Mi primer viaje a Paris: tras 6 horas de monotonía de tierras de labor francesas por las ventanas del TGV, los aledaños de la estación de Montparnasse permiten vislumbrar una realidad urbana bastante diferente y más cruda que el tour de parque temático al que la brevedad de nuestra estancia nos limita (ah, pero qué grandioso parque temático. Complejos monumentales blancos y dorados erigidos por titánicos seres de otro tiempo que los mero humanos actuales rellenan con parques y jardines, columpios para los críos, cafés, restaurantes y miles de coches lanzados en tromba).
Con un montaje más frugal que el de las fastuosas giras del pasado que algunos solo conocemos por los dvd o aquel concierto que en verano del 92, en un rapto de locura, retransmitió en directo Antena3, desde nuestro puesto en el gentío a 20 metros del escenario (una elegante estructura orgánica con forma de ola, pantallas ovaladas integradas a los lados y siete torretas en abanico para las luces) es fácil olvidar que estamos en un estadio para 49.000 personas lleno hasta los topes y que las hormiguitas del fondo se tienen que conformar con seguir la actuación por vía electrónica en porciones de planos medios y primeros planos. A nuestro alrededor, franceses, ingleses, alemanes, italianos, españoles, cuarentones calvos y barrigones, parejitas maduras, profesionales treintañeros de próspero aspecto pero también, al menos en primera línea, un apreciable número de misteriosos chavales caídos por algun resquicio de las modas musicales asignadas por edades.
Y los tíos se portan porque siguen casi tres horas de concierto; liberados del peso de ningún nuevo disco de estudio que vender, se permiten un viaje por todas las épocas y estilos, recuperando temas que quedaron enterrados hace décadas bajo las capas de nuevo material no siempre mejor pero sí más puesto al día: rock guitarrero, felices himnos pop, líricos temas pastorales, baladas de baja tensión… Entre tanto cambio de piel más o menos afortunado, entre tanto eclecticismo abrupto, la llama original del sonido Genesis se mantuvo siempre en sus partes instrumentales, esos largos desarrollos en los que, libres de innecesarias letras tontas y de servidumbres de formatos, se soltaban la melena demostrando lo que realmente hacían mejor: alrededor de las majestuosas melodías de Banks, Rutherford enseñaba a Iron Maiden cómo se tocaba el bajo y el salvaje Collins, relampagueante y genial, se ganaba su reputación como uno de los mejores baterías del mundo. La perfecta canción de tres minutos puede ser tanto o más difícil de crear que la más ambiciosa ópera rock pero canciones perfectas de tres minutos las hay a millones (los propios Genesis han despachado unas cuantas) y en cambio muy pocas que se parezcan a Ripples, Domino o Firth of Fifth. Al contrario que Pink Floyd, Yes o Emerson, Lake & Palmer, a Genesis nunca se les subió a la cabeza la pomposa etiqueta de “rock sinfónico”; jamás ejercieron, más bien al contrario, de divos ni de artistas virtuosos, y tal vez por eso, pese a todo el dinero y la fama de sus buenos tiempos, hoy su música, como la de tantos otros viejos reyes de los escenarios, corre grave riesgo de caer en el olvido; entre tanto, en este verano en el que todo lo viejo vuelve (porque sólo los carrozas compran entradas mientras la generación i-pod se basta y sobra con lo que se baja de internet) algunos agradecemos la ocasión de haber podido escuchar por fin en vivo, tan frescos como el primer día, (veinte o treinta años no es nada), esos temas exuberantes y poderosos, efervescentes, imaginativos, exultantes y melancólicos, la música intemporal de un grupo que siempre fue mucho más que la suma de sus partes.
1 comentarios:
Muy buen artículo.. Creo que ya queda implícito en tu texto pero si Pink Floyd tienen otra cosa que los diferencia del Genesis de la etapa Collins es la actitud (uno de los componentes esenciales para que un grupo sea recordado) que va acompañada de algo más que la vana pretenciosidad, es decir todo un universo literario particular que sigue impactando la imaginación y dejando una huella que los mantiene como un referente fundamental (claro que también tienen defectos y muchos, y discos patateros pero bueno..) Algo que como dices tenía el Genesis de Gabriel pero que la gente parece haber olvidado quizá eclipsado por la segunda etapa y que hace pensar que la vida de este grupo que tantos éxitos ha cosechado, paradójicamente parece que va tener una vida corta en la memoria colectiva musical. Los músicos y la música extraordinaria , por sí sola, parecen condenadas a perderse en el olvido al menos en el mundo del rock. Una pena por que estos tipos, incluso en su segunda etapa, son algo único dentro de la odiosa etiqueta del art-rock como demostraron en ese concierto de Paris, uno de los más emotivos en el que ha tenido oportunidad de ver el que esto escribe. Jarl!
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