Desde el King Kong original de 1933, muy mal se le tiene que dar a una película de destrucción con bichos gigantes para no resultar al menos pasablemente entretenida, con sus escenas de feliz e impune macrovandalismo que nos retrotraen a aquellos juegos infantiles pateando muñecos y construcciones o corriendo a espantar a las palomas (o a pisotear hormigas en el caso de los niños más genocidas). Para eso, claro, conviene establecer una cierta empatía con el gigante, fijar claramente la escala y consecuencias de sus actos y presentar de un modo legible dichas evoluciones por la pantalla; uno pensaba que Michael Bay (Armaggedon, Pearl Harbor, La Isla), uno de los directores más superficiales y huecos que tienen la suerte de ocupar un espacio en la profesión hoy día, era una elección apropiada para llevar al cine la serie de dibujos animados basada a su vez en una línea de juguetes; acción, diversión, destrucción y apabullantes efectos digitales, nada demasiado exigente o complejo habiendo equipos y dinero de por medio ¿Podría ser Transformers la primera buena película de Bay? Pues no, tampoco esta vez. Este sonriente estilista del vacío se las arregla para arruinar una historia sencilla pero eficaz (robots buenos y malos luchando por el arma definitiva y humanos implicados sin comerlo ni beberlo) con su confusísima puesta en escena sin distancia ni punto de vista (pero quizá, realmente, nos estemos haciendo viejos y ese énfasis absurdo en cada plano, ese estilo borroso y entrecortado de combate de videojuego que solo entiende el que juega y atiza en persona los golpes, sea el futuro del cine de acción); cuando ya ni los videos musicales son así, Bay sigue siendo el director videoclipero por excelencia, grandilocuentes planos de postalita, movimiento a tutiplén y tias buenas a cámara lenta, sin olvidarnos de mencionar su nula capacidad para dirigir actores (un John Voight aburrido y desaprovechado, un John Turturro tremendamente pasado de vueltas). Y es una lástima porque hay detalles ingeniosos en este guión que pone esfuerzo en construir un universo y mitología que vaya algo más allá de la mera explotación de una marca comercial (por ejemplo, el gran partido que el gobierno americano le sacó al primer super-robot encontrado en el ártico). También sacamos en positivo el descubrimiento de Shia LaBeouf, el joven actor protagonista que resulta el único ser humano expresivo y convincente de esta historia, quien el año que viene nos será presentado como el hijo secreto de Indiana Jones (aunque la verdad, yo le saco más parecido a la madre).
jueves, 5 de julio de 2007
El inmutable Michael Bay
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