domingo, 9 de septiembre de 2007

Segunda oportunidad (Un buen día lo tiene cualquiera)



Uno nunca deja de ampliar los límites de su ignorancia. El jueves ví Un buen día lo tiene cualquiera, de Santiago Lorenzo, película muy divertida con un reparto prácticamente de desconocidos salvo la chica del ayuntamiento (Ana Otero) y el tío del bar (Antonio Molero), al que recordaba de Médico de familia. Luego voy y miro la ficha en imdb.com y resulta que casi todos llevan años saliendo en series españolas de esas que no veo nunca por salud mental y porque la esperanza de vida para los hombres en el mundo occidental no es aún lo bastante larga. Eso, que por un lado es malo, por otro me sirve para esquivar prejuicios raros como el sorprendente comentario en la crítica (en todo lo demás positiva) de Jordi Costa en Fotogramas, que hablaba de un reparto necesitado de inyecciones de carisma. A mí me parecieron todos muy naturales y creíbles para esta farsa costumbrista sobre cómo salir del hoyo, el problema de la vivienda, hacerse viejo y tener un objetivo en la vida, de amistades fraternales con o sin segunda intención, de buenos-malos y malos-buenos y conciliar fidelidad a uno mismo y a los demás.

La cosa va de un treintañero (Diego Martín, Policías, Aquí no hay quien viva) que tiene una empresa de teletienda que se le cae con todo el equipo y se encuentra de pronto en la calle, sin trabajo, sin casa y sin amigos salvo un jetas marrullero (Roberto Álamo, Los dos lados de la cama, Te doy mis ojos) que vive alojado en la trastienda de un bar, el cuál le sugiere que se apunte a una campaña social del ayuntamiento para universitarios que es un auténtico chollo: alojarse por cuarenta euros al mes en casa de ancianos solitarios necesitados de compañía y cuidados. Y ahí está el protagonista, fingiendo diez años menos, matriculándose en la universidad y tratando de estudiar y de echarse novia mientras aguanta a un viejo disparatado de verborrea incontenible y notable mala leche (Juan Antonio Quintana, Ana y los 7), que lo quiere atar a la pata de la silla para que reciba sus chaparrones de sabiduría.

Con una banda sonora estupenda de Malcom Scarpa, Un buen día lo tiene cualquiera es una película de las de reirte mucho pero que te deja pensando (a pesar de que la última escena no la haya rodado el autor, quien ha denunciado públicamente a los desgraciados de sus productores por incluirla), una mezcla realmente curiosa de fatalidad y optimismo. Santiago Lorenzo debutó en el largo en 1997 con Mamá es boba, clásico de culto que aún tengo pendiente, y desde entonces el pobre hombre ha debido de pasar por peripecias aún más chungas que las que se reflejan en Un buen día…, que es vagamente autobiográfica. Por su bien y el nuestro, si las broncas con los señores de la pasta no lo impiden, esperemos que persista a partir de ahora en su carrera cinematográfica porque Lorenzo es un tipo peculiar que tiene mucho que decir.

0 comentarios: