La diferencia entre dos cineastas tan colegas como Robert Rodríguez y Quentin Tarantino no puede quedar más clara que comparando la aproximación radicalmente diferente de cada cuál en su homenaje al cine de terror serie Z de los 70. La de Rodríguez, Planet Terror, es una remezcla anabolizada y sintética de elementos típicos de la época, refrescada y puesta al día al gusto adolescente del siglo XXI con toda clase de apoyos digitales, y su estética barata de falsa copia deteriorada no pasa de simpática pose estilística para los colegas… En cambio, durante los primeros 40 minutos de Death Proof estuve convencido de que la proyección estaba vagamente desenfocada, hasta que entró un rollo en blanco y negro perfectamente nítido que me advirtió de lo contrario. Death Proof es analógica, sucia y auténtica como un vinilo de la colección de Quentin Tarantino, deja poso y se lo curra de una manera totalmente original: Tarantino desmonta el mecanismo de la película barata de terror y lo vuelve a montar de un modo que es al mismo tiempo homenaje y crítica a todo un género, o al menos a una de sus ramas.
Porque esos clásicos de culto que reivindican con Grindhouse, generalmente eran películas terribles, un puñado de escenas sensacionales (integramente aprovechadas en el trailer) enlazadas entre sí con un hilo argumental invisible, personajes inexistentes y narración inepta … La paciencia, sin embargo, tenía su recompensa, y es la virtud cardinal del cinéfago de serie Z, que debe procesar mucha mierda para encontrar su pepita de oro. Death Proof, efectivamente, anda escasa de trama y de acción porque la mayor parte de su metraje consiste en banales charlas privadas de unas cuantas chicas impresionantes marcando curvas (Rosario Dawson, Vanesa Ferlito, Rose McGowan, Sydney Poitier) y por eso el impacto cuando violencia se desata es mucho mayor, y el final, una macarrada que hay que verla para creerla, te deja saliendo del cine con sonrisa de oreja a oreja…
Esas relajadas conversaciones que algunos espectadores considerarán un auténtico coñazo (las chicas no hacen más que hablar y hablar sin que pase nada) en manos de Tarantino subliman su función estructural y se convierten en intercambios magistrales de caracterización típicamente suyos (y completamente innecesarios según la ortodoxia del género), otorgando a cada cuál una vida en curso que podría haber dado pie a su propia película de no haberse cruzado en su camino el Especialista Mike con su coche trucado (el gran Kurt Russell, legendario protagonista de varias de las más míticas cintas de John Carpenter: 1997 Rescate en Nueva York, Golpe en la pequeña China, La Cosa). Mike el Especialista es un imponente especimen superviviente de un tipo de cine palomitero supuestamente extinto (las películas modernas, admite, sustituyen ahora sus acrobacias por efectos por ordenador), un duro “hombre sin nombre”, misterioso, encantador, psicólogo agudo y un tremendo hijo de puta al acecho, una gran creación de psicópata asesino que recicla para el mal la imagen icónica de Russell de manera no muy distinta a cómo Kill Bill convertía al entrañable místico protagonista de Kung Fu en el desalmado asesino del título. Pero la amenaza de Mike tarda una eternidad en hacerse efectiva: inicialmente solo mira, observa, fotografía… Las escenas de las chicas hablando sobre intimidades sexuales y dónde conseguir hierba asumen implícitamente el punto de vista del intruso; Tarantino nos hace en la práctica cómplices de Mike a la espera de que desencadene la acción (la mirada del psicópata identificada, consciente o inconscientemente, con el ojo de la cámara, es un rasgo casi inevitable de este subgénero, siendo el ejemplo más socorrido para citar El fotógrafo del pánico de Michael Powell).
Y Tarantino juega a alterar radicalmente dicho punto de vista en la segunda mitad del relato, cuando se desploma la fachada de Mike y una vez más (la tercera consecutiva en su cine desde Jackie Brown), las auténticas heroínas y las duras de verdad son las mujeres (una de ellas, Zoe Bell, es una verdadera especialista que fue doble de Uma Thurman en Kill Bill y se supone que se interpreta a sí misma en Death Proof). Va a resultar que la nostalgia está muy bien hasta cierto punto pero una chica Tarantino de hoy en día (que haya visto Punto límite cero y 60 segundos-la original, no esa mierda con Angelina Jolie) parte con ventaja para patearles a algunos el culo en su propio terreno.
PD: ¿Qué ha pasado con el resto de falsos trailers que se incluían en el programa doble? ¿Se han perdido por el camino?
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