Era mi primera vez en el Festival de Cine de San Sebastián aunque la película no se proyectara en el Kursaal sino en una sucursal (un bonito cine periférico en un barrio nuevo bastante pijo) ni el director ni los actores tuvieran el detalle de asistir a ese último pase a las 23.00. Pero la película era estupenda (y cualquiera sabe cuando se estrenará en salas) y aún se queda corto ese premio que se ha llevado al mejor guión ex aqueo con Siete mesas de billar francés de Gracia Querejeta (que seguro que está muy bien también).
Esto es Harmony, Alabama (USA), 1950. Danny Glover hace de Tyrone, un pianista con pasado tormentoso y un bar con música en vivo al que las deudas y la competencia (con su ruidosa jukebox ) han puesto al borde de la ruina… Nada más que un par de tristes borrachos catatónicos para apreciar la actuación de la vieja dama del blues que desnuda el alma cada sábado en el local… La clientela lo que busca es diversión, y en una última jugada desesperada, Tyrone decide dársela invirtiendo hasta el último centavo en contratar al famoso Guitar Sam, estrella de Nueva Orleans al que el pueblo de Harmony pilla de paso entre bolo y bolo...
Pero a Tyrone no le va a resultar tan fácil rectificar su suerte: en ese tiempo y lugar es tremendamente duro para un negro orgulloso mantener su propio negocio; las opciones que le quedan son trabajar en el campo recogiendo algodón (unos de motu propio, otros a punta de pistola en la hacienda del juez del condado, condenados por vagabundos), hacerse borracho o delincuente o servir en casa de algún blanco como hace su esposa Dalilah, antigua cantante y ahora devota cristiana evangélica, a punto de unirse a la iglesia de un pastor cantarín con mucho ritmo y una intolerancia talibana contra ese otro mundo de bares y vicio (ignorando que él mismo es el antecedente directo de James Brown)...
Una lista completa de personajes sería ya como contar media película (la hija que aspira a ir a la academia de belleza para ver mundo, el joven músico errante y muerto de hambre, el misterioso guitarrista ciego que suena como un sardónico John Lee Hooker, el sheriff corrupto que espera su tajada, los trabajadores del algodón, ese par de críos que se siguen colando en el bar...) Las películas de John Sayles son densas como una novela entera condensada en dos horas; Sayles es un humanista al que en cada historia le gusta sumergirse en los conflictos de un grupo humano diferente, empaparse de la cultura del lugar y recoger sus distintas voces, pero también es un guionista magistral con una escritura tan transparente y natural que sus trabajos se saborean y disfrutan como la mejor ficción de entrenimiento (en este caso, una comedia dramática con partes de musical). Honeydripper es un cuento sobre guitarras eléctricas, el nacimiento del rock & roll y la cultura de la que surgió, un mundo de segregación racial, de heridas de la esclavitud todavía sin cerrar y gente pobre que necesitaba pasar un buen rato y olvidarse de problemas. Muy divertida y a la vez muy auténtica, y con una música estupenda como corresponde al tema (en su mayor parte canciones originales que recrean el estilo de las composiciones de la época).
John Sayles (Passion Fish, Lone Star, Limbo, Silver City), director y guionista independiente como el que más, es un tipo canoso y grandullón, actor ocasional, que empezó en el cine trabajando para Roger Corman, el rey de la serie B, quien le enseñó a rodar por cuatro perras. Lo que no le enseñó es a escribir escenas como esa en la que Danny Glover le cuenta a su amigo Charles S. Dutton cómo imagina que debió ser el primer contacto entre un músico negro y ese misterioso único instrumento para el que en la tradición de sus antepasados no existía equivalente: la primera vez en la que un criado negro conseguía quedarse a solas con el piano de sus amos y sentarse a tocar…