál de los dos sería el nuevo Beta y cuál el nuevo VHS) sino la de los propios dvds, que ya empiezan a percibirse como un producto obsoleto sin un claro sustituto. Y con la sangría económica que está suponiendo para la industria del entretenimiento la huelga de los guionistas americanos (aunque por lo visto no lo bastante como para concederles unas reivindicaciones perfectamente razonables y asumibles porque eso sería “mostrar debilidad”) no está la cosa como para dejar de ganar dinero con el catálogo actual.
(Ahondando en esa misma linea, comentar que resulta que los Blu-ray son, por el momento, más difíciles de copiar...)
¿En qué nos afecta esto al común de los mortales? Pues a usted en poco pero a mí, por ejemplo, se me ocurre que éste no es buen momento para comprar discos, reproductores o grabadores de dvd porque los precios están a punto de caer a plomo. Si los insaciables tahúres de Hollywood pretenden que quienes todavía nos acordamos de nuestro primer video y hasta de la tele en blanco y negro abracemos como lemmings su nuevo juguete sólo para verlo todo todavía un poco más grande y más nítido, van a tener que empezar a hacernos una oferta que no podamos rechazar…